miércoles, 17 de julio de 2024

CARTA DE FRANCISCO SOBRE EL PAPEL DE LA LITERATURA EN LA FORMACIÓN (17 DE JULIO DE 2024)


1. En un principio, había decidido dar a esta Carta un título que hiciera referencia a la formación sacerdotal; sin embargo, reflexionando un poco más, este tema se aplica también a la formación de todos los que se dedican a la pastoral, es más, de todos los cristianos. Lo que quisiera abordar aquí es el valor de la lectura de novelas y poemas como parte del camino de maduración personal.

2. A menudo, durante los períodos de aburrimiento en vacaciones, en el calor y la tranquilidad de algún barrio desierto, encontrar un buen libro para leer puede proporcionarnos un oasis que nos aleja de otras opciones menos sanas. Del mismo modo, en momentos de cansancio, ira, decepción o fracaso, cuando la oración por sí misma no nos ayuda a encontrar la serenidad interior, un buen libro puede ayudarnos a capear el temporal hasta encontrar la paz de espíritu. El tiempo dedicado a la lectura bien puede abrirnos nuevos espacios interiores que nos ayuden a no quedarnos atrapados por unos cuantos pensamientos obsesivos que pueden interponerse en nuestro crecimiento personal. De hecho, antes de nuestra actual exposición incesante a las redes sociales, los teléfonos móviles y otros dispositivos, leer era una experiencia habitual, y quienes pasaron por ello saben a qué me refiero. No es algo completamente pasado de moda.

3. A diferencia de los medios audiovisuales, en los que el producto es más autónomo y el tiempo concedido para “enriquecer” la narración o explorar su significado suele ser bastante restringido, un libro exige un mayor compromiso personal por parte de su lector, que en cierto modo reescribe un texto, ampliando su alcance a través de su imaginación, creando todo un mundo al poner en juego sus habilidades, su memoria, sus sueños y su historia personal, con todo su dramatismo y simbolismo. La obra literaria es, por lo tanto, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de hablar de diferentes maneras y de producir una síntesis original por parte de cada uno de sus lectores. En nuestra lectura, nos enriquecemos con lo que recibimos del autor y esto nos permite, a su vez, crecer interiormente, de modo que cada nueva obra que leamos renovará y ampliará nuestra visión del mundo.

4. Por esta razón, aprecio mucho que al menos algunos seminarios hayan reaccionado ante la obsesión por las “pantallas” y las noticias falsas, tóxicas, superficiales y violentas, dedicando tiempo y atención a la literatura. Lo han hecho reservando tiempo para la lectura tranquila y para comentar libros, nuevos y antiguos, que siguen teniendo mucho que decirnos. Lamentablemente, sin embargo, una base literaria suficiente no suele formar parte de los programas de formación para el ministerio ordenado. Con frecuencia, la literatura se considera un mero entretenimiento, un “arte menor” que no tiene por qué formar parte de la educación de los futuros sacerdotes y de su preparación para el ministerio pastoral. Salvo contadas excepciones, la literatura se considera no esencial. Considero importante insistir en que tal enfoque no es saludable. Puede conducir a un grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros sacerdotes, que se verán privados de ese acceso privilegiado que la literatura concede al corazón mismo de la cultura humana y, más concretamente, al corazón de cada persona.

5. Con esta Carta, quisiera proponer un cambio radical de rumbo. En este sentido, estaría de acuerdo con la observación de un teólogo de que la literatura... se origina en el núcleo más irreductible de la persona, ese nivel misterioso [de su ser]... La literatura es vida, consciente de sí misma, que alcanza su plena autoexpresión mediante el uso de todos los recursos conceptuales del lenguaje” [1].

6. Así pues, la literatura tiene que ver, de un modo u otro, con nuestros deseos más profundos en esta vida, pues en un nivel profundo la literatura se compromete con nuestra existencia concreta, con sus tensiones innatas, sus deseos y sus experiencias significativas.

