domingo, 27 de julio de 2025

LA MODESTIA EXIGIDA POR LA IGLESIA

Cuando analizamos la historia entendemos que la revolución en la vestimenta no comenzó con la minifalda


El Padre Pío, este santo sacerdote estigmatizado, dado al mundo para nuestro tiempo (falleció en 1968), fue conocido por su intransigencia en cuanto al vestido y la modestia. ¿Quién se atrevería a decir que no sabía de lo que hablaba, él, que sufrió en carne propia una parte de la Pasión de Cristo por los pecados del mundo? El exigió al final de su vida al menos 20 cm por debajo de las rodillas. Esto puede parecer estricto, pero, nacido en 1887, conocía el mundo antiguo antes de la revolución indumentaria de los años veinte y tenía sólidas y verdaderas referencias morales. Además, su unión con Dios nos da la certeza de que sus exigencias en materia de modestia no eran caprichos ni extravagancias, sino la consideración del pecado original y la consecuente debilidad humana. También respondió a quienes se oponían a ello que nunca había hecho nada sin la orden de Dios. También exigió que los brazos estuvieran completamente cubiertos en la Iglesia y habló en contra de los pantalones y las blusas escotadas... Un día despidió a una tendera canadiense que había ido de allí a confesarse con él, pidiéndole que quemara todas sus existencias de pantalones y que no los vendiera nunca más como condición para su absolución... En otra ocasión, vio a un joven, le preguntó si la joven que estaba a su lado era su hermana (llevaba una blusa escotada) y, ante su respuesta afirmativa, le preguntó: “¿Qué dirías si un hombre te pidiera que le mostraras los hombros de tu hermana?”. El joven se sonrojó, y el Padre Pío le dijo: “¡Pero eso es lo que está haciendo tu hermana, sin que nadie se lo pida!”. Por lo tanto, era responsabilidad de los hermanos reprender y corregir también caritativamente a sus hermanas (y viceversa si era el hermano el que se descarrilaba). 

El Santo Cura de Ars, por su parte, en una ocasión puso su pañuelo alrededor del cuello de una señora con el escote demasiado pronunciado, diciéndole que era para ayudarla a cubrirse el pecho (y él no se enfrentó a faldas cortas...). 

El Padre Emmanuel exigía a sus feligreses que usaran una capa larga que cubriera todo el cuerpo (página 203 del libro de Dom Maréchaux, Ed. Ste J. d'Arc). Pidió a las madres que enseñaran modestia a sus hijas desde muy pequeñas.

Sabemos por los textos lo que los Papas han dicho sobre las exigencias de modestia de la Iglesia. Los Papas de principios del siglo XX, al enfrentarse a los primeros dobladillos levantados, se manifestaron en contra de estas nuevas modas

En octubre de 1919, Benedicto XV, en un discurso sobre la misión de la mujer en la sociedad, dijo: 

“¡Qué grave y urgente deber es condenar las exageraciones de la moda! […] Estos atuendos indecorosos son uno de los fermentos más poderosos de la corrupción general de la moral […] Creemos que debemos insistir especialmente en este punto. Sabemos, por un lado, que ciertos atuendos que hoy en día se aceptan entre las mujeres son perjudiciales para el bien de la sociedad, ya que constituyen una funesta provocación al mal; y, por otro lado, nos invade el asombro y el estupor al ver que quienes vierten el veneno parecen desconocer sus efectos nefastos, que el incendiario que prende fuego a la casa parece ignorar su poder devastador. Solo la ignorancia puede explicar la lamentable extensión que ha adquirido hoy en día una moda tan contraria a la modestia (véase más adelante las modas de 1919), Nos parece que una mujer nunca habría podido llegar al extremo de llevar un atuendo indecente hasta el lugar santo, bajo la mirada de los maestros naturales y más autorizados de la moral cristiana”.

Moda justo después de la Primera Guerra Mundial, una moda denunciada por el Papa Benedicto XV: ¡por primera vez en la historia, las mujeres se descubrieron las pantorrillas!

