lunes, 26 de octubre de 2020

FRANCISCO, CHIVO EXPIATORIO

Cómo la Revolución del Vaticano II sirve al Nuevo Orden Mundial

Por el Arzobispo Carlo Maria Viganò

“Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos”
Mt 8:22


1. VIVIMOS EN TIEMPOS EXTRAORDINARIOS

Como probablemente todos hemos comprendido, nos encontramos en un momento histórico en el que acontecimientos del pasado, que antes parecían inconexos, se muestran ahora inequívocamente conectados, tanto en los principios que los inspiran como en los objetivos que buscan alcanzar. Una mirada justa y objetiva a la situación actual no puede dejar de captar la perfecta coherencia entre la evolución del marco político mundial y el papel que ha asumido la Iglesia Católica en el establecimiento del Nuevo Orden Mundial. Para ser más precisos, habría que hablar del papel de esa aparente mayoría en la Iglesia, que en realidad es pequeña en número pero extremadamente poderosa, y que, en aras de la brevedad, resumiré como la Iglesia profunda.

Obviamente, no hay dos Iglesias, algo que sería imposible, blasfemo y herético. Tampoco la única y verdadera Iglesia de Cristo hoy ha fracasado en su misión, pervirtiéndose en una secta. La Iglesia de Cristo no tiene nada que ver con quienes, durante los últimos sesenta años, han ejecutado un plan para ocuparla. La superposición entre la Jerarquía católica y los miembros de la iglesia profunda no es un hecho teológico, sino más bien una realidad histórica que desafía las categorías habituales y, como tal, debe ser analizada.

Sabemos que el proyecto del Nuevo Orden Mundial consiste en la instauración de la tiranía por parte de la masonería: un proyecto que se remonta a la Revolución Francesa, al Siglo de las Luces, al fin de las Monarquías Católicas y a la declaración de guerra a la Iglesia. Podemos decir que el Nuevo Orden Mundial es la antítesis de la sociedad cristiana, sería la realización de la diabólica Civitas Diaboli –Ciudad del Diablo– opuesta a la Civitas Dei –Ciudad de Dios– en la eterna lucha entre la Luz y las Tinieblas, el Bien y el Mal, Dios y Satanás.

En esta lucha, la Providencia ha colocado a la Iglesia de Cristo, y en particular al Sumo Pontífice, como kathèkon, es decir, el que se opone a la manifestación del misterio de la iniquidad (2 Tes 2, 6-7). Y la Sagrada Escritura nos advierte que, cuando se manifieste el Anticristo, este obstáculo, el kathèkon, habrá dejado de existir. Me parece bastante evidente que el fin de los tiempos se está acercando ahora ante nuestros ojos, ya que el misterio de la iniquidad se ha difundido por todo el mundo con la desaparición de la valiente oposición del kathèkon.

El ecuménico Ratzinger presidió un “encuentro interreligioso por la paz”: Asís, 2011

Ante la incompatibilidad entre la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satanás, el consejero jesuita de Francisco, Antonio Spadaro, deja de lado la Sagrada Escritura y la Tradición, haciendo suyo el embrassons-nous bergogliano. Según el director de La Civiltà Cattolica, la encíclica Fratelli Tutti
“Sigue siendo también un mensaje de fuerte valor político, porque –podríamos decir- invierte la lógica del apocalipsis que hoy impera. Es la lógica fundamentalista que lucha contra el mundo, porque cree que es lo contrario de Dios, es decir, un ídolo, y por lo tanto, hay que destruirlo cuanto antes para acelerar el fin de los tiempos. El abismo del apocalipsis, de hecho, ante el cual ya no hay hermanos: sólo apóstatas o mártires que corren “contra” el tiempo. […] No somos militantes ni apóstatas, sino todos hermanos” [1]
Esta estrategia de desacreditar al interlocutor con el calificativo de “integralista” tiene evidentemente como objetivo facilitar la acción del enemigo dentro de la Iglesia, buscando desarmar a la oposición y desalentar el disenso. La encontramos también en el ámbito civil, donde los demócratas y el estado profundo se arrogan el derecho de decidir a quién conceder legitimidad política y a quién condenar sin apelar al ostracismo mediático. El método es siempre el mismo, porque el inspirador es el mismo. Así como la falsificación de la Historia y de las fuentes es siempre la misma: si el pasado desautoriza el relato revolucionario, los seguidores de la Revolución censuran el pasado y sustituyen el hecho histórico por un mito. Incluso San Francisco es víctima de esta adulteración que lo convertiría en el abanderado de la pobreza y el pacifismo, que son tan ajenos al espíritu de la ortodoxia católica como instrumentales a la ideología dominante. Prueba de ello es el último y fraudulento recurso al Poverello de Asís en Fratelli Tutti para justificar el diálogo, el ecumenismo y la fraternidad universal de la antiiglesia bergogliana.

No cometamos el error de presentar los acontecimientos actuales como “normales”, juzgando lo que sucede con los parámetros legales, canónicos y sociológicos que tal normalidad presupondría. En tiempos extraordinarios –y la actual crisis de la Iglesia es realmente extraordinaria– los acontecimientos van más allá de lo ordinario conocido por nuestros padres. En tiempos extraordinarios, podemos escuchar a un Papa engañar a los fieles; ver a Príncipes de la Iglesia acusados ​​de crímenes que en otros tiempos habrían suscitado horror y merecido severos castigos; presenciar en nuestras iglesias ritos litúrgicos que parecen haber sido inventados por la mente perversa de Cranmer; ver a Prelados procesionar al ídolo impuro de la Pachamama en la Basílica de San Pedro; y escuchar al Vicario de Cristo pedir perdón a los adoradores de ese simulacro si un católico se atreve a arrojarlo al Tíber. En estos tiempos extraordinarios, escuchamos a un conspirador –el cardenal Godfried Danneels– decir que, desde la muerte de Juan Pablo II, la mafia de San Gall había estado conspirando para elegir a uno de los suyos para la Cátedra de San Pedro, que luego resultó ser Jorge Mario Bergoglio. Ante esta desconcertante revelación, bien podría sorprendernos que ni los cardenales ni los obispos expresaran su indignación ni pidieran que se esclareciera la verdad.

