domingo, 21 de julio de 2024

MONSEÑOR VIGANO ACLARA SU POSICION TRAS LA DECISION DEL DDF

Publicamos la traducción al español de la entrevista a Monseñor Viganò realizada por Matt Gaspers del sitio Catholic Family News.


En esta entrevista el arzobispo Carlo Maria Viganò aclara diversos aspectos de su posición tras el anuncio del Vaticano de que fue “declarado culpable del delito reservado de cisma” el 4 de julio por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF). 


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CFN: En su declaración del 28 de junio, usted distingue la “iglesia conciliar” de la Iglesia Católica de tal manera que afirma que hay “dos Iglesias, ciertamente”, mientras que en el pasado (aquí) usted ha afirmado: “Obviamente, no hay dos Iglesias, algo que sería imposible, blasfemo y herético”. Por lo tanto, parece que su posición ha cambiado. ¿Sostiene ahora que la “iglesia conciliar” está completamente separada de la Iglesia Católica, en lugar de ser una secta subversiva que existe dentro de la Iglesia verdadera?


Monseñor Viganò: Mi posición no ha cambiado: hay una sola Iglesia verdadera, que es la Iglesia Católica Apostólica Romana. Pero en realidad hay dos realidades superpuestas, por así decirlo, una de las cuales es la Iglesia verdadera, precisamente; y la otra es la falsa iglesia, la iglesia profunda. Si presta atención, en mi declaración Yo Acuso escribí expresamente “dos iglesias” con la inicial en minúscula, para subrayar la anomalía de esta coexistencia.

CFN: ¿Qué hay de nuevo en esta secta respecto a otras que a lo largo de la historia han cuestionado los dogmas de la Iglesia?

Monseñor Viganò: La Iglesia se ha enfrentado a mil herejías a lo largo de los siglos. Los herejes siempre han pretendido haber “descubierto” la verdadera doctrina y han acusado a la Iglesia de haber errado, sustrayéndose a su autoridad. La Iglesia, por su parte, ha condenado la herejía y los herejes han sido apartados del cuerpo eclesial. Han seguido haciendo daño, pero al menos su separación de la Iglesia Católica ha sido clara y los fieles se han mantenido alejados de ellos. Esta vez, sin embargo, tenemos herejes (y apóstatas) que sabían que si se separaban de la Iglesia de Roma, encontrarían el miserable fin de todos los heresiarcas. Por eso se han organizado para estar a la cabeza de la Iglesia, para poder promulgar la herejía desde la Sede de Pedro imponiéndola como una verdad que se debe creer en virtud de la autoridad del Romano Pontífice; y para poder silenciar toda voz de disenso con “sanciones canónicas” y “excomuniones”, y al mismo tiempo utilizar los púlpitos, las sedes episcopales, los seminarios y las universidades para difundir sistemáticamente el error. Antes se podía recurrir a la Santa Sede para resolver cuestiones doctrinales y disciplinarias, mientras que hoy es la propia Santa Sede el instrumento institucional de los herejes que la han ocupado.

Así como sucede también en el ámbito civil, ante flagrantes violaciones de la Ley por parte de la autoridad, es imposible obtener justicia de esa misma autoridad corrupta, que se vale de la complicidad de todos los órganos administrativos y judiciales que hacen posible su acción. En teoría, esa autoridad ha sido usurpada y es nula, pero de hecho, actúa imperturbable en su poder. Es necesario tomar nota de la usurpación de la Sede Apostólica —que no está simplemente vacante, sino usurpada— para poner fin a una situación gravísima; sin olvidar que la ilegitimidad de Bergoglio conlleva también la nulidad de todos los actos de gobierno y de magisterio que ha llevado a cabo, borrando once años de errores y horrores.

Quienes reconocen como válida y legítima esa autoridad lo hacen o bien porque son cómplices de ella y no quieren ser descubiertos en su propia traición, o bien porque no quieren aceptar las consecuencias necesarias que de ello se derivan: ante todo, reconocer que este golpe de Estado comenzó con el concilio Vaticano II. Admitir que se ha caído en un terrible engaño exige ante todo humildad, y hasta ahora ningún cardenal ni obispo ha tenido el coraje de reconocer que la Iglesia Católica ha sido rehén de herejes durante decenios, y que estos herejes la han humillado y desacreditado ante el mundo precisamente para privarla de autoridad.

