viernes, 1 de noviembre de 2024

EL DECRETO CONCILIAR "UNITATIS REDINTEGRATIO" Y EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA (2)

Análisis del Decreto Unitatis Redintegratio del “concilio ecuménico Vaticano II” del 21 de Noviembre de 1964 y su comparación con la verdadera enseñanza de la Iglesia Católica.

Por el Ing. Mateo Roberto Gorostiaga

CAPITULO I

(Primera parte)

A.- PRINCIPIOS CATÓLICOS SOBRE EL ECUMENISMO

Unidad y unicidad de la Iglesia

U.R 2. La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que el Hijo unigénito de Dios fue enviado al mundo por el Padre, para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención y lo redujera a la unidad (cfr. 1 Jn. 4, 9; Col. 1, 18-20; Jn. 11, 52). Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado (Jn. 17, 21), e instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia. Impuso a sus discípulos el mandato nuevo del amor mutuo (cfr. Jn. 13, 34) y les prometió el Espíritu Paráclito (cfr. Jn. 16, 7), que permanecería eternamente con ellos como Señor y vivificador.

Pío XI en Mortalium Ánimos:

[Otro error -La unión de todos los cristianos- Argumentos falaces). 3. Pero algunos se engañan más fácilmente por la apariencia externa de bien cuando existe la cuestión de fomentar la unidad entre todos los cristianos. 

4. ¿No es correcto -a menudo se repite, de hecho, incluso en consonancia con el deber- que todos los que invocan el nombre de Cristo deben abstenerse de los reproches mutuos y, por fin, estar unidos en la caridad mutua? ¿Quién se atrevería a decir que ama a Cristo, a menos que trabaje con todas sus fuerzas para llevar a cabo los deseos de Él, que le pidió a su Padre que sus discípulos pudieran ser “uno”? [Juan XVII, 21]. Y no hicieron lo mismo los discípulos de Cristo que debían distinguirse de los demás por esta característica, es decir, que se amaron unos a otros: “Por esto todos los hombres sabrán que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros”? [Juan XIII, 35]. Todos los cristianos, agregan, debe ser como “uno”: porque entonces serían mucho más poderosos para expulsar a la plaga de la irreligión, que como una serpiente cada día se arrastra más y se extiende más ampliamente, y se prepara para robarle al Evangelio su fuerza.

[Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo]. Estas y otras cosas de la clase de hombres que se conocen como pan-cristianos se repiten y amplifican continuamente; y estos hombres, lejos de ser bastante pocos y dispersos, han aumentado a las dimensiones de toda una clase y se han agrupado en sociedades muy extendidas, la mayoría de las cuales están dirigidas por no católicos, aunque están imbuidos de diversas doctrinas relacionadas con las cosas de la fe.

[La verdadera norma de esta materia] 5. Amonestados, por lo tanto, por la conciencia de nuestro oficio apostólico de que no debemos permitir que el rebaño del Señor sea engañado por peligrosas falacias, invocamos, venerados hermanos, su celo por evitar este mal; Porque confiamos en que, con los escritos y las palabras de cada uno de ustedes, la gente podrá conocer y comprender más fácilmente los principios y argumentos que estamos a punto de exponer, y de los cuales los católicos aprenderán cómo deben pensar y actuar. Cuando se trata de aquellas empresas que tienen por finalidad poner fin a la unión en un cuerpo, cualquiera sea la manera, de todos los que se llaman a sí mismos, cristianos.