Bergoglio recibe su ídolo pagano, la “pachamama”

La coexistencia del bien y del mal, de los santos y de los condenados, en el cuerpo eclesial, ha acompañado siempre los acontecimientos terrenos de la Iglesia, a partir de la traición de Judas Iscariote. Y es en efecto significativo que la anti-iglesia intente rehabilitar a Judas –y con él a los peores heresiarcas– como modelos ejemplares, “anti-santos” y “anti-mártires”, y así legitimarse en sus propias herejías, inmoralidades y vicios. La coexistencia –decía– de los buenos y los malos, de la que habla el Evangelio en la parábola del trigo y la cizaña, parece haberse transformado en la prevalencia de estos últimos sobre los primeros. La diferencia es que el vicio y las desviaciones, antes despreciados, hoy no sólo se practican y se toleran más, sino que incluso se alientan y se alaban, mientras que la virtud y la fidelidad a la enseñanza de Cristo son despreciadas, ridiculizadas e incluso condenadas.

2. EL ECLIPSE DE LA VERDADERA IGLESIA

Desde hace sesenta años asistimos al eclipse de la verdadera Iglesia por parte de una anti-Iglesia que se ha apropiado progresivamente de su nombre, ha ocupado la Curia romana y sus Dicasterios, Diócesis y Parroquias, Seminarios y Universidades, Conventos y Monasterios. La anti-Iglesia ha usurpado su autoridad, y sus ministros visten sus vestiduras sagradas; se vale de su prestigio y poder para apropiarse de sus tesoros, bienes y finanzas.

Tal como ocurre en la naturaleza, este eclipse no se produce de golpe, sino que pasa de la luz a la oscuridad cuando un cuerpo celeste se interpone entre el sol y nosotros. Se trata de un proceso relativamente lento pero inexorable, en el que la luna de la antiiglesia sigue su órbita hasta superponerse al sol, generando un cono de sombra que se proyecta sobre la tierra. Ahora nos encontramos en este cono de sombra doctrinal, moral, litúrgico y disciplinario. No es todavía el eclipse total que veremos al final de los tiempos, bajo el reinado del Anticristo. Pero es un eclipse parcial, que nos deja ver la corona luminosa del sol rodeando el disco negro de la luna.

El proceso que llevó al eclipse actual de la Iglesia comenzó con el Modernismo, sin duda. La anti-iglesia siguió su órbita a pesar de las solemnes condenas del Magisterio, que en esa fase brillaba con el esplendor de la Verdad. Pero con el Concilio Vaticano II, la oscuridad de esta entidad espuria se apoderó de la Iglesia. Inicialmente oscureció sólo una pequeña parte, pero la oscuridad fue aumentando gradualmente. Quien entonces señalaba el sol, deduciendo que la luna seguramente lo oscurecería, era acusado de ser un “profeta de fatalidad”, con esas formas de fanatismo e intemperancia que nacen de la ignorancia y el prejuicio. El caso de Monseñor Marcel Lefebvre y algunos otros Prelados confirma, por una parte, la clarividencia de estos pastores y, por otra, la reacción desarticulada de sus adversarios; quienes, por miedo a perder el poder, usaron toda su autoridad para negar la evidencia y mantuvieron ocultas sus propias verdaderas intenciones.

Monseñor Marcel Lefebvre

Para continuar con la analogía: podemos decir que, en el cielo de la Fe, un eclipse es un fenómeno raro y extraordinario. Pero negar que, durante el eclipse, se extiende la oscuridad –sólo porque esto no sucede en condiciones ordinarias– no es un signo de fe en la indefectibilidad de la Iglesia, sino más bien una negación obstinada de la evidencia, o mala fe. La Santa Iglesia, según las promesas de Cristo, nunca será abrumada por las puertas del infierno, pero eso no significa que no sea –o no esté ya– ensombrecida por su falsificación infernal, esa luna que, no por casualidad, vemos bajo los pies de la Mujer del Apocalipsis: “Apareció en el cielo una gran señal: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12,1).

La luna se encuentra bajo los pies de la Mujer que está por encima de toda mutabilidad, por encima de toda corrupción terrena, por encima de la ley del destino y del reino del espíritu de este mundo. Y esto es porque esa Mujer, que es a la vez la imagen de María Santísima y de la Iglesia, es amicta sole, revestida del Sol de Justicia que es Cristo, “exenta de todo poder demoníaco al participar del misterio de la inmutabilidad de Cristo” (San Ambrosio). Ella permanece incólume, si no en su reino militante, ciertamente en el sufriente del Purgatorio y en el triunfante del Paraíso. San Jerónimo, comentando las palabras de la Escritura, nos recuerda que “las puertas del infierno son los pecados y los vicios, especialmente las enseñanzas de los herejes”. Sabemos, pues, que incluso la “síntesis de todas las herejías” representada por el Modernismo y su versión conciliar actualizada, nunca podrá oscurecer definitivamente el esplendor de la Esposa de Cristo, sino sólo por el breve período del eclipse que la Providencia, en su infinita sabiduría, ha permitido, para sacar de ella un bien mayor.

3. EL ABANDONO DE LA DIMENSIÓN SOBRENATURAL

En esta conferencia quisiera tratar especialmente la relación entre la revolución del Vaticano II y la instauración del Nuevo Orden Mundial. El elemento central de este análisis consiste en poner de relieve el abandono por parte de la jerarquía eclesiástica, incluso en la cima, de la dimensión sobrenatural de la Iglesia y de su papel escatológico. Con el Concilio, los Innovadores borraron de su horizonte teológico el origen divino de la Iglesia, creando una entidad de origen humano similar a una organización filantrópica. La primera consecuencia de esta subversión ontológica fue la negación necesaria del hecho de que la Esposa de Cristo no está, ni puede estar, sujeta a cambios por parte de quienes ejercen la autoridad vicaria en nombre del Señor. Ella no es propiedad del Papa ni de los obispos ni de los teólogos y, como tal, cualquier intento de “actualización” la rebaja al nivel de una empresa que, para obtener ganancias, renueva su propia oferta comercial, vende sus existencias sobrantes y sigue la moda del momento. La Iglesia, en cambio, es una realidad sobrenatural y divina: adapta su modo de predicar el Evangelio a las naciones, pero no puede jamás cambiar ni un ápice de contenido (Mt 5,18), ni negar su impulso trascendente rebajándose a un mero servicio social. Por el contrario, la anti-iglesia reivindica con orgullo el derecho de realizar un cambio de paradigma no sólo cambiando el modo de exponer la doctrina, sino la doctrina misma. Lo confirman las palabras del comentario de Massimo Faggioli a la nueva encíclica Fratelli Tutti:
“El pontificado del Papa Francisco es como un estandarte que se levanta ante los integristas católicos y aquellos que equiparan la continuidad material con la tradición: la doctrina católica no evoluciona por sí sola. A veces cambia realmente: por ejemplo, en lo que respecta a la pena de muerte y a la guerra” [2].
Insistir en lo que enseña el Magisterio es inútil. La descarada pretensión de los innovadores de tener el derecho a cambiar la fe sigue obstinadamente el planteamiento modernista.

