Por Monseñor de Segur (1878)
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DEL GRADO DE MAESTRO-MASÓN
El grado de Maestro-Masón es en la Francmasonería exterior el tercero y el último; pues la dignidad de Gran-Oriente y las otras dignidades accesorias que componen el Consejo exterior no son grados, propiamente hablando. Como, por ejemplo, un general, que no por habérsele nombrado Ministro de la Guerra asciende en graduación; sino que alcanza otra dignidad, un nuevo mando, y nada más. Así el masón nombrado Gran-Oriente es un Maestro-Masón como cualquier otro, aunque tenga el mando exterior de todas las logias de una obediencia.
Hay, efectivamente, en la Francmasonería muchos ritos u obediencias, que se diferencian muy poco unas de otras. En Francia existen tres ritos masónicos: el del Gran-Oriente de Francia, el Escocés y el Misraim. Este nombre es el que la ciencia cabalística ha dado siempre a un demonio tan poderoso como perverso. El rito Misraim se atribuye por primer padre al piadoso Cam, maldecido por su padre Noé.
Pero volvamos a nuestro compañero, que arde en deseos de pasar a Maestro. El ceremonial adquiere cada vez mayor solemnidad. La logia misma ya no se llama logia, si no aposento del centro. El celeste Imperio chino también se llama imperio del centro. Este aposento está todo colgado de negro (en señal de luz y de alegría) con calaveras, esqueletos y huesos en aspa, que sin duda habrán bordado en blanco las francmasonas “más estimadas” por los francmasones de este centro.
En el altar del Venerable se coloca una bujía de cera amarilla (notadlo bien) en la parte del Oriente (no del Occidente, si no todo estaba perdido), y una linterna sorda, formada de una calavera que sólo deja pasar la luz por las aberturas de los ojos. Además es de advertir que el Venerable no es ya del todo venerable, porque en este centro respetabilísimo toma en lo sucesivo el título de “Muy-Respetable del aposento del centro”, y este aposento y su Muy-Respetable son alumbrados en proporción de sus necesidades por la bujía amarilla y la linterna-calavera. En el centro, el que tenga buenos ojos percibe (¡oh goces puros de la Francmasonería!) un ataúd: un verdadero ataúd que encierra el cuerpo de un francmasón o de un maniquí (esto importa poco); y según el H∴ Clavel debe ser “el último Maestro admitido”. El Ritual no dice si éste se encuentra o no muy a su gusto en el ataúd; y a mí ver trocaría de buena gana su papel por el del Muy-Respetable.
Para consolarle, le ponen una escuadra en la cabeza, un compás abierto en los pies, y sobre su cuerpo una rama de acacia (sin duda para guardarle del sereno). Todos los HH∴ Maestros están vestidos, no de amarillo, sino de negro; y en las logias más alegres llevan un mandil negro con una calavera artísticamente bordada sobre las piernas. En fin, para complemento, llevan todos, de la espalda izquierda a la cadera derecha, una banda azul, en donde se ven bordados el sol, la luna y las estrellas.
Si queremos saber el motivo de encontrarse tan bien compuestos en el “aposento del centro” oigamos al Muy-Respetable que pregunta: “¿Con qué objeto nos reunimos?”
- “Para encontrar la palabra del Maestro, que se ha perdido” -le responde con cómica gravedad el H∴ Primer Vigilante.
El Muy-Respetable manda que busquen “la palabra”. Parece que todos la saben, pues a cada uno se pregunta por ella, y cada uno se la manda al Muy-Respetable.
- “¿Qué edad tenéis?” -pregunta éste al H∴ Primer Vigilante.
- “Siete años” -responde ingenuamente el otro, no sabe por qué.
Un Maestro-Francmasón tiene siempre siete años: la edad del candor.
- “¿Qué hora es?” -continúa el Respetable.
- “Pasa de mediodía”, dice el otro.