7. Como joven profesor, lo descubrí con mis alumnos. Entre 1964 y 1965, a la edad de 28 años, enseñé literatura en un colegio jesuita de Santa Fe. Enseñaba los dos últimos años del bachillerato y tenía que asegurarme de que mis alumnos estudiaran El Cid. Los alumnos no estaban contentos; solían preguntar si podían leer a García Lorca en su lugar. Así que decidí que podían leer El Cid en casa, y durante las clases comentaba los autores que más les gustaban a los alumnos. Por supuesto, querían leer obras literarias contemporáneas, pero a medida que leían las obras que les interesaban en ese momento, desarrollaban un gusto más general por la literatura y la poesía, y así pasaban a otros autores. Al final, nuestros corazones siempre buscan algo más grande, y cada uno encontrará su propio camino en la literatura [2]. Yo, por mi parte, adoro a los trágicos, porque todos podemos abrazar sus obras como propias, como expresiones de nuestro drama personal. Al llorar por el destino de sus personajes, en el fondo estamos llorando por nosotros mismos, por nuestros propios vacíos, carencias y soledades. Naturalmente, no les pido que lean lo mismo que yo. Cada cual encontrará libros que hablen de su propia vida y se conviertan en auténticos compañeros de viaje. No hay nada más contraproducente que leer algo por obligación, haciendo un esfuerzo considerable simplemente porque otros han dicho que es imprescindible. Por el contrario, estando siempre abiertos a la orientación, debemos seleccionar nuestras lecturas con la mente abierta, la voluntad de sorprendernos, cierta flexibilidad y disposición para aprender, tratando de descubrir lo que necesitamos en cada momento de nuestra vida.

Fe y cultura

8. La literatura también resulta esencial para los creyentes que buscan sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida y las experiencias de otras personas. Con razón, el Concilio Vaticano II observó que, “la literatura y el arte... buscan penetrar en nuestra naturaleza” y “arrojar luz sobre nuestros sufrimientos y alegrías, nuestras necesidades y potencialidades [3]. En efecto, la literatura se inspira en las realidades de nuestra vida cotidiana, sus pasiones y acontecimientos, nuestras “acciones, el trabajo, el amor, la muerte y todas las pobres cosas que llenan la vida” [4].

9. ¿Cómo podemos llegar al corazón de las culturas antiguas y nuevas si desconocemos, ignoramos o despreciamos sus símbolos, sus mensajes, sus expresiones artísticas y los relatos con los que han plasmado y evocado sus más elevados ideales y aspiraciones, así como sus más profundos sufrimientos, temores y pasiones? ¿Cómo podemos hablar al corazón de los hombres y mujeres si ignoramos, dejamos de lado o no apreciamos los “relatos” con los que trataron de expresar y desnudar el drama de su experiencia vivida en novelas y poemas?

10. La Iglesia, en su experiencia misionera, ha aprendido a desplegar toda su belleza, frescura y novedad en el encuentro -a menudo a través de la literatura- con las diversas culturas en las que ha arraigado su fe, sin dudar en comprometerse y aprovechar lo mejor que ha encontrado en cada una de ellas. Este enfoque la ha liberado de la tentación de una autorreferencialidad fundamentalista y estrecha de miras, que consideraría que una determinada “gramática” histórico-cultural es capaz de expresar toda la riqueza y profundidad del Evangelio [5]. El contacto con diferentes estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá explorar más profundamente la polifonía de la revelación divina sin empobrecerla o reducirla a nuestras propias necesidades o formas de pensar.

11. Así pues, no es casualidad que la Antigüedad cristiana, por ejemplo, se diera cuenta claramente de la necesidad de un compromiso serio con la cultura clásica de la época. Basilio de Cesarea, uno de los Padres de la Iglesia de Oriente, en su Discurso a los jóvenes, compuesto entre 370 y 375 y dirigido probablemente a sus sobrinos, ensalzaba la riqueza de la literatura clásica producida por los hoiéxothen (“los de fuera”), como llamaba a los autores paganos. Para él, se trataba tanto de su argumentación, es decir, suslógoi (discursos), útiles para la teología y la exégesis, como de su contenido ético, a saber, los práxeis (actos, conducta) útiles para la vida ascética y moral. Basilio concluía esta obra exhortando a los jóvenes cristianos a considerar a los clásicos como anephódion (“viático”) para su educación y formación, un medio de “provecho para el alma” (IV, 8-9). Precisamente de ese encuentro entre el cristianismo y la cultura de la época surgió una nueva presentación del mensaje evangélico.

