lunes, 16 de diciembre de 2024

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (4)

Continuamos con la publicación de este excelente libro de Monseñor de Segur traducido por primera vez al idioma español el año 1.888.


Estaba un día sor Margarita arrodillada en un patio del monasterio, próximo a la capilla del Santísimo Sacramento, ocupada en la labor que le habían encomendado, junto a un avellano que todavía se enseña hoy en Paray-le-Monial. 

“Me sentí del todo recogida interior y exteriormente (dice ella misma en la memoria en que por obediencia iba notando los favores sobrenaturales que recibía), y vi el Corazón de mi adorable Jesús más resplandeciente que el sol. Parecía como envuelto en llamas; y estas llamas eran las de su amor. Estaba rodeado de Serafines que con admirable concierto cantaban: - ¡El amor triunfa!...... ¡El amor se regocija en Dios!” 

“Aquellos bienaventurados espíritus me invitaban a unirme a ellos en su cántico de alabanzas al Corazón de Jesucristo; mas yo no me atrevía. Me reprendieron por esto, y me dijeron que habían venido para tributar conmigo a este sagrado Corazón un homenaje perpetuo de amor, adoración y alabanza; que para esto ocuparían mi lugar delante del Santísimo Sacramento, a fin de que por su medio pudiera amarle y adorarle sin interrupción; que participarían del amor paciente en mi persona, así como yo participaría en la suya del amor triunfante. Al mismo tiempo me pareció que escribían en letras de oro esta asociación en el sagrado Corazón, con los caracteres indelebles del amor”. 

“Esto duró unas dos o tres horas, y toda mi vida he sentido sus efectos, tanto por el auxilio que he recibido de esta misteriosa asociación, como por la suavidad que había producido y produce todavía en mí”. 

“En consecuencia quedé llena de confusión. No obstante, al rogar a estos santos Ángeles, sólo les llamaba mis divinos asociados. Esta gracia me dio tan gran deseo de la pureza de intención, y me hizo concebir tan alta idea de la que es preciso tener para conversar con Dios, que todas las cosas me parecían impuras en comparación del fervor de los Serafines”. 

¡Ay! ¡que no estéis delante del sagrado Tabernáculo por nosotros como estabais por aquella dichosa criatura, oh abrasados Serafines, purísimos y perfectísimos adoradores del Corazón de nuestro Dios! Mas ¡qué digo! ¡Allí estáis; de allí no os separáis un momento! Día y noche adoráis por nosotros y con nosotros, en el cielo y en el Santísimo Sacramento, a Nuestro Señor Jesucristo, vuestro Rey y nuestro Rey, vuestro Amor y nuestro Amor, vuestra Luz y nuestra Luz. Lo que vosotros hacéis invisiblemente, lo hacemos nosotros visiblemente; lo que hacéis en la bienaventuranza del cielo, lo hacemos ¡ay! o al menos debemos hacerlo; en medio de los combates y miserias de la tierra. ¡Ah! ¡suplid la frialdad e imperfección de nuestras adoraciones! Aunque no os ligue un pacto especial con ninguno de nosotros como a vuestra bienaventurada “Asociada” no por eso deja de reinar entre vosotros y nosotros, entre la Iglesia del cielo y la de la tierra, una íntima e indisoluble unión. ¡Venid, pues, venid a ayudarnos, bienaventurados Serafines, Querubines, Ángeles, Arcángeles de los nueve coros celestiales! ¡Venid, adoremos a Jesús! ¡Adorémosle juntos en el misterio en que triunfan su amor y su sacrificio; y con un mismo corazón adoremos, amemos, exaltemos a su sagrado Corazón! ¡Venite, adoremus!

La beata Margarita María tuvo también la dicha de contemplar en otra visión no menos esplendorosa al Corazón divino. El 27 de Diciembre de 1686, día de San Juan Evangelista, en el momento en que acababa de comulgar, quiso Nuestro Señor revelarle una vez más los misterios de su santo amor. “Se me representó, dice, el Corazón de Jesús, como en un trono todo de fuego y llamas que despedía por todos lados, más resplandeciente que el sol, y trasparente como un cristal. En él se descubría visiblemente la llaga que recibió en la cruz. Tenía alrededor una corona de espinas, y encima una cruz, que parecía plantada en él”.

“Mi divino Maestro me dio a conocer que aquellos instrumentos de su Pasión, significaban que el amor inmenso de su Corazón hacia los hombres había sido el origen de todos los padecimientos y humillaciones que quiso sufrir por nosotros; que desde el primer instante de su Encarnación tuvo presentes todos aquellos tormentos, y que desde aquel primer momento quedó plantada, por decirlo así, la cruz en su Corazón; que para manifestarnos su amor aceptó desde entonces todos los dolores que su santa humanidad debía sufrir durante el curso de su vida mortal, como también todos los ultrajes a que su amor a los hombres había de exponerle hasta el fin de los siglos en el augusto Sacramento de nuestros altares”.

“Y Jesús añadió: Tengo una sed ardiente de ser honrado y amado de los hombres en el Santísimo Sacramento; y, sin embargo, no encuentro casi ninguno que se esfuerce, como deseo, en mitigar mi sed, correspondiendo de algún modo a mi 'amor'”

La beata Margarita María nos dice que le atravesó el alma esta amorosa queja de su Salvador. ¡Ojalá traspase también la nuestra! ¡Ojalá que, a la manera que un viento irresistible conmueve los grandes árboles así también conmueva, sacuda, despierte a todos los sacerdotes, ministros de la sagrada Eucaristía, dispensadores de los santos Misterios, y les haga comprender lo que muchos no comprenden bastante, a saber, el ardiente, el insaciable deseo que tiene Jesús de que todos sus hijos se acerquen a la santa Mesa y rodeen los altares para recibir en ellos la adorable Comunión! A este fin el Salvador les confía ese vehemente deseo de su Corazón, y lo abandona plenamente a su amor, a su celo y a su fidelidad.

¡Bienaventurado el sacerdote cuyo único cuidado consiste en hacer conocer a las almas a Jesús en la Eucaristía; en excitarlas a comulgar santa y frecuentemente, sancte ac frequenter, como dice la Iglesia, y aún cada día si es posible! ¡Bienaventurado y mil veces bendito el siervo verdaderamente prudente y fiel que corresponde a los deseos de su buen Señor, dando con santa misericordia el Pan de vida a los hijos de Dios! La piedad y el fervor florecerán en su derredor: alimentados con Jesús, los niños conservarán fácilmente su inocencia; los jóvenes, la belleza virginal de sus almas; las familias, la santidad grave y dulce del hogar doméstico; las santas vocaciones, las buenas obras, el celo por la fe, la caridad con los desgraciados, se desarrollarán como por encanto; en una palabra, este bendito sacerdote verá multiplicarse en torno suyo cuanto hay de bello y bueno acá bajo, como una prenda de su corona eterna. ¡Ah! pidamos al Corazón de Jesús que dé sin cesar a su Iglesia sacerdotes ardientemente consagrados a los celestiales intereses del Santísimo, Sacramento; sacerdotes cuyo supremo gozo sea dar Jesús a las almas, a todas las almas, a fin de que Jesús viva y reine verdaderamente en ellas. No se olvide nunca que este es el deseo más ardiente de su sagrado Corazón.

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