Jorge Bergoglio, el modernista “inclusivo”

El primer error del Concilio consiste principalmente en la falta de una perspectiva trascendente –fruto de una crisis espiritual ya latente– y en el intento de instaurar el paraíso en la tierra, con un horizonte humano estéril. En línea con este planteamiento, Fratelli Tutti ve en la fraternidad humana, en la pax œcumenica entre las religiones y en la acogida de los emigrantes el cumplimiento de una utopía terrena y la redención social.

4. EL SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD E INADECUACIÓN

Como ya he escrito en otras ocasiones, las reivindicaciones revolucionarias de la Nouvelle Théologie encontraron terreno fértil en los Padres conciliares a causa de un grave complejo de inferioridad frente al mundo. Hubo un tiempo, en el período de posguerra, en que la revolución liderada por la masonería en las esferas civil, política y cultural, rompió con la élite católica, persuadiéndola de su inadecuación frente a un desafío de época que ahora es ineludible. En lugar de cuestionarse a sí mismos y a su fe, esta élite – obispos, teólogos, intelectuales – atribuyó imprudentemente la responsabilidad del inminente fracaso de la Iglesia a su sólida estructura jerárquica y a su enseñanza doctrinal y moral monolítica. Al observar la derrota de la civilización europea que la Iglesia había ayudado a formar, la élite pensó que la falta de acuerdo con el mundo se debía a la intransigencia del papado y a la “rigidez moral” de los sacerdotes que no querían llegar a un acuerdo con el Zeitgeist y “abrirse”. Este planteamiento ideológico parte de la falsa suposición de que entre la Iglesia y el mundo contemporáneo puede haber una alianza, una consonancia de intenciones, una amistad. Nada más lejos de la verdad, ya que no puede haber tregua en la lucha entre Dios y Satanás, entre la Luz y las Tinieblas. “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia suya: ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn 3,15). Se trata de una enemistad querida por Dios mismo, que coloca a María Santísima –y a la Iglesia– como enemigos eternos de la serpiente antigua. El mundo tiene su propio príncipe (Jn 12,31), que es el “enemigo” (Mt 13,28), un “asesino desde el principio” (Jn 8,44) y un “mentiroso” (Jn 8,44). Tratar de llegar a un pacto de no beligerancia con el mundo significa llegar a un acuerdo con Satanás. Esto trastorna y pervierte la esencia misma de la Iglesia, cuya misión es convertir el mayor número posible de almas a Cristo para mayor gloria de Dios, sin deponer jamás las armas contra quienes quieren atraerlas hacia sí y a la condenación.

El sentimiento de inferioridad y de fracaso de la Iglesia ante el mundo creó la “tormenta perfecta” para que la revolución se arraigara en los Padres conciliares y, por extensión, en el pueblo cristiano, en el que se había cultivado quizás más la obediencia a la Jerarquía que la fidelidad al depositum fidei. Permítanme ser claro: la obediencia a los Sagrados Pastores es ciertamente loable si los mandatos son legítimos. Pero la obediencia deja de ser una virtud y, de hecho, se convierte en servilismo si es un fin en sí misma y si contradice el fin al que está ordenada, es decir, la Fe y la Moral. 

El falso papa Giovanni Montini, el primero en rechazar la tiara papal

Debemos añadir que este sentimiento de inferioridad se introdujo en el cuerpo eclesial con grandes manifestaciones teatrales, como la retirada de la tiara por parte de Pablo VI, el regreso de los estandartes otomanos conquistados en Lepanto, los ostentosos abrazos ecuménicos con el cismático Atenágoras, las peticiones de perdón por las Cruzadas, la abolición del Índice, la atención del clero a los pobres en lugar del pretendido triunfalismo de Pío XII. El golpe de gracia de esta actitud fue codificado en la Liturgia Reformada, que manifiesta su vergüenza del dogma católico silenciándolo -y por lo tanto, negándolo indirectamente-. El cambio ritual engendró un cambio doctrinal, que llevó a los fieles a creer que la Misa es un simple “banquete fraternal” y que la Santísima Eucaristía es meramente “un símbolo de la presencia de Cristo entre nosotros”.

5. “IDEM SENTIRE” DE LA REVOLUCIÓN Y DEL CONCILIO

El sentimiento de incompetencia de los Padres conciliares se vio acrecentado por la obra de los innovadores, cuyas ideas heréticas coincidían con las exigencias del mundo. Un análisis comparativo del pensamiento moderno confirma el idem sentire [mismo sentir o misma mente] de los conspiradores con todos los elementos de la ideología revolucionaria:

– la aceptación del principio democrático como fuente legitimadora del poder, en lugar del derecho divino de la Monarquía Católica (incluido el Papado);

– la creación y acumulación de órganos de poder, en lugar de la responsabilidad personal y la jerarquía institucional;

– la eliminación del pasado histórico, evaluado con los parámetros actuales, que no defienden la Tradición y el patrimonio cultural;

– el énfasis en la libertad de los individuos y el debilitamiento del concepto de responsabilidad y deber;

– la continua evolución de la moral y de la ética, privadas así de su naturaleza inmutable y de toda referencia trascendente;

– la presunta naturaleza secular del Estado, en lugar de la legítima sumisión del orden civil a la realeza de Jesucristo y de la superioridad ontológica de la misión de la Iglesia sobre la de la esfera temporal;

– la igualdad de las religiones no sólo ante el Estado, sino incluso como concepto general al que debe conformarse la Iglesia, frente a la defensa objetiva y necesaria de la Verdad y a la condena del error;

– la concepción falsa y blasfema de la dignidad del hombre como connatural a él , basada en la negación del pecado original y de la necesidad de la Redención como premisa para agradar a Dios, merecer su Gracia y alcanzar la bienaventuranza eterna;

– el menosprecio del papel de la mujer, el desprecio y el menosprecio del privilegio de la maternidad;

– la primacía de la materia sobre el espíritu;

– la relación fideísta con la ciencia [3], frente a una crítica despiadada de la religión sobre bases científicas falsas.