El 6 de enero de 1921, Benedicto XV, en su encíclica Sacra Propediem, volvió a denunciar las nuevas modas que atentaban contra el pudor: 

No se puede deplorar bastante la ceguera de tantas mujeres de toda edad y condición; embrutecidas por el deseo de agradar, no ven hasta qué punto la indecencia de sus vestidos escandaliza a todo hombre honrado y ofende a Dios. La mayor parte de ellas se habrían ruborizado antes por esas toilettes como por una falta grave contra el pudor cristiano; ahora no les basta exhibirlas en las vías públicas; no temen cruzar el umbral de las iglesias, asistir al Santo sacrificio de la Misa, y aun llevar el seductor alimento de las pasiones vergonzosas a la Mesa Eucarística, donde se recibe al Autor celestial de la pureza”.

Al año siguiente, en 1922, su sucesor, Pío XI, en su encíclica Ubi Arcano sobre la Paz de Cristo en el Reino de Cristo, se quejaba de las diversas causas de la decadencia de la sociedad: 

“Observamos también cómo ha pasado los límites del pudor la ligereza de las mujeres y de las niñas, especialmente en el vestir y en el bailar, con tanto lujo y refinamiento, que exacerba las iras de los menesterosos”. 

Y a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, los Papas se manifestaron en contra de esto. Pero su voz sería silenciada y absorbida por el mundo moderno... al que los católicos no tardaron en seguir.

Arriba, las noticias audaces... Y abajo, los dignos trajes de antes de la guerra...

También debemos citar a este mismo Papa Pío XI en 1928, quien en su encíclica Miserentissimus Redemptor se quejaba nuevamente de que se habían excedido los límites de la decencia, y otra vez, la Carta de la Sagrada Congregación para los Religiosos del 23 de agosto de 1928, denunciaba la moda inmodesta de las niñas, incluso en las escuelas católicas. También en 1928, el Cardenal Pompili, Vicario de Roma, emitió normas básicas para preservar un mínimo de modestia cristiana en las escuelas femeninas de Roma, enseñando que “no se puede considerar decente un vestido cuyo corte sea más profundo que dos dedos debajo del cuello, que no cubra los brazos al menos hasta los codos y que apenas llegue un poco más allá de las rodillas”. Además, los vestidos de telas transparentes son inapropiados. En 1930, la Sagrada Congregación del Concilio publicó una Instrucción a los Ordinarios Diocesanos que criticaba “la inmodesta moda de vestir adoptada por las mujeres y muchachas católicas” y hablaba de un depravado libertinaje y promiscuidad de costumbres” (¡en 1930!). También en 1930, se publicó la contundente carta pastoral del cardenal Rouleau, que enseñaba que la ropa debía llegar al menos hasta la mitad de la pantorrilla y ocultar las líneas y la visibilidad del cuerpo. Aun así, esto es un mínimo, al igual que la Iglesia nos pide confesarnos al menos una vez al año y comulgar al menos en Pascua. ¿Quién se conformaría con eso?

La Iglesia docente, sin duda, estaba dando la voz de alarma en aquellos años. He aquí un documento que demuestra expresamente esta vigilancia de los pastores. Se trata de un extracto del Petit Journal de la década de 1920:

Extracto del Petit Journal del 19 de septiembre de 1920.

Aquí está el título de la portada de esta revista de 1920: “En Cádiz el Obispo ha dado un mandato que prohíbe la entrada a las iglesias a las mujeres cuyos pechos y brazos no estén completamente cubiertos y que usen faldas cortas y medias transparentes”.

Así que esto es lo que hace un siglo la Iglesia docente consideraba vestimenta indecente...

Observamos al fondo de la imagen, a la izquierda, en la penumbra y la discreción, a una madre y a su hija, correctamente veladas y vestidas hasta los pies con una actitud llena de modestia, en contraste con el estilo indiscreto e indecente de las recién llegadas, rechazadas desde la iglesia. ¿No debería esto ser un desafío?

