Ya en el siglo II, los cristianos viajaban a Roma para venerar las tumbas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo en las necrópolis del Vaticano y la Vía Ostiense. A lo largo de los siglos, el fervor religioso y el apego de la gente a la Sede de Pedro llevaron cada vez más peregrinos a la Ciudad Eterna.
El 22 de febrero de 1300, el Papa Bonifacio VIII se dirigió desde Letrán [1] a la Basílica de San Pedro, donde le esperaban multitud de peregrinos. El Sumo Pontífice subió al ambón y, tras la homilía, pronunció la bula Antiquorum habet fida relatio, proclamando el primer Jubileo de la historia de la Iglesia. El pintor, muralista, escultor y arquitecto florentino Giotto (1267-1337) inmortalizó este acontecimiento en un bello fresco, parte del cual puede admirarse aún hoy en la basílica de San Juan de Letrán:
“Bonifacio, obispo, en perpetua memoria. Sabemos, por el fiel relato de los antiguos, que se conceden grandes indulgencias y remisiones de pecados a quienes visitan la venerable basílica del Príncipe de los Apóstoles. Por lo tanto (...), habiendo encontrado agradables estas clases de remisiones e indulgencias, las confirmamos y aprobamos, e incluso las renovamos y aprobamos por el presente escrito. Y para que los bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo sean cada vez más honrados por las visitas que los fieles harán a sus basílicas, (...) Concedemos a todos aquellos que, verdaderamente penitentes y confesos, visiten estas basílicas, durante este año mil trescientos, que comenzó el día de la Natividad de Nuestro Señor (...) una remisión plena y completa de sus pecados”.Las aclamaciones resonaron en la basílica cuando la bula original fue llevada solemnemente al altar de San Pedro. Fue un acontecimiento sin precedentes en la cristiandad, y todos los registros contemporáneos lo atestiguan. Dos millones de fieles acudieron a Roma aquel año.
Louis Tosti, Histoire de Boniface VIII et de son siècle, París, Vives, 1854, t. II, p.109
Este primer Jubileo concluyó en la Nochebuena de 1300 y fue una de las manifestaciones de fe más prodigiosas de la cristiandad medieval. El Papa Bonifacio VIII fijó entonces la celebración del Año Santo cada cien años.
Nota:
Un testigo ocular, el cardenal J. G. Stefaneschi, dejó un precioso testimonio en su De centesimo seu jubileo Anno. Véase la revista Bessarione, vol. VII, pp.299-300.
Fuente: Bulletin Le Sainte Anne, enero de 1999, p. 3
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