viernes, 29 de septiembre de 2023

CONTRICIÓN: LA LLAVE DE ORO DEL PARAISO

La Contrición Perfecta puede abrir el Cielo cada día, y cada momento de cada día. Es especialmente eficaz si en el momento de la muerte no puedes tener a tu lado al sacerdote, dispensador de las misericordias divinas.


Por un sacerdote italiano.

Australian Catholic Truth Society No. 1325 (1959).

N.d.E.: La 
Australian Catholic Truth Society (Sociedad Católica Australiana de la Verdad) (ACTS) fue una revista que comenzó a publicarse en 1904 y uno de sus cofundadores fue Edward J. Kelly (qv). ACTS tenía su sede en Melbourne y “participaba activamente en la difusión de literatura católica sólida y en la difusión de publicaciones que son un antídoto contra las obras subversivas de la fe y la moral”. Esta revista dejó de publicarse en 1986.

INTRODUCCIÓN

A primera vista de este pequeño libro, que lleva el altisonante título de “La Llave de Oro del Paraíso”, tal vez, querido lector, sientas cierta curiosidad por saber si su contenido es tan bueno como su título. Tal vez te sientas inclinado a encogerte de hombros y sentir lo mismo que cuando ves anunciadas curas maravillosas e infalibles para todos los males de que es heredera la carne.

No, no te dejes engañar; ésta es la llave auténtica, y se puede manipular fácilmente. Es la Contrición Perfecta, que durante los cuarenta siglos (o más, según muchos biblistas) anteriores a la venida de Cristo fue el único medio de salvación para todos los que habían cometido pecado, y que incluso ahora está destinada a salvar miríadas de almas. Mira su maravilloso poder. Puede abrir el Cielo cada día, y cada momento de cada día. Es especialmente eficaz si en el momento de la muerte no puedes tener a tu lado al sacerdote, dispensador de las misericordias divinas, ausencia desgraciadamente demasiado frecuente hoy en día, a causa del número de muertes repentinas. En este caso, la Contrición Perfecta será la última llave que, con la gracia de Dios, te abrirá el Cielo. Pero es necesario aprender durante la vida a utilizar esta llave en el momento de la muerte. ¡Cuántas almas que, de otro modo, se habrían perdido para toda la eternidad, por medio de un Acto de Contrición Verdadera, se han abierto el Paraíso! El erudito y santo Cardenal Johann Baptist Franzelin dijo: “Si pudiera vagar por el país predicando la Palabra de Dios, mi tema favorito sería la Contrición Perfecta”. Doradas palabras, querido lector, con las que estoy plenamente de acuerdo; añadiendo, sin embargo, que desearía hacer lo mismo desde los púlpitos de las ciudades, donde las ocasiones de pecar son mayores y los peligros para el alma, innumerables.


PREFACIO A LA TRADUCCIÓN ITALIANA

El autor, por una feliz inspiración llamó a este pequeño libro “La Llave de Oro del Paraíso”. Y, de hecho, nuestro verdadero hogar, el tuyo y el mío, y el de todos los demás, es el Cielo. Este mundo en el que ahora vivimos no es nuestro verdadero hogar. Tan cierto es esto que, tarde o temprano, la Muerte nos conducirá de allí y nos enviará a ese Hogar Eterno. Ahora bien, para entrar en el hogar de la verdadera y eterna felicidad, el Cielo, necesitamos una llave con la que abrir la puerta. Y en este librito encontrarás esa llave, una llave de oro purísimo, elaborada por un celoso sacerdote a partir de las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia Católica. Esta llave se llama Contrición Perfecta.

Ahora bien, si la Contrición Perfecta es la Llave del Cielo, se deduce naturalmente que todo el mundo debería poseer una, y saber cómo usarla. Y así, quienquiera que seas, o cualquiera que sea tu condición y estado en la vida, este libro está escrito especialmente para ti.

¿Eres sacerdote? Este folleto te recordará hermosas verdades prácticas, cuya importancia tal vez nunca hayas considerado, y al hojear estas páginas te sentirás obligado a impartir a tu rebaño el maravilloso conocimiento que te pertenece.

¿Perteneces a una comunidad religiosa? ¿Qué paz no puedes conseguir usando frecuentemente esta llave?

¿Eres padre o madre de familia? Entonces acepta esta preciosa llave para abrirte las Puertas del Cielo; y déjala como herencia a tus hijos; te lo agradecerán por toda la eternidad.

¿Eres maestro? Enseña a tus pupilos el uso frecuente de esta llave mística. Algún día la apreciarán.

Seas lo que seas, aprende a usar esta llave de oro, y, si te sobreviene alguna de las mil catástrofes tan frecuentes hoy en día, tienes a mano el medio de salvar tu alma.