Después de varias preguntas y respuestas no menos profundas, óyese golpear la puerta a usanza de los Compañeros: Toc-toc, toc, toc-toc.
Es nuestro Compañero-Masón que se presenta. Lleva desnudos los pies y el brazo y el pecho izquierdo; de su brazo derecho cuelga majestuosamente una escuadra, y lleva ceñida en tres vueltas su cintura con una cuerda cogida de un extremo por el H∴ Experto en el rito del Gran-Oriente de Francia; por el H∴ Maestro de Ceremonias, en el rito Escocés; por el H∴ Primer Diácono, en las logias inglesas y americanas; y en el rito de Misraim, debe tenerlo cogido el diablo en persona. Con este arreo llama a la puerta el Compañero postulante, y empieza una escena que no tiene precio.
“A este ruido -dice el H∴ Clavel- se conmueve la asamblea” (motivos le sobran). Con voz alterada, exclama el H∴ Primer Vigilante: “Muy-Respetable, un Compañero acaba de llamar a la puerta”.
- “Ved... lo que quiere... ese Compañero”, contesta el Muy-Respetable con una emoción muy natural.
Pasan a informarse, y como todos están en el intríngulis, no es muy complicado el asunto. “¿Por qué viene el Maestro de Ceremonias a turbar nuestro dolor?” dice con tono lúgubre el Muy-Respetable; ¿no sería ese Compañero uno de esos miserables que el cielo entrega a nuestra venganza? H∴ Experto, tomad vuestras armas, y apoderaos de ese Compañero. Registradle y aseguraos si lleva indicio alguno de su complicidad en el crimen cometido”. Este crimen es la fingida muerte del Arquitecto Adoniram, asesinado por tres Compañeros mientras dirigía los trabajos del templo de Salomón; pero en realidad significa la ejecución de los Templarios, progenitores espirituales de los francmasones.
El H∴ Experto arranca el mandil al Compañero, y mientras éste permanece en la puerta, guardado cariñosamente por cuatro Hermanos armados hasta los dientes, vuelve aquél al Muy-Respetable, y con mucho respeto le dice: “Muy-Respetable, nada encuentro en el Compañero que indique que haya cometido un asesinato. Sus vestidos son blancos, sus manos puras, y este mandil que os traigo no tiene mancha alguna”.
El Muy-Respetable finge no quedar convencido. “Venerables HH∴, dice, ojalá el presentimiento que me agita, etc., etc. ¿No convendría interrogarle?”. Todos los Hermanos bajan la cabeza en señal de asentimiento; y oyendo el Muy-Respetable de labios del H∴ Experto que el Compañero sabe la contraseña, exclama sobrecogido de estupor: “¡La contraseña!...¿Cómo puede saberla? ¡Oh!... Esto no puede ser sino efecto de un crimen”. Enseguida se efectúa un nuevo registro en todos los bolsillos y escondrijos del Compañero, a quien dejan poco menos que en cueros en medio de sus cuatro centinelas.
Mientras tanto el infortunado Maestro se aburre en su ataúd, y reflexiona a sus anchuras sobre la profundidad de las ceremonias masónicas.
El H∴ Experto sigue, pues, el registro del Compañero; al fin mira su mano derecha, y como si hubiese descubierto alguna cosa, exclama aterrorizado: “¡Dioses excelsos! ¿Qué veo? ¡Habla, desgraciado; confiesa tu crimen! ¿Cómo darás la contraseña? ¿Quién ha podido comunicártela?”. El inocente Compañero contesta tan sereno, como si tal cosa: “¿La contraseña? ¡Si no la conozco! Mi conductor la dará por mí”. Entonces se le introduce, andando hacia atrás, hasta el medio del “aposento del centro”; y llegado cerca del féretro, se le hace volver, y descubre el féretro con el último Maestro admitido, que sigue haciendo el muerto.
