martes, 31 de diciembre de 2024

EL HOMOCARDENAL CUPICH ABRAZA EL ESPÍRITU DE SATANÁS

En ninguna época anterior al Vaticano II declaraciones como las de este canalla habrían sido consideradas otra cosa más que inconcebiblemente malvadas.


Este tipo sí que es un sinvergüenza.

Ya es bastante malo que este mariquita miserable socave el catolicismo a cada paso. Es un problema totalmente diferente cuando de repente inventa nuevas categorías y definiciones que no tienen cabida en absoluto en la historia de la Iglesia.

Recibir la Sagrada Comunión no es un acto cooperativo. Los comulgantes no están jugando al béisbol ni cargando un ataúd. Comulgan individualmente, y sólo comulgan porque han hecho una evaluación individual sobre si son dignos de recibir, y están dispuestos a hacerlo.

La idea de que una persona que se atreve a arrodillarse al comulgar “interrumpe el flujo de la procesión” o “llama la atención sobre sí misma” está sacada directamente del libro de jugadas de Satanás.

Sí, tomemos lo que la Iglesia siempre ha practicado y usado correctamente para significar la reverencia debida al acto extremadamente importante que está por realizarse, y estigmaticémoslo con la excusa de una cosa extraña, nueva, “comunitaria”, que nunca existió antes del Vaticano II.

Si no fuera “cardenal”, este sujeto merecería que los católicos reunidos le patearan su miserable trasero -por supuesto, como un bello acto “comunitario”-.

Este miserable canalla debe odiar tanto la Eucaristía, y la Iglesia, que nada le está prohibido, ni siquiera un discurso público destinado a condenar como señal de virtud el gesto más natural cuando se está delante del Milagro.

Nos arrodillamos en la Consagración. La gente se arrodilla espontáneamente ante un milagro. Los hombres se arrodillan al hacer una proposición de matrimonio. Se arrodillan cuando se les nombra caballeros. Nos arrodillamos -o solíamos hacerlo- ante un Emperador o Rey. Arrodillarse es el signo más evidente de respeto que tiene la civilización occidental, dentro o fuera de la Liturgia.

Pero incluso si todo Occidente no considerara que arrodillarse es un acto de respeto, el mero hecho de que la Iglesia siempre lo haya utilizado para significar un alto grado de devoción debería ser indicio suficiente de que arrodillarse debe fomentarse, no estigmatizarse.

¿Por qué, por qué hace esto este hombre? La respuesta es, de nuevo, obvia: ¡odia el catolicismo y te odia a ti! Su orgullo guía claramente sus acciones, y lo enmascara tras un barniz de falsa religiosidad.

En ninguna época anterior al Vaticano II declaraciones como las de este canalla habrían sido consideradas otra cosa que inconcebiblemente malvadas. Cupich no nació ayer, y debe saber un par de cosas sobre el catolicismo. Sabe mucho, mucho mejor que esto. Realmente no tiene excusas.

Satanás es fuerte con esto, y su servidor se permite preguntarse qué otras incursiones ha hecho Satanás en el alma oscura de este hombre, y si no hay esqueletos en su armario que inspiran su comportamiento en primer lugar; no es nada raro que estos odiadores del catolicismo tengan un gran problema con ser castos, o heterosexuales, o ambas cosas.

¿Soy tan, tan malo por pensar que este tipo es tan asombrosamente malo, y odia tanto a la Iglesia, porque Satanás ha corrompido su cuerpo y su mente? ¿Qué sacerdote honesto, orante, casto y heterosexual dice cosas que están en oposición frontal a lo que la Iglesia siempre ha creído?

Por favor, ni se te ocurra justificar al tipo, o minimizar su acto, diciendo que no ha prohibido formalmente arrodillarse para comulgar. Diablos, si lo hubiera hecho, pueden estar seguros de que el número de los que insisten en comulgar habría aumentado enormemente, y el lío que se arma cuando el primer maricón niega la comunión a semejante fiel habría sido divertido de ver. No, el canallita parece ser más listo que eso.

Lo que hace es tirar su piedra en el estanque y ver las ondas, pero sin correr el riesgo de que su acto de rebeldía provoque un gran revuelo contra sí mismo. En lo que a mí respecta, está totalmente equivocado, y no tendría ningún problema en que Cupich se diera un largo y profundo baño en el Tíber. Pero yo no represento a la generalidad de los católicos, que es la razón por la que el catolicismo está en el estado en que está y los Cupichs del mundo son nombrados “cardenales” y se les permite odiar a la Iglesia en voz alta.

Esto cambiará algún día, pero no será durante mi vida. Moriré sabiendo que personas como Cupich llevan un sombrero rojo y lo utilizan para socavar el catolicismo.

No importa. Tengo sesenta generaciones de católicos de mi lado, además de todos los mártires y santos.

Sigue haciendo lo que haces, pequeño canalla.

Pagarás -a menos que te arrepientas- indefectiblemente por todo.


Mundabor

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