En Fátima, Nuestra Señora había advertido que vendrían modas que ofenderían mucho a Nuestro Señor (faldas, pantalones, trajes de baño, etc.) y que muchas almas irían al Infierno. La pequeña Jacinta reprendió a las damas mal vestidas (en 1917, ¡justo al principio, cuando se descubrieron los tobillos!) y les habló de la ofensa a Dios y del escándalo (¡aún no tenía 10 años...!). Y si una falda apenas por debajo de la rodilla, un pantalón o una blusa escotada no necesariamente merecen el Infierno (hay asuntos graves por indecencia, pero rara vez por conocimiento pleno), tal vez lleven a otras almas allí (tentaciones, mal ejemplo, etc.) y se arriesguen a padecer un Purgatorio largo y doloroso. Esta es la enseñanza de toda la Tradición, que se puede encontrar en el libro de Dom Maréchaux, discípulo del Padre Emmanuel du Mesnil-Saint-Loup, titulado Modestia Cristiana (La Modestie Chrétienne), Editions du Sel. 


Este libro está repleto de citas de santos y anécdotas sobre esta santa virtud de la modestia cristiana, y cada página ilumina el alma con la verdad y la auténtica caridad. En la década de 1970, Monseñor de Castro-Meyer, el último obispo diocesano fiel a la verdadera fe tradicional, explica en su “Catecismo de las verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos” (Catéchisme des vérités opportunes qui s’opposent aux erreurs contemporaines) que la Iglesia prohíbe los escotes demasiado pronunciados, la ausencia de mangas y el descubrimiento de las piernas (pág. 78, Editions du Sel).

Pero quizás sea aún más revelador un breve repaso de la decadencia, en particular la longitud de los vestidos, después de 1915. Antes de los locos años veinte, no todo era ejemplar en cuanto a modestia, en particular los escotes escandalosos de los vestidos opulentos de la alta sociedad (y esto, desde el Renacimiento). Los santos siempre han luchado contra esto y contra la ropa acortada de las niñas durante décadas: Satanás estaba colocando sus peones. 

De hecho, durante la segunda mitad del siglo XIX, los dobladillos de las niñas se subían hasta la rodilla (sobre todo entre la burguesía, más inclinada a seguir las modas), y luego se acortaron cada vez más a partir de 1900. Así, hemos acostumbrado perniciosamente a las niñas a esta falta de pudor y vergüenza, lo que permitió, alrededor de 1920, que las mujeres usaran faldas por debajo de la rodilla: y con razón, varias generaciones se habían acostumbrado desde pequeñas a llevar las pantorrillas al descubierto (en el siglo XIX, con medias opacas; estas desaparecieron una vez consolidadas las costumbres...). Realmente se ha llevado a cabo un trabajo de socavamiento que ha conducido a una mayor libertad y emancipación en la ropa.

A continuación se muestra la marcada diferencia a lo largo de unas pocas décadas, mostrando la diferencia en decencia y modestia entre las niñas y las jóvenes en la década de 1880 y principios del siglo XX.

Niña italiana en el siglo XIX

Niñas del Valais

Niños en la década de 1910

Niñas alrededor de 1910... Durante varias décadas, las niñas ya llevaban ropa cada vez más corta. 

El apogeo de la indecencia infantil se produjo en los años '20 y '30, con prendas que llegaban muy por encima de las rodillas y que ya no volverían atrás. También entre los niños, con pantalones cortos cada vez más cortos. ¿De ahí los innumerables casos de pedofilia que surgen hoy en día?


Las jóvenes de los locos años veinte, orgullosas de su nuevo derecho a mostrar sus piernas una vez pasada la infancia. Porque desde la segunda mitad del siglo XIX, las niñas vestían cada vez faldas más cortas, pero hasta los 12 o 13 años, vestían faldas largas. Así, adquirieron malos hábitos desde la infancia, y no fue difícil arruinarlo todo en tan solo unos años...

