Por Monseñor de Segur (1868)
12. EL CONFESARSE ÚNICAMENTE APROVECHA A LOS NIÑOS
Y también, no lo dudes, a los hombres, y acaso más todavía. El piloto es útil, es necesario a la nave desde el primero hasta el último instante de la navegación, y si le sirve en las horas de calma, ¿de cuánto más provecho le será cuando sopla el viento, brama la tempestad y empujan las olas a la nave hacia las rocas?
En el confesonario el sacerdote, y esto es exactísimo, es el ángel custodio de la infancia, a la cual preserva de la corrupción siempre precoz, le enseña a vivir según la ley divina, a pensar y a bien obrar, y deposita en ella, cual en un suelo virgen, la pura semilla de la eterna salvación. Pero a medida que el niño crece aumentan los peligros, y las pasiones de dentro se unen a los malos ejemplos de fuera y a las seducciones de toda especie para apartarle de Dios. Y cuando llega a ser hombre la lucha del bien y del mal toma entonces proporciones más alarmantes; se hace más penoso el peso de la vida; desaparecen las ilusiones y las pasiones se quedan; y el pobre buque se encuentra más que nunca amenazado de ser tragado por la tempestad.
Pues bien, allí está siempre el sacerdote, siendo piloto en la navegación de la vida, ángel de salvación, sostén consolador y salvador. Jesús no lo da solamente a los niños; lo da a los mozos, a las jóvenes, a los maridos, a las esposas, a los ricos, a los pobres y a los ancianos que están para bajar al sepulcro. El sacerdote es el hombre de todos, porque todos tienen necesidad de él.
La Confesión es buena para ti, por la misma razón que lo es para tu hijo, a saber, porque vales muy poco, porque eres débil y estás inclinado al mal. Acude pues pronto a ella, y no te hagas el orgulloso, pues que esto sienta mal a un pobrete como tú.
Continúa...
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