Por Monseñor De Segur (1862)
Pocas cuestiones hay tan claramente resueltas en la Biblia como la cuestión del celibato religioso. La Iglesia no hace más que repetir al pie de la letra, sobre este punto delicado, lo que enseñan el Divino Salvador y el gran Apóstol San Pablo. Los fariseos habían ido a preguntar a Nuestro Señor Jesucristo, sobre el matrimonio; y el Divino Maestro declaró solemnemente, que es indisoluble. Los Apóstoles espantados de la dura condición de las personas casadas, le hablan a su vez. Si es tal, le dicen, la condición del hombre con su esposa, es mejor no casarse: Non expedit nubere. Jesús les responde: “No todos comprenden esta palabra sino solamente aquellos a quienes ha sido dado comprenderla: Non omnes capiunt verbum istud sed quibus datum est”. Y añade: “Hay quienes se abstiene del matrimonio para ganar el reino de los cielos; que lo entienda el que pueda entenderlo: Sunt qui eunuchi facti sunt propter regnum coelorum; qui potest capere capiat”.
Parece que los ministros protestantes, aunque se den el título de Evangélicos, no son del número de los que lo entienden: quibus datum est; y que nuestros sacerdotes, aunque Papistas e ignorantes de la pura palabra de Dios, como suelen llamarlos los herejes, sí comprenden el consejo del Divino Maestro y tienen corazón para practicarlo.
San Pablo expone con igual exactitud la doctrina de la virginidad y del celibato, en su primera Epístola a los Corintios. Está ahí tan bien formulada esa doctrina, que la protestante señora de Gasparin, animada de su celo anticatólico, declara con una ingenuidad risible: “que es evidente que los pasajes de esa Epístola, relativos al celibato, no le fueran inspirados por Dios al Apóstol”. La inspiración le volvió a San Pablo, según aquella original señora, cuando pasó a tratar de otras cosas en su Epístola.
El Apóstol dice lo siguiente, con todas sus letras: “En cuanto a las Vírgenes, yo no tengo precepto del Señor; pero le doy como un consejo, pues yo mismo he obtenido esta misericordia a fin de ser fiel”. Esto mismo es lo que enseña la Iglesia Católica. Ella no impone a ningún hombre o mujer, ningún oficio o profesión que tenga aneja la carga del celibato. Le aconseja a todos, como estado más perfecto; y si le impone como ley a los eclesiásticos, nótese que ella no obliga a nadie a recibir las Sagradas Órdenes. Cuando un cristiano tiene la intención de abrazar esta carrera, lo hace con entera libertad; aceptando, con espontaneidad completa, la condición de guardar castidad perfecta.
La razón de la Iglesia para conducirse así, la da también San Pablo. Después de haber dicho que el matrimonio es bueno y honroso, añade el Apóstol: “Deseo que estéis libres de cuidados: el que no tiene mujer, se ocupa de lo que mira al Señor, de ver cómo le agrada. El que tiene mujer, tiene que cuidar de lo que pertenece al mundo, de ver como agradará a su mujer, y así es que está dividido. Y la mujer no casada, tal como la virgen, piensa en lo que es del Señor, para ser santa de cuerpo y alma; mas la que está casada piensa en lo que es del mundo, en ver como agrada a su marido”. El Apóstol concluye: “De consiguiente, el que casa a su hija hace bien: el que no la casa, hace mejor. Bene facit; melius facit”.
He aquí un admirable resumen de la cuestión. El matrimonio es bueno, pero el celibato es mejor. ¿Qué responden a esto los ministros? No soy yo quien habla, es la Biblia. En realidad, digámoslo, ellos se curan poco de la Biblia; mas si detestan de corazón a los sacerdotes católicos, verdaderos ministros del Evangelio. Quisieran casarlos para humanizarlos, para desacerdotetizarlos; pues se llenan de pena por no poder arrebatarles esa corona santa del celibato, que con tan justo título les atrae la confianza y la veneración de los pueblos. A imitación de los filisteos, que por medio de Dalila, arrebataron a Sansón su fuerza, cortándole los cabellos; los protestantes y los incrédulos, querrían quitar al sacerdocio católico el poder inmenso que le da el celibato, angélicamente guardado. Pero el nuevo Sansón no cae en el lazo que el antiguo, pues aunque algunos malos sacerdotes, o falten a sus deberes en esta parte sin pudor, o se degraden aspirando al matrimonio; el sacerdocio, como cuerpo, se mantendrá fiel a aquella santa disciplina. Él rechaza a Dalila y libra a los enemigos del pueblo de Dios, los combates indomables de la fe.
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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