Alumnas del año 1920... ¿Quién puede negar que hubo un cambio?

En cuanto a las adultas, en 1900, la Revolución aún no había afectado a los largos: durante 2000 años, las damas y jóvenes cristianas, tanto de ciudad como de campo, solían vestirse hasta los tobillos, a veces las faldas eran un poco más cortas, pero siempre muy por debajo de las pantorrillas. 

Pero hubo una ruptura muy clara después de la Primera Guerra Mundial, cuando, gracias a figuras como Coco Chanel, Paul Poiret, Jeanne Lanvin o Lucien Lelong, las faldas subieron de 20 a 25 cm en pocos años (para algunas mujeres, porque no todas cedían de inmediato. Hubo que esperar hasta la década de 1940 para que la moda del cabello corto se generalizara). Durante 30-40 años  las cosas empeoraron lentamente, con ligeras prolongaciones ocasionales de la moda (en 1930 y 1950, pero sin volver a ser muy largos), para seducir mejor a las que se resistían : “¡Vamos, no está tan mal volver a eso! Solo necesita 10 o 15 cm...”. Se puede apreciar claramente la técnica de los famosos 3 pasos adelante, 2 pasos atrás de la Revolución. Luego llegaron los años '60, cuando las rodillas quedaron alegremente superadas. 

La propia Coco Chanel se rebeló contra esas rodillas y muslos al descubierto; pues es cierto que, con cada generación, las nuevas emancipadas fueron aún más lejos y que las revolucionarias de ayer siempre son superadas por las revolucionarias de hoy. Podemos retroceder 2000 años (y más) sin encontrar trajes de mujer que muestren las pantorrillas. Reflexionemos honestamente sobre esta (R)evolución... Es importante entender que la revolución en la vestimenta no comenzó con la minifalda

Visiones del Purgatorio

A continuación se presentan algunas visiones del Purgatorio, no para aterrorizar, sino para poner nuestra conciencia ante nuestro destino, ante los fines finales sobre los que el arzobispo Lefebvre nos pidió que meditáramos a menudo. Deberíamos también reflexionar sobre el hecho de que las personas en cuestión suelen ser cristianos practicantes, que asistieron a la misa de San Pío V, a veces a las vísperas, rezaron y también realizaron buenas obras, lo que podría haberles evitado algo aún peor.

Si hubieran vivido en nuestro tiempo, probablemente habrían sido tradicionalistas y contrarios a las leyes sobre el aborto, el divorcio, las uniones de hecho, el “matrimonio” homosexual... No eran personas completamente desviadas, sino cristianos que deseaban el reinado de Cristo Rey... aunque no demasiado fuertemente de todos modos.

Extracto de “El Purgatorio según las revelaciones de los santos” – Abbé Louvet

Entre los pecados que Dios castiga con mayor rigor, ¡debemos incluir la vanidad! Citaré dos ejemplos: el primero de las preciosas revelaciones de Santa Brígida y el segundo de la vida de la beata María Villani; ojalá que hagan reflexionar a tantos jóvenes frívolos que desperdician su tiempo en galas, exponiéndose al peligro de perder el alma y preparándose terribles torturas en la otra vida.

En un éxtasis durante el cual Santa Brígida fue llevada al Purgatorio, vio, entre muchas otras, a una joven dama de noble cuna, que le hizo saber cuánto sufría para expiar sus pecados de vanidad: “Ahora -dijo gimiendo- esta cabeza que se deleitaba con los adornos y que buscaba llamar la atención está devorada por las llamas por dentro y por fuera, y estas llamas son tan ardientes que me parece que soy el blanco de todas las flechas disparadas por la ira de Dios; estos hombros, estos brazos, que amaba descubrir están cruelmente apretados en cadenas de hierro; estos pies, tan ligeros al bailar, están rodeados de víboras que los muerden y los contaminan con su baba inmunda; todos estos miembros que cargué con collares, brazaletes, flores, joyas, están entregados a terribles torturas que los hacen experimentar al mismo tiempo la consumación del fuego y los rigores del hielo.


