Por Monseñor De Segur (1862)
Desafío a todos los protestantes pasados, presentes y futuros a que me demuestren, sin faltar a sus propios principios, que la Biblia es verdaderamente la palabra de Dios.
Para mí que soy católico, la cuestión está resuelta. Yo sé lo que es la Sagrada Escritura. La Iglesia de Dios, autoridad infalible y viva, que Jesucristo ha establecido sobre la tierra, para hacerme conocer y practicar la verdadera fe, me presenta los Libros Santos y me dice en nombre de Jesucristo: “Estos libros son escritos por los Profetas y los Apóstoles. Ellos no solamente son auténticos, esto es, que no solo son de los autores a quienes se atribuyen; sino que son inspirados, es decir, que están escritos con la asistencia del Espíritu Santo; y contienen verdaderamente la palabra de Dios”. Esto me dice la Iglesia; y yo, lógico en mi fe, digo y creo que la Biblia es la palabra de Dios.
Pero el protestante que rechaza la autoridad de la Iglesia, no puede discurrir así. Mudo se queda con la Biblia en la mano, cuando se le pregunta, porque cree lo que en ese libro se contiene.
Preguntémosle primero ¿si los libros de la Biblia son auténticos, y cómo sabe él que están escritos por los Profetas y Apóstoles cuyos nombres llevan?
Sobre este punto nacen cuestiones históricas, muy embrolladas y, muchas de ellas, insolubles para la simple ciencia humana. “Cada individuo -dice el profesor protestante Schoerer- es invitado aquí a fallar en materias sobre las cuales difieren los Doctores. El más sencillo de los fieles, antes de estar seguro de su fe, debe resolver cuestiones de autenticidad, de crítica y de historia ¡Qué base para la sólida fe de los fieles! ¡Qué regla para la masa del pueblo cristiano!” Nosotros, los católicos, no tenemos necesidad de entrar en ese laberinto; pues la Iglesia nos afirma la autenticidad de la Sagrada Escritura, recibida y trasmitida de siglo en siglo por la Tradición de la misma Iglesia.
Pero aun en la hipótesis imposible, de que un protestante, pudiera saber ciertamente que los Libros Santos son auténticos, esto es, que todos ellos están escritos por los Sagrados Autores a quienes se atribuyen; ¿cómo sabrá este protestante que esos libros, son verdaderamente inspirados, que no son libros como cualesquiera otros?
No es imposible que San Pablo, San Juan o San Mateo, hayan escrito una porción de cartas, y aun otros tratados de religión, que no fuesen inspirados. En este supuesto, sin el juicio infalible de la Iglesia, ¿cómo se distingue lo inspirado de lo no inspirado?
Si dice el protestante, que el Espíritu Santo asiste a todos los cristianos para hacer este discernimiento, yo le replicaré: ¿entonces cómo es que entre los mismos protestantes hay tan poco acuerdo sobre este punto? ¿cómo es que Lutero rechaza tal o cual libro que venera Calvino? Y ¿cómo los sectarios de hoy admiten libros que despreciaban sus mayores, por ejemplo el de Tobías, el de Ruth, el de Esther, la Epístola de Santiago, la de San Pablo a los hebreos etc.? Aun sobre los cuatro Evangelios, no hay concordia entre los protestantes; y actualmente sucede que uno de sus ministros sólo admite el Evangelio de San Mateo y otro sólo el de San Juan.
Si hay alguna cuestión fundamental, es esta de la certidumbre de la inspiración de los Libros Santos; y ella saldrá a cortar el paso a los protestantes, desde que ellos quieran raciocinar con arreglo a la lógica. He aquí un trance mortal, para el protestantismo.
Así es que muchos protestantes que quieren ser lógicos, viendo todo el edificio de su pretendida religión basado en tan dudoso cimiento, pierden poco a poco las creencias que les quedaban y caen en el racionalismo o en la indiferencia.
Concluyamos con una tercera reflexión. Aun suponiendo gratuitamente que un protestante pudiera llegar a tener certidumbre de la autenticidad y de la inspiración de la Biblia, ¿cómo sabrá él que la traducción de que hace uso, y de la cual él mismo distribuye ejemplares, es perfectamente fiel; o que por el contrario en esa traducción, cosa que frecuentemente sucede, no se da el sentir erróneo del traductor, en vez del sentido verdadero y no comprendido del original?
Sobre esto hay que notar dos cosas: la primera que pocas personas saben el hebreo, a lo menos lo necesario para traducirle; y la segunda, que se ignora cuál era la lengua en que algunos de los libros santos fueron originalmente escritos.
Lo repito, para nosotros los católicos, ninguna de estas es dificultad, porque tenemos a la Iglesia que nos las ha resuelto; pero a los pobres protestantes, no sabiendo cómo salir del paso, no les quedan más que dos callejuelas, o abandonar la partida, no ocupándose más de Biblia, de fe ni de religión; o entregarse a largos y pesados estudios, en que careciendo de guía, llegan en fin por la senda de la duda a la negación de toda verdad. Esto es si quieren ser consecuentes a su falso principio del libre examen. Si no, echándole a un lado, creen en la inspiración de la Biblia, que el protestantismo es impotente para demostrarles, nada más que por la Tradición Católica. Estos tales, cuyo número es grande, en cierto modo y hasta cierto punto, son católicos sin saberlo.
Cada vez que un protestante apela a la autoridad de la Biblia, invoca a su pesar la autoridad de la Santa Iglesia Católica, porque sin el infalible testimonio de esta Iglesia, es imposible demostrar la inspiración divina de la Escritura. Evangelium non crederem, decía San Agustín en el siglo IV, nisi me commoveret Ecclesiae Catholicae auctoritas. Yo no creería en los Evangelios, si no me obligase a ello la autoridad de la Iglesia Católica.
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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