12. Gracias a un discernimiento evangélico de la cultura, podemos reconocer la presencia del Espíritu en la variedad de las experiencias humanas, viendo las semillas de la presencia del Espíritu ya plantadas en los acontecimientos, sensibilidades, deseos y anhelos profundos presentes en los corazones y en los ambientes sociales, culturales y espirituales. Podemos ver esto, por ejemplo, en el enfoque adoptado por Pablo ante el Areópago, como se relata en los Hechos de los Apóstoles (17,16-34). En su discurso, Pablo dice de Dios: Este versículo contiene dos citas: una indirecta, del poeta Epiménides (s. VI a.C.), y otra directa, de los Fenómenos del poeta Arato de Soli (s. III a.C.), que escribió en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Aquí, “Pablo revela que es un “lector”, al tiempo que demuestra su método de aproximación al texto literario, que es un discernimiento evangélico de la cultura. Pablo recoge las semillas de la poesía pagana y, superando sus primeras impresiones (cf. Hch 17,16), reconoce que los atenienses son “extremadamente religiosos” y ve en las páginas de su literatura clásica una verdadera praeparatio evangelica” [6].

13. ¿Qué hizo Pablo? Comprendió que “la literatura saca a la luz los abismos dentro de la persona humana, mientras que la revelación y luego la teología toman el relevo para mostrar cómo Cristo entra en esas profundidades y las ilumina” [7]. Frente a esas profundidades, la literatura es, pues, un “camino” [8] para ayudar a los pastores de almas a entablar un diálogo fecundo con la cultura de su tiempo.

Nunca un Cristo sin cuerpo

14. Antes de explorar las razones específicas por las que debería fomentarse el estudio de la literatura en la formación de los futuros sacerdotes, me gustaría decir algo sobre el panorama religioso contemporáneo. “El retorno a lo sagrado y la búsqueda de espiritualidad que caracterizan nuestro tiempo son fenómenos ambiguos: hoy, nuestro desafío no es tanto el ateísmo como la necesidad de responder adecuadamente a la sed de Dios de muchas personas, para que no intenten satisfacerla con soluciones alienantes o con un Jesús desencarnado” [9]. La urgencia de anunciar el Evangelio en nuestro tiempo exige que los creyentes, y en particular los sacerdotes, procuren que todos puedan encontrarse con Jesucristo hecho carne, hecho hombre, hecho historia. Debemos cuidar siempre de no perder nunca de vista la “carne” de Jesucristo: esa carne hecha de pasiones, emociones y sentimientos, de palabras que interpelan y consuelan, de manos que tocan y curan, de miradas que liberan y animan, de carne hecha de hospitalidad, perdón, indignación, valentía, intrepidez; en una palabra, de amor.

15. Precisamente a este nivel, la familiaridad con la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles a la plena humanidad del Señor Jesús, en la que está plenamente presente su divinidad. De este modo, podrán anunciar el Evangelio de modo que todos puedan experimentar la verdad de la enseñanza del Concilio Vaticano II, según la cual “sólo en el misterio del Verbo hecho carne se esclarece verdaderamente el misterio del hombre” [10]. No se trata del misterio de una humanidad abstracta, sino de la de todos los hombres y mujeres, con sus heridas, deseos, recuerdos y esperanzas, que forman parte concreta de su vida.

Un gran bien

16. Desde un punto de vista práctico, muchos científicos sostienen que el hábito de la lectura tiene numerosos efectos positivos en la vida de las personas, ayudándolas a adquirir un vocabulario más amplio y a desarrollar así capacidades intelectuales más amplias. También estimula su imaginación y creatividad, permitiéndoles aprender a contar sus historias de formas más ricas y expresivas. También mejora su capacidad de concentración, reduce los niveles de deterioro cognitivo y calma el estrés y la ansiedad.

17. Más aún, la lectura nos prepara para comprender y afrontar así las diversas situaciones que se presentan en la vida. Al leer, nos sumergimos en los pensamientos, preocupaciones, tragedias, peligros y miedos de personajes que al final superan los retos de la vida. Quizá también, al seguir una historia hasta el final, obtenemos percepciones que más tarde nos resultarán útiles en nuestra propia vida.