El sueño bergogliano de ser el líder de la “única religión mundial” deseado por la masonería

Todos estos principios, propagados por los ideólogos de la masonería y los partidarios del Nuevo Orden Mundial, coinciden con las ideas revolucionarias del Concilio:

– la democratización de la Iglesia comenzó con la Lumen Gentium y hoy se realiza en el camino sinodal bergogliano;

– la creación y acumulación de órganos de poder se ha logrado mediante la delegación de funciones de decisión a Conferencias Episcopales, Sínodos de Obispos, Comisiones, Consejos Pastorales, etc.;

– las tradiciones pasadas y gloriosas de la Iglesia son juzgadas según la mentalidad moderna y condenadas para congraciarse con el mundo moderno;

– la “libertad de los hijos de Dios” teorizada por el Vaticano II ha sido establecida independientemente de los deberes morales de los individuos quienes, según los cuentos conciliares, todos se salvan independientemente de sus disposiciones internas y del estado de su alma;

– la ofuscación de las referencias morales perennes ha conducido a la doctrina revisada sobre la pena capital; y, con Amoris Laetitia, a la admisión de los adúlteros públicos a los Sacramentos, resquebrajando el edificio sacramental;

– la adopción del concepto de laicismo ha llevado a la abolición de la religión de Estado en los países católicos. Esto, fomentado por la Santa Sede y el Episcopado, ha llevado a la pérdida de la identidad religiosa y al reconocimiento de los derechos de las sectas, así como a la aprobación de normas que violan la ley natural y divina;

– la libertad religiosa teorizada en Dignitatis Humanae es llevada hoy a sus consecuencias lógicas y extremas con la Declaración de Abu Dhabi y la última Encíclica Fratelli Tutti, dejando obsoletas la misión salvífica de la Iglesia y la misma Encarnación;

– Las teorías sobre la dignidad humana en el ámbito católico han llevado a una confusión sobre el papel de los laicos con respecto al papel ministerial del clero y a un debilitamiento de la estructura jerárquica de la Iglesia. Si bien la adopción de la ideología feminista es un preludio a la admisión de mujeres en las Sagradas Órdenes;

– una preocupación desmesurada por las necesidades temporales de los pobres, tan típica de la izquierda, ha transformado a la Iglesia en una especie de asociación de beneficencia, limitando su actividad a la mera esfera material, casi hasta el punto de abandonar la espiritual;

– la sumisión a la ciencia moderna y al progreso tecnológico ha llevado a la Iglesia a repudiar a la “Reina de la Ciencia” [Fe], a “desmitificar” los milagros, a negar la inerrancia de las Sagradas Escrituras, a mirar los Misterios más sagrados de nuestra Santa Religión como “mitos” o “metáforas”, sugiriendo sacrílegamente que la Transubstanciación y la Resurrección misma son “mágicas” (no para ser tomadas literalmente sino más bien simbólicamente), y a describir los sublimes dogmas marianos como “tonterías”.

Bergoglio se reúne con el Dr. Muhammad al-Issa, Secretario General de la Liga Musulmana Mundial, el 20 de septiembre de 2017

Hay un aspecto casi grotesco en esta nivelación y embrutecimiento de la Jerarquía para adecuarse al pensamiento dominante. El deseo de la Jerarquía de complacer a sus perseguidores y servir a sus enemigos siempre llega demasiado tarde y está fuera de sincronía, dando la impresión de que los Obispos están irremediablemente anticuados, de hecho no están “en sintonía con los tiempos”. Hacen creer a quienes los ven conspirar tan entusiastamente con su propia extinción que esta demostración de sumisión cortesana a lo políticamente correcto no proviene tanto de una verdadera persuasión ideológica, sino más bien del miedo a ser barridos, a perder el poder y a no tener ya ese prestigio que el mundo todavía les paga, no obstante. No se dan cuenta -o no quieren admitir- de que el prestigio y la autoridad de los que son custodios provienen de la autoridad y el prestigio de la Iglesia de Cristo, y no de la miserable y lastimosa falsificación de ella que ellos han fabricado.

Cuando esta anti-iglesia esté plenamente establecida en el eclipse total de la Iglesia Católica, la autoridad de sus líderes dependerá del grado de sometimiento al Nuevo Orden Mundial, que no tolerará ninguna divergencia con su propio credo y aplicará sin piedad ese dogmatismo, fanatismo y fundamentalismo que muchos Prelados y autodenominados intelectuales critican en quienes permanecen fieles al Magisterio hoy. De esta manera, la iglesia profunda podrá seguir llevando la marca registrada “Iglesia Católica”, pero será esclava del pensamiento del Nuevo Orden, que recuerda a los judíos que, después de negar la realeza de Cristo ante Pilato, fueron esclavizados por la autoridad civil de su tiempo: “No tenemos otro rey que el César” (Jn 19,15). El César de hoy nos ordena cerrar las iglesias, usar mascarilla y suspender las celebraciones con el pretexto de una pseudopandemia. El régimen comunista persigue a los católicos chinos y el mundo no escucha más que silencio de Roma. Mañana un nuevo Tito saqueará el templo conciliar, transportando sus restos a algún museo, y la venganza divina a manos de los paganos se habrá cumplido una vez más.

6. EL PAPEL INSTRUMENTAL DE LOS CATÓLICOS MODERADOS EN LA REVOLUCIÓN

Algunos podrían decir que los Padres Conciliares y los Papas que presidieron aquella asamblea, “no se dieron cuenta” de las implicaciones que su aprobación de los documentos del Vaticano II tendría para el futuro de la Iglesia. Si así fuera –es decir, si hubiera habido algún arrepentimiento posterior en su aprobación apresurada de textos heréticos o cercanos a la herejía– es difícil entender por qué no fueron capaces de poner coto de inmediato a los abusos, corregir errores, aclarar malentendidos y omisiones. Y sobre todo, es incomprensible por qué la Autoridad eclesiástica ha sido tan despiadada con aquellos que defendían la Verdad Católica, y, al mismo tiempo, fueron tan terriblemente complacientes con los rebeldes y herejes. En todo caso, la responsabilidad de la crisis conciliar debe atribuirse a la Autoridad que, incluso entre mil apelaciones a la “colegialidad” y al “pastoralismo”, ha custodiado celosamente sus prerrogativas, ejerciéndolas sólo en una dirección, es decir, contra el pusillus grex [pequeño rebaño] y nunca contra los enemigos de Dios y de la Iglesia. Las rarísimas excepciones, cuando un teólogo hereje o un religioso revolucionario ha sido censurado por el Santo Oficio, no ofrecen más que una trágica confirmación de una regla que se ha aplicado durante decenios; sin contar que muchos de ellos, en los últimos tiempos, han sido rehabilitados sin abjurar de sus errores e incluso promovidos a puestos institucionales en la Curia romana o en los Ateneos Pontificios.