[Sólo una Religión puede ser verdadera: la revelada por Dios] 6. Fuimos creados por Dios, el Creador del universo, para que podamos conocerlo y servirle. Nuestro Autor, por lo tanto, tiene perfecto derecho a nuestro servicio. De hecho, Dios podría haber prescrito para el gobierno del hombre solo la ley natural, que, en su creación, imprimió en su alma, y ​​ha regulado el progreso de esa misma ley por medio de su providencia ordinaria; pero prefirió imponer preceptos, que debíamos obedecer, y en el transcurso del tiempo, es decir, desde los inicios de la raza humana hasta la venida y la predicación de Jesucristo, Él mismo enseñó al hombre los deberes que una criatura racional debe cumplir con su Creador: “Dios, que en diversos momentos y de maneras diversas, habló en tiempos pasados ​​a los padres por los profetas, por último, en estos días, nos ha hablado por su Hijo” (Hebr. I, 1-2). De lo que sigue que no puede haber una verdadera religión que no sea la que se basa en la palabra revelada de Dios: revelación que, comenzada desde el principio y continuada bajo la Antigua Ley, Cristo Jesús mismo bajo la Nueva Ley perfeccionada. Ahora, si Dios ha hablado (y es históricamente cierto que realmente ha hablado), todos deben ver que es deber del hombre creer absolutamente en la revelación de Dios y obedecer implícitamente sus mandatos; para que pudiéramos hacer ambas cosas correctamente, para la gloria de Dios y nuestra propia salvación, el Hijo Unigénito de Dios fundó Su Iglesia en la tierra.


U.R. 2. Una vez que el Señor Jesús fue exaltado en la cruz y glorificado, derramó el Espíritu que había prometido, por el cual llamó y congregó en unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad al Pueblo del Nuevo Testamento, que es la Iglesia, como enseña el Apóstol: “Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como habéis sido llamados en una esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef. 4, 4-5). Puesto que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo..., porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3, 27-28). El Espíritu Santo que habita en los creyentes, y llena y gobierna toda la Iglesia efectúa esa admirable unión de los fieles y los consagra tan íntimamente a todos en Cristo, que el mismo es el principio de la unidad de la Iglesia. El realiza las divisiones de las gracias y de los ministerios (cfr. 1 Cor. 12, 4-11), enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo con la variedad de dones “para la perfección consumada de los santos en orden a la obra del ministerio y a la edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef. 4, 12).

León XIII en Satis Cognitum:

[Creer toda la doctrina de Cristo] 13. Jesucristo prueba, por la virtud de sus milagros, su divinidad y su misión divina; habla al pueblo para instruirle en las cosas del cielo y exige absolutamente que se presente entera Fe a a sus enseñanzas; lo exige bajo la sanción de recompensas o penas eternas. “Si no hago las obras de mi padre no me creáis” (Juan 10, 37). “Si no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado” (Juan 15, 24). “Pero si yo hago esas obras y no queréis creer en mí, creed en mis obras” (Juan 10, 38). Todo lo que ordena, lo ordena con la misma autoridad; en el asentimiento de espíritu que exige, no exceptúa nada, nada distingue. Aquellos, pues, que escuchaban a Jesús, si querían salvarse, tenían el deber, no solamente de aceptar en general toda su doctrina, sino de asentir plenamente a cada una de las cosas que enseñaba. Negarse a creer, aunque sólo fuera en un punto, a Dios cuando habla, es contrario a la razón.

14. Al punto de volverse al cielo, envía a sus Apóstoles revistiéndolos del mismo poder con el que el Padre le enviara, les ordenó que esparcieran y sembraran por todo el mundo su doctrina. “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id y enseñad a todas las naciones... enseñadlas a observar todo lo que os he mandado” (Mat. 28, 18-20). Todos los que obedezcan a los Apóstoles serán salvos, y los que no obedezcan perecerán.
“Quien crea y se bautice será salvo; quien no crea será condenado” (Mc. 16, 16) [...].

[Aceptar la doctrina de los Apóstoles] Además, ordenó aceptar religiosamente y observar santamente la doctrina de los Apóstoles como la suya propia. Quien os escucha me escucha, y quien os desprecia me desprecia (Luc. 10, 16). (...)

... No era, pues, permitido repudiar un solo precepto de la doctrina de los Apóstoles, sin rechazar en aquel punto la doctrina del mismo Jesucristo [...].

Donde ponían el pie se presentaban como los enviados de Jesús. “Es por El (Jesucristo), por quien hemos recibido la gracia y el apostolado para hacer que obedezcan a la fe todas las naciones en honor de su nombre” (Rom. 1. 5).