CFN: ¿Todo esto sigue un patrón o plan preciso?

Monseñor Viganò: ¡Por supuesto! El modus operandi es el mismo que utiliza la masonería para deslegitimar los gobiernos y apropiarse de la soberanía nacional. En primer lugar, las Logias minan la formación profesional y moral de la futura clase dirigente; luego corrompen a estos políticos, en gran medida incompetentes, provocando escándalos que los desacreditan a ellos mismos y a las instituciones que presiden; luego señalan la corrupción de la política y de las instituciones para privatizar los servicios públicos, con enormes ganancias; y finalmente contratan a políticos corruptos para que trabajen en sus empresas o fundaciones con el fin de seguir manipulándolos.

También en la Iglesia Católica, la corrupción moral y la formación herética del clero han contribuido a la aceptación de cambios en materia doctrinal, moral y litúrgica. Pero cuando pronto salga a la luz el vínculo de complicidad que une inextricablemente al Estado profundo y a la Iglesia profunda, el horror que rodea a estos criminales será tal que constituirá un verdadero Apocalipsis, en el sentido etimológico del término, es decir, “desvelamiento”, “revelación”.

CFN: Usted ha observado a menudo que hay un paralelo entre lo que sucede en el mundo civil y en la iglesia.

Monseñor Viganò: En el ámbito civil, estamos asistiendo a un golpe de Estado organizado por un lobby subversivo, en el que los jefes de gobierno, ministros y funcionarios estatales que se supone que son los representantes de los ciudadanos actúan contra los intereses de los pueblos en beneficio del lobby que los ha nombrado. ¿Son funcionarios? Sí. ¿Son traidores? Sí. No deberían serlo, en un mundo normal, pero de hecho quienes detentan la autoridad en el Estado están casi en todas partes subordinados a una fuerza enemiga que se ha infiltrado en la estructura de la autoridad para utilizarla en su propio beneficio y destruirla. ¿Son dos Estados? No: uno es el Estado, el otro es el Estado profundo, su falsificación, que precisamente como tal logra actuar y hacerse obedecer.

En el ámbito eclesiástico nos encontramos ante la misma situación. El mismo lobby masónico que durante más de dos siglos ha demolido sistemáticamente los gobiernos civiles, ha logrado penetrar en la Iglesia Católica, nombrar a sus propios emisarios, eliminar progresivamente toda oposición interna e imponer una serie de cambios radicales que subvierten la enseñanza magisterial de dos mil años. El propósito de estas quintas columnas ha sido apropiarse de la autoridad de la Iglesia para demolerla desde dentro, utilizando la fuerza de la ley con el fin opuesto al que la legitima. ¿Son dos iglesias? Por supuesto que no: una es la Iglesia Verdadera, la otra es la iglesia profunda, es decir, su falsificación, la contra-iglesia, la anti-iglesia del Anticristo.

El arzobispo Fulton Sheen escribió: “El falso profeta tendrá una religión sin cruz. Una religión sin un mundo por venir. Una religión para destruir religiones. Habrá una iglesia falsa. La Iglesia de Cristo [la Iglesia Católica] será una. Y el falso profeta creará otra. La iglesia falsa será mundana, ecuménica y global. Será una federación de iglesias. Y las religiones formarán una cierta clase de asociación global. Un parlamento mundial de iglesias. Estará vaciado de todo contenido divino y será el cuerpo místico del Anticristo. El cuerpo místico en la tierra hoy tendrá su Judas Iscariote, y será el falso profeta. Satanás lo traerá entre nuestros obispos”.

Pero la Iglesia profunda no se manifiesta oficialmente como tal, porque perdería inmediatamente su poder sobre los fieles. Su objetivo es hacer que la gente acepte no tanto y no sólo este o aquel cambio de doctrina, de moral, de liturgia, sino el cambio mismo, es decir, la idea de una revolución permanente según la cual la enseñanza de la Iglesia debe cambiar e incluso contradecirse según las diferentes épocas y contextos culturales. Una vez que la Iglesia profunda haya logrado que se acepte este principio, puede actuar en todos los frentes, contradiciendo lo que la Iglesia enseñó hasta el Vaticano II.

