martes, 24 de diciembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - DE LA ULTIMA PALABRA DE LA ORACION DEL PADRE NUESTRO



CUARTA PARTE

DEL CATECISMO ROMANO

CAPITULO XVII

DE LA ULTIMA PALABRA DE LA ORACION DEL PADRE NUESTRO

Que es Amén.

Sello de la oración del Señor llamó a esta palabra San Jerónimo en los Comentarios sobre San Mateo; y realmente lo es. Por esto, así como antes previnimos a los fieles sobre la preparación con que se deben disponer para comenzar esta divina oración; así ahora juzgamos conveniente hacer que conozcan la causa y modo del remate, y del fin de la misma oración. Pues no importa menos empezar con diligencia, que acabar con devoción las oraciones sagradas. Tenga pues entendido el pueblo fiel, que son muchos y copiosos los frutos que percibimos del fin de la oración del Señor; pero el más abundante y más gustoso de todos es el conseguir lo que habemos pedido, acerca de lo cual ya se dijo arriba lo bastante. Más no solo alcanzamos por esta última parte de la oración, que sean oídas nuestras peticiones, sino también otras cosas tan grandes y excelentes que no hay palabras con qué poder declararlo. 

Como los hombres cuando oran están hablando con Dios, de aquí es, dice San Cipriano, que por un modo inefable está más cerca de ellos la Majestad divina, que de los demás, y los enriquece con singulares dones; de suerte que los que devotamente oran a Dios, vienen a ser como los que se arriman al fuego, que si están fríos, se calientan, y si calurosos, se abrasan; pues así los que se llegan a Dios por la oración, salen más fervorosos, según la medida de su devoción y fe. Porque se enardece su alma para la gloria de Dios, se ilustra su entendimiento por un modo admirable, y son cumplidamente colmados de divinos dones; pues escrito está en las Sagradas Letras: Le previniste con bendiciones de dulzura. Ejemplo es para todos aquel gran Moisés, cuyo rostro brillaba con un resplandor divino, cuando salía del trato y coloquio con Dios, en tal manera, que no podían los Israelitas poner en él los ojos. En suma, los que hacen oración con fervoroso afecto gozan por un término maravilloso de la benignidad y majestad de Dios. Por la mañana -dice el Profeta- me representaré a ti, y veré que tú no eres Dios, que quiere la maldad. Cuanto mejor entienden estas cosas los hombres, tanto veneran a Dios con culto y devoción más encendida, y experimentan con mayor regalo cuán suave es el Señor, y cuán verdaderamente son bienaventurados los que esperan en Él. Luego, ilustrados con aquella clarísima luz, contemplan cuánta sea su bajeza, Y cuánta sea la Majestad de Dios, según aquella regla de San Agustín: Conózcate, Señor, a ti, y conózcame a mí. De aquí se sigue que desconfiando de sus fuerzas, se entregan de todo a la benignidad de Dios, no dudando en manera ninguna, que abrazándolos con aquella, su paternal y maravillosa caridad, les ha de proveer con toda abundancia de cuánto necesiten, así para la vida temporal, como para la eterna. De aquí se vuelven a dar a Dios todas aquellas gracias que pueden concebir, y aciertan a explicar; como leemos lo hizo el gran David, quien habiendo empezado su oración de esta forma: Hazme salvo, Señor, de todos los que me persiguen; la acabó de este modo: Daré gracias al Señor conforme su justicia, y cantaré Salmos al nombre del Altísimo

Estas oraciones de los Santos son innumerables. Su principio está lleno de temor; pero el fin, de esperanza y alegría grande. Pero merece toda admiración, lo que en esta materia sobresalen las oraciones del mismo David. Porque habiendo empezado, perturbado de miedo, a orar de este modo: Muchos se levantan contra mí, muchos dicen a mi alma, no hay salud para ella en su Dios. De allí a poco, cobrando alimentos, y rebosando gozos, añadió: No temeré millares del pueblo que me cercan. Y en el Salmo siguiente, habiéndose lamentado de su miseria, a lo último, confiado en Dios, se alegra increíblemente con la esperanza de la eterna felicidad, diciendo: En paz y en uno dormiré y reposaré. ¿Y qué diremos de aquella: Señor, no me arguyas en tu favor, ni me castigues en tu saña? ¿Con cuánto temblor y palidez se habrá de creer que dijo esto el profeta? Pero al contrario ¿con cuánta confianza y alegría lo que luego le sigue: Apartaos de mí todos los obradores de maldad; porque ha oído el Señor la voz de mi llanto. Cuando temía también la ira y furor de Saúl, ¿con qué humildad y rendimiento no imploraba el Socorro de Dios? Señor, sálvame en tu nombre, y júzgame en tu virtud. Pero después confiado y alegre dice en el mismo Salmo: Y aquí Dios es el que me ayuda, y el Señor quien se encarga de mi alma. Y así el que se acoge a la oración, llegue a su Padre Dios armado de fe y esperanza, de suerte que en manera ninguna desconfíe poder lograr cuanto necesitare.

Muchas, como semillas de las razones y consideraciones que hemos propuesto, están encerradas en la última palabra de esta oración divina Amén. Esta voz hebrea fue muy repetida por nuestro Salvador; y el Espíritu Santo quiso que se retuviese en la Iglesia de Dios. Ella en suma viene a decir: Ten entendido que han sido oídas tus oraciones. Porque es como una respuesta de Dios, que despide con agrado al que ya con sus oraciones ha conseguido lo que pretendía. Este sentido está comprobado por la perpetua costumbre de la Iglesia de Dios; la cual no quiso que cuando se pronuncia el Pater Noster en el Sacrificio de la Misa, dijesen la voz Amén los Ministros que responden Sed libera nos a malo; sino que la reservó como propia para el mismo Sacerdote; quien como medianero entre Dios y los hombres, responde al pueblo, que ha alcanzado lo que pedía de su Majestad. 

No es este rito común de todas las oraciones, sino propio de la oración del Señor. Porque en las demás oraciones es acción de los ministros responder Amén; por cuanto en esas solo significa esa voz el consentimiento y deseo nuestro. Pero en ésta es respuesta de Dios, quien se ha dignado conceder lo que se pedía. 

De varios modos han interpretado muchos la palabra Amén. Los setenta intérpretes entendieron Hágase. Otros lo mismo que verdaderamente. Aquila dijo que fielmente. Pero poco importa que se explique de uno o de otro modo, con tal que entendamos que encierra a la virtud que ya dijimos, de ser respuesta del Sacerdote, que afirma haberse conseguido lo que se pedía. En este sentido la entiende el Apóstol, cuando dice en la Epístola a los de Corinto: Porque todas las promesas de Dios se han verificado en Cristo. Y así por el mismo decimos Amén a Dios para gloria nuestra. Es también esta voz acomodada para nosotros; por ser como confirmación de las peticiones que acabamos de hacer, y por despertar la atención de los que oran. Porque muchas veces sucede que distraídos los hombres en la oración, se divierten con varios pensamientos en cosas diversas; más con esta voz pedimos con gran fervor, que se haga todo; esto es que se conceda cuanto hemos pedido; o más bien entendiendo que ya lo hemos alcanzado, y sintiendo presente la virtud del auxilio de Dios, decimos a una con el Profeta: He aquí Dios me ayuda, y el Señor quien se encarga de mi alma. Y no tenemos por qué dudar de que se mueva Dios, así por el nombre de su Divino Hijo, como por la palabra, que con tanta frecuencia repitió, el que, como dice el Apóstol: Siempre fue oído por su reverencia. A quien sea honor y gloria en los siglos de los siglos. Amén. 

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