El Muy-Respetable le explica cómo se encuentran todos allí ocupados en llorar al muy respetable Maestro Adoniram, pérfidamente asesinado por tres Compañeros (hace cosa de dos mil ochocientos sesenta años), y le enseña al pobre Maestro tendido en el féretro. Por supuesto, el Compañero declara no haber sido él uno de los tales asesinos; y el Muy-Respetable, enteramente satisfecho con esta justificación, ordena que le hagan viajar. Ya conocemos tan ridículos viajes: éste solo se diferencia de los demás, en que le acompañan fraternalmente cuatro masones armados. El H∴ Experto sigue al viajero, llegando el cabo de la cuerda. Al volver de sus viajes, el Compañero es recibido Maestro; presta juramento de rodillas, teniendo apoyadas en el pecho las dos puntas de un compás abierto. Luego le llevan “al Occidente”; de ahí “al Oriente”, y esto compone “la marcha misteriosa del grado de Maestro”.
Esta “marcha misteriosa” da tiempo de sobras al Hermano muerto para salir del féretro; y cuando el postulante vuelve a aproximársele, lo encuentra vacío. El Muy-Respetable baja de su trono, y todos los Hermanos forman un círculo alrededor del féretro.
Aquí comienza el lamentable relato del supuesto asesinato del respetable Maestro Adoniram, cometido por tres Compañeros, rivales suyos, llamados Jubelas, Jubelos y Jubelum; el Muy-Respetable interrumpe tres veces su narración para dar tiempo al H∴ Primer Vigilante, a fin de que pueda herir al nuevo Maestro, como Adoniram lo fue por sus tres asesinos: primero en el cuello con una regla de hierro; después el corazón con una escuadra; y por último en la frente con un martillo. Después dos Hermanos cogen al Adoniram ficticio y lo tienden en el féretro, como si estuviera muerto. Los asistentes hacen como que buscan a su querido Adoniram; y después de penosas investigaciones de Oriente a Occidente, y de Occidente a Oriente, le encuentran por fin, gracias a la rama de acacia, que les indica dónde está su cadáver. El Muy-Respetable declara que está putrefacto, y dice: "Mac Benac, es decir, la carne se separa de los huesos. (¡Qué divertido es todo esto!) El Muy-Respetable saca del féretro al supuesto difunto, le pone la mano izquierda sobre la espalda idem, y le dice al oído derecho: "Mac", y a la izquierdo: "Benac", palabras que inundan al resucitado de luz y de consuelos. Los Hermanos con sus mandiles negros y sus calaveras, a la luz de la vela amarilla y de la calavera transformada en linterna, prorrumpen en cánticos de alegría.
El H∴ nuevo Maestro renueva el juramento de “no revelar cosa alguna a los Hermanos inferiores ni a los profanos”, y recibe la iniciación, es decir, el catecismo masónico y el signo de Maestro. Este signo consiste en cerrar cuatro dedos de la mano derecha, apoyando el pulgar sobre el vientre, de manera que forme un ángulo; mientras se tiene el reverso de la mano izquierda delante de los ojos, vuelto el pulgar hacia abajo. El catecismo de los Maestros llama este signo el signo del horror, “porque significa el horror que sobrecogió a los maestros al descubrir el cadáver de Adoniram”.
Tan lúgubre y ridícula juglería compone el ceremonial de iniciación en el tercero y último grado de la francmasonería exterior. Esto deja ya percibir, aunque de lejos, un olorcillo de conspiración y sociedad secreta; y se comprende cuál fácilmente ese innumerable público de las logias sirve de reclutas a la francmasonería oculta y a los portaestandartes de las sociedades secretas. Ya veremos de qué groseras impiedades se componen los misterios que en este momento se descubren al nuevo Maestro. Es materialismo puro.
Puede, pues, asegurarse que, a pesar de todo lo engañados que puedan verse, los francmasones, Aprendices, Compañeros y Maestros, son muy culpables, imprudentes y bobos.
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