Ratzinger, uno de los arquitectos del conciliábulo Vaticano II

Ésta es la realidad, tal como se desprende de mi análisis. Sin embargo, sabemos que, además del ala progresista del concilio y del ala Católica Tradicional, hay una parte del Episcopado, del clero y del pueblo que intenta mantener la misma distancia de lo que considera dos extremos. Me refiero a los llamados “conservadores”, es decir, una parte centrista del cuerpo eclesial que termina “llevando agua” a los revolucionarios porque, aunque rechaza sus excesos, comparte los mismos principios. El error de estos “conservadores” consiste en dar una connotación negativa al tradicionalismo y en colocarlo en el lado opuesto del progresismo. Su aurea mediocritas [via media] consiste en colocarse arbitrariamente no entre dos vicios, sino entre la virtud y el vicio. Son ellos los que critican los excesos de la pachamama o de las declaraciones más extremas de Bergoglio, pero no toleran que se cuestione el concilio, y mucho menos el vínculo intrínseco entre el cáncer conciliar y la metástasis actual. La correlación entre conservadurismo político y conservadurismo religioso consiste en adoptar el “centro”, una síntesis entre la tesis de “derecha” y la antítesis de “izquierda”, según el enfoque hegeliano tan apreciado por los moderados “partidarios del concilio”.

En el ámbito civil, el Estado profundo ha gestionado la disidencia política y social utilizando organizaciones y movimientos que sólo en apariencia son oposición, pero que en realidad son instrumentales para mantener el poder. De manera similar, en el ámbito eclesial, la iglesia profunda utiliza a los “conservadores” moderados para dar una apariencia de ofrecer libertad a los fieles. El propio Motu Proprio Summorum Pontificum, por ejemplo, al tiempo que concede la celebración en la “forma extraordinaria”, exige saltem impliciter [al menos implícitamente] que aceptemos el concilio y reconozcamos la licitud de la liturgia reformada. Esta estratagema impide a quienes se benefician del Motu Proprio plantear cualquier objeción, o corren el riesgo de la disolución de las comunidades Ecclesia Dei. E infunde en el pueblo cristiano la peligrosa idea de que algo bueno, para tener legitimidad en la Iglesia y la sociedad, necesariamente debe ir acompañado de algo malo o al menos algo menos bueno. Sin embargo, sólo una mente desorientada buscaría otorgar derechos iguales tanto al bien como al mal. Poco importa si uno está personalmente a favor del bien, cuando reconoce la legitimidad de quienes están a favor del mal. En este sentido, la “libertad de elegir” el aborto teorizada por los políticos democráticos encuentra su contrapeso en la no menos aberrante “libertad religiosa” teorizada por el Concilio, que hoy es defendida obstinadamente por la anti-iglesia. Si no es lícito para un católico apoyar a un político que defiende el derecho al aborto, es aún menos lícito aprobar a un prelado que defiende la “libertad” de un individuo de poner en peligro su alma inmortal “eligiendo” permanecer en pecado mortal. Esto no es misericordia; es un grave incumplimiento del deber espiritual ante Dios con el fin de congraciarse con el favor y la aprobación del Hombre.

7. “SOCIEDAD ABIERTA” Y “RELIGIÓN ABIERTA”

Este análisis no estaría completo sin una palabra sobre el neolenguaje tan popular en el ámbito eclesiástico. El vocabulario católico tradicional ha sido modificado deliberadamente para cambiar el contenido que expresa. Lo mismo ha sucedido en la liturgia y la predicación, donde la claridad de la exposición católica ha sido sustituida por la ambigüedad o la negación implícita de la verdad dogmática. Los ejemplos son infinitos. Este fenómeno se remonta también al Vaticano II, que intentó desarrollar versiones “católicas” de los eslóganes del mundo. Sin embargo, me gustaría subrayar que también forman parte del neolenguaje todas aquellas expresiones que se toman prestadas de los léxicos secularistas. 


Consideremos la insistencia de Bergoglio en la “Iglesia en salida”, en la apertura como valor positivo. Del mismo modo, cito ahora Fratelli Tutti:
“Un pueblo vivo y dinámico, un pueblo con futuro, es aquel que está constantemente abierto a una nueva síntesis a través de su capacidad de acoger las diferencias” (Fratelli Tutti, 160).

“La Iglesia es una casa con las puertas abiertas” (ibid. 276).

Queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa y sale de sus lugares de culto, sale de sus sacristías, para acompañar la vida, para sostener la esperanza, para ser signo de unidad… para construir puentes, para derribar muros, para sembrar semillas de reconciliación” (ibid).
La similitud con la Sociedad Abierta que busca la ideología globalista de Soros es tan sorprendente que casi constituye un contrapunto de la Religión Abierta.

Y esta Religión Abierta está en perfecta sintonía con las intenciones del globalismo. Desde las reuniones políticas “por un Nuevo Humanismo” bendecidas por los líderes de la Iglesia hasta la participación de la intelectualidad progresista en la propaganda verde, todo persigue el pensamiento dominante, en el triste y grotesco intento de agradar al mundo. El marcado contraste con las palabras del Apóstol es claro: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O busco agradar a los hombres? Si todavía buscara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1:10).

La Iglesia Católica vive bajo la mirada de Dios, existe para su gloria y para la salvación de las almas. La anti-iglesia vive bajo la mirada del mundo, haciendo alarde de la apoteosis blasfema del hombre y de la condenación de las almas. Durante la última sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, ante todos los Padres sinodales, resonaron en la Basílica Vaticana estas asombrosas palabras de Pablo VI:
La religión del Dios hecho hombre se ha encontrado con la religión (porque lo es) del hombre que se hace Dios. ¿Y qué ha sucedido? ¿Hubo un choque, una batalla, una condena? Hubiera podido haberla, pero no la hubo. La vieja historia del samaritano ha sido el modelo de la espiritualidad del Concilio. Un sentimiento de simpatía sin límites ha impregnado todo el Concilio. La atención de nuestro Concilio ha sido absorbida por el descubrimiento de las necesidades humanas (y estas necesidades crecen en proporción a la grandeza que el hijo de la tierra reclama para sí). Pero llamamos a quienes se llaman humanistas modernos y han renunciado al valor trascendente de las realidades más altas a reconocer al Concilio al menos una cualidad y a reconocer nuestro propio nuevo tipo de humanismo: también nosotros, de hecho, nosotros más que ningún otro, honramos a la humanidad” [4].
Esta simpatía –en el sentido etimológico de συμπάϑεια, es decir, participación en el sentimiento del otro– es la figura del Concilio y de la nueva religión (pues tal es) de la anti-Iglesia. Una anti-Iglesia nacida de la unión impura entre la Iglesia y el mundo, entre la Jerusalén celestial y la Babilonia infernal. Nótese bien: la primera vez que un Pontífice mencionó el “nuevo humanismo” fue en la sesión final del Vaticano II, y hoy lo encontramos repetido como un mantra por quienes lo consideran una expresión perfecta y coherente de la mens revolucionaria del Concilio [5].