¡Ah! -añadió la desdichada condenada- ¡madre mía, qué culpable has sido conmigo! Tu indulgencia, peor que el odio, al abandonarme a mis gustos por la opulencia y los gastos vanos ha sido verdaderamente fatal para mí. Fuiste tú quien me llevó a espectáculos, a fiestas, a bailes, a todas esas reuniones mundanas que son la ruina de las almas. Es cierto -dijo la desdichada a la Santa- que mi madre me aconsejaba de vez en cuando algunos actos de virtud y varias devociones útiles; pero como, por otra parte, consintió en mis errores, este bien se confundió y se perdió en el mal que me permitió. Sin embargo, debo dar gracias a la infinita misericordia de mi Salvador, que no permitió mi condenación eterna, que tanto merecía por mis faltas. Antes de morir, conmovida por el arrepentimiento, me confesé, y aunque esta confesión, fruto del miedo, fue insuficiente, al entrar en agonía, recordé la dolorosa Pasión del Salvador y llegué así a una verdadera contrición; ya incapaz de hablar, clamé con temor: “Señor Jesús, creo que eres mi Dios; ten piedad de mí, oh Hijo de la Virgen María, por tus dolores en el Calvario. Siento un profundo arrepentimiento por mis pecados y desearía repararlos, si tuviera tiempo”. Al terminar estas palabras, expiré. Quedé así liberada del Infierno, pero fui arrojada a los gravísimos tormentos del Purgatorio”.

El historiador de la Santa nos cuenta que, tras contarle su visión a una prima de la difunta, quien también se entregaba a la mundanalidad, la impresión que esta historia le causó fue tal que renunció a toda vanidad y se dedicó a la penitencia con gran austeridad. (Revelaciones de Santa Brígida, Libro VI, Capítulo LII)

El otro ejemplo no es menos cierto, pues está tomado de la vida de la Beata María Villani, cuyo testimonio, espero, nadie cuestione (Vita Mariae Villani, P. Marchi, Lib. II, cap. V)

Un día, mientras la Beata oraba por las almas del Purgatorio, fue conducida en espíritu al lugar de expiación y, entre todos los desdichados que allí sufrían, vio a una persona más atormentada que las demás, a causa de las horribles llamas que la envolvían de pies a cabeza. “Desdichada amiga -exclamó- ¿por qué te tratan con tanta crueldad? ¿Acaso nunca sientes alivio en medio de tan rigurosas torturas?”. “He estado aquí -respondió el alma- durante muchísimo tiempo, terriblemente castigada por mis vanidades pasadas y mi lujo escandaloso. Hasta ahora, no he obtenido el menor alivio; el Señor ha permitido, en su justicia, que mis padres, mis hijos y mis amigos me olviden. Cuando estaba en la Tierra, entregada a atuendos inútiles, pompa mundana, fiestas y placeres, rara vez pensaba en Dios y en mis deberes; mi única preocupación seria era aumentar el renombre y la riqueza de mi pueblo; ya ves cómo soy castigada por ello, ya que no me conceden un solo recuerdo”.

“¡Ay! -dijo el Hijo del Hombre- ¡ay de aquel por quien viene el escándalo! Si tu ojo te hace pecar, sácalo y échalo al fuego. Es mejor entrar en la vida con un ojo o un pie, que arriesgarse a bajar con ambos a la Gehena”. Si estas palabras no hubieran salido de los labios de la Verdad eterna, sin duda serían acusadas de exageración; he aquí un ejemplo que mostrará lo que piensa la justicia divina al respecto en el otro mundo.

