3. Tercera revelación del Corazón de Jesús
Una nueva gracia, más importante aún que las precedentes, recibió la beata Margarita del Sagrado Corazón. Era durante la octava de Corpus, y estaba en adoración en la capilla del monasterio. Se sentía movida extraordinariamente a devolver a su Salvador amor por amor. Arrebatada y fuera de sí, vio a Jesús que le descubría su divino Corazón, y le decía:
“Mira este Corazón, que tanto ha amado a los hombres, hasta el extremo de anonadarse y consumirse para testificarles su amor. En pago de este sacrificio sólo recibo de la mayor parte de ellos ingratitudes, a causa de los desprecios, las irreverencias, los sacrilegios y la frialdad con que me tratan en este Sacramento de amor. Pero lo que me es aún más sensible, es que me traten así corazones que me están consagrados. Por esto te pido que el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, se consagre a celebrar una fiesta particular para honrar mi Corazón, desagraviándole públicamente, comulgando en dicho día para reparar los indignos tratamientos que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares. Yo te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le tributen este honor y trabajaren para que del mismo modo le honren los demás”.
- “Pero dulce Señor mío -le replicó Margarita toda confusa- ¿a quién os dirigís? ¿a una criatura tan ruin, a una pecadora tan miserable, que su indignidad será capaz de impedir el cumplimiento de vuestros designios?”
“¡Y qué! -le respondió el divino Maestro- ¿no sabes que me sirvo de los débiles para confundir a los fuertes, y que ordinariamente hago brillar mi poder con más esplendor sobre los pequeños y pobres de espíritu, para que nada se atribuyan a sí propios?”
- “Pues entonces -dijo la beata Margarita- dadme cómo pueda hacer lo que me mandáis”. Y Jesús añadió: “Dirígete a mi siervo (era éste el P. de la Colombiere, director de sor Margarita María, y religioso muy ejemplar de la Compañía de Jesús), y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar esta alegría a mi Corazón”.
Instruido de esta orden del divino Maestro, el santo religioso obedeció con fervor. El viernes después de la octava de Corpus (21 de Junio de 1675), se consagró enteramente como víctima de adoración y de reparación al Corazón adorable de Jesús. Persuadió a varias personas piadosas a hacer otro tanto, y a practicar fielmente las reglas trazadas por Nuestro Señor a sor Margarita María tocante a la frecuente Comunión, y especialmente la Comunión reparadora del primer viernes de cada mes, como también la del primer viernes que sigue a la octava de Corpus. Los efectos de esta santa práctica fueron maravillosos.
Séanlo también en adelante para nosotros y en nosotros. Sí, es preciso que para entrar en los misericordiosos designios de nuestro Salvador, sigamos también humilde y amorosamente los consejos que Él mismo se dignó dar a su bienaventurada Sierva.
Ante todo reanimemos nuestra fe y nuestro celo respecto a la divina Eucaristía, y pongamos mucho cuidado en evitar esas negligencias e irreverencias de que se queja Nuestro Señor. Permanezcamos en su presencia con profundísimo respeto siempre que esté expuesto en los altares, cuando oigamos la santa Misa o entremos en cualquier iglesia donde Él resida; adorémosle con amor humilde, y postrados a sus pies démosle, de lo íntimo de nuestro corazón, pública satisfacción de nuestras culpas, como expresamente lo tiene pedido.
Además de esto, comulguemos en adelante con más frecuencia y con mejores disposiciones que hasta aquí. “Me recibirás en la santa Comunión cuantas veces te lo permita la obediencia”. A nosotros, no menos que a la beata Margarita, van dirigidas estas palabras de Jesús. Su sacratísimo Corazón nos llama a todos a la sagrada Mesa.
¡Oh! ¿cuándo llegará el día en que todos escuchen esta voz y acudan a este llamamiento? En los designios de Jesús, como dice el Concilio de Trento repitiendo las palabras de Santo Tomás, San Agustín y San Ambrosio, “el Pan eucarístico es nuestro pan cotidiano; se le recibe todos los días como remedio de la enfermedad de cada día. Recibámosle, pues, todos los días, a fin de que todos los días nos aproveche. Pero vivamos de suerte que merezcamos recibirle diariamente”. Esta es la gran regla práctica de la Comunión; este el deseo de la Iglesia; este el clamor del Corazón de Jesús. Mostremos a nuestro Padre espiritual un alma tan francamente buena, tan sinceramente animada de buenos deseos y de celo por el servicio de Jesucristo, que pueda decirnos estas consoladoras palabras: “Ve, hijo mío, ve con toda confianza, y recibe, si es posible, cada día al Dios de tu corazón”. ¡Cuánto cambiaría la faz del mundo si muchas almas entrasen resueltamente en este camino de bendición, de amor, de fervor, de salud!
Finalmente, según el precepto de nuestro dulce Dueño, consagrémonos de una manera especial a la adoración reparadora el primer viernes de cada mes, y hagamos en él con espíritu de penitencia y humildad la Comunión que Jesús pide a todos los “discípulos de su sagrado Corazón”.