18. En este esfuerzo por animar a la lectura, me gustaría mencionar dos textos de autores conocidos que, en pocas palabras, tienen mucho que enseñarnos:

Las novelas desencadenan “en nosotros, en el espacio de una hora, todas las alegrías y desdichas posibles que, en la vida, tardaríamos años enteros en conocer siquiera levemente, y de las cuales las más intensas no se nos revelarían jamás porque la lentitud con que ocurren nos impide percibirlas” [11].

“Al leer la gran literatura me convierto en mil hombres y, sin embargo, sigo siendo yo mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego, veo con miríadas de ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Aquí, como en el culto, en el amor, en la acción moral y en el saber, me trasciendo a mí mismo; y nunca soy más yo mismo que cuando lo hago” [12].

19. Sin embargo, no es mi intención centrarme únicamente en las ventajas personales que se derivan de la lectura, sino reflexionar sobre las razones más importantes para fomentar un renovado amor por la lectura.

Escuchar la voz de otra persona

20. Cuando pienso en la literatura, me viene a la mente lo que el gran escritor argentino Jorge Luis Borges [13] solía decir a sus alumnos, a saber, que lo más importante es simplemente leer, entrar en contacto directo con la literatura, sumergirse en el texto vivo que tenemos delante, en lugar de fijarse en las ideas y los comentarios críticos. Borges explicaba esta idea a sus alumnos diciendo que al principio pueden entender muy poco de lo que están leyendo, pero en cualquier caso están escuchando “la voz de otra persona”. Esta es una definición de la literatura que me gusta mucho: escuchar la voz de otra persona. No debemos olvidar nunca lo peligroso que es dejar de escuchar la voz de otras personas cuando nos interpelan! Caemos inmediatamente en el autoaislamiento; entramos en una especie de “sordera espiritual”, que tiene un efecto negativo en nuestra relación con nosotros mismos y en nuestra relación con Dios, por mucha teología o psicología que hayamos estudiado.

21. Este acercamiento a la literatura, que nos hace sensibles al misterio de las otras personas, nos enseña a tocarles el corazón. Pienso aquí en la valiente súplica que san Pablo VI dirigió a los artistas y, por tanto, también a los escritores, el 7 de mayo de 1964: “Tenemos necesidad de vosotros, nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio es predicar y hacer que el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios, sea accesible e inteligible, incluso conmovedor. Y vosotros sois maestros en esta tarea de hacer accesible e inteligible el mundo invisible” [14]. Esta es la cuestión: la tarea de los creyentes, y de los sacerdotes en particular, es precisamente “tocar” los corazones de los demás, para que se abran al mensaje del Señor Jesús. En esta gran tarea, la contribución que pueden ofrecer la literatura y la poesía es de un valor incomparable.

22. T.S. Eliot, el poeta cuyas poesías y ensayos, reflejo de su fe cristiana, ocupan un lugar destacado en la literatura moderna, describió perspicazmente la crisis religiosa actual como la de una incapacidad emocional generalizada [15]. Si hemos de creer en este diagnóstico, el problema de la fe hoy no es principalmente el de creer más o creer menos con respecto a doctrinas concretas. Se trata más bien de la incapacidad de muchos de nuestros contemporáneos para conmoverse profundamente ante Dios, su creación y los demás seres humanos. De ahí la importancia de trabajar para sanar y enriquecer nuestra capacidad de respuesta. Al regresar de mi viaje apostólico a Japón, me preguntaron qué pensaba que Occidente tenía que aprender de Oriente. Mi respuesta fue: “Creo que a Occidente le falta un poco de poesía” [16].

Una “formación en el discernimiento”

23. ¿Qué provecho saca, pues, un sacerdote del contacto con la literatura? ¿Por qué es necesario considerar y promover la lectura de grandes novelas como un elemento importante de la paideia sacerdotal? ¿Por qué es importante que, en la formación de los candidatos al sacerdocio, recuperemos la intuición de Karl Rahner de que existe una profunda afinidad espiritual entre el sacerdote y el poeta? [17].

