2. Segunda revelación del Sagrado Corazón a la beata Margarita María.
“Un día -escribe esta santa Religiosa- estando expuesto el Santísimo Sacramento, me sentí retirada a mi interior por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias. Jesús, mi dulce Dueño, vino a mí resplandeciente de gloria con sus cinco llagas que brillaban como soles. De aquella santa humanidad, irradiaban llamas de todas partes, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno, y que, abierto a mis miradas, me descubrió su amabilísimo Corazón, que era la fuente viva de aquellas llamas.
Me dio a conocer al mismo tiempo las maravillas inefables de su puro amor, y hasta qué exceso había llevado este amor hacia los hombres. Lamentó, su ingratitud, y me dijo que de todos los sufrimientos de su Pasión este le había sido el más sensible. Si me correspondiesen, añadió, cuanto hice por ellos sería poco a mi amor. Pero no tienen para mi más que frialdad, y a mis amorosas ansias responden sólo con el desdén. Dame tú al menos, mi hija amada, el consuelo de suplir a su ingratitud cuanto te sea posible.
Y como yo le manifestase mi insuficiencia, me contestó: “Toma, ahí tienes con qué suplir a todo lo que te falta”. Y al mismo tiempo, abriéndose su divino Corazón, salió de él tan ardiente llama, que pensé iba a consumirme: me penetró toda, y no pudiéndola ya sufrir, le pedí que se apiadase de mi debilidad. “Yo seré tu fuerza, me dijo entonces bondadosamente; nada temas. Pero presta atención a mi voz, y disponte a cumplir mis designios.
Primeramente, me recibirás en la santa Comunión cuantas veces te lo permita la obediencia, no obstante cualquier mortificación y humillación que de esto te proviniere: estas son prendas de mi amor.
En segundo lugar, comulgarás además todos los primeros viernes de cada mes.
En tercer lugar, todas las noches del jueves al viernes te haré participante de aquella tristeza mortal que sentí en el jardín de las Olivas; y esta participación de mi tristeza te reducirá a una especie de agonía más insoportable que la muerte. Me acompañarás en la humilde oración que presenté entonces a mi Padre en medio de todas mis angustias; y para esto te levantarás entre once y doce de la noche, y permanecerás postrada conmigo durante una hora con el rostro en tierra, tanto para apaciguar la cólera divina pidiendo misericordia por los pecadores, como para honrar y endulzar en algún modo la amargura que sentí por el abandono de mis Apóstoles, lo que me obligó a reconvenirles porque no habían podido velar conmigo una hora. Durante esta hora harás lo que te enseñaré”.
Y Jesús añadió: - “Mas escucha, hija mía, no creas ligeramente a todo espíritu, ni te fíes de él. Satanás, furioso contra ti, busca cómo engañarte. Por esto no hagas nada sin la aprobación de tus superiores, a fin de que, encontrándote apoyada en la obediencia, no te pueda dañar, pues no tiene poder sobre los obedientes”.
Mientras duró esta celeste visión no sabía dónde me encontraba. Cuando hubo terminado, estaba toda fuera de mí, encendida y temblorosa; no podía sostenerme ni hablar”.
Después de esta sagrada aparición, era tan vivo el dolor que continuamente sentía la beata Margarita, tan violento el fuego del amor que la abrasaba, que no pudiendo soportarlo, cayó enferma, y estuvo a punto de morir.
“El fuego que me devoraba -dice- me produjo una calentura fuerte y tenaz; pero en el exceso de mi alegría en sufrir, no podía quejarme, y nada de esto manifesté hasta que me faltaron las fuerzas. La calentura duró más de dos meses. Jamás sentí tanto consuelo, porque todo mi cuerpo sufría extremos dolores, y esto aliviaba un poco la ardiente sed que tenía de sufrir, no alimentándose este fuego divino más que del madero de la cruz, es decir, de toda clase de sufrimientos, desprecios, humillaciones y dolores. Todos creían próximo el fin de mi vida”.
En vez de morir, la beata Margarita sanó súbita y sobrenaturalmente, habiéndole pedido sus superiores esta señal de la realidad de la visión, que había tenido que participarles en virtud de santa obediencia. Nuestro Señor le devolvió así milagrosamente la salud o más bien la vida por medio de la Santísima Virgen. La Madre de Dios se dignó aparecérsele; la bendijo, la consoló largamente, y apenas concluyó la visión, sor Margarita María pudo levantarse, salir de la enfermería y volver a los ejercicios de religiosa. Toda la Comunidad vio, llena de estupor, andar libremente a la que pocas horas antes parecía no quedarle un soplo de vida. Así la revelación del misterio del sagrado Corazón recibió desde su origen el sello divino de la certeza, el sello del milagro.
¡Con qué fe tan profunda y con qué amor debemos, pues, honrar, invocar y adorar al divino Corazón de Jesús!
¡Oh dulce Jesús mío! encended en mi corazón ese ardiente fuego en que se consume el vuestro; que un celo ilustrado lo abrase, y que el espíritu que dirigió vuestras obras, dirija también las mías. Que mi alma, oculta en el retiro de vuestro Corazón, viva muriendo a sí misma, y que olvidando las locas alegrías del mundo, se una para siempre a Vos.
Continúa...
Primera Parte
¡Con qué fe tan profunda y con qué amor debemos, pues, honrar, invocar y adorar al divino Corazón de Jesús!
¡Oh dulce Jesús mío! encended en mi corazón ese ardiente fuego en que se consume el vuestro; que un celo ilustrado lo abrase, y que el espíritu que dirigió vuestras obras, dirija también las mías. Que mi alma, oculta en el retiro de vuestro Corazón, viva muriendo a sí misma, y que olvidando las locas alegrías del mundo, se una para siempre a Vos.
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