jueves, 31 de agosto de 2023

HOY ES UN PECADO, PERO MAÑANA NO: LA CURIOSA DOCTRINA DE FRANCISCO

¿Puede algo que antes era pecaminoso convertirse en moralmente aceptable?

Por Phil Lawler


“Hoy es pecado tener bombas atómicas; la pena de muerte es pecado”, dijo Francisco en una reunión con jesuitas en Lisboa a principios de este mes. Son declaraciones severas, claras e inflexibles. “Pero” -continuó- “antes no era así”.

Así, en el pasado, nos dice Francisco, no era (o al menos no necesariamente) pecaminoso tener armas nucleares o ejecutar a un criminal convicto. Pero ahora, nos dice, sí lo es.

Si algo que no era pecado en el pasado lo es hoy, ¿puede suceder al revés? ¿Puede algo que antes era pecaminoso convertirse en moralmente aceptable -quizás incluso bienvenido? Francisco se enfrentó a esta pregunta durante la misma reunión en Lisboa. Uno de los jesuitas presentes preguntó por los jóvenes que se identifican como homosexuales:
Se sienten parte activa de la Iglesia, pero muchas veces no ven en la doctrina cómo vivir su afectividad, y no ven la llamada a la castidad como una llamada personal al celibato sino más bien como una imposición. Sabiendo que en otros ámbitos de su vida viven vidas virtuosas, y que conocen la doctrina, ¿podemos decir que están todos equivocados, porque no sienten, en su conciencia, que sus relaciones son pecaminosas?
La respuesta de Francisco no fue ni mucho menos tan contundente y clara como su condena de la pena de muerte. Pero ciertamente no confirmó la antigua enseñanza cristiana de que los actos homosexuales son inmorales. En cambio, expresó su impaciencia por lo que considera una preocupación excesiva por los “pecados por debajo de la cintura”. Pero tras pedir “sensibilidad y creatividad” en la atención pastoral, concluyó diciendo: “Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: nunca olviden eso”.

Sí, ciertamente todos están llamados a vivir en la Iglesia. Incluso los homosexuales. Incluidos los verdugos. Incluidos los Generales que gestionan arsenales de armas nucleares. Pero todos también están llamados a vivir según las enseñanzas de la Iglesia. Y Francisco no es tímido a la hora de pronunciar algunas enseñanzas. Entonces, ¿por qué evitó una respuesta directa a la pregunta sobre la moralidad de los actos homosexuales? Su explicación fue reveladora: “Está claro que hoy el tema de la homosexualidad es muy fuerte, y la sensibilidad al respecto cambia según las circunstancias históricas”.

Las circunstancias históricas cambian, ciertamente, y las actitudes de la opinión pública cambian con ellas. Pero los principios morales fundamentales no cambian. Si el adulterio, la fornicación y la sodomía estaban mal en los siglos I, X y XVI, también lo están hoy. El sexo recreativo puede ser ampliamente aceptado -incluso aplaudido- en una sociedad decadente. Pero la Iglesia no se rige (o no debería) por las tendencias populares.

Por eso tantos católicos se sienten angustiados cuando el obispo de Roma parece sugerir que las enseñanzas de la Iglesia pueden verse influidas por los cambios en el pensamiento secular. Si “el tema de la homosexualidad es muy fuerte” -y lo es-, ¿no podría eso sugerir la necesidad de una mayor claridad sobre los principios fundamentales?

Durante la misma sesión de preguntas y respuestas, cuando se quejó de los católicos estadounidenses “reaccionarios” que se resisten a los cambios en la Doctrina de la Iglesia, Francisco hizo otra referencia a cómo el pensamiento secular puede influir en la doctrina:
Aquí, nuestra comprensión de la persona humana cambia con el tiempo, y nuestra conciencia también se profundiza. Las demás ciencias y su evolución también ayudan a la Iglesia en este crecimiento de la comprensión.
Los avances de la ciencia pueden aclarar nuestras ideas sobre algunas cuestiones (como, por ejemplo, cuándo comienza la vida humana). Pero las ciencias no cambian realmente “nuestra comprensión de la persona humana” de manera fundamental. Es difícil entender lo que Francisco quiere decir aquí, a menos que se refiera al cambiante consenso de la opinión popular entre los científicos, que hoy aboga por una mayor aceptación de la homosexualidad.

Francisco cita a San Vicente de Lérins como su autoridad para la afirmación de que la enseñanza de la Iglesia cambia con el tiempo. Pero San Vicente, al igual que San Juan Enrique Newman, insistía en que la enseñanza de la Iglesia se desarrolla más que cambia. Una Doctrina puede aclararse, ampliarse o expresarse en un lenguaje más preciso, pero no puede invertirse. Una Doctrina es como una planta, que puede crecer y florecer y dar fruto, pero nunca puede convertirse en algo diferente de lo que era originalmente. Una bellota puede convertirse en un poderoso roble, pero no en un arce.

En un excelente artículo sobre la correcta comprensión de San Vicente, que apareció en First Things, monseñor Thomas Guarino escribe que “aconsejaría a Francisco que evitara citar a San Vicente para apoyar revocaciones, como con su enseñanza de que la pena de muerte es 'per se contraria al Evangelio'”. Mi copia del Catecismo de la Iglesia Católica, carente del último cambio ordenado por Francisco, enseña (#2266): “La Doctrina Tradicional de la Iglesia ha reconocido como fundado el derecho y el deber de la legítima autoridad pública de castigar a los malhechores con penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, la pena de muerte”.

Si la pena de muerte debe ser invocada en circunstancias particulares es una cuestión prudencial. Pero si la Iglesia ha apoyado tradicionalmente el derecho y el deber del Estado de castigar a los criminales, entonces la pena de muerte no puede ser “per se contraria al Evangelio”, a menos que esa enseñanza tradicional fuera simplemente errónea. Y si la Iglesia se equivocó en el pasado, no tenemos ninguna garantía de que no vuelva a equivocarse en el futuro. Ni tampoco en el presente.

El domingo pasado escuchamos una lectura del Evangelio sobre la roca sólida sobre la que está construida nuestra Iglesia. Durante siglos, nuestra garantía de la integridad de la Doctrina Católica fue el Magisterio Docente, custodiado por los sucesores de Pedro. Cuando Francisco cuestiona las enseñanzas tradicionales -y se burla de quienes ven el magisterio como un "monolito"- socava toda autoridad docente, incluida la suya propia.


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