24. Intentemos responder a estas preguntas escuchando lo que el teólogo alemán tiene que decirnos [18]. Para Rahner, las palabras del poeta están llenas de nostalgia, por así decirlo, son como “puertas hacia el infinito, puertas hacia lo incomprensible. Llaman a lo que no tiene nombre. Se extienden hacia lo que no se puede abarcar”. La poesía “no da ella misma lo infinito, no trae y contiene lo infinito”. Esa es la tarea de la palabra de Dios y, como sigue diciendo Rahner, “la palabra poética invoca la palabra de Dios” [19]. Para los cristianos, la Palabra es Dios, y todas nuestras palabras humanas llevan huellas de un anhelo intrínseco de Dios, de una tendencia hacia esa Palabra. Se puede decir que la palabra verdaderamente poética participa analógicamente de la Palabra de Dios, como afirma claramente la Carta a los Hebreos (cf. Hb 4,12-13).

25. A la luz de esto, Karl Rahner puede establecer un paralelismo sorprendente entre el sacerdote y el poeta: la palabra “es la única que puede redimir lo que constituye la prisión última de todas las realidades que no se expresan con la palabra: la mudez de su referencia a Dios” [20].

26. La literatura nos hace conscientes de la relación entre formas de expresión y significados. Ofrece un entrenamiento en el discernimiento, perfeccionando la capacidad del futuro sacerdote para comprender su propia interioridad y el mundo que le rodea. La lectura se convierte así en el “camino” que le conduce a la verdad de su propio ser y en la ocasión de un proceso de discernimiento espiritual que no estará exento de momentos de angustia e incluso de crisis. En efecto, numerosas páginas de la literatura corresponden a lo que san Ignacio llama “desolación” espiritual.

27. Así lo explica Ignacio “Llamo desolación a las tinieblas del alma, turbación del espíritu, inclinación a lo bajo y terreno, inquietud surgida de muchas perturbaciones y tentaciones que conducen a la falta de fe, a la falta de esperanza, a la falta de amor. El alma está toda perezosa, tibia, triste y separada, por decirlo así, de su Creador y Señor” [21].

28. La dificultad o el tedio que sentimos al leer ciertos textos no es necesariamente malo o inútil. El mismo Ignacio observó que en “los que van de mal en peor”, el buen espíritu obra provocando inquietud, agitación e insatisfacción [22]. Esta sería la aplicación literal de la primera regla ignaciana para el discernimiento de los espíritus, que trata de los que “van de un pecado mortal a otro”. En tales personas el buen espíritu, “valiéndose de la luz de la razón despertará el aguijón de la conciencia y los llenará de remordimiento” [23] y de este modo los conducirá a la bondad y a la belleza.

29. Queda claro, pues, que el lector no es simplemente el destinatario de un mensaje edificante, sino una persona a la que se desafía a avanzar en un terreno movedizo en el que los límites entre la salvación y la perdición no son a priori evidentes y distintos. La lectura, como acto de “discernimiento”, implica directamente al lector como “sujeto” que lee y como “objeto” de lo leído. La lectura, como acto de “discernimiento”, implica directamente al lector, como “sujeto” que lee y como “objeto” de lo que lee. Al leer una novela o una obra poética, el lector experimenta en realidad “ser leído” por las palabras que lee [24]. Los lectores pueden compararse a los jugadores de un campo: juegan el partido, pero el partido también se juega a través de ellos, en el sentido de que están totalmente atrapados en la acción [25].

Atención y digestión

30. En cuanto al contenido, debemos darnos cuenta de que la literatura es como “un telescopio”, por utilizar una conocida imagen de Marcel Proust [26]. Como tal, apunta a los seres y a las cosas, y nos permite darnos cuenta de “la inmensa distancia” que separa la totalidad de la experiencia humana de nuestra percepción de la misma. “La literatura también puede compararse a un laboratorio fotográfico, en el que las imágenes de la vida pueden procesarse para resaltar sus contornos y matices. Para eso sirve la literatura: para ayudarnos a 'revelar' la imagen de la vida” [27], para cuestionarnos su sentido y, en una palabra, para experimentar la vida tal como es.

