jueves, 12 de diciembre de 2024

MARTA ROBIN ¿SE PUEDE REHABILITAR?

El lobby de Marta está decidido a conseguir la canonización de Marta, lo que equivaldría a la infalibilidad pastoral y, por lo tanto, obligaría a la Iglesia a modificar su teología del fin de los días.

Por Philippe De Labriolle


La obra del carmelita belga Conrad de Meester sobre Marta Robin se publicó póstumamente en otoño de 2020. Antes incluso de que el libro estuviera en las librerías, varias publicaciones periódicas de la Iglesia se dedicaron a disuadir de la lectura de una obra declarada “incriminatoria” contra una persona declarada “venerable” por el “papa Francisco” en 2014. Intolerable, ¿verdad?

Publicada por el superior del carmelita fallecido, la obra lleva el imprimatur y el nihil obstat, que ninguno de los autores que escribieron sobre Marta Robin, antes o después de la publicación de la obra crítica del monje flamenco, se molestó en exhibir. Las innumerables personas que se indignan por el golpe infligido a Marta Robin, y que se hacen los buenos apóstoles de la legalidad más formal, no se conmueven, pues, por el derecho (canónico), pero lo hacen, sin embargo, con toda razón. No sólo nadie refutó realmente las críticas más fundadas, sino que una antología de “respuestas colaterales” más o menos ingenuas, y a veces odiosas, demostró que el padre De Meester había dado en el clavo.

Pero, ¿es necesario volver a poner este tema sobre el tapete? Fue el descubrimiento tardío de una publicación de un periodista llamado Yohan Picquart en mayo de 2021, titulada “Marta Robin rehabilitada”, lo que nos condujo a este punto, ya que este treintañero ansioso por emerger entabló un ajuste de cuentas póstumo, pero frontal, con la autora-experta.

En un video dirigido por Arnaud Dumouch (autodenominado “teólogo católico tradicional”) en su canal católico (en YouTube), este Yohan Picquart revela que le han encargado un folleto para el gran público, sin excesiva complejidad, a principios de diciembre de 2024, y tuve el honor de recibir una breve nota de Yohan Picquart retomando la lucha ya explicada por Arnaud Dumouch en su propio folleto de 2021 sobre Marta. El lobby de Marta está decidido a conseguir la canonización de Marta, lo que, a sus ojos, equivaldría a la infalibilidad pastoral y, por lo tanto, obligaría a la Iglesia a modificar su teología del fin de los días. ¡Perdón por el juego de palabras!

La joven campesina Marta Robin (1902/1981), sexta hija en el hogar de Joseph Robin y su esposa Amélie, es descrita por el padre De Meester como una niña adulterina, fruto de una relacion pasajera con un trabajador agrícola de una granja vecina. En su propio libro, la doctora Elisabeth Chevassus refuta que éste fuera el caso de Marta, basándose en un libro de una de las vecinas de los Robin, Marie Rose Achard. Una cosa es cierta, sin embargo, y es que la sospecha no se ha extinguido. Si fuera cierta, ¿importaría? En realidad, esto se trata de una cuestión de maltrato paterno en términos de atención médica.

En 1903, la fiebre tifoidea asoló la aldea de Robin, ya que el agua del pozo estaba contaminada por estiércol. Marta resultó afectada, pero sobrevivió, a diferencia de su hermana Clémence, cuatro años mayor que ella. Viva, pero debilitada, Marta comenzó una vida esencialmente discontinua, en la que el azar se convirtió en la regla. Aunque había recibido una educación decente, Marta se encontraba mal el día que debía obtener su certificado de fin de estudios, que nunca volvió a realizar. Yohan Picquart relata las palabras que atribuye al postulador de justicia en el juicio de beatificación: “El padre Conrad emite sobre ella juicios de valor que ignoran la situación real de Marta, que es la de una persona enferma” (p. 89, MRr).

Incluso con esta frase inverificable, ésta es la realidad de Marta. Desde su más tierna juventud, fue una mujer enferma que, durante toda su vida, NUNCA se sometió a a un examen médico completo, serio y digno de tal nombre. Ya fuera porque gimoteaba al menor roce (1942), porque el tiempo “asignado” se acortó ridículamente (1951), porque se hizo todo lo posible para rechazar el chequeo recomendado tras estos exámenes fallidos, o incluso porque se burló de su obispo (de Valence), Monseñor Marchand, que exigió dicho chequeo en el año 81. Marta murió en febrero de ese mismo año, tras haber llevado una vida de enferma, alabada pero no atendida.

