Por Monseñor De Segur (1862)
Se forma frecuentemente, a lo menos en Francia, una idea muy errada de los ministros protestantes; considerándolos como una especie de sacerdotes revestidos de un carácter sagrado y especial, que distinguiéndolos de los demás sectarios, les da sobre estos autoridad en materia de religión. Gracias a esta equivocación, que dichos ministros conocen y explotan, se suele poner en paralelo al protestantismo y sus ministros, con la Iglesia y sus sacerdotes. Pero la base de esa idea es radicalmente falsa y es bueno aclarar estas cosas.
¿Qué es un sacerdote?
Un sacerdote es un hombre consagrado a Dios exclusivamente, por medio del Sacramento del Orden que ha recibido; y este Sacramento le imprime, en nombre de Jesucristo, un carácter inviolable y santo; le da la potestad, al mismo tiempo que le impone el deber, de enseñar a los hombres, de celebrar el sacrificio de la Misa, de perdonar los pecados y de santificar al pueblo fiel.
Por este Sacramento, el sacerdote participa de la autoridad de Jesucristo sobre las almas. Por ese mismo Sacramento se hace sacerdote para siempre, tanto que siempre es y será sacerdote, aun cuando no quisiera serlo; de manera que el poder y la santidad de su ministerio, son absolutamente independientes de sus cualidades personales.
Veamos ahora lo que es un ministro protestante. Es difícil definirle, porque el ministro protestante, lo mismo que el protestantismo, es un Proteo, que siempre se desliza entre las manos, cuando se cree tenerle aprendido. Lo que respecto de él es verdad en París, no lo es en Londres; y si se llega a dar de él una buena definición en la capital de Inglaterra, esa definición resultará defectuosa en la capital de Prusia, y así sucesivamente.
Sin embargo, en medio de esa variedad de especies, queda el género; y este, visto en conjunto, ha sido definido por el conde de Maistre, en los siguientes términos: “Un pastor protestante es un señor vestido de negro, que los domingos dice en el púlpito ocurrencias decentes”.
Yo, con mayor severidad, diría que el ministro herético es un hombre, que se toma la culpable misión de atacar, en nombre del Evangelio, a la Iglesia de Jesucristo; y de propagar, o de conservar, el error entre los hombres.
Digo que él se toma esta misión, porque Dios no se la da. Dios ha enviado a los hombres los Apóstoles y los sucesores de los Apóstoles, que son los Pastores de la Iglesia Católica, con la cual está de continuo el mismo Dios. He aquí la misión divina, la única misión pastoral y evangélica. La imposición de manos, los nombramientos de los consistorios protestantes y los sueldos pagados por el gobierno, no pueden conferir un carácter religioso, ni pueden dar una misión divina. Nada reemplaza al Espíritu Santo, ni suple al Sacramento del Orden.
Digo además que el ministro protestante es culpable y muy culpable, porque él ataca la obra de Jesucristo, combate a la verdadera Fe e incurre en el anatema de San Pablo, lanzado contra todo hombre que predica una doctrina opuesta a la de la Iglesia. Quiéralo o no, esté o no esté en la buena fe, el ministro herético hace la obra del demonio, arrebatando a los cristianos la Fe, que es el fundamento de la salvación.
Las buenas cualidades que puedan tener los ministros protestantes, en nada cambian la cuestión; porque su oficio es el perverso, no su persona. Si tienen regularidad de conducta y talento, apreciemos su persona; mas no por eso su obra anticatólica, es menos detestable, ni menos digna de que toda alma cristiana la abomine. Los hombres superficiales confunden ordinariamente dos cosas: olvidan el fondo por la forma, el hombre les hace olvidar al hereje.
¿Sabéis en qué consiste realmente la fuerza, si alguna tienen, de los pastores protestantes? No está esa fuerza ni en sus palabras, ni en sus doctrinas, ni en sus virtudes; sino que por un instinto católico, en sí verdadero, pero ilógico en ellos, han conservado los protestantes a su pesar una autoridad visible, viva y elocuente en materia de religión. En esto se ve, como en todo, que en el protestantismo no hay nada vivo, sino lo que usurpa al Catolicismo. Pero es cosa deplorable ver algunas pobres almas, a veces buenas y honradas, entregadas a la dirección de hombres sin creencias fijas, que cambian a cada viento de doctrina, y que frecuentemente no creen en Nuestro Señor Jesucristo.