Los fieles y clérigos que no son conscientes de este engaño siguen perteneciendo a la Iglesia Católica, por supuesto, tal como hubieran pertenecido a la Iglesia de hace cien años. Aquellos que se consideran miembros de la “iglesia conciliar” habrían sido condenados como herejes hace cien años, y por lo tanto, no pueden ser considerados incluso hoy en comunión con la Iglesia Católica. La paradoja es que la cabeza de la “iglesia conciliar”, que es hereje y apóstata, también puede ser considerado “Pontífice” de la Santa Iglesia Católica Romana, y como usurpador 
de la voz de Nuestro Señor y de Su Esposa, para deshonrarla a Ella y a Jesucristo mismo.

Aquí también tenemos una superposición de dos entidades –Iglesia y anti-Iglesia– en la misma Jerarquía, y esto es lo que constituye el “golpe maestro de Satanás” que Monseñor Lefebvre denunció desde el principio.

CFN: Usted dice en su declaración del 28 de junio que “la Jerarquía conciliar… pertenece a otra entidad y por lo tanto, no representa a la verdadera Iglesia de Cristo”, mientras que en el pasado (en ingles aquí) usted ha hablado de “la co-presencia de dos entidades en Roma: la Iglesia de Cristo ha sido ocupada y eclipsada por la estructura conciliar modernista, que se ha establecido en la misma jerarquía y utiliza la autoridad de sus ministros para prevalecer sobre la Esposa de Cristo y Madre nuestra”. ¿Sostiene ahora que la “Jerarquía conciliar” está completamente separada de la Iglesia Católica? Además, ¿a quién considera usted parte de la “Jerarquía conciliar”?

Monseñor Viganò: La “iglesia conciliar” está separada doctrinal, moral y litúrgicamente de la Iglesia Católica, pero al mismo tiempo su jerarquía se llama “católica” y, como tal, exige obediencia de los fieles de la Verdadera Iglesia. Esta jerarquía no representa a la verdadera Iglesia de Cristo, pero pretende representarla, porque si se separara oficialmente de ella, ya no podría valerse de la autoridad y el reconocimiento de la verdadera Iglesia y tendría que actuar como cualquier otra secta herética. El modernismo, siguiendo la estrategia típica de las sectas masónicas, enseñó a sus emisarios a esconderse, para llegar sin ser molestados a los puestos de mando. San Pío X, mediante una férrea organización y valiéndose de fieles colaboradores, logró erradicar este “pozo negro de todas las herejías”, pero recobró fuerza en cuanto el sistema de defensa deseado por el Santo Pontífice fue primero debilitado por ingenuidad y luego deliberadamente anulado por quienes entonces deploraban a los “agoreros”, tal como hoy se tacha a los “teóricos de la conspiración”. El propósito es el mismo que el de quienes inspiraron y financiaron el pacifismo: desarmar al adversario para poder conquistarlo sin resistencia. En efecto, el enemigo ha podido apoderarse de todas las plazas fuertes que la Jerarquía ha dejado culpablemente sin vigilancia.

El último bastión que queda después del período posconciliar, el de la sacralidad de la vida, está hoy en grave peligro por la presencia de notorios abortistas neomaltusianos entre los miembros de la “Academia Pontificia para la Vida” (que han desempeñado o aún desempeñan papeles importantes en organizaciones abiertamente hostiles a la Iglesia Católica) y por la admisión a la comunión de dirigentes políticos proabortistas, como por ejemplo Joe Biden y Nancy Pelosi.

El vergonzoso silencio de los obispos estadounidenses y de la propia Santa Sede sobre la inclusión de los movimientos pro vida por parte de la Administración Biden en la lista de organizaciones terroristas nos deja horrorizados.

El problema, por lo tanto, no es si nosotros estamos en la Iglesia, sino si quienes usurpan su autoridad para destruirla forman parte de ella. Son ellos los que hay que expulsar, no nosotros. No forman parte de la Iglesia cuya autoridad han usurpado; por lo tanto, no tienen derecho a hacer lo que hacen y no pueden exigir de ningún modo obediencia de los fieles.

Continuará...


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