¿Eres un buen católico? Utiliza con frecuencia esta llave, que condujo a los santos a la cima de la santidad.

¿Eres pecador? Esta llave está hecha especialmente para ti, pues te muestra cómo volver a abrir las puertas que has cerrado por el pecado. Iré aún más lejos. ¿Eres un hereje, un infiel de buena fe, o alguien que, conociendo su error, está ahora a las puertas de la muerte, y no tiene tiempo para abrazar la Verdadera Fe o reconciliarse con Dios? Afortunado eres si esta llave de oro ha llegado a tus manos. Puede salvarte del Infierno y abrirte el Cielo. Vuela, vuela, pues, librito, como una mariposa con alas de oro, entra en las casas de los ricos y de los pobres; entra en las escuelas y en los talleres; vuela sobre las montañas y las llanuras, sobre la tierra y el mar; ábrete paso en los vapores y en los trenes; penetra en las minas; asciende al aeroplano en las nubes; dondequiera que estén el pecado y la muerte, allí lleva la luz y el consuelo que contienen tus modestas páginas.


La Llave del Cielo

¿Qué es la Contrición Perfecta?

En primer lugar, ¿qué es la Contrición? Más adelante veremos sobre esa palabra “Perfecta”. La contrición es un dolor del alma, una detestación del pecado cometido. Debe ir acompañada de la firme resolución de enmendar la vida y de no pecar más.


I. LA CONTRICIÓN PERFECTA

El dolor del alma


Ahora bien, para que la contrición sea verdadera, son necesarias tres condiciones: que sea interna, universal y sobrenatural.
(a) Debe ser interna o interior. Debe venir de las profundidades del corazón, y no consiste en actos pronunciados por los labios sin reflexión o pensamiento. No es necesario manifestar nuestro dolor con suspiros y lágrimas. Éstos pueden ser signos de contrición, pero no son parte esencial ni necesaria de ella. La contrición descansa en el alma y en la firme resolución de dejar nuestro pecado y volver a Dios.

(b) Nuestra contrición debe ser universal, es decir, debe extenderse a todos los pecados, al menos a todos los pecados mortales, que hayamos cometido.

(c) Por último, debe ser sobrenatural, lo que significa que debe estar fundada en algún motivo de fe -por ejemplo, en el Infierno, en el Purgatorio, en el Cielo, en Dios, o en algún motivo similar-. Nuestra contrición sería natural, y por lo tanto inútil, si se fundase en algún motivo puramente natural de interés o razón -como, por ejemplo, si nos lamentásemos porque nuestros pecados nos acarrearon alguna enfermedad o deshonra o pérdida pecuniaria-. Pero si nuestro dolor se funda en alguna verdad de nuestra Fe -por ejemplo, la pérdida del Cielo o el temor del Infierno-, es sobrenatural y meritorio.
Ahora bien, la contrición sobrenatural puede ser imperfecta o perfecta; y aquí volvemos a la Contrición perfecta.

La contrición es imperfecta cuando nos arrepentimos por temor de Dios.

Es perfecta cuando nos arrepentimos por amor a Él.

En el primer caso, nos arrepentimos de haber ofendido a Dios porque tememos su justa ira y castigo.

En el segundo caso, nos arrepentimos porque el pecado ofende a Dios, que es tan infinitamente bueno y amable.

La Contrición Perfecta brota del amor perfecto a Dios, y nuestro amor a Dios es perfecto cuando le amamos porque Él es infinitamente perfecto, infinitamente bello, infinitamente bueno en Sí mismo, o porque, con los innumerables dones que nos ha hecho, nos ha demostrado Su amor por nosotros. En cambio, nuestro amor a Dios es imperfecto cuando le amamos porque esperamos algún beneficio de Él. Pero si este algo fuera Él mismo en la medida en que Él es nuestro Bien Supremo, entonces éste sería el amor perfecto.

De esto se deduce claramente que, cuando nuestro amor es imperfecto, pensamos principalmente en nosotros mismos, en los beneficios que hemos recibido; mientras que, si es perfecto, pensamos principalmente en Dios, en la bondad de Aquel que nos enriquece con sus beneficios. Cuando nuestro amor es imperfecto, amamos los dones que hemos recibido; cuando es perfecto, amamos al Dador de estos dones, no tanto por los dones que nos da como por el amor y la bondad que estos dones manifiestan en Él.