Bergoglio, el “Che” de la iglesia conciliar

Siempre en vista de esta “comunión de intenciones” entre el Nuevo Orden Mundial y la anti-iglesia, debemos recordar el Pacto Educativo Global, un proyecto diseñado por Bergoglio “para generar un cambio a escala planetaria, para que la educación sea creadora de fraternidad, paz y justicia. Una necesidad aún más urgente en este tiempo marcado por la pandemia” [6]. Promovido en colaboración con las Naciones Unidas, este “proceso de formación en la relación y cultura del encuentro también encuentra espacio y valor en la 'casa común' con todas las criaturas, ya que las personas, así como están formadas a la lógica de la comunión y la solidaridad, ya están trabajando “para recuperar la serena armonía con la creación” , y para configurar el mundo como “un espacio de verdadera fraternidad” (Gaudium et Spes, 37)” [7]. Como se ve, la referencia ideológica es siempre y solo al Vaticano II, porque solo a partir de ese momento la anti-iglesia colocó al hombre en el lugar de Dios, a la criatura en el lugar del Creador.

El “nuevo humanismo” tiene obviamente un marco “ambiental y ecológico” en el que se injertan tanto la Encíclica Laudato Si’ como la Teología Verde, la “Iglesia con rostro amazónico” del Sínodo de los Obispos de 2019, con su culto idólatra a la pachamama (madre tierra) en presencia del Sanedrín romano. La actitud de la Iglesia durante el Covid-19 demostró, por un lado, la sumisión de la jerarquía a los dictados del Estado, en violación de la Libertas Ecclesiae, que el Papa debería haber defendido firmemente. También puso de manifiesto la negación de cualquier significado sobrenatural de la pandemia, sustituyendo la justa ira de Dios ofendida por los innumerables pecados de la humanidad y de las naciones por una furia más inquietante y destructora de la Naturaleza, ofendida por la falta de respeto por el medio ambiente. Me gustaría subrayar que atribuir una identidad personal a la Naturaleza, casi dotada de intelecto y voluntad, es un preludio de su divinización. Ya hemos visto un preludio sacrílego de esto, bajo la misma cúpula de la Basílica de San Pedro.

La conclusión es ésta: la conformidad por parte de la anti-iglesia con la ideología dominante del mundo moderno establece una cooperación real con poderosos representantes del estado profundo, empezando por aquellos que trabajan por una “economía sostenible”, incluyendo a Jorge Mario Bergoglio, Bill Gates, Jeffrey Sachs, John Elkann, Gunter Pauli [8].

Será útil recordar que la “economía sostenible” también tiene implicaciones para la agricultura y el mundo del trabajo en general. El estado profundo necesita asegurar mano de obra barata a través de la inmigración, lo que al mismo tiempo contribuye a la cancelación de la identidad religiosa, cultural y lingüística de las naciones involucradas. La iglesia profunda presta una base ideológica y pseudo-teológica a este plan de invasión, y al mismo tiempo garantiza una participación en el lucrativo negocio de la “hospitalidad”. Podemos entender la insistencia de Bergoglio en el tema de los migrantes, también reiterada en Fratelli Tutti: “Se está extendiendo una mentalidad xenófoba de cierre y autocontención” (ibid 39). “Las migraciones constituirán un elemento fundador del futuro del mundo” (ibid. 40). Bergoglio utilizó la expresión “elemento fundador”, afirmando que no es posible hipotetizar un futuro sin migraciones.

Bergoglio, paladín de la inmigración ilegal

Permítanme unas breves palabras sobre la situación política en Estados Unidos en vísperas de las elecciones presidenciales. Fratelli Tutti parece ser una forma de respaldo del Vaticano al candidato demócrata, en clara oposición a Donald Trump, y llega pocos días después de que Francisco se negara a conceder una audiencia al Secretario de Estado Mike Pompeo en Roma. Esto confirma de qué lado están los hijos de la luz y quiénes son los hijos de las tinieblas.

8. LOS FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA “FRATERNIDAD”

El tema de la fraternidad, obsesión de Bergoglio, encuentra su primera formulación en Nostra Ætate y Dignitatis Humanae. La última encíclica, Fratelli Tutti, es el manifiesto de esta visión masónica, en la que el grito Liberté, Égalité, Fraternité sustituyó al Evangelio, en aras de una unidad entre los hombres que deja fuera a Dios. Cabe señalar que el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común firmado en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019 fue defendido con orgullo por Bergoglio con estas palabras:
“Desde el punto de vista católico el documento no va ni un milímetro más allá del Concilio Vaticano II”.
El cardenal Miguel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, comenta en La Civiltà Cattolica:
Con el Concilio, el dique se fue agrietando poco a poco y luego se rompió: el río del diálogo se ha difundido con las Declaraciones conciliares Nostra Ætate sobre las relaciones entre la Iglesia y los creyentes de otras religiones y Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, temas y documentos que están estrechamente vinculados entre sí, y que han permitido a Juan Pablo II dar vida a encuentros como la Jornada Mundial de Oración por la Paz en Asisiòn el 27 de octubre de 1986 y a Benedicto XVI, veinticinco años después, hacernos vivir en la ciudad de San Francisco la Jornada de Reflexión, Diálogo y Oración por la Paz y la Justicia en el Mundo – Peregrinos de la Verdad, Peregrinos de la Paz. Por lo tanto, el compromiso de la Iglesia católica en favor del diálogo interreligioso, que abre el camino a la paz y a la fraternidad, forma parte de su misión originaria y tiene sus raíces en el acontecimiento conciliar” [9].
Karol Wojtyla, alias “Juan Pablo II”, en Asís sugirió que “todas las religiones llevan al cielo”

Una vez más, el cáncer del Vaticano II confirma que está en el origen de la metástasis bergogliana. El hilo conductor que une el Concilio con el culto a la Pachamama pasa también por Asís, como bien ha señalado mi hermano Athanasius Schneider en su reciente intervención [10].

Y hablando de la anti-iglesia, el obispo Fulton Sheen describe al Anticristo: “Puesto que su religión será la hermandad sin la paternidad de Dios, engañará incluso a los elegidos” [11]. Parece que vemos la profecía del venerable arzobispo americano hacerse realidad ante nuestros ojos.

