martes, 28 de enero de 2025

LA CRISIS DE LOS APÓSTOLES DE LA PROGRESÍA

El progresismo no es el futuro de la Iglesia, sino una enfermedad que debemos erradicar con fe, verdad y coraje.

Por Aurora Buendía


En los últimos años, la Iglesia ha sido testigo de un fenómeno inquietante. Un desfile de sacerdotes y religiosos que, tras llenarse la boca con discursos progresistas y promesas de “renovación”, terminan abandonando el sacerdocio, los hábitos o ambos.

Sus salidas, lejos de ser discretas, suelen estar acompañadas de escándalos, críticas públicas a la Iglesia y, en muchos casos, una buena dosis de protagonismo mediático. ¿Qué tienen en común estos personajes? Lo evidente: el progresismo y la secularización caminan de la mano, dejando un rastro de confusión y descomposición.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Blase Cupich, “arzobispo” de Chicago, quien ha decidido que arrodillarse para recibir la Sagrada Comunión es inapropiado porque interrumpe la “procesión” y desvía la atención hacia el individuo. Esta interpretación no solo contradice documentos como Redemptionis Sacramentum (2004), sino que también parece atacar directamente las expresiones de reverencia y devoción que han nutrido la fe de los fieles durante siglos.

Sigamos con Matthieu Jasseron, el “sacerdote” francés que, convertido en estrella de TikTok, usó su plataforma para cuestionar enseñanzas fundamentales de la Iglesia, como la doctrina sobre la homosexualidad. No sorprende que, tras sembrar confusión entre sus más de un millón de seguidores, haya anunciado su decisión de abandonar el sacerdocio, no sin antes criticar a la institución que le dio su vocación.

Otro caso reciente es el de Daniel Pajuelo, conocido como ‘SMdani’. Este “sacerdote marianista”, tras varios episodios controvertidos, como entrevistas con figuras que desafían abiertamente la doctrina y expresiones vulgares sobre la oración, también ha decidido colgar los hábitos. Lo más escandaloso es que algunas instituciones eclesiásticas llegaron a premiarlo por su labor en redes sociales, a pesar del daño evidente que sus posturas causaron entre los fieles.

También tenemos el caso de Vítor Coutinho, el vicerrector del Santuario de Fátima, quien, argumentando una crisis de fe, abandonó el sacerdocio. No es el único ejemplo de cómo incluso aquellos en posiciones de gran responsabilidad espiritual pueden sucumbir cuando la formación y el acompañamiento espiritual son insuficientes.

En Alemania, Ivan Kuterovac, otro caso emblemático, declaró que ya no cree en la divinidad de Jesucristo y abandonó la Iglesia. Este es un fruto más de la secularización impulsada por el polémico “camino sinodal”. Las consecuencias son claras: apostasía, confusión y la desintegración del tejido espiritual en una región antes firme en la fe.

Otro ejemplo reciente es el del “Padre Sam”, quien también ha sido dispensado del sacerdocio tras labrar una notable carrera como influencer “católico”. Su caso muestra nuevamente cómo la fama digital puede desplazar la misión espiritual, dejando un vacío pastoral entre sus seguidores.

Finalmente, el caso de Javier Belda Iniesta, un “sacerdote” controvertido, secularizado por Francisco y casado por la Iglesia poco después, plantea serias preguntas sobre cómo se manejan estas dispensas. Cuando la dispensa y el matrimonio siguen tan de cerca a una historia plagada de escándalos y acusaciones, la confusión para los fieles es inevitable.

¿Quién será el próximo? La lista parece interminable y no sería extraño que figuras como James Martin, conocido por su discurso “ambiguo” sobre cuestiones morales, se sumen a esta tendencia. Este apóstol del lobby lgbti, cercano al “papa” y constantemente envuelto en polémicas, podría muy bien ser el próximo. Después de todo, estos jesuitas parecen hacer gala de ser la avanzada de la herejía, retorciendo la verdad con tal de agradar al mundo. Su mensaje, lejos de fortalecer la fe, la diluye, dejando al rebaño desorientado.

La moraleja es clara. Jesús nos advirtió: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Un árbol malo no puede dar frutos buenos. Todos estos casos tienen algo en común: una desconexión con la verdad de Cristo y un afán por adaptar la fe a los caprichos del mundo. Cuando el progresismo penetra en el corazón de la vocación sacerdotal, los resultados son siempre los mismos: apostasía, confusión y escándalo.

La solución a esta crisis no pasa por más concesiones al mundo ni por diluir las enseñanzas de Cristo en un mar de compromisos vacíos. Muy al contrario, la única forma de no traicionar a Cristo es anclarse en la doctrina secular de la Iglesia, que durante siglos ha demostrado ser el camino hacia la verdad y la salvación. Este anclaje no es una teoría abstracta, sino una práctica concreta: la oración diaria, la participación en los sacramentos y la adhesión firme al Magisterio. Ya hay muchas ONGs haciendo activismo, pero la Iglesia Católica es otra cosa. Su misión es ser luz y sal, no un eco más de las modas del mundo.

La Iglesia no puede permitirse seguir el juego de estos apóstoles de la progresía. Es hora de reforzar la formación sacerdotal, exigir mayor supervisión pastoral y, sobre todo, promover la fidelidad al Magisterio. Los fieles no necesitan estrellas fugaces que terminen abandonando el redil; necesitan pastores santos y coherentes que guíen con valentía hacia Cristo. Que estos ejemplos sirvan como un recordatorio urgente: el progresismo no es el futuro de la Iglesia, sino una enfermedad que debemos erradicar con fe, verdad y coraje.


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