Por Monseñor de Segur (1868)
11. ¿PARA QUÉ SIRVE LA CONFESIÓN?
¿Para qué sirve el lavarse, peinarse y cepillarse? Para la limpieza. La Confesión es como el aseo de nuestra conciencia; el sacerdote lava, limpia peina y cepilla al alma manchada por el pecado, y la vuelve a poner en buen estado, limpia y pura. Los niños que no se dejan lavar por sus madres permanecen todo el día sucios y asquerosos; de la misma manera las almas que no van a lavarse en la piscina de la penitencia, son almas sucias, grasientas, enlodadas, innobles.
¿Para qué sirve la Confesión? Para todo. Sirve para ponernos en paz con Dios cuando hemos tenido la desgracia de ofenderle, y para devolvernos la paz del corazón y la alegría verdadera.
¡En mi vida había sido tan feliz! exclamaba un día llorando y riendo a la vez, un muchacho de dieciséis años que acababa de hacer una confesión general, de que había tenido una necesidad extrema.
La Confesión sirve para prevenir una multitud de pecados, de escándalos, y hasta podría decir, de crímenes. ¡Cuántos jóvenes de ambos sexos deben su buena conducta y su felicidad a la santa práctica de la Confesión, la cual es para ellos lo que para la cepa el palo tutor que la sostiene, le impide arrastrarse por el barro y hace que maduren mejor sus bellos racimos manteniéndola siempre elevada y expuesta al calor del sol! Sin aquel palo la pobre cepa hollada por todos, se arrastraría por tierra, inútil y sin fruto.
¿Para qué sirve la Confesión? Preciso es convenir en que la Confesión católica es una cosa excelente, decía un día un ministro protestante que acababa de recibir un billete de mil francos, restituido al cabo de dieciocho años por un ladrón desconocido que se había decidido a confesarse.
¿Para qué sirve la Confesión? Preciso es convenir en que la Confesión católica es una cosa excelente, decía un día un ministro protestante que acababa de recibir un billete de mil francos, restituido al cabo de dieciocho años por un ladrón desconocido que se había decidido a confesarse.
He conocido personalmente a un pastor luterano que se hizo católico al morir, el cual me contó que le habían robado dos veces en su vida; la vez primera fue por valor de cerca de quinientos francos que le quitaron en un pueblecillo católico; pasada la Pascua el cura le entregó aquella cantidad. La segunda vez fue en las Cevenas, en país protestante; tratábase también de una suma bastante considerable, en cuanto me apercibí de ello, me decía, di mi dinero por perdido para siempre; no había allí confesor que obligase a mi ladrón a restituírmelo. Y en efecto, no recobró ni un escudo.
¡De cuántas restituciones, de cuántas reparaciones -decía Rousseau- no es causa la Confesión entre los católicos! La Confesión, no lo dudes, es el mejor custodio de la propiedad. El rico no tiene que temer por su bolsa si tiene criados que se confiesan: y he aquí porque se ve a familias protestantes elegir sus criados y criadas no solamente entre los católicos, sino entre los más fervorosos de estos y que mejor cumplan con sus prácticas.
La Confesión es a los mandamientos de Dios lo que la cáscara al fruto. La cáscara es dura; la Confesión lo es también. El fruto dulce y suculento se halla resguardado por la cáscara; la inocencia, la castidad, la fidelidad al deber, la moral cristiana, la alegría y la paz encuentran su mejor preservativo en la Confesión.
Ella reemplazaría en la sociedad a los gendarmes y a la policía si todo el mundo la practicase; cada cual se hallaría custodiado por su propia conciencia e iluminado por el cura acerca de sus deberes.
Y preguntas aun después de todo esto ¿para qué sirve la Confesión? Vuelve a ella, buen hombre, y verás para qué sirve. Aun cuando sólo aprovechase para no decir tan grandes disparates, sería un gran bien.
¡De cuántas restituciones, de cuántas reparaciones -decía Rousseau- no es causa la Confesión entre los católicos! La Confesión, no lo dudes, es el mejor custodio de la propiedad. El rico no tiene que temer por su bolsa si tiene criados que se confiesan: y he aquí porque se ve a familias protestantes elegir sus criados y criadas no solamente entre los católicos, sino entre los más fervorosos de estos y que mejor cumplan con sus prácticas.
La Confesión es a los mandamientos de Dios lo que la cáscara al fruto. La cáscara es dura; la Confesión lo es también. El fruto dulce y suculento se halla resguardado por la cáscara; la inocencia, la castidad, la fidelidad al deber, la moral cristiana, la alegría y la paz encuentran su mejor preservativo en la Confesión.
Ella reemplazaría en la sociedad a los gendarmes y a la policía si todo el mundo la practicase; cada cual se hallaría custodiado por su propia conciencia e iluminado por el cura acerca de sus deberes.
Y preguntas aun después de todo esto ¿para qué sirve la Confesión? Vuelve a ella, buen hombre, y verás para qué sirve. Aun cuando sólo aprovechase para no decir tan grandes disparates, sería un gran bien.
Continúa...
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