Pío XII, en Mystici Corporis de 29-VI-1943:

22. Así como en la verdadera comunidad cristiana hay un solo Cuerpo, un solo Espíritu, un solo Señor y un solo Bautismo, así también puede haber una sola fe (cf. Ef. 4, 5); por lo tanto, si alguno rehúsa oír a la Iglesia, sea considerado, como manda el Señor, como pagano y publicano (ef. Mt. 18, 17]. De ello se deduce que los que están divididos en la fe o en el gobierno no pueden vivir en la unidad de tal Cuerpo, ni pueden vivir la vida de su único Espíritu Divino (D. 2286).

57. A este Espíritu de Cristo, también, como a un principio invisible, debe atribuirse el hecho de que todas las partes del Cuerpo están unidas unas con otras y con su Cabeza exaltada; porque Él es íntegro en la Cabeza, íntegro en el Cuerpo y íntegro en cada uno de los miembros. En los miembros está presente y los asiste en proporción a sus diversos deberes y oficios, y al mayor o menor grado de salud espiritual que gocen. Él es quien por su gracia celestial es el principio de todo acto sobrenatural en todas las partes del Cuerpo. Es Él quien estando personalmente presente y divinamente activo en todos los miembros, sin embargo en los miembros inferiores actúa también por el ministerio de los miembros superiores. Finalmente, mientras por Su gracia Él provee para el crecimiento continuo de la Iglesia, Sin embargo, se niega a morar por medio de la gracia santificante en aquellos miembros que están completamente separados del Cuerpo (D.2288).


U.R. 2. Para el establecimiento de esta Iglesia en todas partes y hasta el fin de los tiempos, confió Jesucristo al Colegio de los doce el oficio de enseñar, de regir y de santificar (cfr. Mt. 28, 18-20; Jn. 20, 21-23). De entre ellos destacó a Pedro, sobre el cual determinó edificar su Iglesia, después de exigirle la profesión de fe; a él prometió las llaves del reino de los ciclos (cfr. Mt. 16, 28; Mt. 18,18), y previa la manifestación de su amor, le confió todas las ovejas, para que las confirmara en la fe (cfr. Le. 22, 32) y las apacentara en la perfecta unidad (cfr. Jn. 21, 15-18), reservándose Jesucristo el ser El mismo para siempre la piedra fundamental (cfr. Ef. 2, 20) y el pastor de nuestras almas (cfr. 1 Ped. 2, 25).

El Concilio Vaticano I (bajo Pío IX) en Pastor Aeternus de 18-VII-1870:

[Contra los herejes y cismáticos] Capítulo 1: Enseñamos, pues, y declaramos que, según los testimonios del Evangelio, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor... Y sólo a Simón Pedro confirmó después de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supremo sobre todo su rebaño, diciendo: “Apacienta mis corderos”. “Apacienta mis ovejas” (Ioh. 21, 15 ss.).

A esta enseñanza tan manifiesta de las Sagradas Escrituras, como siempre ha sido entendido por la Iglesia Católica, se oponen abiertamente las opiniones distorsionadas de quienes ... niegan que solamente Pedro, en preferencia al resto de los apóstoles, tomados singular o colectivamente, fue dotado por Cristo con un verdadero y propio primado de jurisdicción (D.1822).

León XIII en Satis Cognitum:

[No basta reconocer a Cristo como Jefe] 25. ¿Y cuál es el poder soberano a que todos los cristianos deben obedecer y cuál es su naturaleza? Sólo puede determinarse comprobando y conociendo bien la voluntad de Cristo acerca de este punto. Seguramente Cristo es el Rey eterno, y eternamente, desde lo alto del cielo, continúa dirigiendo y protegiendo invisiblemente su reino; pero como ha querido que este reino fuera visible, ha debido designar a alguien que ocupe su lugar en la tierra después que él mismo subió a los cielos ... y quiere por una imagen muy apropiada que se llame Pedro, porque es la piedra sobre la que debía fundar su Iglesia (San Cirilo Alej., In evang. Ioann. II c.l v.42.).