Por haber sido una paciente desatendida, cuyos problemas clínicos nunca fueron autentificados, ni siquiera aliviados con los cuidados apropiados, hasta el punto de que se le caían los brazos por descuido, resulta que el sufrimiento de Marta sigue siendo un asunto triste, pero privado. Pero nuestra inspirada celestial no se contentó con sufrir sola, sin que nadie entendiera claramente por qué. Se permitió vaticinar y contradecir al Magisterio. Cuando su hermano Henri, que vivía en la granja, se suicidó con una escopeta en 1953, los miembros más fieles de la familia, entre ellos el filósofo Marcel Clément, quedaron profundamente perturbados. ¿Cómo podía estar tan ciega esta clarividente? ¿Sería posible que el hombre al que el psiquiatra Assailly había encontrado depresivo ya en 1951, hasta el punto de no sorprenderse de su posterior suicidio, no hubiera despertado el interés de su propia hermana?

Hubiera sido la ocasión para Marta de dar la vuelta a la teología tradicional, calmar a la gente y recuperar el control. Si el Cura de Ars había aliviado a la viuda de un marido suicida diciéndole que el difunto se había arrepentido entre el puente y el agua, en el curso de su caída, la transposición de un retraso entre el gatillo y la explosión del cráneo se prestaba a una sonrisa... Marta inventó entonces el concepto de “muerte lenta”, que, ante separación del alma y del cuerpo, se convierte en una esclusa donde el alma negocia su futuro con el Justo Juez. De magistrado misericordioso pero justo y soberano, pasa a ser el dócil registrador de los deseos del impetrante. Es poco decir que la idea ha florecido, hasta convertirse, más allá de lo imaginable, en una verdadera doxa, desde 1953, gracias al celo de los Foyers de Charité (Hogares de Caridad) (y al reciclaje teológico).

El concilio Vaticano II se apropió de este descubrimiento. Abramos las Actas del Concilio, en Gaudium et Spes 22,5: “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual”. Aquellos que, catequizados según San Marcos 16,15, pensaron con la Iglesia: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que no crea se condenará”, y no obstante la exhortación misionera de Lumen Gentium 17, irán comprendiendo la perversidad de la GS 22,5 sugerida por Marta según su propia inspiración, resultando deletérea. En efecto, si cada ser humano tiene derecho a su propia información final, ¿por qué enviar misioneros, a riesgo de su vida, para trastornar a su costa los diversos paganismos, sólo para acabar en una olla o bajo la violencia de abusos indecibles?

Que Marta anunciara también “una renovación de la Iglesia” y “un nuevo Pentecostés de amor” exigió la sagacidad de su obispo, Mons. Marchand, para desafiar la evidencia. En el funeral de Marta, en 1981, el prelado declaró: “Marta, auténtica hija de la Iglesia, nos recuerda lo que debe ser nuestro amor por la Iglesia. Marta anuncia la renovación de la Iglesia que vendrá a través del Concilio (!) Habla de un nuevo Pentecostés para la Iglesia. Esto es lo que estamos viviendo hoy(!!!!!!). En el año 81, en plena crisis (Y.P, MRr, p131). Fue el mismo prelado, siempre clarividente, quien, habiendo encargado al padre De Meester en vista de sus credenciales de experto, lo desautorizó así (Yohan Picquart, p.101): “No había nada de ella (Marta Robin nota del editor) en el retrato trazado por el padre De Meester. Uno tiene la impresión de otro personaje que nadie ha visto. La misma persona que había que ocultar y a la que la postulación ha relegado al olvido”.

Yohan Picquart ha recibido el encargo de allanar el camino para la canonización de Marta. Ha elegido bien su ángulo de ataque. Mientras afirma la existencia de “informes médicos intachables”, evidentemente falsos, Yohan Picquart, al igual que su colega Arnaud Dumouch, se despreocupa del fraude místico, de la parálisis de geometría variable, de la inedia y de todas las extravagancias de Marta. A sus ojos, lo único que cuenta es la gnosis teológica sobre los últimos fines, y todo lo que se interponga en el camino de la canonización de Marta debe ser destruido. El golpe final de Yohan Picquart a la memoria del padre De Meester consistió en insinuar que era un delirante paranoico. Más tarde, J. Bouflet, en 2023, y la doctora Élisabeth Chevassus, en 2024, deberían unirse a las filas. Pero no nos adelantemos.

