viernes, 13 de enero de 2023

LOS ABSURDOS DEL "NUEVO PARADIGMA" MORAL

Es absurdo pensar que no se puede salir de una situación de pecado. Por la gracia, el penitente siempre encuentra el modo de abandonar el mal y hacer el bien.

Por  Silvio Brachetta


Es bien conocida la deriva de la teología moral, sobre todo en la última década, según la cual se tiende a aprobar lo que parece ser una "moral situacional" a favor de quienes realizan "actos intrínsecamente malos". Así, por ejemplo, se resta importancia al mal de la anticoncepción y la inseminación artificial, con lo que se justifica al transgresor. Este es el "nuevo paradigma" moral, propuesto por Card. Walter Kasper y confirmado por el papa Francisco en Amoris Laetitia.

"No proponemos en absoluto"
, dicen en sustancia los promotores del "nuevo paradigma", una especie de "moral de la situación", abiertamente reprobada, entre otros, por Juan Pablo II en Veritatis Splendor, sino que nos limitamos a constatar la debilidad del hombre pecador, y decimos por el bien, en la medida en que nos preocupa su (y nuestra) salvación eterna, que la importancia moral de los "actos intrínsecamente malos" debe evaluarse no sólo en función del objeto de la transgresión, sino también de la disposición espiritual subjetiva del transgresor".

El argumento parece valer, entre otras cosas porque Santo Tomás de Aquino también se había expresado positivamente sobre la importancia de las disposiciones subjetivas. A partir de lo que enseña Tomás, especialmente en las cuestiones 72, 74 y 88 de la Summa Theologiae (I-II), el Concilio de Trento afirma lo que leemos en el nº 1857 del Catecismo de la Iglesia Católica: "El pecado mortal es aquel que tiene por objeto una materia grave y que, además, se comete con pleno conocimiento y deliberado consentimiento".

Todo esto está muy bien, pero hay un "sin embargo". Un gran "sin embargo", que es sistemáticamente desechado por los moralistas del "nuevo paradigma": la misión de Jesucristo y de su Iglesia es dar conciencia (conocimiento, razón) y orientar el consentimiento (voluntad) del pecador hacia el bien, no hacia el mal. La naturaleza del pecado debe ser valorada por el confesor, después del delito y en sufragio del pecador, no por el predicador, que en cambio debe centrar la atención sólo en lo grave y suscitar en consecuencia el arrepentimiento del pecador.

Si, por ejemplo, el confesor hace consciente al adúltero del pecado de adulterio, el pecador ya no estará justificado en el futuro, y el pecado venial -habiéndose perdido una de las condiciones (la plena conciencia)- será ciertamente mortal. Esto en cuanto a la razón. En cuanto a la voluntad, el penitente tiene la obligación de "huir de las ocasiones próximas de pecado", venial y mortal: no huir del pecado, sino de las "ocasiones". Y las ocasiones se escapan por un acto de la voluntad, que el pecador arrepentido puede y debe excitar hacia el bien.

Si esto no sucede, la gracia no puede manifestarse ni actuar sobre el penitente. Se pierde así la justificación y la consiguiente salvación. La cuestión no es baladí, sino que está en el corazón del llamado "discernimiento", tan cuestionado como ignorado por los pastores.

También es absurdo pensar que no se puede salir de una situación de pecado. Por la gracia, el penitente siempre encuentra el modo de abandonar el mal y hacer el bien. La gracia sirve precisamente para eso: para hacer posible lo que no se comprende o se cree imposible.

El "nuevo paradigma moral" borra la esperanza en la gracia y arroja al penitente a la absurda creencia de que no es apto para la conversión debido a un obstáculo que no puede superar. Pero no puede superarlo precisamente porque el neomoralismo pastoral le ha convencido de que hay situaciones de pecado insuperables. A la larga, el penitente se ve dañado por la desesperación y se resigna a considerarse incapaz de comprender a Dios y de querer el bien.

El Decálogo se convierte en el código de "reglas" de un Dios sádico, que se ha divertido exigiendo al hombre algo inalcanzable. Existe el riesgo de una deriva protestante, por la que el hombre tiende cada vez más a considerarse irremediablemente malo y pecador, volcando su esperanza de salvación sólo en la fe.

Jesucristo enseña algo muy distinto: se puede y se debe salir de cualquier situación de pecado, con la ayuda necesaria de la gracia, que Él mismo vino a traer. No hay otra razón que justifique la institución de los sacramentos, sin los cuales no es posible la salvación. Las circunstancias atenuantes sirven al abogado en el juicio, no al acusado antes del delito.


Vanthuan Observatory


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