martes, 29 de julio de 2025

¿EXISTE EL INFIERNO?

Quizás no haya ningún tema sobre el que Nuestro Señor vuelva más a menudo que el del infierno. Sin embargo, la secta conciliar ya no predica esta enseñanza.


Por B. Michel


Quizás no haya ningún tema sobre el que Nuestro Señor vuelva más a menudo que el del infierno. Sin embargo, hoy en día, no solo la secta conciliar ya no predica esta enseñanza, sino que su existencia se niega indirectamente, ya que Francisco”, en su momento, sugirió que podría estar vacío, mientras que otros “clérigos”“teólogos” dicen que no sería eterno. He aquí algunos recordatorios sobre este tema:

1° Errores. El dogma de la existencia de un infierno eterno se ha encontrado con dos tipos de adversarios: unos rechazan la existencia de un lugar de tormentos para los condenados; otros, aunque admiten el infierno, no creen que sea eterno.

A LA PRIMERA CATEGORÍA pertenecen:  
 
1) los ateos, que niegan la existencia de Dios
 
2) los panteístas, que creen que todo es Dios y  
 
3) los materialistas, que dicen que el hombre no tiene alma espiritual e inmortal.


EN LA SEGUNDA CATEGORÍA hay que incluir:

1) Los universalistas. Así se llama a todos aquellos que afirman que, tras un cierto tiempo de expiación, habrá una reconciliación universal entre Dios y sus criaturas culpables, demonios y hombres. Partidarios de este error: ORÍGENES, en el siglo III; en la actualidad, la mayoría de los protestantes liberales, los espiritistas y los teósofos, que creen que los espíritus se purifican mediante la metempsicosis y luego van al cielo.

2) Los racionalistas, que no admiten la eternidad de los castigos, porque la consideran incompatible con la misericordia, la justicia y la sabiduría de Dios (N.º 152).

2° El dogma católico. Los demonios y los hombres que mueren en estado de pecado mortal son castigados con tormentos eternos. Este artículo de fe se basa en la Sagrada Escritura, la Tradición y la razón teológica.

A. SAGRADA ESCRITURA
 
a) ANTIGUO TESTAMENTO

1) “Los que duermen en el polvo de la tierra, dice el profeta Daniel (XII, 2), se despertarán unos para la vida eterna, otros para la vergüenza eterna”. 

2) Los libros morales: Job, los Salmos, los Proverbios y el Eclesiastés, ante el espectáculo de la desproporción entre las miserias y las virtudes aquí abajo, hablan de las sanciones futuras para poner las cosas en orden.

b) NUEVO TESTAMENTO

1) Enseñanzas de Nuestro Señor. Quizás no haya ningún tema al que Nuestro Señor vuelva más a menudo que al del infierno. Anuncia que al final del mundo habrá un juicio que separará a los buenos de los malos, que estos últimos serán malditos por Dios e irán al fuego eterno (Mateo, xxv, 14-46). Para impactar mejor a sus oyentes, a menudo compara el infierno con un géhenna [1] de fuego en el que se arroja a los condenados, e insta a sus discípulos a no retroceder ante ningún sacrificio con el fin de evitar ese lugar de tormento. “Si tu mano te escandaliza, córtatela, porque es mejor entrar manco en la vida eterna que ir con las dos manos al infierno, al fuego inextinguible, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Marcos, 1x, 42, 43).

El Salvador presenta a veces la misma advertencia en forma de parábola. Citemos, por ejemplo: 1) la parábola de la cizaña, que simboliza el destino de los malvados excluidos del reino (Mateo, xx, 24, 30); 2) la parábola de la red. El pescador que separa los peces, recoge los buenos y desecha los malos, es una imagen de la separación de los justos y los malvados al final del mundo (Mateo, XIII, 47-50); 3) la parábola de las bodas reales, en la que el rey hace arrojar a las tinieblas exteriores a un comensal que ha entrado sin el traje nupcial (Mateo, XXII, 1-14); 4) la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias que llegan demasiado tarde para recibir al esposo (Mateo, XXV, 1-13); — 6) la parábola de los talentos, en la que el Señor rechaza a aquellos que han dejado sus talentos sin fructificar (Mateo, xxv, 14-30).

2. Enseñanza de los apóstoles. Fieles a la doctrina de su Maestro, los apóstoles continúan enseñando la perdición eterna del malvado: 1) Testimonio de San Pedro. “Así como Dios castigó a los ángeles rebeldes y les reservó, después del juicio, los tormentos del infierno, así reserva a los malvados para castigarlos en el día del juicio (Pedro, II, 4-9). 2) Testimonio de San Pablo. El apóstol san Pablo vuelve a menudo en sus epístolas sobre la vida futura: a los justos les predice la alegría; a los perseguidores, a los impúdicos, a los idólatras, etc., les muestra el infierno eterno (II Tesalonicenses, 1, 5-9; Gálatas, v, 19-21; Efesios, v, 5).  3) En el Apocalipsis (XXI, 8), san Juan habla del “lago ardiente de fuego” donde serán arrojados los asesinos, los impúdicos, los magos, los idólatras, etc.