[Pedro, cimiento de la Iglesia] 26. Según este oráculo, es evidente que, por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el bienaventurado Pedro, como el edificio sobre los cimientos. Y pues la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad y solidez de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba.

38. Estas consideraciones hacen que se comprenda el plan y el designio de Dios en la constitución de la sociedad cristiana. Este plan es el siguiente: el Autor divino de la Iglesia, al decretar dar a ésta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro y a sus sucesores para establecer en ellos el principio y como el centro de la unidad ... 

39. Pero el orden de los obispos no puede ser mirado como verdaderamente unido a Pedro, de la manera que Cristo lo ha querido, sino en cuanto está sometido y obedece a Pedro; sin esto, se dispersa necesariamente en una multitud en la que reinan la confusión y el desorden. Para conservar la unidad de fe y comunión, no bastan ni una primacía de honor ni un poder de dirección; es necesaria una autoridad verdadera y al mismo tiempo soberana, a la que obedezca toda la comunidad ... 

40. De aquí nacen entre los antiguos Padres estas expresiones que designan aparte al bienaventurado Pedro, y que le muestran evidentemente colocado en un grado supremo de la dignidad y del poder. Le llaman con frecuencia “jefe de la Asamblea de los discípulos; príncipe de los santos apóstoles; corifeo del coro apostólico; boca de todos los apóstoles; jefe de esta familia; aquel que manda al mundo entero; el primero entre los apóstoles; columna de la Iglesia” (D.1960).

41. Sería apartarse de la verdad y contradecir abiertamente a la constitución divina de la Iglesia pretender que cada uno de los obispos, considerados aisladamente, debe estar sometido a la jurisdicción de los Pontífices romanos; pero que todos los obispos, considerados en conjunto, no deben estarlo ... 

42. Este poder de que hablamos sobre el colegio mismo de los obispos, poder que las Sagradas Letras denuncian tan abiertamente, no ha cesado la Iglesia de reconocerlo y atestiguarlo.... Por esto, el decreto del concilio Vaticano I que definió la naturaleza y el alcance de la primacía del Pontífice romano no introdujo ninguna opinión nueva, pues sólo afirmó la antigua y constante fe de todos los siglos (D.1961).


U.R. 2. Jesucristo quiere que su pueblo se desarrolle por medio de la fiel predicación del Evangelio, y la administración de los sacramentos, y por el gobierno en el amor, efectuado todo ello por los apóstoles y sus sucesores, es decir, por los obispos con su cabeza, el sucesor de Pedro, obrando el Espíritu Santo; y realiza su comunión en la unidad, en la profesión de una sola fe, en la común celebración del culto divino, y en la concordia fraterna de la familia de Dios.

León XIII (Satis Cognitum):

[Pedro independiente, los Apóstoles dependientes] 37. Por esto hay necesidad de hacer aquí una advertencia importante. Nada ha sido conferido a los Apóstoles independientemente de Pedro; muchas cosas han sido conferidas a Pedro aislada e independientemente de los Apóstoles. San Juan Crisóstomo, explicando las palabras de Jesucristo que refiere San Juan (Juan 21, 15: “Cuando hubieron comido, dijo Jesús a Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”), se pregunta por qué dejando a un lado a los otros se dirige Cristo a Pedro, y responde formalmente: Porque era el principal entre los Apóstoles, como la boca de los demás discípulos y el jefe del cuerpo apostólico (S. Crisóst. Hom. 88 in Joan, 1. P.G. 59, 478). Sólo él, en efecto, fue designado por Cristo para fundamento de la Iglesia. A él le fue dado todo el poder de atar y de desatar; a él solo confió el poder de apacentar el rebaño. Al contrario, todo lo que los Apóstoles han recibido en lo que se refiere a funciones y autoridad, lo han recibido conjuntamente con Pedro. Si la divina Bondad ha querido que los otros príncipes de la Iglesia tengan alguna cosa en común con Pedro, lo que no ha rehusado a los demás, no se les ha dado jamás sino por El (S. León M. Serm. IV, c. 2. P.L 54, 150). El solo ha recibido muchas cosas, pero nada se ha concedido a ninguno sin su participación (S. León M. Serm. IV, c. 2. P.L 54, 150).

