miércoles, 25 de junio de 2025

NO NECESITO UN SACERDOTE QUE SE META EN MIS NEGOCIOS

Nuestro Señor Jesucristo tiene expresamente encargado a sus ministros que se ocupen de los asuntos de los hombres.

Por Monseñor de Segur (1868)


08. NINGUNA NECESIDAD TENGO DE QUE VENGA UN SACERDOTE CUALQUIERA A METERSE EN MIS NEGOCIOS

Desgraciadamente para ti Dios quiere que intervenga en ellos, y es forzoso que pases por esta necesidad. Tus negocios, amigo mío, son los del sacerdote en cuanto interesan a la conciencia, al servicio de Dios. Nuestro Señor Jesucristo tiene expresamente encargado a sus ministros que se ocupen, bajo este concepto, de los asuntos de los hombres. Y he aquí por qué solo intervienen en ellos en lo que toca a la religión y te dejan en completa tranquilidad cuando la conciencia nada tiene que ver con tus actos.

El sacerdote tiene no solamente el derecho sino hasta el deber, y deber riguroso, primero de enseñarte en conjunto y en sus detalles lo que estás obligado a hacer y lo que debes evitar, el bien y el mal, lo licito y lo ilícito; y después de excitarte por toda clase de medios, y hasta con riesgo de enojarte e impacientarte, a servir a Dios con fidelidad y a evitar en tus asuntos domésticos, mercantiles y de lucro, todo cuanto prohíbe la ley del soberano Dueño, que es Dios.

Concibo que sería a veces más cómodo no tener que temer el ojo escudriñador y la severa voz del sacerdote, y que de buena gana prescindiría el hombre de su intervención en tales o cuales circunstancias difíciles, siendo así que es precisamente entonces cuanto más lo necesita. De esta suerte el pilluelo que corre por las calles o los campos, roba frutos, y hace mil travesuras en vez de ir a la escuela; el colegial que lee libros perniciosos, se constituye en cabeza de motín, hace todo lo que no debería y nada de lo que tendría obligación de hacer; el honrado droguero que hinca la uña en todos los artículos, y con disimulo da con el dedo en la balanza; el amable joven que pretende seducir a la pobre jornalera; el criado o la criada que sisa en la compra; la cocinera que aparta para sí de los guisos de sus amos; el buen tabernero, amigo del palo de campeche, que lleva la devoción hasta el punto de bautizar y rebautizar todas sus cubas; el amigo de pleitos que engaña a la mitad de sus clientes y el amigable componedor que los estafa a todos; el leguleyo trapacero y enredador; el rentista egoísta que no se acuerda del pobre ni de la limosna; la mujer de mundo que vive entre galanteos y cree fácil arreglar sus cuentas con el cielo, etc., todos estos, no lo dudes, te dirán a una voz: “¿qué necesidad tengo yo de que se meta el cura en mis negocios?”

Por el contrario, los hombres de bien, los buenos cristianos, no encuentran en la Confesión más que ventajas, y se tienen por felices en encontrar en el sacerdote un apoyo, un leal consejero, un amigo desinteresado que les guía en la senda del bien, y les ayuda a ver con claridad en su conciencia.

Cuando un hijo dice a su padre: No me hace gracia que se meta nadie en mis asuntos, es mala señal, no para el padre sino para el hijo; pues la experiencia enseña que en tales casos suele haber gato encerrado.

Continúa...

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