31. Sin embargo, nuestra visión habitual del mundo tiende a ser “telescópica” y estrecha por la presión que ejercen sobre nosotros nuestros numerosos objetivos prácticos y a corto plazo. Incluso nuestro compromiso con el servicio -litúrgico, pastoral y caritativo- puede llegar a centrarse únicamente en los objetivos a alcanzar. Sin embargo, como nos recuerda Jesús en la parábola del sembrador, es necesario que la semilla caiga en tierra profunda para que madure con fruto a lo largo del tiempo, sin ser ahogada por la tierra pedregosa o por las espinas (Mt 13, 18-23). Siempre existe el riesgo de que una excesiva preocupación por la eficacia embote el discernimiento, debilite la sensibilidad e ignore la complejidad. Necesitamos desesperadamente contrarrestar esta inevitable tentación de un estilo de vida frenético y acrítico dando un paso atrás, frenando, tomándonos tiempo para mirar y escuchar. Esto puede suceder cuando una persona simplemente se detiene a leer un libro.

32. Necesitamos redescubrir formas de relacionarnos con la realidad que sean más acogedoras, no meramente estratégicas y orientadas puramente a los resultados, formas que nos permitan experimentar la infinita grandeza del ser.  El sentido de la perspectiva, el ocio y la libertad son las marcas de una aproximación a la realidad que encuentra en la literatura una forma de expresión privilegiada, aunque no exclusiva. Así, la literatura nos enseña a mirar y a ver, a discernir y a explorar la realidad de los individuos y de las situaciones como un misterio cargado de un excedente de sentido que sólo puede comprenderse parcialmente mediante categorías, esquemas explicativos, dinámicas lineales de causas y efectos, medios y fines.

33. Otra imagen llamativa del papel de la literatura procede de la actividad del cuerpo humano y, en concreto, del acto de la digestión. El monje Guillermo de Saint-Thierry, del siglo XI, y el jesuita Jean-Joseph Surin, del siglo XVII, desarrollaron la imagen de una vaca rumiando -ruminatio- como imagen de la lectura contemplativa. Surin se refería al “estómago del alma”, mientras que el jesuita Michel De Certeau ha hablado de una auténtica “fisiología de la lectura digestiva” [28]. La literatura nos ayuda a reflexionar sobre el sentido de nuestra presencia en este mundo, a “digerirla” y asimilarla, y a captar lo que se esconde bajo la superficie de nuestra experiencia. La literatura, en una palabra, sirve para interpretar la vida, para discernir su sentido profundo y sus tensiones esenciales [29].

Ver a través de los ojos de los demás

34. Desde el punto de vista del uso del lenguaje, la lectura de un texto literario nos sitúa en la posición de “ver a través de los ojos de los demás” [30] adquiriendo así una amplitud de perspectiva que ensancha nuestra humanidad. Desarrollamos una empatía imaginativa que nos permite identificarnos con la forma en que los demás ven, experimentan y responden a la realidad. Sin esa empatía no puede haber solidaridad, ni compartir, ni compasión, ni misericordia. Al leer descubrimos que nuestros sentimientos no son simplemente nuestros, sino universales, y así ni siquiera el más desvalido se siente solo.

35. La maravillosa diversidad de la humanidad, la pluralidad diacrónica y sincrónica de las culturas y de los saberes, se convierten en la literatura en un lenguaje capaz de respetar y expresar toda su variedad. Al mismo tiempo, se traducen en una gramática simbólica que las hace significativas para nosotros, no ajenas sino compartidas. La singularidad de la literatura radica en que transmite la riqueza de la experiencia no objetivándola como en los modelos descriptivos de las ciencias o en los juicios de la crítica literaria, sino expresando e interpretando su sentido más profundo.

36. Cuando leemos un cuento, gracias a la capacidad descriptiva del autor, cada uno de nosotros puede ver ante sus ojos el llanto de una niña abandonada, a una anciana tapando a su nieto dormido, la lucha de un comerciante que intenta ganarse la vida a duras penas, la vergüenza de quien soporta la crítica constante, el niño que se refugia en los sueños como única escapatoria de una vida desdichada y violenta. A medida que estos cuentos despiertan débiles ecos de nuestras propias experiencias interiores, nos volvemos más sensibles a las experiencias de los demás. Salimos de nosotros mismos para entrar en sus vidas, simpatizamos con sus luchas y deseos, vemos las cosas a través de sus ojos y, finalmente, nos convertimos en compañeros de viaje. Nos vemos atrapados en las vidas de la vendedora de fruta, la prostituta, el niño huérfano, la mujer del albañil, la vieja arpía que todavía cree que algún día encontrará a su príncipe azul. Podemos hacerlo con empatía y, a veces, con ternura y comprensión.