B) TRADICIÓN

 a) Testimonio de los mártires. — En la época de las persecuciones, los cristianos respondían a los tiranos que los amenazaban con la muerte que preferían soportar los tormentos temporales antes que ir “al fuego eterno”.

b) Testimonio de los Padres de la Iglesia. — En los primeros siglos de la Iglesia, los Padres son unánimes en predicar el infierno eterno. La discusión no comienza hasta Orígenes, cuyos errores fueron combatidos por San Basilio y condenados por el V Concilio Ecuménico reunido en Constantinopla en 558.

c) Definición de los concilios. — El dogma fue definido por el II Concilio de Constantinopla [2], por el IV Concilio de Letrán (1215), por el II Concilio de Lyon (1274), por Benedicto XII (Constitución Benedictus Deus, 1336) y por el Concilio de Florencia (1439), que afirman que los condenados irán al infierno y sufrirán un castigo eterno, cuya intensidad será proporcional a sus faltas.

a) Testimonio de la tradición pagana. — La idea del infierno no es solo una creencia del pueblo judío y de la religión cristiana, sino que también se encuentra en la tradición de los pueblos paganos. El río Estigia, que nunca se puede volver a cruzar una vez que se han atravesado sus orillas; el desdichado Tántalo, rey de Frigia, condenado al hambre y la sed eternas por haber ofendido a los dioses; el pobre Sísifo, tirano de Corinto, famoso por su crueldad, que empuja eternamente una piedra hacia la cima de una montaña sin llegar nunca a alcanzarla; las Danaides, que por haber asesinado a sus maridos tienen como castigo llenar un barril sin fondo, son otros tantos mitos que proclaman la fe de los paganos en un tormento eterno, establecido por la divinidad como justo castigo por los crímenes cometidos en esta tierra.

C. RAZÓN TEOLÓGICA

Dios, el Juez Supremo, debe recompensar a cada uno según sus obras. Si el justo tiene derecho a la recompensa, el culpable merece el castigo. Ahora bien, es cierto que aquí abajo los buenos suelen sufrir, mientras que los malvados, lejos de ser siempre castigados por sus crímenes, a veces disfrutan de los bienes de este mundo sin ser atormentados por el remordimiento. Por lo tanto, conviene que Dios restablezca el equilibrio en la otra vida, concediendo la felicidad a unos e imponiendo un castigo a otros.

V. Naturaleza del infierno. Corolarios.

Naturaleza del infierno: la naturaleza del castigo debe estar en relación con la naturaleza de la falta. Ahora bien, por el pecado mortal, el hombre se aleja de Dios y se vuelve hacia la criatura. A estas dos caras de la ofensa deben corresponder, por lo tanto, dos caras en el castigo. Por eso los condenados sufren un doble castigo: el castigo del daño y el castigo del sentido. De fe.

A. CASTIGO DEL DAÑO

El castigo del daño consiste en la privación de la visión beatífica. El hombre se ha apartado voluntariamente de Dios. Es justo, pues, que se le aleje y se le separe definitivamente: “Apartaos de mí, malditos”, dice Nuestro Señor (Mateo, xxv, 41). Este primer castigo es, sin duda, el más doloroso. Arrancado de su hogar, rechazado de su patria, privado de todo bien, el exiliado es el más desdichado de los hombres. ¡Cuánto más lamentable es la suerte del condenado que está alejado para siempre de la Belleza infinita, que mide la magnitud de su pérdida y su desgracia, y que ya no puede pedir a la criatura el placer y el disfrute que podrían consolarlo de la pérdida de Dios!

B. CASTIGO DEL SENTIDO

La segunda pena se llama así porque tiene por objeto castigar el malvado apego del pecador a los bienes ilegítimos de este mundo y porque consiste en una tortura producida por agentes sensibles. Ya existe para las almas separadas de sus cuerpos, como para los ángeles caídos, pero es sobre todo cuando el cuerpo se reúna con el alma cuando alcanzará toda su intensidad. Como hemos visto anteriormente, Nuestro Señor caracteriza este castigo con dos palabras: es como un gusano que no muere y un fuego que nunca se apaga: a) un gusano que no muere: es el eterno remordimiento que corroe la conciencia al ver el mal que se ha cometido y que ya es irreparable. “Nos hemos desviado del camino de la verdad, se dirán los malvados presa del remordimiento de la conciencia... No hemos conocido el camino del Señor... Hemos sido arrancados en medio de nuestras iniquidades” (Sabiduría, v, 6, 3, 13). b) Un fuego que nunca se apaga. El infierno es “un horno ardiente donde habrá llanto y crujir de dientes” (Mateo, XII, 42).