No es de extrañar, pues, que la infame Gran Logia de España, después de haber felicitado calurosamente a su paladín elevado al Trono, haya rendido una vez más homenaje a Bergoglio con estas palabras:
“El gran principio de esta escuela iniciática no ha cambiado en tres siglos: la construcción de una fraternidad universal donde los seres humanos se llaman hermanos entre sí más allá de sus creencias específicas, sus ideologías, el color de su piel, su extracción social, su lengua, su cultura o su nacionalidad. Este sueño fraternal chocó con el fundamentalismo religioso que, en el caso de la Iglesia Católica, llevó a duros textos de condena a la tolerancia de la masonería en el siglo XIX. La última encíclica del Papa Francisco muestra cuán lejos está la Iglesia Católica actual de sus posiciones anteriores. En “Fratelli Tutti”, el Papa abrazó la Fraternidad Universal, el gran principio de la masonería moderna” [12].
La reacción del Gran Oriente de Italia no es muy diferente:
“Estos son los principios que la Masonería siempre ha perseguido y custodiado para la elevación de la Humanidad” [13].
Austen Ivereigh, el hagiógrafo de Bergoglio, confirma con satisfacción esta interpretación que un católico consideraría con razón al menos inquietante [14].

Recuerdo que en los documentos masónicos de la Alta Vendita, desde el siglo XIX, se planeaba una infiltración de la masonería en la Iglesia:
“También tú pescarás algunos amigos y los conducirás a los pies de la Sede Apostólica. Habrás predicado la revolución con tiara y capa, habrás procedido bajo la cruz y la bandera, una revolución que sólo necesitará una pequeña ayuda para incendiar los rincones del mundo” [15].

9. LA SUBVERSIÓN DE LA RELACIÓN INDIVIDUAL Y SOCIAL CON DIOS

Permítanme concluir este examen de los vínculos entre el Concilio y la crisis actual subrayando una inversión que considero extremadamente importante y significativa. Me refiero a la relación del individuo laico y de la comunidad de fieles con Dios. Mientras que en la Iglesia de Cristo la relación del alma con el Señor es eminentemente personal incluso cuando es transmitida por el Ministro Sagrado en la acción litúrgica, en la iglesia conciliar prevalece la relación comunitaria y de grupo. Pensemos en su insistencia en querer hacer del Bautismo de un niño, o de la boda de un matrimonio, un “acto de la comunidad”; ​​o en la imposibilidad de recibir la sagrada Comunión individualmente fuera de la Misa, y en la práctica común de acercarse a la Comunión durante la Misa incluso sin las condiciones necesarias. Todo esto se sanciona sobre la base de una concepción protestantizada de la participación en el banquete eucarístico, del que ningún invitado está excluido. Bajo esta comprensión de la comunidad, la persona pierde su individualidad, perdiéndose en la comunidad anónima de la celebración. Así también la relación del cuerpo social con Dios desaparece en un personalismo que elimina el papel de mediación tanto de la Iglesia como del Estado. En esto entra también la individualización en el campo moral, donde los derechos y las preferencias del individuo se convierten en motivo de erradicación de la moral social, en nombre de una “inclusividad” que legitima todo vicio y aberración moral. La sociedad – entendida como la unión de varios individuos en pos de un fin común – se divide en una multiplicidad de individuos, cada uno de los cuales tiene su propia finalidad. Se trata de un trastorno ideológico que merece ser analizado en profundidad, por sus implicaciones tanto en el ámbito eclesial como en el civil. Es evidente, sin embargo, que el primer paso de esta revolución hay que buscarlo en la mens conciliar, a partir del adoctrinamiento del pueblo cristiano constituido por la Liturgia Reformada, en la que el individuo se funde en la asamblea despersonalizándose, y la comunidad se convierte en un conjunto de individuos perdiendo su identidad.

10. CAUSA Y EFECTO

La filosofía nos enseña que a una causa corresponde siempre un efecto determinado. Hemos visto que las acciones llevadas a cabo durante el Vaticano II han tenido el efecto deseado, dando forma concreta a ese giro antropológico que hoy ha llevado a la apostasía de la anti-Iglesia y al eclipse de la verdadera Iglesia de Cristo. 

Los destructores conciliares

Debemos comprender, pues, que, si queremos deshacer los efectos nocivos que vemos ante nosotros, es necesario e indispensable eliminar los factores que los han provocado. Si este es nuestro objetivo, es evidente que aceptar –o incluso aceptar parcialmente– esos principios revolucionarios haría inútiles y contraproducentes nuestros esfuerzos. Debemos, pues, tener claros los objetivos que se quieren alcanzar, ordenando nuestra acción a los fines. Pero todos debemos ser conscientes de que en esta obra de restauración no son posibles excepciones a los principios, precisamente porque no compartirlos impediría cualquier posibilidad de éxito.

Dejemos, pues, de lado, de una vez por todas, las vanas distinciones sobre la presunta “bondad” del Concilio, la traición a la voluntad de los “Padres sinodales”, la letra y el “espíritu” del Vaticano II, el peso magisterial (o no) de sus actos, y la hermenéutica de la continuidad versus la de la ruptura

La anti-iglesia ha utilizado la etiqueta de “Concilio Ecuménico” para dar autoridad y fuerza jurídica a su agenda revolucionaria, así como Bergoglio llama a su manifiesto político de adhesión al Nuevo Orden Mundial una “carta encíclica”. La astucia del enemigo ha aislado a la parte sana de la Iglesia, dividida entre tener que reconocer la naturaleza subversiva de los documentos conciliares, teniendo que excluirlos así del corpus magisterial, y tener que negar la realidad declarándolos apodícticamente ortodoxos para salvaguardar la infalibilidad del Magisterio. Los Dubia representaron una humillación para aquellos Príncipes de la Iglesia, pero sin desatar los nudos doctrinales llevados a la atención del Romano Pontífice. Bergoglio no responde, precisamente porque no quiere negar o confirmar los errores implícitos, exponiéndose así al riesgo de ser declarado hereje y perder el papado. Es el mismo método utilizado con el Concilio, donde la ambigüedad y el uso de una terminología imprecisa impiden la condena del error que se ha implicado. Pero el jurista sabe muy bien que, además de la flagrante violación de la ley, también se puede cometer un delito eludiéndola, utilizándola para fines malvados: contra legem fit, quod in fraudem legis fit [lo que elude la ley es contra ella].

11. CONCLUSIÓN

La única manera de ganar esta batalla es volver a hacer lo que la Iglesia ha hecho siempre y dejar de hacer lo que la anti-Iglesia nos pide hoy, lo que la verdadera Iglesia siempre ha condenado. Pongamos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Sumo Sacerdote, de nuevo en el centro de la vida de la Iglesia; y antes de eso, en el centro de la vida de nuestras comunidades, de nuestras familias, de nosotros mismos. Devolvamos la corona a Nuestra Señora María Santísima, Reina y Madre de la Iglesia.

