Por Monseñor de Segur (1868)
13. NINGUNA NECESIDAD TENGO DE CONFESARME; NO HE HECHO MAL A NADIE. POR VENTURA ¿NO SE PUEDE SER HOMBRE DE BIEN SIN CONFESARSE?
Hombre de bien difícilmente; pero como quiera que sea, es absolutamente imposible ser cristiano sin confesarse. Ahora bien, estamos todos obligados a ser cristianos, no menos que a ser honrados. No es mucho, entiéndelo, ser lo que el mundo llama un “hombre de bien”. De cien individuos, tomados al acaso, los noventa y cinco son “hombres de bien”, esto es, que no han matado a nadie, que no han robado nunca cosas de importancia, que no han estado nunca presos y que son casi irreprensibles, según las leyes del país.
Penetra empero un poco en la vida íntima, en la conciencia de aquellos noventa y cinco hombres de bien; ¿cuántos habrá que recen, que sigan los mandamientos de Dios, que cumplan con el primero de los deberes del hombre sobre la tierra? ¿Cuántos encontrarás que no tengan la costumbre de blasfemar, de jurar, de violar la sagrada ley del domingo y de hacer que otros la infrinjan, de faltar a sus más esenciales deberes de familia? ¿Cuántos que son insoportables en su casa, que se incomodan por nada, que se dejan llevar de su genio, que se vengan fácilmente? ¿Cuántos que se permiten los más graves desórdenes contra las buenas costumbres, que cometen adulterios y verdaderas infamias que les cubrirían de oprobio si fuesen conocidas? ¿Cuántos habrá que sin robar abiertamente, lo hacen sin embargo, gracias a esos mil atajos de la conciencia, a esos manejos usados en el comercio que todo el mundo conoce? Y sin embargo nada de esto les impide ser del número de los “hombres de bien”, y de que ellos mismos y el mundo les tengan por tales... ¿Y crees que estos “hombres de bien” lo son a los ojos de Dios? ¿Crees que la Confesión no es para ellos? ¡Vamos, vamos! precisamente para ellos se ha establecido. No hay más que un freno para los crímenes secretos -decía Voltaire- y este freno es la Confesión, y no soy yo sólo quien os lo dice, es él, hombre honrado de primera clase.
Así pues, no hay mejor caza para el confesor que el “hombre de bien” según el mundo, respirando orgullo por todos sus poros y jactancioso; caza de conciencia ciega, de piel endurecida, y a la cual únicamente pueden derribar los perdigones de un prudente confesor.
Hombre honrado, amigo mío, que no has hecho nunca ningún mal, ven sin temor: el confesor te abrirá los ojos, y te hará ver lo que eres y lo que no eres. Crees ser blanca paloma, mas él te pondrá delante el fiel espejo de un pequeño examen de conciencia, y hará que te admires de encontrarte negro como un cuervo.
Continúa...
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