domingo, 19 de enero de 2025

EL INFIERNO: UNA EXIGENCIA DE LA BONDAD DIVINA

¿Qué predicaba Karol Wojtyla (alias “papa Juan Pablo II) sobre el infierno? ¿Creía en su existencia o la negaba?


Compartimos un interesante análisis de Atila Sinke Guimarães sobre la alocución de Wojtyla durante la Audiencia General realizada el día miércoles 28 de julio de 1999:

Las alocuciones de Su Santidad Juan Pablo II sobre el Infierno y el Purgatorio reabrieron el debate sobre la existencia de estos lugares. Tras el concilio Vaticano II y las innovaciones que generó, muchos progresistas han cuestionado estas realidades. El Infierno no sería un lugar físico habitado por los demonios establecido en el centro de la tierra donde van las almas de los réprobos después de sus juicios privados para permanecer allí por los siglos de los siglos. Sería un estado de espíritu de sufrimiento al que el hombre estaría sometido en esta vida. Una postura similar se adopta sobre el purgatorio, que tampoco sería un lugar, sino una fase de purificación aquí en la tierra.

Ante la evidencia de frases del Antiguo y del Nuevo Testamento que caracterizan al Infierno como un lugar y la constante enseñanza católica al respecto, algunos autores progresistas admiten su existencia. Pero afirman que, tras la Redención de Nuestro Señor, el Infierno quedó vacío. Vacío al menos de almas condenadas, pues esos teóricos “olvidan” ocuparse de los demonios que están encerrados en el Infierno. Según esa noción, los diablos han sido reducidos a las grandes filas de los “desocupados”. No sé cómo resolverían este asunto los progresistas. Me parece que para dar cabida a la nueva teoría, los diablos tendrían que dejar de ser seres individuales y convertirse en “fuerzas cósmicas”. Pero no es el momento de profundizar en este asunto.

Ya se trate de la primera tesis -que el Infierno no existe- o de la segunda -que el Infierno existe pero está vacío-, la premisa básica progresista es la misma. Se suele apelar a un sofisma que se apoya en la Bondad Divina, que resumiré: “Dios no sería infinitamente bueno si deseara el sufrimiento eterno para innumerables almas. Por lo tanto el sufrimiento del Infierno no existe, o, si existiera, habría sido vaciado con la Redención”. Un razonamiento similar se emplea con el fin de eliminar el Purgatorio.

Para responder a este sofisma, podría argumentar la necesidad de que la justicia de Dios equilibre Su bondad y mostrar que las dos características que existen sustancialmente en Dios no pueden ser contradictorias. La conclusión es que el Infierno, siendo una exigencia de justicia, está en armonía con la Bondad Divina.

Sin embargo, en este artículo quiero situarme sólo en el ámbito de la Bondad Divina y en este campo hacer mi discusión con los progresistas.

Supongamos que Dios eliminara el Infierno. ¿Cuál sería la consecuencia para los hombres que viven en esta tierra? Permítanme distinguir entre los hombres malos y los hombres buenos.

Como ya no existiría el castigo eterno, los hombres malos se sentirían con toda la libertad para ejecutar todos los crímenes que quisieran cometer tanto en su vida personal como en la sociedad. Es decir, los malvados tenderían a dañarse a sí mismos dando rienda suelta a sus pasiones y a dañar también a los demás para beneficiarse a sí mismos y a sus propios intereses. Incluso entre los propios hombres malvados, la vida en esta tierra sería mucho peor y más infeliz.

Para los buenos, el fin de la existencia del Infierno sería un fuerte desaliento para practicar el bien, ya que “el temor de Dios es el principio de la sabiduría”. Siguiendo un dinamismo psicológico similar al de los malos, los buenos tenderían a preocuparse menos por combatir sus malas tendencias en su vida privada. Más aún, tendrían que permitir que el mal que ven a su alrededor quedara impune. Pues si Dios mismo dejara de castigar, imitarle exigiría dar libertad al mal en la vida en sociedad.

Ahora bien, si el mal no fuera castigado, entonces la lucha desaparecería, y con ella, el coraje de enfrentar a los adversarios, la nobleza de espíritu que subyace en la dedicación a los grandes combates, el honor que proviene del concepto de no hacer concesiones al enemigo, el sentido de sacrificarse por el hermano en la lucha, y la sana competencia en el progreso de la militancia católica. Es decir, el bien perdería aquello que lo dignifica y lo hace respetable: su capacidad de infundir miedo al enemigo. Vendría a ser un bien sin fibra, un bien sin capacidad de atracción. Si Dios aboliera el Infierno, la vida de los buenos empeoraría extraordinariamente.

Por lo tanto, la consecuencia práctica inmediata de la abolición del Infierno como lugar real para el castigo de las almas después de su existencia terrena sería transformar la vida en esta tierra en un infierno tanto para los buenos como para los malos. No sería en realidad una abolición del Infierno, sino una transferencia de lugar y una extensión: en lugar de estar situado en el centro de la tierra, el Infierno pasaría a existir en su superficie; en lugar de castigar sólo a los malos, afligiría indistintamente a buenos y malos.

Para evitar todo este sufrimiento a los buenos y a los malos de esta tierra, Dios creó y mantiene el Infierno como lugar destinado a los condenados. Más que un acto de justicia en relación a los malos que mueren, es una exigencia de la Bondad Divina en relación a los buenos y malos que viven.


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