domingo, 10 de noviembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - DEL MODO QUE SE REQUIERE EN LA ORACION

Así enseñarán los Párrocos al pueblo fiel, cual es el mejor modo de pedir y orar, así privada como públicamente.


CUARTA PARTE

DEL CATECISMO ROMANO

CAPITULO VIII

DEL MODO QUE SE REQUIERE EN LA ORACION

Más importa muchísimo hacer debidamente las oraciones sagradas. Porque aunque la oración es un bien muy provechoso, con todo eso de nada sirve si no se hace como se debe; pues muchas veces pedimos, y no recibimos, como dice Santiago, porque pedimos mal. Y así enseñarán los Párrocos al pueblo fiel, cual sea el mejor modo de pedir y orar, así privada como públicamente. Y estas reglas de la oración cristiana están enseñadas por la doctrina de Cristo Señor nuestro. 

Se ha de orar pues en espíritu y verdad. Porque tales los quiere el padre celestial, que le adoren en espíritu y verdad. Ora de esta manera el que hace su oración con íntimo y ardiente afecto del alma. Y no excluimos a la oración vocal de este modo espiritual de pedir. Pero con todo eso nos parece que de justicia se debe la primacía a la oración que nace de un corazón fervoroso; que es la que oye Dios, a quien están patentes los pensamientos ocultos de los hombres, aunque no se pronuncien con la boca. Oyó los ruegos íntimos de aquella Ana que fue Madre de Samuel, de la cual leemos que oró llorando, y no moviendo sino los labios. De este modo oró David; porque dice: A ti habló mi corazón, mi rostro te buscó con diligencia. A cada paso se hallan ejemplos semejantes en las Sagradas Letras. 

Pero también la oración vocal es por sí misma útil y necesaria. Porque enciende los deseos del alma y aviva la devoción del que ora; como lo escribió San Agustín por estas palabras: Algunas veces para acrecentar los santos deseos, nos excitamos con mayor vehemencia a nosotros mismos con palabras, y con otras señales. Otras veces también en fuerza de algún afecto vivo de devoción y piedad, nos vemos obligados a manifestar con palabras nuestros sentimientos. Porque saltando el alma de placer, justo es que también salte la lengua. Y verdaderamente es muy debido ofrecer el sacrificio cabal del alma y cuerpo; pues de este modo de orar usaron los Apóstoles, como se echa de ver por sus Hechos, y por las Epístolas de San Pablo en muchos lugares. 

Más porque hay dos maneras de orar, una privada, y otra pública; en la oración privada nos valemos de la pronunciación, para que ayude al afecto interior y a la piedad. Pero en la pública, como fue instituida para despertar la devoción del pueblo fiel, no se puede en manera ninguna omitir el oficio de la lengua a ciertos y señalados tiempos. 

Esta costumbre de orar en espíritu, propia de cristianos, en manera ninguna la observan los infieles, de quien nos dice así Cristo nuestro Señor: Cuando oráis no queráis hablar mucho, como hacen los gentiles, que piensan que son oídos por su mucho hablar. No querais pues asemejaros a ellos; porque vuestro Padre celestial sabe lo que habéis menester, antes que lo pidáis. Pero aunque prohíbe el Señor el mucho hablar, con todo eso tan lejos está de reprobar aquellas oraciones prolongadas, que nacen de un vehemente y continuado fervor de espíritu, que antes bien nos exhorta con su ejemplo a este modo de orar: pues no solo gastaba en oración las noches enteras, sino que por tres veces repitió la misma. Solo pues se ha de asentar, en que nada se alcanza de Dios con el vano sonido de las voces. 

Tampoco oran en verdad los hipócritas: de cuyo modo de orar nos aparta Cristo Señor nuestro con estas palabras: Cuando hicieres oración, no seáis como los hipócritas, que quieren orar en las sinagogas, y en los cantones de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo: recibieron su galardón. Más tú cuando hubieres de orar, entra en tu retrete, y cerrada la puerta, haz oración a tu Padre escondido; y tu Padre que te ve en escondido, te dará el galardón. Este retiro que se menciona aquí, puede entenderse del corazón del hombre. Y no basta recogerse en él, sino que además de esto es menester que se cierre, para que nada de afuera se introduzca o influya en el alma, que pueda manchar la pureza de su oración. Porque entonces el Padre celestial, que señaladamente mira los corazones y ocultos pensamientos, nos concede lo que pedimos. 

Además de esto requiere la oración perseverancia. Porque es tan poderosa, como lo mostró el hijo de Dios por el ejemplo de aquel juez, que aunque ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres, sin embargo vencido por la importunación y diligencia de una viuda, le otorgó lo que pedía. Y así se han de hacer de continuo oraciones a Dios, y no imitar a aquellos que en habiendo pedido una y otra vez, si no les dan lo que piden, se cansan de la oración. Porque en este ejercicio no debe haber cansancio, como nos lo enseña la autoridad de Cristo Señor nuestro, y del Apóstol. Y Si alguna vez llega a desfallecer la voluntad, pedir a Dios con muchos ruegos la virtud de la perseverancia. 

Quiere también el Hijo de Dios, que nuestras oraciones lleguen en su nombre al Padre: pues el mérito y gracia de este Medianero les dan tanto valor y virtud, que son oídas por el Padre celestial. Porque el mismo Señor nos dice por San Juan: En verdad, en verdad os digo: Si pidieres al Padre alguna cosa en mi nombre, os será dada. Hasta ahora no pedisteis cosa en mi nombre: pedid y recibiréis: para que vuestro gozo sea cumplido. Y en otra parte: Todo cuánto pidieres al Padre en mi nombre, lo haré

Imitemos aquel fervor ardiente con que hacían los Santos oración: y juntemos con la petición el hacimiento de gracias a ejemplo de los Apóstoles, los que guardaron siempre esta costumbre, como se puede ver en San Pablo. 

Pero juntemos con la oración el ayuno y la limosna. El ayuno ciertamente está muy hermanado con la oración. Porque los dos están cargados de comida y bebida, tienen el entendimiento tan embotado, que ni pueden mirar a Dios, ni pensar siquiera qué quiere decir oración. Síguese la limosna: que también ésta tiene estrecha amistad con la oración. Porque ¿quién osará decir que hay caridad en él, si pudiendo, no socorre benignamente a su prójimo y hermano, que vive de la misericordia ajena? ¿O con qué cara pedirá el socorro de Dios quien no tiene rastro de Caridad? Si no es que venga a pedir a su Majestad perdón de sus pecados, y al mismo tiempo pida rendidamente que le dé caridad. Por esto fue disposición de Dios que hubiese tres remedios para la salud de los hombres. Porque cuando pecamos, ó agraviamos a Dios, ó injuriamos al prójimo, ó nos dañamos a nosotros mismos, con las sagradas oraciones aplicamos a Dios, con la limosna redimimos las ofensas de los prójimos, y con el ayuno lavamos las manchas de nosotros mismos. Y aunque cada cosa de estas es provechosa contra toda suerte de pecados; sin embargo es remedio específico contra cada uno de los pecados que habemos dicho. 



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