Nos referimos a esas pinturas desafortunadas que, con el pretexto del “arte”, a veces se encuentran en los hogares de los mejores cristianos y cuya visión ha causado la perdición de tantas almas. Un pintor de gran talento, que había llevado una vida ejemplar, había cedido en este punto a la tentación de ese tipo de “arte”; pero luego comprendió su error y renunció por completo a esas desafortunadas representaciones y posteriormente solo hizo imágenes de santidad. Finalmente, cuando acababa de pintar un gran cuadro en un convento de Carmelitas Descalzas, fue abatido por una enfermedad mortal; pidiendo al Padre Prior el favor de ser enterrado en la iglesia del monasterio y legando a la comunidad el altísimo precio de su obra, con la condición de que los monjes pagaran con Misas por él.

Llevaba unos días muerto en la paz del Señor cuando un monje que permanecía en el coro después de maitines lo vio aparecer entre lágrimas y forcejeando en medio de las llamas . “¿Qué? ¿Eres tú el que recibe este castigo por haber vivido con tan buena reputación de virtud?”

“Cuando entregué mi alma -respondió el penitente- fui presentado ante el tribunal del Juez, e inmediatamente vi a varias personas declarar en mi contra, incitadas a malos pensamientos y malos deseos por una pintura inmodesta que había hecho. Por estas faltas, fueron condenados al Purgatorio, pero lo que fue mucho peor, vi a otros salir del Infierno para declarar en mi contra por la misma ocasión; declararon que, siendo yo la causa de su condenación eterna, merecía al menos los mismos castigos. Entonces varios santos descendieron del Cielo para defenderme; presentaron ante el Juez que esta desafortunada pintura era una obra de juventud, que desde entonces había expiado con multitud de otras obras para gloria de Dios y sus santos, lo cual había sido para muchas almas una fuente de gran edificación. El Juez soberano, tras sopesar las razones de ambas partes, declaró que, debido a mi arrepentimiento y mis otras buenas obras, estaría exento del castigo eterno, pero estoy condenado a sufrir en estas llamas hasta ese cuadro maldito se queme de tal manera que ya no escandalice a nadie. Ve, pues, en mi nombre, ante el dueño del cuadro, dile en qué estado me encuentro por haber cedido a sus súplicas y conjúralo a realizar el sacrificio. Si se niega, ¡ay de él! Como prueba de que todo esto no es una ilusión y para castigarlo por su culpa, has de saber, Padre mío, que pronto perderá a sus dos hijos, y si se niega a obedecer las órdenes de Aquel que nos creó a ambos, pronto lo pagará con una muerte prematura”.

El dueño del cuadro, al saber estas cosas, se apoderó de él y lo arrojó al fuego: sin embargo, según palabra del Señor, perdió a sus dos hijos en menos de un mes y, durante el resto de sus días, se aplicó a hacer penitencia por la falta que había cometido así en ordenar como en guardar aquel maldito cuadro en su casa.

Podemos encontrar muchas otras visiones en Santa Brígida, Santa Francisca Romana y otros Santos que vieron mujeres en el Purgatorio, e incluso a veces en el Infierno por haber desnudado sus brazos hasta los hombros... Ni siquiera hablábamos de piernas en aquellos tiempos, ¡las mujeres iban todas vestidas de largo!

¡Consolemos a María con nuestra modestia!

Y por amor a Nuestro Señor, no digamos que estas historias de la revolución en la vestimenta “son anticuadas, son historia antigua, ¡de hace 100 años!”. Pero 100, 230 o 500 años no legitiman ninguna revolución. Recordemos que el mensaje de Fátima también cumplirá 100 años y sigue tan vigente como siempre. Escuchemos a Nuestra Señora. Lo que le dice a Lucía, también nos lo dice a cada uno de nosotros:

“Tú al menos, intenta consolarme…” (Nuestra Señora de Fátima a Lucía el 10 de diciembre de 1925)

María llorando por Cristo que murió por nuestros pecados, cuya indecencia es condenada por la Iglesia... Oremos pidiendo la fuerza para cambiar y abrazar esta causa de modestia plenamente católica

Continúa...

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