Por dónde se ve claramente que los Obispos perderían el derecho y el poder de gobernar si se separasen de Pedro o de sus sucesores. Por esta separación se arrancan ellos mismos del fundamento sobre el que debe sustentarse todo edificio y se colocan fuera del mismo edificio; por la misma razón quedan excluidos del rebaño que gobierna el Pastor supremo y desterrados del reino cuyas llaves ha dado Dios a Pedro solamente.

[Unidad de fe, gobierno y comunión] 38. Estas consideraciones hacen que se comprenda el plan y el designio de Dios en la constitución de la sociedad cristiana. Este plan es el siguiente: el Autor divino de la Iglesia al decretar dar a esta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro y a sus sucesores para establecer en ellos el principio y como el cetro de la unidad. Por esto escribe San Cipriano: hay, para llegar a la fe, una demostración fácil que resume la verdad. El Señor se dirige a Pedro en estos términos: “Te digo que eres Pedro”... Es, pues, sobre uno sobre quien edifica la Iglesia. Y aunque después de su Resurrección confiere a todos los Apóstoles un poder igual, y les dice: “Como mi Padre me envió...” no obstante, para poner a la unidad en plena luz, coloca en uno solo, por su autoridad, el origen y el punto de partida de esta misma unidad (S. Cipr. De unitate Eccl. n. 4. P.L 4, 498.)

Y San Optato de Mileve escribe: Tú sabes muy bien, no puedes negarlo, que es a Pedro, el primero a quien ha sido conferida la Cátedra episcopal en la ciudad de Roma; es en la que está sentado el jefe de los Apóstoles, Pedro, que por esto ha sido llamado Cefas. En esta Cátedra única es en la que todos debían guardar la unidad, a fin de que los demás Apóstoles no pudiesen atribuírsela cada uno en su Sede, y que fuera en adelante cismático y prevaricador quien elevara otra Cátedra contra esta Cátedra única (De Schism. Donat. lib. II, 2. P.L 11.947).

Pío XII en Mystici Corporis:

42. En consecuencia, los obispos... cada uno como verdadero pastor apacienta la grey que le ha sido encomendada y la gobierna en el nombre de Cristo (Conc. Val. I, D. 1828). Sin embargo, en el ejercicio de este oficio no son del todo independientes, sino que están subordinados a la autoridad legítima del Romano Pontífice, aunque gozan del poder ordinario de jurisdicción que reciben directamente del mismo Sumo Pontífice (D.2287).


U.R. 2. Así, la Iglesia único rebaño de Dios, como un lábaro alzado ante todos los pueblos (cfr. Is. 11, 10-12), comunicando el Evangelio de la paz a todo el género humano (cfr. Ef. 2, 17-18; Me. 16, 15), (cfr. 1 Ped. 1, 3-9). peregrina llena de esperanza hacia la patria celestial.

León XIII (Satis Cognitum):

[Unidad de los miembros con la cabeza y entre sí] 9.  La Iglesia de Cristo es, pues, única y además, perpetua: “quien se separa de ella, se aparta de la voluntad y de la orden de Jesucristo Nuestro Señor, deja el camino de salvación y corre a su pérdida” (S. Cipr. De Calh. Eccl. Onil. 6. P.L 4, 503).

10. Pero aquel que ha instituido la Iglesia única, la ha instituido una; es decir, de tal naturaleza, que todos los que debían ser sus miembros habían de estar unidos por los vínculos de una sociedad estrechísima, hasta el punto de formar un solo pueblo, un solo reino, un solo cuerpo. “Sed un solo cuerpo y un solo espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza en vuestra vocación” (Efes. 4, 4).