Yohan Picquart (p. 63) va in crescendo: “Por último, hay que señalar que cuando el padre De Meester intenta hacer sus pinitos en psicología, de forma muy poco fundamentada, no tiene en cuenta un elemento fundamental: el sufrimiento físico de Marta Robin, error que jamás cometería un estudiante de psicología de primer curso”. ¡Rompe el Carmelo! Salvo que el propio “experto” comete un error de principiante: avala un sufrimiento físico que nunca ha sido examinado ni aliviado, y que obviamente nunca ha observado. Pensando que había dado en el clavo, Yohan Picquart se envalentonó. Concéntrate, ¡esto es pesado!

“Como ejercicio de la mente, seamos tan creativos como el padre carmelita e intentemos imaginar un análisis, igual de psicologizante, pero esta vez sobre la obra de Conrad De Meester”. ¿De qué ejercicio de la mente estamos hablando? Resulta que Yohan Picquart se ha topado con un texto titulado “el síndrome de Sérieux y Capgras”, un capítulo de Psiquiatría clínica que forma parte de todos los manuales especializados desde 1909. Se trata de un delirio de interpretación perfectamente caracterizado, cuya expresión morbosa consiste en llevar al paciente a razonar falsamente sobre la base de premisas correctas. Puedes imaginarte a Yohan Picquart regodeándose: ¡Voy a pillar a este carmelita! Y nuestro autoproclamado psiquiatra desenrolla la cuestión del curso (p.63/64), en unas veinte líneas.

Después de lo cual, tiene la desfachatez de escribir: “No se trata aquí, evidentemente, de poner en tela de juicio la salud psicológica del padre De Meester (por supuesto que no), sino de subrayar hasta qué punto, una vez puesto en perspectiva (¿con qué?), el enfoque pseudopsicologizante que adoptó con Marta no llegó muy lejos (entonces, ¿de qué se queja?). En este jueguecito, habría tenido pocas posibilidades de salir vencedor” (?????????).

No, no he dicho paranoico, mientras lo sugería y negaba haberlo sugerido. ¿Por qué insistir en semejante bola y cadena? Por una razón y sólo por una razón. Porque con sofistas como estos, la Causa recibirá todos los golpes que pueda recibir. No se trata de una causa mística, sino teológica, y va en contra de la verdadera salvación de las almas. Estar “listo para ver” está pasado de moda. Es como McDonald's: ven como eres. Atrás quedaron los trajes de boda. Atrás quedaron los óleos perdidos de las vírgenes necias. Es grotesco, blasfemo contra Nuestro Señor y desmovilizador de la piedad. Pero el lobby de Marta ya ha perdido la partida. Y por una vía inesperada, la de los abusos sexuales denunciados, validados por los propios Foyers (26 denuncias admitidas a trámite), pero prescritos. El tribunal mediático no los olvidará.

¿La rápida “canonización” de los “papas conciliares” ha realzado el honor de este concilio compuesto y confuso? ¿Se han hundido las misiones con la GS 22.5? No está nada mal, hay un 100% de ganadores gracias al descubrimiento de Marta. Ayer, nadie se salvaba sin entrar en la Iglesia y permanecer en ella en estado de gracia. Salvo por el efecto paliativo de la oración de la Iglesia. Con Marta y GS 22,5, nadie es condenado sin exigirlo. Por favor, avisen al Justo Juez. El escritor, teólogo, filósofo y apologista católico francés Arnaud Dumouch agradece a Marta haber inventado la “muerte sin estrés”. ¿La muerte, el salario del pecado, en clase preferente? Sí, la pobre Marta ha ensuciado nuestra Iglesia, al menos tanto como sus zapatos de merodeadora... A no ser que haya sido el diablo quien se haya puesto los zapatos de la “paralítica” para confundir a los devotos de Marta. Pues, no contentos con tergiversar la Voluntad del Cielo, estos innovadores saben remendar las tramas más flojas con acciones demoníacas. Según Jean Guitton, Marta quería vaciar el Infierno. ¿Por qué, entonces, sus discípulos, se empeñan en llenarlo, aprovechándose de ella?

Continúa...

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