¿Cuál es la naturaleza de este fuego? ¿Debemos asimilarlo al que conocemos y que tanto nos asusta? Sin duda es un fuego real, aunque la Iglesia no haya definido absolutamente su naturaleza. De hecho, sería absurdo creer que Nuestro Señor quisiera hacer de este castigo un simple espantajo con la única intención de apartar al hombre del mal.

A la doble pena del castigo y del sentido se añade para el condenado el cruel sufrimiento de sentirse para siempre en compañía de los demonios.

2° Corolarios

1. LOS QUE VAN AL INFIERNO. Todos los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno.

2. DESIGUALDAD EN LA CONDICIÓN DE LOS CONDENADOS.  Los castigos de los condenados son iguales: 1) en cuanto a la duración, ya que son eternos, pero difieren; 2) en cuanto a la intensidad, porque “Dios pagará a cada uno según sus obras” (Rom., II, 6).

3. MITIGACIÓN DE LOS CASTIGOS. ¿Debe disminuir con el tiempo la intensidad del castigo que sufren los condenados? ¿Pueden los condenados, gracias a las oraciones de los vivos, obtener de la misericordia de Dios un alivio progresivo de sus sufrimientos? 

1) Teólogos como el jesuita Perau (1583-1652), el sulpiciano Eugay (1732-1811) y, recientemente, M. GARRIGUET, que retomó la tesis de Émery en una valiosa obra, Le bon Dieu, han admitido una mitigación de los castigos, al menos temporal y proporcional a las oraciones de los fieles, basándose en textos de la Sagrada Escritura (II Mac., XII, 43-46: Sal., LXXVI, 10) y en pasajes de algunos Padres de la Iglesia: San Agustín, en Occidente, San Basilio, san Juan Crisóstomo y, sobre todo, San Juan Damasceno, en Oriente.

2) La gran mayoría de los teólogos profesa, con Santo Tomás, la opinión contraria. Tras señalar que los textos bíblicos alegados no son concluyentes y que la opinión de los Padres citados anteriormente es discutible, creen encontrar una prueba determinante de su opinión en el hecho de que la Iglesia nunca ha tenido la costumbre de rezar por las almas que están en el infierno. Aunque la tesis de la mitigación de las penas nunca ha sido condenada por la Iglesia, hay motivos para considerar cierta esta segunda opinión (V. Ami du Clergé, año 1929, p. 662).

4. EL NÚMERO DE LOS CONDENADOS y el LUGAR DEL INFIERNO son dos cuestiones que, al igual que en el caso del Cielo, debemos dejar sin respuesta. La Iglesia se limita a advertirnos de que todo aquel que muera con un pecado mortal no perdonado será condenado al tormento eterno.

VI. La eternidad del infierno ante la razón.

Objeción. Todos los adversarios de la religión católica, y en particular los racionalistas, se rebelan contra el dogma del infierno y lo declaran contrario a la razón. Desde su punto de vista, la eternidad de los castigos sería un castigo desproporcionado con respecto a la falta, por lo que sería contrario a la bondad e incluso a la justicia de Dios. A continuación, se muestra cómo Jules Simon formuló esta objeción: “El castigo tiene una doble razón de ser: la expiación de la falta y la mejora del culpable. ¿Se pregunta si el castigo durará eternamente? Esta eternidad suprime uno de los dos caracteres del castigo, la purificación, la mejora; exagera el otro más allá de lo posible, porque no hay falta temporal que merezca un castigo eterno. Ningún principio de la razón conduce a la eternidad de los castigos y permite admitirla” [3].

Respuesta. No ignoramos que la razón por sí sola, y al margen de cualquier revelación, es incapaz de demostrar que la eternidad de las penas se impone como una sanción justa del pecado. Solo sostenemos que el infierno eterno no contradice en absoluto a la razón y que nada se opone a un castigo eterno, ni por parte del pecador ni por parte de Dios.

