jueves, 2 de enero de 2025

¿LA IGLESIA DEL MAÑANA? ACTUAR PARA UNA VERDADERA REFORMA

Aunque el Señor permita que la traición, o simplemente la cobardía de sus hijos, parezca capaz de hacer zozobrar la barca, la santa e inmaculada Esposa de Cristo no morirá

Por el abad Claude Barthe


A principios de los años sesenta del siglo XX, la Iglesia parecía agotada al final de una larga lucha contra una modernidad radicalmente hostil. Sin duda necesitaba una reforma, una revitalización similar a la de la contrarreforma tridentina o la llamada reforma gregoriana. Pero en lugar de una reforma, se produjo una revolución.

La toma de control de los resortes magisteriales por parte del Vaticano II, esa forma de catolicismo liberal llamada “nueva teología”, permitió integrar un cierto pluralismo liberal en la enseñanza oficial, lo que a su vez provocó un hundimiento espectacular de la misión, de la práctica religiosa y del reclutamiento de clérigos y religiosos.

La regeneración acompañará sin duda el final del desorden que padece la Iglesia. Pero antes de que eso ocurra, los obispos, diocesanos o no, los prelados y los cardenales pueden anticipar este proceso promoviendo, en particular, una recuperación de la enseñanza moral, una reconstrucción de la liturgia, una predicación de los últimos fines, un catecismo que enseñe la fe y una formación tradicional de los sacerdotes diocesanos.

Un proceso de recuperación, que también podría calificarse de reorientación, que devuelva al centro lo que fue rechazado y que hoy sobrevive como puede “en las periferias”.

Para responder a esta problemática, el abad Claude Barthe acaba de publicar un folleto particularmente útil, cuyo contenido publicaremos en ocho capítulos.

Primera Parte:

Introducción: El Vaticano II, la ocasión perdida para la renovación

En las páginas que siguen, todo mi propósito será hacer un llamamiento a una auténtica renovación de la Iglesia. Aunque el Señor permita que la traición, o simplemente la cobardía mundana de sus hijos, parezca capaz de hacer zozobrar la barca, la santa e inmaculada Esposa de Cristo no morirá. 

Cuando consiga, con sus pastores, papa y obispos, movida por la gracia de Dios y sostenida por los méritos de los santos, remover el desorden que la aflige, tendrá que llevar a cabo una regeneración, una reforma salvadora. Pero los obispos, prelados y cardenales ya pueden empezar a sentar las bases para este renacimiento. De hecho, deben hacerlo, tanto más urgentemente cuanto que nos encontramos en una situación que es, en muchos aspectos, la de un catolicismo en estado de supervivencia.

Se reduce cada vez más a un “pequeño rebaño”, difícil de distinguir de la masa popular de nuestro tiempo, al menos en Occidente, porque en otras partes del mundo sigue muy vivo y a veces incluso crece. 

Pero Roma, su cabeza, está en Occidente. La vida de los cristianos es la de una minoría perseguida moralmente, de forma latente o abierta, por una sociedad moderna que ha excluido a la Esposa de Cristo y les empuja a abdicar de su condición de miembros de una raza elegida, de un sacerdocio real, de una nación santa (1 Pe 2,9). Es cierto que se encuentran en una situación básicamente normal para los discípulos de Cristo, en el mundo sin ser del mundo. Pero con la salvedad de que el mundo que les rodea es el mundo moderno.

Para la modernidad, y más aún para la modernidad extrema, la vocación de la Iglesia de bautizar a las naciones y conducirlas por el único camino es una pretensión radicalmente ajena. Y es precisamente la conciencia de que la Iglesia no es una asociación religiosa más lo que los cristianos tienen que recuperar, aunque una “nueva enseñanza” les lleve a reducir a la Esposa única de Cristo a la manera de la “Jornada de Asís”. En otras palabras, para decirlo sin rodeos, la revitalización del catolicismo tiene ante todo el precio teológico y espiritual de dejar atrás el “estado Vaticano II”.

Continúa...




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