Volvamos a celebrar dignamente la Santa Liturgia Tradicional y a orar con las palabras de los santos, no con las divagaciones de los modernistas y herejes. Comencemos de nuevo a saborear los escritos de los Padres de la Iglesia y de los místicos, y a arrojar al fuego las obras imbuidas de modernismo y sentimentalismo inmanentista. Apoyemos, con la oración y la ayuda material, a los muchos buenos sacerdotes que permanecen fieles a la verdadera fe, y retiremos todo apoyo a los que han llegado a un acuerdo con el mundo y sus mentiras.

Y sobre todo –¡os lo pido en nombre de Dios! – abandonemos ese sentido de inferioridad que nuestros adversarios nos han acostumbrado a aceptar: en la guerra del Señor, ellos no nos humillan (ciertamente merecemos toda humillación por nuestros pecados). No, humillan a la Majestad de Dios y a la Esposa del Cordero Inmaculado. ¡La Verdad que abrazamos no viene de nosotros, sino de Dios! Que se niegue la Verdad, aceptar que debe justificarse ante las herejías y los errores de la anti-iglesia, no es un acto de humildad, sino de cobardía y pusilanimidad. Dejémonos inspirar por el ejemplo de los Santos Macabeos Mártires, ante un nuevo Antíoco que nos pide sacrificar a los ídolos y abandonar al verdadero Dios. Respondamos con sus palabras, orando al Señor: “Ahora pues, oh Soberano de los cielos, envía un ángel bueno para que siembre ante nosotros terror y temblor”. “Con la fuerza de tu brazo sean aniquilados estos blasfemos que vienen contra tu pueblo santo” (2 Mac 15,23).

Permítanme concluir mi intervención de hoy con un recuerdo personal. Cuando era Nuncio Apostólico en Nigeria, conocí una magnífica tradición popular surgida a raíz de la terrible guerra en Biafra y que continúa hasta hoy. Participé personalmente en ella durante una visita pastoral a la Arquidiócesis de Onitsha y me impresionó mucho. Esta tradición, llamada “Rosario de los niños en bloque”, consiste en reunir a miles de niños (incluso muy pequeños) en cada pueblo o barrio para rezar el Santo Rosario e implorar la paz; cada niño sostiene un pequeño trozo de madera, como un mini altar, con una imagen de Nuestra Señora y una pequeña vela sobre él.

En los días previos al 3 de noviembre, invito a todos a unirse a una Cruzada del Rosario: una especie de asedio a Jericó, no con siete trompetas hechas de cuernos de carnero tocadas por sacerdotes, sino con las Avemarías de los pequeños y los inocentes para derribar los muros del estado profundo y de la iglesia profunda.

Unámonos a los más pequeños en un Rosario en Bloque Infantil, implorando a la Mujer vestida de Sol, que se restablezca el Reino de Nuestra Señora y Madre, y se acorte el eclipse que nos aflige.

Y que Dios bendiga estas santas intenciones.


[1] Padre Antonio Spadaro sj, Fratelli Tutti, la risposta di Francesco alla crisi del nostro tempo, en Formiche, 4 de octubre de 2020.

[2] “El pontificado del Papa Francisco es como un estandarte levantado ante los integristas católicos y aquellos que equiparan continuidad material y tradición: la doctrina católica no evoluciona sin más. A veces cambia realmente: por ejemplo, sobre la pena de muerte, sobre la guerra”, https://twitter.com/Johnthemadmonk/status/1313616541385134080/photo/1/ ; https://twitter.com/massimofaggioli/status/1313569449065222145 .

[3] “Dovremmo evitare di cadere in questi quattro atteggiamenti perversi, che certo non aiutano alla ricerca onesta e al dialogo sincero e produttivo sulla costruzione del futuro del nostro pianeta: negazione, indifferenza, rassegnazione e fiducia in soluzioni inadeguate”, cfr. Avvenire.

[4] “Religio, id est cultus Dei, qui homo fieri voluit, atque religio – talis enim est aestimanda – id est cultus hominis, qui fieri vult Deus, inter se congressae sunt. ¿Quid tamen accidente? ¿Certamen, proelio, anatema? Id cuerdo haberi potuerat, sed plane non accidit. Vetus illa de bono Samaritano narratio excmplum fuit atque norma, ad quam Concilii nostri espiritualis ratio directa est. Etenim, immensus quidam erga homines amor Concilium penitus pervasit. Perspectae et iterum consideratae hominum necessitates, quae eo molestiores fiunt, quo magis huius terrae filius crescit, totum nostrae huius Synodi studium detinuerunt. Hanc saltem laudem Concilio tribuite, vos, nostra hac aetate cultores humanitatis, qui veritates rerum naturam trascendentes renuitis, iidemque novum nostrum humanitatis studium agnoscite: nam nos etiam, immo nos prae ceteris, hominis sumus cultores”. Paolo VI, Allocuzione per l'ultima sessione del Concilio Ecumenico Vaticano II, 7 de diciembre de 1965.

[5] https://twitter.com/i/status/1312837860442210304

[6] Véase www.educationglobalcompact.org

[7] Congregazione per l'Educazione Cattolica, Lettera Circolare alle scuole, università e istituzioni educative, 10 de septiembre de 2020.

[8] https://www.lastampa.it/cronaca/2020/10/03/news/green-blue-la-nuova-voce-dell-economia-sostenibile-via-con-il-papa-e-bill -puertas-1.39375988; https://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/2990-the-vatican-un-alliance-architects-of-death-and-doom

[9] Card. Miguel Ángel Ayuso Guixot, Il documento sulla Fraternità umana nel solco del Concilio Vaticano II, 3 de febrero de 2020.

[10] https://www.cfnews.org.uk/bishop-schneider-pachamama-worship-in-rome-was-prepared-by-assisi-meetings

[11] Mons. Fulton Sheen, disco radiofónico del 26 de enero de 1947. Cfr. https://www.tempi.it/fulton-sheen-e-linganno-del-grande-umanitario

[12] https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=38792

[13] https://twitter.com/grandeorienteit/status/1312991358886514688

[14] https://youtu.be/s8v-O_VH1xw

[15] “Vous amènerez des amis autour de la Chaire apostolique. Vous aurez prêché una révolution en tiare et en chape, marchant avec la croix et la bannière, una révolution qui n'aura besoin que d'être un tout petit peu aiguillonnée pour mettre le feu aux quatre coins du monde”. Cfr. Jacques Cretineau-Joly, L'Église romaine en face de la Révolution, París, Henri Plon, 1859.

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