El dolor nace del amor

Ahora bien, la tristeza o contrición brota del amor, por lo que se deduce que nuestra contrición será perfecta cuando nos arrepintamos de nuestros pecados por el perfecto amor de Dios, es decir, cuando nos arrepintamos, porque al pecar ofendemos a Dios, que es infinitamente bueno y perfecto y bello en Sí mismo, y que tanto nos ama. Nuestra contrición será imperfecta si nos arrepentimos por temor a Dios, porque al pecar hemos perdido el Cielo o merecido las penas del Purgatorio o del Infierno. Cuando nuestra contrición es imperfecta pensamos sobre todo en nosotros mismos, y en el castigo que nuestros pecados nos acarrearán en la otra vida, del mismo modo que un niño se arrepiente de alguna falta porque teme una paliza. Con la contrición perfecta pensamos principalmente en Dios, en Su grandeza, Su bondad, Su belleza, Su Amor, atributos todos ellos que ofendemos al pecar, y por cuyos pecados sufrió tanto el Hombre-Dios, nuestro Adorable Salvador. Es como si un niño se arrepintiera de una falta porque ha afligido a sus padres, que son tan buenos y cariñosos, y han hecho tanto por él.


Otro pequeño ejemplo ayudará a explicar todo esto mucho mejor. Después que San Pedro negó a su Divino Maestro, pensó en su pecado, y, “saliendo, lloró amargamente”. ¿Por qué lloró? ¿Quizás por la vergüenza que sentiría ante los demás Apóstoles? Si esta era la razón, entonces su dolor era puramente natural y sin mérito para el Cielo. Tal vez temía ser privado de su dignidad de Apóstol y Príncipe de los Apóstoles, o tal vez temía perder el Cielo. Éstos serían ciertamente motivos dignos, pero aún así su pena sería imperfecta. No, no. Pedro lloró y se arrepintió porque había ofendido a su amado Maestro, que era tan bueno, tan santo, tan digno de su amor; lloró porque había pagado ese amor con la más negra ingratitud, y, en consecuencia, su contrición fue perfecta, su pecado fue perdonado. Con esta llave de oro había vuelto a abrir las puertas del Cielo, que un momento antes había cerrado con su triple negación. Y, querido lector, ¿no tienes tú tantas razones para detestar tus propios pecados? Ciertamente. Los beneficios que has recibido son más numerosos que los cabellos de tu cabeza, y por cada uno de estos dones deberías exclamar con San Juan: “Amemos a Dios, que nos amó primero”.

El amor de Dios

¿Y cómo nos ha amado Dios? “Os he amado -dice- con amor eterno. Me he apiadado de ti y te he atraído hacia mí” (Jeremías 31:3). Así que nos ha amado con amor eterno. Desde la eternidad, antes de que nacieras, incluso antes de que se creara este mundo o los mismos ángeles. Para ti creó los cielos y la tierra, para ti preparó un cuerpo y un alma con toda la ternura de una madre que prepara la llegada de su hijo. Es Dios quien te ha dado la vida y te mantiene en ella; es Él quien te da cada día todos los bienes naturales de los que disfrutas. Semejante pensamiento debería bastar para inducir a los mismos paganos al perfecto amor de Dios. Pero ¿cuánta más razón no tienes tú, cristiano, católico, para amarle con un amor perfecto, tú que experimentas una prueba evidente de su bondad y de su amor, pues “se compadece de ti”?

Tú, como consecuencia de la caída de nuestros Primeros Padres, fuiste condenado con el resto de la humanidad, pero tu Padre Celestial envió a Su único Hijo para que fuera tu Salvador y te redimiera con Su Preciosa Sangre. Durante Su Agonía en el Huerto, Él pensó en ti. Pensó en ti mientras Su Sangre fluía de las heridas causadas por los crueles azotes y la corona de espinas. Pensó en ti mientras caminaba bajo la pesada Cruz en la colina del Calvario. Pensó en ti y sufrió por ti cuando expiró en vergüenza y agonía en la Cruz. Sí, pensó en ti con un amor tan tierno, como si fueras la única persona en el mundo, para que puedas decir verdaderamente con san Pablo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. ¿Qué conclusión puedes sacar de todo esto? Ésta y sólo ésta: “Amemos a Dios, que nos amó primero”.

Además, Dios te atrajo hacia Sí por el Bautismo, la primera y más importante gracia en esta vida, y por la Iglesia en cuyo seno fuiste admitido entonces. ¡Cuántos hay que sólo encuentran la verdadera Iglesia después de pruebas y sacrificios de toda clase! ¡Cuántos, además, no la conocen nunca! Pero por el amor y la misericordia de Dios Todopoderoso, fuiste dotado con el don de la Verdadera Fe en tu cuna. Él continúa atrayéndote hacia Sí por medio de los Sacramentos y de otras innumerables gracias, tanto internas como externas. Estás como sumergido en un océano, en el océano del amor y de la misericordia divinos. No satisfecho con todas estas pruebas de su amor, quiere coronar todos estos favores colocándote en el Cielo, cerca de Él, donde serás eternamente feliz. ¿Qué retribución puedes dar a todo este amor? Nada más que el amor puede corresponder al amor, y por eso, ¿no nos obligan todas estas pruebas de su amor infinito a amarle y a exclamar con San Pablo: “Caritas Christi urget nos”? El amor de Cristo nos obliga a amarle a su vez.