37.  Como escribió Jean Cocteau a Jacques Maritain: “La literatura es imposible. Debemos salir de ella. Es inútil intentar salir a través de la literatura; sólo el amor y la fe nos permiten salir de nosotros mismos” [31]. Sin embargo, ¿podemos salir realmente de nosotros mismos si los sufrimientos y las alegrías de los demás no arden en nuestro corazón? En este punto, yo diría que, para nosotros, cristianos, nada de lo humano nos es indiferente.

38. La literatura no es relativista, no nos despoja de valores. La representación simbólica del bien y del mal, de la verdad y de la mentira, como realidades que en la literatura toman la forma de individuos y de acontecimientos históricos colectivos, no nos dispensa del juicio moral, sino que nos previene de la condena ciega o superficial. Como nos dice Jesús: “¿Por qué ves la paja en el ojo de tu prójimo, y no reparas en la viga que tienes en el tuyo?” (Mt. 7,3).

39. Al leer sobre la violencia, la estrechez o la fragilidad de los demás, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre nuestras propias experiencias de estas realidades. Al abrir al lector una visión más amplia de la grandeza y la miseria de la experiencia humana, la literatura nos enseña paciencia para intentar comprender a los demás, humildad para abordar situaciones complejas, mansedumbre para juzgar a las personas y sensibilidad ante nuestra condición humana. El juicio es ciertamente necesario, pero nunca debemos olvidar su alcance limitado. El juicio nunca debe emitir una sentencia de muerte, eliminando personas o suprimiendo nuestra humanidad en aras de una absolutización desalmada de la ley.

40. La sabiduría que nace de la literatura infunde en el lector una mayor perspectiva, un sentido de los límites, la capacidad de valorar la experiencia por encima del pensamiento cognitivo y crítico, y de abrazar una pobreza que aporta riquezas extraordinarias. Al reconocer la inutilidad y tal vez incluso la imposibilidad de reducir el misterio del mundo y de la humanidad a una polaridad dualista de lo verdadero y lo falso, o de lo correcto y lo incorrecto, el lector acepta la responsabilidad de juzgar, no como medio de dominación, sino como impulso hacia una mayor escucha. Y, al mismo tiempo, una disposición a participar en la extraordinaria riqueza de una historia que se debe a la presencia del Espíritu, pero que también se da como una gracia, un acontecimiento imprevisible e incomprensible que no depende de la actividad humana, sino que redefine nuestra humanidad en términos de esperanza de salvación.

La fuerza espiritual de la literatura

41. Confío en que, con estas breves reflexiones, haya puesto de relieve el papel que la literatura puede desempeñar en la educación del corazón y de la mente de los pastores y de los futuros pastores. La literatura puede estimular enormemente el ejercicio libre y humilde de nuestro uso de razón, un reconocimiento fecundo de la variedad de lenguajes humanos, una ampliación de nuestra sensibilidad humana y, finalmente, una gran apertura espiritual para escuchar la Voz que habla a través de muchas voces.

42. La literatura ayuda a los lectores a derribar los ídolos de un lenguaje autorreferencial, falsamente autosuficiente y estáticamente convencional, que a veces también corre el riesgo de contaminar nuestro discurso eclesial, aprisionando la libertad de la Palabra. La palabra literaria es una palabra que pone en movimiento, libera y purifica el lenguaje. La palabra literaria es una palabra que pone en movimiento el lenguaje, lo libera, lo purifica y, en definitiva, lo abre a perspectivas expresivas y expansivas aún mayores: abre nuestras palabras humanas para acoger la Palabra que ya está presente en el habla humana, no cuando se ve a sí misma como un conocimiento ya pleno, definitivo y completo, sino cuando se convierte en escucha y espera de Aquel que viene a hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).

