Por Monseñor de Segur (1868)
15. ME HE CONFESADO ALGUNA VEZ Y ESTO NO HA IMPEDIDO QUE VOLVIESE A RECAER
Alguna vez me he lavado, y esto no ha impedido que volviese a mancharme. Alguna vez he comido, y sin embargo tengo todavía hambre. ¡Trabajo inútil, tiempo perdido! Ganas me dan de no lavarme ni comer ya más, ¿qué te parece?
La vida del alma es como la del cuerpo; son dos vidas que es preciso cuidar, mantener, alimentar, preservar y fortalecer por medio de un trabajo paciente que se renueva cada día y que durará hasta la muerte. Así el Señor en el Evangelio nos ha declarado que únicamente se salvará aquel que perseverará hasta el fin.
Eres demasiado vivo de genio, amigo mío, y quisieras hacer todas las cosas de una sola vez. No es así como se debe obrar; cada día lleva su tarea; hoy lávate y aliméntate para hoy, mañana te lavarás y alimentarás para mañana, y así hasta el fin.
Lo mismo debes hacer con tu alma; lavarla, purificarla y cuidarla hoy con el mayor esmero sin pensar en un porvenir, que tal vez no te será concedido, y si llega ten cuidado del mismo modo.
Ora, confiésate, comulga, sirve a Dios; empieza siempre de nuevo, y no te canses jamás.
Cuando doy cuerda a mi reloj no tengo la pretensión de que ande siempre, y encuentro muy natural el que tenga que dársela de nuevo al día siguiente. Da también y renueva la cuerda a tu carraca, a tu pobre conciencia que se atrasa siempre, que se para fácilmente y que necesita de las frecuentes visitas del relojero.
Continúa...
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