Se injuria al sacerdocio católico, comparándolo con los ministros de las sectas protestantes. Así como el protestantismo no es una religión, dígase lo que se quiera; tampoco sus ministros tienen la autoridad de Sacerdotes, por más que ellos hagan para darse aires de tales.
Me parece inútil hacer aquí un paralelo, entre los misioneros católicos y esos que se llaman misioneros protestantes. Todo el mundo conoce la nulidad religiosa de esas pretendidas misiones, que más se ocupan del comercio inglés del algodón y del opio, que de la gloria de Dios. Su principal resultado, bajo el punto de vista de la fe, es contrariar el celo de nuestros Apóstoles mártires.
Veamos ahora lo que es un ministro protestante. Es difícil definirle, porque el ministro protestante, lo mismo que el protestantismo, es un Proteo, que siempre se desliza entre las manos, cuando se cree tenerle aprendido. Lo que respecto de él es verdad en París, no lo es en Londres; y si se llega a dar de él una buena definición en la capital de Inglaterra, esa definición resultará defectuosa en la capital de Prusia, y así sucesivamente.
Sin embargo, en medio de esa variedad de especies, queda el género; y este, visto en conjunto, ha sido definido por el conde de Maistre, en los siguientes términos: “Un pastor protestante es un señor vestido de negro, que los domingos dice en el púlpito ocurrencias decentes”.
Yo, con mayor severidad, diría que el ministro herético es un hombre, que se toma la culpable misión de atacar, en nombre del Evangelio, a la Iglesia de Jesucristo; y de propagar, o de conservar, el error entre los hombres.
Digo que él se toma esta misión, porque Dios no se la da. Dios ha enviado a los hombres los Apóstoles y los sucesores de los Apóstoles, que son los Pastores de la Iglesia Católica, con la cual está de continuo el mismo Dios. He aquí la misión divina, la única misión pastoral y evangélica. La imposición de manos, los nombramientos de los consistorios protestantes y los sueldos pagados por el gobierno, no pueden conferir un carácter religioso, ni pueden dar una misión divina. Nada reemplaza al Espíritu Santo, ni suple al Sacramento del Orden.
Digo además que el ministro protestante es culpable y muy culpable, porque él ataca la obra de Jesucristo, combate a la verdadera Fe e incurre en el anatema de San Pablo, lanzado contra todo hombre que predica una doctrina opuesta a la de la Iglesia. Quiéralo o no, esté o no esté en la buena fe, el ministro herético hace la obra del demonio, arrebatando a los cristianos la Fe, que es el fundamento de la salvación.
Las buenas cualidades que puedan tener los ministros protestantes, en nada cambian la cuestión; porque su oficio es el perverso, no su persona. Si tienen regularidad de conducta y talento, apreciemos su persona; mas no por eso su obra anticatólica, es menos detestable, ni menos digna de que toda alma cristiana la abomine. Los hombres superficiales confunden ordinariamente dos cosas: olvidan el fondo por la forma, el hombre les hace olvidar al hereje.
¿Sabéis en qué consiste realmente la fuerza, si alguna tienen, de los pastores protestantes? No está esa fuerza ni en sus palabras, ni en sus doctrinas, ni en sus virtudes; sino que por un instinto católico, en sí verdadero, pero ilógico en ellos, han conservado los protestantes a su pesar una autoridad visible, viva y elocuente en materia de religión. En esto se ve, como en todo, que en el protestantismo no hay nada vivo, sino lo que usurpa al Catolicismo. Pero es cosa deplorable ver algunas pobres almas, a veces buenas y honradas, entregadas a la dirección de hombres sin creencias fijas, que cambian a cada viento de doctrina, y que frecuentemente no creen en Nuestro Señor Jesucristo.
Se injuria al sacerdocio católico, comparándolo con los ministros de las sectas protestantes. Así como el protestantismo no es una religión, dígase lo que se quiera; tampoco sus ministros tienen la autoridad de Sacerdotes, por más que ellos hagan para darse aires de tales.
Me parece inútil hacer aquí un paralelo, entre los misioneros católicos y esos que se llaman misioneros protestantes. Todo el mundo conoce la nulidad religiosa de esas pretendidas misiones, que más se ocupan del comercio inglés del algodón y del opio, que de la gloria de Dios. Su principal resultado, bajo el punto de vista de la fe, es contrariar el celo de nuestros Apóstoles mártires.
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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