Sí, Jesús dulcísimo, celador de las almas, que encontráis vuestras delicias en estar entre los hijos de los hombres; verdadero Pan de vida, nuestras almas esperan saciarse con Vos. No las despidáis hambrientas, porque caerán desfallecidas en mitad de su camino. Venid a nuestro espíritu, y alumbradlo con vuestros resplandores; penetrad en nuestro corazón, y abrasadlo en el fuego de vuestro santo amor
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- “Pero dulce Señor mío -le replicó Margarita toda confusa- ¿a quién os dirigís? ¿a una criatura tan ruin, a una pecadora tan miserable, que su indignidad será capaz de impedir el cumplimiento de vuestros designios?”
“¡Y qué! -le respondió el divino Maestro- ¿no sabes que me sirvo de los débiles para confundir a los fuertes, y que ordinariamente hago brillar mi poder con más esplendor sobre los pequeños y pobres de espíritu, para que nada se atribuyan a sí propios?”
- “Pues entonces -dijo la beata Margarita- dadme cómo pueda hacer lo que me mandáis”. Y Jesús añadió: “Dirígete a mi siervo (era éste el P. de la Colombiere, director de sor Margarita María, y religioso muy ejemplar de la Compañía de Jesús), y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar esta alegría a mi Corazón”.
Instruido de esta orden del divino Maestro, el santo religioso obedeció con fervor. El viernes después de la octava de Corpus (21 de Junio de 1675), se consagró enteramente como víctima de adoración y de reparación al Corazón adorable de Jesús. Persuadió a varias personas piadosas a hacer otro tanto, y a practicar fielmente las reglas trazadas por Nuestro Señor a sor Margarita María tocante a la frecuente Comunión, y especialmente la Comunión reparadora del primer viernes de cada mes, como también la del primer viernes que sigue a la octava de Corpus. Los efectos de esta santa práctica fueron maravillosos.
Séanlo también en adelante para nosotros y en nosotros. Sí, es preciso que para entrar en los misericordiosos designios de nuestro Salvador, sigamos también humilde y amorosamente los consejos que Él mismo se dignó dar a su bienaventurada Sierva.
Ante todo reanimemos nuestra fe y nuestro celo respecto a la divina Eucaristía, y pongamos mucho cuidado en evitar esas negligencias e irreverencias de que se queja Nuestro Señor. Permanezcamos en su presencia con profundísimo respeto siempre que esté expuesto en los altares, cuando oigamos la santa Misa o entremos en cualquier iglesia donde Él resida; adorémosle con amor humilde, y postrados a sus pies démosle, de lo íntimo de nuestro corazón, pública satisfacción de nuestras culpas, como expresamente lo tiene pedido.
Además de esto, comulguemos en adelante con más frecuencia y con mejores disposiciones que hasta aquí. “Me recibirás en la santa Comunión cuantas veces te lo permita la obediencia”. A nosotros, no menos que a la beata Margarita, van dirigidas estas palabras de Jesús. Su sacratísimo Corazón nos llama a todos a la sagrada Mesa.
¡Oh! ¿cuándo llegará el día en que todos escuchen esta voz y acudan a este llamamiento? En los designios de Jesús, como dice el Concilio de Trento repitiendo las palabras de Santo Tomás, San Agustín y San Ambrosio, “el Pan eucarístico es nuestro pan cotidiano; se le recibe todos los días como remedio de la enfermedad de cada día. Recibámosle, pues, todos los días, a fin de que todos los días nos aproveche. Pero vivamos de suerte que merezcamos recibirle diariamente”. Esta es la gran regla práctica de la Comunión; este el deseo de la Iglesia; este el clamor del Corazón de Jesús. Mostremos a nuestro Padre espiritual un alma tan francamente buena, tan sinceramente animada de buenos deseos y de celo por el servicio de Jesucristo, que pueda decirnos estas consoladoras palabras: “Ve, hijo mío, ve con toda confianza, y recibe, si es posible, cada día al Dios de tu corazón”. ¡Cuánto cambiaría la faz del mundo si muchas almas entrasen resueltamente en este camino de bendición, de amor, de fervor, de salud!
Finalmente, según el precepto de nuestro dulce Dueño, consagrémonos de una manera especial a la adoración reparadora el primer viernes de cada mes, y hagamos en él con espíritu de penitencia y humildad la Comunión que Jesús pide a todos los “discípulos de su sagrado Corazón”.
Sí, Jesús dulcísimo, celador de las almas, que encontráis vuestras delicias en estar entre los hijos de los hombres; verdadero Pan de vida, nuestras almas esperan saciarse con Vos. No las despidáis hambrientas, porque caerán desfallecidas en mitad de su camino. Venid a nuestro espíritu, y alumbradlo con vuestros resplandores; penetrad en nuestro corazón, y abrasadlo en el fuego de vuestro santo amor
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