lunes, 8 de julio de 2024

EN TIEMPOS DE DESOLACIÓN

Se hace uso de la autoridad no para preservar a la Iglesia del error, sino para intentar destruir a los que quieren seguir creyendo hoy lo que siempre ha creído la Iglesia.

Por Luis Fernando Pérez Bustamante


Ni el más optimista de los modernistas del siglo XX podría haber pensado que justo cuando estamos a las puertas del primer cuarto del siglo XXI, la Iglesia parecería estar en manos de aquellos que luchan denodadamente por poner fin a más de veinte siglos de Tradición.

¿Quién de esos modernistas podía imaginar que hoy se daría de comulgar a adúlteros y amancebados?, ¿quién de ellos habría previsto, incluso bajo intoxicación etílica, que se bendecirían uniones homosexuales?; ¿cuántos sospecharon por un momento que, tras una reforma litúrgica pergeñada por masones, la Misa tridentina iba a ser perseguida e incluso prohibida?; ¿qué modernista de mediados del siglo pasado habría soñado con ver un altar profanado por budistas en Asís, un culto pagano en los jardines vaticanos, o un documento sincretista firmado por un “papa”?

Y sin embargo, ese es el panorama al que se enfrentan los católicos que quieren ser fieles a Cristo y la Tradición de la Iglesia. Católicos que son perseguidos, insultados, despreciados y arrinconados por quien tiene el ministerio de confirmar en la fe. Se hace uso de la autoridad no para preservar a la Iglesia del error, sino para intentar destruir a los que quieren seguir creyendo hoy lo que siempre ha creído la Iglesia, a los que quieren celebrar la Misa como la celebraron miriadas de santos. Es la perversión de la autoridad. Algo bueno se corrompe para obrar el mal.

Esa perversión de lo bueno se extiende a muchos ámbitos de la Iglesia. Por ejemplo, la misericordia se ha convertido en vía libre a la vida de pecado. La gracia se ha pisoteado ignorando la enseñanza del apóstol:
“Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, ya que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera”

(Rom 6,15)
Siendo así las cosas es hasta cierto punto normal que muchos tengan la tentación de salir corriendo. Ahora bien, ¿hacia dónde?. San Ignacio de Loyola tiene una frase muy oportuna para este tiempo:
“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar”.
¿A qué nos llama el santo? No solo a no salir corriendo en tiempos como los actuales, sino a permanecer firmes en la consolación de andar por gracia en la verdad.

No podemos ignorar lo que se nos enseña en la Escritura. A saber:
- Que vendría un tiempo de gran apostasía, de aparición de muchos falsos maestros.

- Que las Puertas del Hades no prevalecerán.
Cuando Cristo hizo esa promesa sabía perfectamente que Satanás mismo se abatiría sobre su Iglesia para intentar destruirla como intentó destruirle a Él en la Cruz. Hoy vemos a Satanás obrando de forma prácticamente impune, pero sabemos que no logrará su objetivo final. 

Recapitulemos. No es tiempo de huir, no es tiempo de bajar los brazos, no es tiempo de abandonarlo todo. Hay muchas almas que necesitan el testimonio de aquellos que, por gracia, permanecen fieles a Dios. Especialmente si son sacerdotes. Muchos se sienten solos, abatidos, temerosos de ser perseguidos por predicar la verdad, ignorados en ocasiones por obispos que más parecen funcionarios del Vaticano que vicarios de Cristo en sus diócesis. Si los buenos sacerdotes se rinden y abandonan el rebaño, ¿qué será de las ovejas? Pero, al mismo tiempo, ¿acaso no sompos conscientes de que esos sacerdotes necesitan nuestro apoyo, nuestras oraciones? Y si lo decimos de los sacerdotes, tanto más de los obispos.

María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.


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