“¡Qué inhumana es la guerra, que rompe el corazón de las madres!”
En primer lugar, permítanme señalar la afeminación de este hombre. En este mundo de cobardes, el corazón de las madres es lo único que cuenta. El hecho de que pueda haber guerras justas y que, por lo tanto, no sólo no sea inhumano, sino altamente ético luchar en ellas y, si es necesario, morir en ellas, no parece conmover a este hombre.
Es cierto que no es el primer “papa” que se comporta de esta manera tan estúpida. Uno de sus predecesores posconciliares fue al edificio de la ONU en Nueva York y dijo “no más guerra, no más guerra”, o palabras similares. Sin embargo, al menos este predecesor no calificó la guerra de “inhumana” (lo cual es estúpido de todos modos: la guerra es una de las actividades más practicadas desde el principio de la humanidad), ni recuerdo que tomara a las madres como rehenes para promover su ideología pacifista.
Por supuesto, la pérdida de un hijo en una guerra destroza el corazón de una madre. La vida en esta tierra está inevitablemente ligada al dolor, y Dios nunca prometió a ninguna madre que su hijo viviría una vida feliz y moriría en paz a una edad muy avanzada. Sin embargo, el dolor de una madre no hace que una guerra sea injusta, y mucho menos inhumana. Por el contrario, si la guerra es mala, lo será incluso para las madres cuyos hijos sobrevivan a ella sin un rasguño.
Este tipo ejemplifica la falta de carácter –o más bien, la afeminación absoluta– de demasiados clérigos modernos, sean prelados o no. Se han convertido en inofensivos y afeminados complacientes con las mujeres en lugar de comportarse como... ¡hombres! Sospecho que esto se debe a que muchos de ellos nunca tuvieron la cantidad necesaria de testosterona.
Me pregunto cuántos cruzados que han luchado heroicamente y han muerto con valentía en sus guerras santas sonríen, desde el lugar extremadamente feliz donde se encuentran ahora, ante la absoluta estupidez de este tipo. Como nada puede perturbar su alegría –en fuerte contraste con mi caso (mi sangre se calienta muy rápido)–, deben haber registrado sus tonterías desde su lugar de absoluta felicidad; una absoluta felicidad que, para muchos de ellos, habrá sido causada precisamente por su muerte en esa guerra “inhumana” que “rompió el corazón de su madre”.
Por cierto, es posible que esas madres no conocieran el famoso dicho:
dulce et decorum est pro patria mori
Sin embargo, su fuerte sentimiento religioso y su absoluta convicción de que la vida de su hijo había sido bien vivida hicieron que el dolor, aunque no necesariamente dulce, fuera más llevadero. En cuanto a mí, doy la bienvenida a la muerte, en cualquier momento, incluso antes de publicar esto, si esto me hace ir directo al cielo, como ciertamente hicieron muchos guerreros muertos.
Además, y lamento mucho decirlo, está el simple hecho de que, con “papa” o sin él, a ningún hombre se le permite ser tan cobarde. Sería una vergüenza que este hombre pudiera influir en los jóvenes. Afortunadamente, no es así.
Un tipo como éste sólo puede influir en las Georginas del mundo. Muchas de ellas, por desgracia, son sacerdotes y prelados.
Mundabor
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