A. POR PARTE DEL PECADOR

a) Se dice que la expiación debe ser proporcional a la falta. Ahora bien, “no hay falta temporal que merezca un castigo eterno”. Es cierto que la reparación debe ser directamente proporcional a la gravedad de la ofensa. La cuestión que se plantea, por o tanto, es determinar la malicia del pecado mortal. Ahora bien, es un principio admitido que la gravedad de una ofensa se mide tanto por la dignidad del ofendido como por la bajeza del ofensor; en otras palabras, cuanto mayor es la distancia entre el ofensor y el ofendido, más grave es la ofensa. Es evidente que, considerado desde este punto de vista, la malicia del pecado es infinita. Sin embargo, admitimos que, desde otro punto de vista, y como acto humano, el pecado no puede revestir un carácter infinito. De ahí se deduce que el castigo debe tener también este doble aspecto: infinito por un lado y finito por otro. Ahora bien, tal es el caso de los castigos del infierno: no son infinitos ni por su naturaleza ni por su intensidad, sino solo por su duración. 

b) Pero, se dice aún, todo castigo debe ser medicinal: debe tener como objetivo “la purificación, la mejora” del culpable. — Sin duda, pero la aplicación de los remedios no puede ir más allá de la vida. Dios deja a todo hombre la libertad de volverse hacia él o de apartarse de él. Pero, una vez terminada la vida, la experiencia está hecha, y el árbol permanece donde ha caído (Ecl., XI, 3). Un enfermo que rechaza obstinadamente los remedios que se le ofrecen no debe quejarse si no se cura. Que las penas sean primero medicinales, está muy bien, pero que deban serlo siempre, es algo que no se puede demostrar. Llega un momento en que el único objetivo de la pena es corregir al culpable, castigar el mal porque es malo y restaurar el orden violado [4].

B. POR PARTE DE DIOS

a) Los racionalistas afirman que la eternidad de los castigos es incompatible con la bondad de Dios. Pero, ¿quién no ve que plantear así el problema es descuidar una de las facetas? En efecto, no se tiene derecho a aislar la bondad de los demás atributos. Sin duda, la bondad infinita de Dios podría no haber creado un infierno eterno.

b) Pero, junto a la bondad, está la justicia. Y la justicia exige la aplicación de un castigo proporcional a la falta y eficaz: 

1. Un castigo proporcional a la falta. Acabamos de ver que solo la eternidad de un castigo finito guarda relación con el pecado mortal. Decir que la sanción no debe ser eterna porque la falta ha sido pasajera es plantear un principio absolutamente falso, a saber, que siempre debe haber una correlación entre la duración de la falta y la duración del castigo. Es evidente, en efecto, que la duración de la expiación debe ser proporcional, no a la duración de la falta, sino a su gravedad. Así ocurre, por lo demás, en las legislaciones humanas. Un homicidio puede cometerse en un instante; sin embargo, las leyes lo castigan con la pena de muerte, es decir, con una pena que, desde cierto punto de vista, es eterna. ¿Por qué Dios no podría actuar así? 

2. Una sanción eficaz. Es fácil ver que solo una pena eterna puede ser una sanción eficaz. Si el infierno no es eterno, el pecador llega al mismo destino que el justo, y el mal acaba poniéndose al mismo nivel que el bien. Por lo tanto, en definitiva, los malvados y los impíos pueden multiplicar sus crímenes con impunidad, ya que, un poco antes o un poco después, recibirán la misma recompensa que el hombre virtuoso. Dios ya no tiene la última palabra, y ya no se ve por qué prodiga sus atenciones, sus tesoros de amor y gracia hacia el pecador, por qué la Encarnación, por qué la Redención, por qué tantos sacrificios exigidos a los hombres de deber, si un día va a envolver a unos y otros en el mismo amor y la misma felicidad”.

Notas:

[1] La palabra “gehenna” designaba un valle en el que algunos reyes idólatras, Acaz y Manasés, habían quemado en el pasado a niños ante la estatua del dios Moloch. Este lugar, que para los judíos seguía siendo objeto de horror, se consideraba la imagen del infierno.

[2] En sentido estricto, el II Concilio de Constantinopla (553) no hizo más que reproducir la condena ya dictada por otro Concilio celebrado en Constantinopla, en 543, contra Orígenes.

[3] Jules Simon, La Religion Naturelle.

[4] “Las exigencias de la Justicia eterna, dice OLLÉ-LAPRUNE, no se satisfacen en la vida presente. Sabemos que la última palabra debe pertenecer a la ley moral. No es posible que el bien sea vencido: debe triunfar definitivamente, ya sea haciéndose conocer y amar como se merece, ya sea poniendo en orden, mediante un castigo justo, la voluntad obstinadamente rebelde. Es una necesidad moral que así sea. O la ley moral no es más que una palabra vana, o la victoria debe ser suya. Quien admite la vida futura confía en alguien, confía en Aquel, sea quien sea, que es el principio de la moral y el Bien por excelencia; espera de él el triunfo definitivo de la justicia”.

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