43. Por último, la fuerza espiritual de la literatura nos remite a la tarea primordial confiada por Dios a nuestra familia humana: la de “nombrar” a los demás seres y cosas (cf. Gn 2,19-20). La misión de administrador de la creación, asignada por Dios a Adán, implicaba ante todo el reconocimiento de su propia dignidad y del sentido de la existencia de los demás seres. También a los sacerdotes se les confía esta tarea primordial de “nombrar”, de dar sentido, de convertirse en instrumentos de comunión entre la creación y el Verbo hecho carne y su poder de iluminar todas las dimensiones de nuestra condición humana.

44. La afinidad entre sacerdote y poeta resplandece así en la misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la Palabra divina y nuestras palabras humanas, dando lugar a un ministerio que se convierte en servicio nacido de la escucha y de la compasión, a un carisma que se hace responsabilidad, a una visión de lo verdadero y del bien que se revela como belleza. Cómo no reflexionar sobre las palabras que nos dejó el poeta Paul Celan: “Quien aprende verdaderamente a ver, se acerca a lo que no se ve” [32].

Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el 17 de julio del año 2024, duodécimo de mi Pontificado.

FRANCISCO

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[1] R. LATOURELLE, “Literature”, en R. LATOURELLE & R. FISICHELLA, Dictionary of Fundamental Theology, Nueva York 2000, 604.

[2] Cf. A. SPADARO, “J. M. Bergoglio, il “maestrillo” creativo. Intervista all'alunno Jorge Milia”, en La Civiltà Cattolica 2014 I 523-534.

[3] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 62.

[4] K. Rahner, “Il futuro del libro religioso”, en Nuovi saggi II, Roma 1968, 647.

[5] Cf. Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 117.

[6] A. SPADARO, Svolta di respiro. Spiritualità della vita contemporanea, Milán, Vita e Pensiero, 101.

[7] R. LATOURELLE, “Literature”, en R. LATOURELLE & R. FISICHELLA, Dictionary of Fundamental Theology, Nueva York 2000, 603.

[8] SAN JUAN PABLO II, Carta a los artistas, 4 de abril de 1999, 6.

[9] Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 89.

[10] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 22.

[11] M. PROUST, Àla recherche du temps perdu - Du côté de chez Swann, B. Grasset, París 1914, 104-105.

[12] C.S. LEWIS, An Experiment in Criticism, 89.

[13] Cf. J.L. BORGES, Borges, Oral, Buenos Aires 1979, 22.

[14] SAN PABLO VI, Homilía, Misa con los artistas, Capilla Sixtina, 7 de mayo de 1964.

[15] Cf. T. S. Eliot, The Idea of a Christian Society, Londres 1946, 30.

[16] Conferencia de prensa en el vuelo de regreso a Roma, Viaje apostólico a Tailandia y Japón, 26 de noviembre de 2019.

[17] Cf. A. SPADARO, La grazia della parola. Karl Rahner e la poesia, Milano, Jaca Book, 2006.

[18] Cf. K. Rahner, Theological Investigations, Vol. III, Londres 1967, 294-317.

[19] Ibid. 316-317.

[20] Ibid. 302.

[21] SAN IGNACIO LOYOLA, Ejercicios espirituales, n. 317.

[22] Cf. ibid., n. 335.

[23] Ibidem, n. 314.

[24] Cf. K. Rahner, Theological Investigations, vol. III, Londres 1967, 299.

[25] Cf. A. SPADARO, La pagina che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Milán, Ares, 2023, 46-47.

[26] M. PROUST, À la recherche du temps perdu. Le temps retrouvé, Vol. III, París 1954, 1041.

[27] A SPADARO, La pagina che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Milán, Ares, 2023, 14.

[28] M. DE CERTEAU, Il parlare angelico. Figure per una poetica della lingua (Secoli XVI e XVII), Florencia 1989, 139 ss.

[29] A SPADARO, La pagina che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Milán, Ares, 2023, 16.

[30] Cf. C.S. LEWIS, An Experiment in Criticism.

[31] J. COCTEAU - J. MARITAIN, Dialogo sulla fede, Florencia, Passigli, 1988, 56; Cf. A SPADARO, La pagina che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Milán, Ares, 2023, 11-12.

[32] P. CELAN, Microliti, Milán 2020, 101.


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