Por Monseñor de Segur
Continuamos con la publicación de este excelente libro de Monseñor de Segur traducido por primera vez al idioma español el año 1888.
En la hermosa visión que acabamos de referir, en la que Nuestro Señor hizo contemplar a sor Margarita María su sagrado Corazón rodeado de luz vivísima, sobre un trono misterioso y resplandeciente, le hizo en favor de los que se consagrasen a su culto promesas tan consoladoras como edificantes. Grabémoslas en nuestras almas, y meditémoslas con amor y gratitud.
Dijo Jesús a la beata Margarita María: “El gran deseo que tengo de ser amado perfectamente por los hombres, me ha inducido a manifestarles mi Corazón, y darles en estos últimos tiempos este último esfuerzo de mi amor, proponiéndoles un objeto y un medio tan a propósito para obligarles a amarme, y amarme sólidamente”. Como veis, pues, el Sagrado Corazón se nos da como un remedio extremo en los peligros extremos; los peligros de los últimos tiempos. “Habrá entonces, dice el Evangelio, una gran tribulación cual no la ha habido desde el principio del mundo... Se conmoverán las virtudes del cielo... Muchos se dejarán seducir. Y si el Señor no abreviase aquellos días, nadie se salvaría; mas por los escogidos serán abreviados”. Ahora bien, ¿cuál es? ¿cuál será para nosotros el gran medio de preservación y de salud? Jesús mismo se digna manifestárnoslo: es su adorable Corazón, “último esfuerzo de su amor en estos últimos tiempos”. ¿Y cómo nos salvará el culto amoroso de su divino Corazón? Excitándonos “a amarle y amarle sólidamente”. Puede afirmarse sin temor que “los elegidos”, los verdaderos cristianos de los últimos tiempos de la Iglesia, serán los fieles del Sagrado Corazón de Jesús.
El Salvador dijo además: “Dándoles mi Corazón, les abro todos los tesoros de amor, de gracia, de santificación y de salvación que este Corazón encierra, a fin de que todos los que quieran rendirle y procurarle todo el amor y honor que les fuere posible, sean enriquecidos con profusión de los tesoros de que este divino Corazón es fuente, y fuente fecunda e inagotable. Yo escribiré sus nombres en mi Corazón y no permitiré jamás que sean borrados de él”. “Тоdos los que quieran”, dice nuestro Salvador, ¿y quién no querrá “Todos los tesoros de amor, de gracia, de misericordia, de santificación y de salvación”? ¡qué promesas! ¡qué bondad! ¡Oh! ¿quién será tan enemigo de sí mismo que no abra su corazón a la voz de Jesucristo?
Respondiendo de antemano a las críticas de los jansenistas, de los que todo lo censuran, y aun de ciertos cristianos mal aconsejados, dijo después Nuestro Señor a la beata Margarita María: “Siento singular complacencia en ver los sentimientos interiores de mi Corazón y de mi amor, honrados bajo la figura de este Corazón de carne, tal como te lo he mostrado, y cuya imagen quiero que se exponga públicamente para que conmueva el corazón insensible de los hombres. Derramaré con abundancia en el corazón de los que le honren los tesoros de gracias de que está lleno mi Corazón; y en todo lugar donde se exponga su imagen para ser así singularmente honrada, atraerá sobre él toda suerte de bendiciones”.
Tengamos, pues, en nuestras casas, y llevemos en nuestros pechos alguna piadosa imagen del sacratísimo Corazón de Jesús, digan lo que quieran los mundanos. ¿No vale cien veces más obedecer y agradar a Jesús que a los hombres?
En fin, la dichosa confidenta de los misterios del sagrado Corazón resume del siguiente modo, en una carta que escribió pocos años antes de su muerte, las maravillosas ventajas de la devoción al Corazón de Jesús: “No sé que haya en la vida espiritual ningún ejercicio de devoción más a propósito para elevar en poco tiempo un alma a la más alta santidad, y hacerla gustar las verdaderas dulzuras del servicio de Dios”.
“Sí, lo digo con seguridad: si se supiese cuán agradable es a Jesucristo esta devoción, no habría cristiano alguno, por poco amor que tuviese a este amable Salvador, que no la practicase inmediatamente”.
“Los seglares encontrarán por este medio todos los socorros necesarios a su estado, es decir, la paz en su familia, el alivio en sus trabajos, y las bendiciones del cielo en todas sus empresas. En este Corazón adorable encontrarán un lugar de refugio durante su vida y principalmente en la hora de su muerte. ¡Ah! ¡cuán dulce es morir después de haber tenido una constante devoción al Sagrado Corazón de Aquél que nos ha de juzgar!”
En cuanto a los religiosos y sacerdotes, he aquí las magníficas promesas que les conciernen de un modo especial: “Mi divino Salvador me ha hecho entender que los que trabajan en la salvación de las almas tendrán el arte de mover los corazones más endurecidos, y trabajarán con maravilloso éxito, si están animados de una tierna devoción a su divino Corazón”.
“Abracen los religiosos y religiosas esta devoción santificante; pues de ella sacarán tantos auxilios, que: no será necesario otro medio para restablecer en las comunidades menos observantes el primer fervor y la más exacta regularidad, y para llevar a la mayor perfección las comunidades que viven ya en la regularidad más exacta”.
Aplíquese cada cual a sí propio lo que dice al terminar la carta la beata Margarita: “Nadie habría en el mundo que no sintiese todo género de auxilios del cielo, si tuviese a Jesucristo un amor agradecido, tal como el que se le testifica con la devoción a su sagrado Corazón”.
Os saludo, ¡Oh adorable Corazón de Jesús, santuario delicioso de las almas puras, horno ardiente del divino amor! Vos seréis el lugar de mi refugio y mi asilo siempre. Vos seréis el único deseo de mi corazón, luminoso astro de mi espíritu, océano de delicias inefables: yo sólo quiero vivir y morir en Vos. Poseed, benigno Jesús, mi corazón; perdonad mi ingratitud, y concededme que en mi último suspiro sea víctima de vuestro divino amor.
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