En vísperas de su muerte, Jesucristo sancionó y consagró del modo más augusto su voluntad acerca de este punto en la oración que dirigió a su Padre: No ruego por ellos solamente, sino por aquéllos que por su palabra creerán en mí... a fin de que ellos también sean una sola cosa en nosotros... a fin de que sean consumados en la unidad (Juan 17, 20, 22-23) Y quiso también que el vínculo de la unidad entre sus discípulos fuese tan íntimo y perfecto que imitase en algún modo a su propia unión con su Padre: os pido... que sean todos una misma cosa, como vos, mi Padre, estáis en mí y yo en vos (Juan 17. 21)


U.R. 2 Este es el sagrado misterio de la unidad de la Iglesia en Cristo y por medio de Cristo, comunicando el Espíritu Santo la variedad de sus dones. El modelo supremo y el principio de este misterio es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pío IX, Concilio Vaticano de 1869-1870:

Proemio: El eterno Pastor y guardián de nuestras almas ... suplicó a su Padre, no sólo por los apóstoles sino también por aquellos que creerían en Él a través de su palabra, que todos ellos sean uno como el mismo Hijo y el Padre son uno ... Así entonces, como mandó a los apóstoles, que había elegido del mundo, tal como Él mismo había sido enviado por el Padre, de la misma manera quiso que en su Iglesia hubieran pastores y maestros hasta la consumación de los siglos.

Así, para que el oficio episcopal fuese uno y sin división y para que, por la unión del clero, toda la multitud de creyentes se mantuviese en la unidad de la fe y de la comunión, colocó al bienaventurado Pedro sobre los demás apóstoles e instituyó en él el fundamento visible y el principio perpetuo de ambas unidades, sobre cuya fortaleza se construyera un templo eterno, y la altura de la Iglesia, que habría de alcanzar el cielo, se levantara sobre la firmeza de esta fe.

Y ya que las puertas del infierno, para derribar, si fuera posible, a la Iglesia, se levantan por doquier contra su fundamento divinamente dispuesto con un odio que crece día a día, juzgamos necesario, con la aprobación del Sagrado Concilio, y para la protección, defensa y crecimiento del rebaño católico, proponer para ser creída y sostenida por todos los fieles, según la antigua y constante fe de la Iglesia Universal, la doctrina acerca de la institución, perpetuidad y naturaleza del sagrado primado apostólico, del cual depende la fortaleza y solidez de la Iglesia toda; y proscribir y condenar los errores contrarios, tan dañinos para el rebaño del Señor.

Capítulo 2: Aquello que Cristo el Señor, príncipe de los pastores y gran pastor de las ovejas, instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro, para la perpetua salvación y perenne bien de la Iglesia, debe por necesidad permanecer para siempre, por obra del mismo Señor, en la Iglesia que, fundada sobre piedra, se mantendrá firme hasta el fin de los tiempos.

“Para nadie puede estar en duda, y ciertamente ha sido conocido en todos los siglos, que el santo y muy bienaventurado Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia Católica, recibió las llaves del reino de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor del género humano, y que hasta este día y para siempre Él vive”, preside y “juzga en sus sucesores” (cf. Concilio de Efeso, v. 112), los obispos de la Santa Sede Romana, fundada por él mismo y consagrada con su sangre.

Por lo tanto todo el que sucede a Pedro en esta cátedra obtiene, por la institución del mismo Cristo, el primado de Pedro sobre toda la Iglesia. “De esta manera permanece firme la disposición de la verdad, el bienaventurado Pedro persevera en la fortaleza de piedra que le fue concedida y no abandona el timón de la Iglesia que una vez recibió” (San León M. Sermo 3 de natali ipsius 3 (P.L. 16, 946 A)

Por esta razón siempre ha sido “necesario para toda Iglesia -es decir para los fieles de todo el mundo- estar de acuerdo con la Iglesia Romana debido a su más poderosa principalidad” (San Ireneaus, adv. haer. 3, 3 (P.G. 7, 849 A), para que en aquella sede, de la cual fluyen a todos “los derechos de la venerable comunión” (S. Ambrosius, Epist. 11; 4 (P.L. 16, 946 A), estén unidos, como los miembros a la cabeza, en la trabazón de un mismo cuerpo (D.1824).

Continúa...



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