sábado, 20 de julio de 2024

LOS SANTOS CONDENAN LOS BAILES Y LAS DANZAS

Publicamos un resumen que hace la revista Catolicismo sobre los principios morales respecto a los bailes y danzas en las cartas pastorales del Cardenal Pedro Segura y Sáenz, Arzobispo de Sevilla.


Recordamos a nuestros lectores que el Cardenal no habla aquí de bailes clásicos o folclóricos.


Los santos y las danzas

San Carlos Borromeo dice que el baile “es un círculo cuyo centro es el Diablo y sus secuaces constituyen la circunferencia, ya que muy rara vez o casi nunca se baila sin pecado”.

San Francisco de Sales, conocido por su bondad y suavidad, afirma: “Por las circunstancias que rodean a los bailes, es tan propicio al mal que las almas corren en ellos los mayores riesgos. Los bailes, las danzas y las reuniones nocturnas semejantes atraen ordinariamente los vicios y pecados de aquella región: quejas, envidias, burlas e infatuaciones del corazón. Así como el ejercicio del baile abre los poros del cuerpo, también abre los poros del corazón. Por esta razón, si alguna serpiente viene a inspirar palabras de lujuria o adulación para susurrarlas al oído, o si algún lagarto se acerca lanzando miradas impuras y amorosas, los corazones están más dispuestos a dejarse contaminar y contaminar”.

San Francisco también aconseja a “Philothea” [un alma fiel]: “Los médicos dicen que las mejores setas no tienen valor; lo mismo te digo de los bailes, los mejores no son absolutamente buenos”.

Las personas que juzgan los bailes como compatibles con la vida de perfección cristiana deberían meditar a menudo las consideraciones del Santo Doctor (Philothea or Introduction to the Devout Life, III, 32, 33).

En la vida del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, se observa con qué fuerza condena la peligrosa diversión de los bailes. Dice: “El baile es el medio de que se sirve el Diablo para destruir la inocencia de, al menos, las tres cuartas partes de nuestra juventud. Cuántas muchachas -a causa de los bailes- perdieron su reputación, su Cielo y su Dios!”

San Antonio María Claret, que en el púlpito y en sus escritos luchó denodadamente por acabar con los bailes en España, en su libro “La cesta de Moisés” afirmaba”: “El Diablo inventó los bailes para que las muchachas se perdieran, y los extendió por todo el mundo como una inmensa red para atrapar a las jóvenes y someterlas a su tiránica dominación”.

Y añadió: “La diosa Venus era el modelo de los encantos y la madre de los placeres carnales, y, por esta razón, las muchachas paganas, en su fanatismo idólatra, creían que la mejor manera de honrar a la diosa impura era ofrecer ante su altar todo tipo de frivolidades impuras. ... La verdad es que los bailes son de origen pagano - y en cuanto a los que se practican hoy - sólo el Diablo pudo haberlos inventado para la corrupción de la juventud. En los tres primeros siglos de nuestra era, las persecuciones y la oposición de la Iglesia a todo lo que procedía del paganismo fueron obstáculos contra el uso de los bailes entre los fieles. Pero después del siglo IV, poco a poco se fueron introduciendo entre los cristianos e inmediatamente la Autoridad Eclesiástica llegó a prohibirlos”.


Un medio de corrupción “decente”

El padre Félix de Sardá y Salvany en su gran obra Entertainment and Morals (Espectáculos y Moral) escribió: “En su afán de hacer suya a la juventud, el Diablo inventó multitud de lazos y modos de corromperla: Las revistas impías, los espectáculos teatrales obscenos, las emociones del juego, la taberna impura, el casino o el cabaret -que no es más que una taberna en la que la gente lleva camisa limpia-. No había, gracias a Dios, un lugar para la corrupción sistemática de las mujeres. ...

Lo que faltaba, por lo tanto, era un medio 'decente' de corrupción. Un medio de corrupción que borrara el pudor del rostro, la reserva de la mirada y la pureza del corazón, que son las cualidades femeninas más preciosas, los mejores adornos de la dama cristiana. Había que hacerlo sin manchar el buen nombre de la seducida, sin perturbar su conciencia con remordimientos, sin avergonzar a su honesta madre, sino llenándola de complacencia y orgullo maternal. Era difícil dar con una invención que pudiera alcanzar todas estas, a primera vista, contradicciones. Sin embargo, el Diablo encontró uno. Fue el salón de baile”.

Catolicismo, enero de 1952

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