Ahora, examinemos un poco. ¿Cómo has correspondido al amor de un Dios tan amoroso y tan amable? Sin duda, con ingratitud y pecado. Pero, ¿no te arrepientes ahora de tal ingratitud? No dudo de que en este momento tu corazón arde en deseos de reparar esa ingratitud con un amor de todo corazón. Si tal es el caso, entonces en este mismo momento, tienes Contrición Perfecta - esa contrición, a saber, que está fundada en el amor de Dios y es llamada Contrición Perfecta, o Contrición de Amor.


Pero esta contrición puede ser de un grado aún más alto y consistir en amar a Dios simplemente porque Él es infinitamente perfecto, infinitamente glorioso y digno de ser amado por encima de cualquier otra cosa, independientemente de sus misericordias hacia nosotros. Hagamos una comparación. Los astrónomos nos dicen que en el firmamento hay estrellas tan grandes y brillantes como el sol, pero tan lejanas que son invisibles a simple vista. Ahora bien, aunque estas estrellas no nos dan ni luz ni calor, ¿no son tan dignas de nuestra admiración como el mismo sol? Y supongamos ahora que el hombre nunca hubiera experimentado ningún beneficio de esa Estrella eterna: el Amor de Dios; supongamos que Dios Todopoderoso no hubiera creado la tierra ni ninguna criatura viviente; Él no sería por ello menos sabio, menos grandioso, menos bello, menos glorioso, menos digno de amor, porque en Sí mismo y por Sí mismo, Él es el Bien Supremo. Esto es lo que queremos decir cuando recitamos las palabras:
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Reflexiona un momento sobre el amor de Dios; sobre todo, piensa en la manifestación de este amor en los sufrimientos de Nuestro Divino Salvador. De este modo, lo comprenderás fácilmente y, como un dardo ardiente, te atravesará e inflamará el corazón. He aquí el modo práctico de excitarte a la Contrición Perfecta.

Se cuenta en la vida del Cura de Ars que, en cierta ocasión, una señora, perfecta desconocida para él, le pidió que rezara por su marido, católico descuidado, que acababa de morir repentinamente y sin recibir los Sacramentos. “Era tan descuidado, padre”, le dijo ella, llorando; “no acudía a sus obligaciones, ¿y qué será de él?”. “Señora -respondió el santo sacerdote- ¿no se acuerda del ramo de flores que recogía todos los sábados para adornar el altar de Nuestra Señora? A cambio, la Santísima Virgen le obtuvo la gracia de hacer un acto de Perfecta Contrición antes de morir, y se ha salvado”. El Cura no había visto nunca a aquella señora, ni conocía a su marido, pero era un hecho que todos los sábados él recogía aquel ramo de flores. La Virgen, en recompensa por aquella pequeñísima muestra de amor que él le demostraba, puso en sus manos en aquel momento supremo la Llave de Oro del Paraíso.


II. CÓMO OBTENER LA CONTRICIÓN PERFECTA

En primer lugar, debemos tener presente que la Contrición Perfecta es una gracia -una gran gracia- de Dios. Por lo tanto, debemos pedirla constantemente. Pídela, no sólo cuando quieras hacer un Acto de Contrición, sino a menudo durante el día. Debe ser objeto de tus más ardientes deseos. Repite a menudo: “¡Dios mío! Dame perfecto dolor de mis pecados”. Y si sientes sinceramente lo que dices, Nuestro Señor escuchará tu oración.

Ante el Crucifijo


Además de esto, he aquí un modo fácil de hacer el Acto de Contrición. Arrodíllate ante un crucifijo en una iglesia o en tu habitación, o, si no puedes hacer esto, imagínate que estás en presencia de Jesucristo, y, mientras miras sus heridas, piensa unos momentos, y luego repite estas palabras u otras parecidas: “¿Quién es Este clavado en una Cruz? Es Jesús, mi Dios y Salvador. ¡Y mirad cómo sufre! Su Cuerpo cubierto de heridas y sangre; Su Alma sumergida en angustias y humillaciones. ¿Por qué sufre? Por los pecados de la humanidad, y por los míos también. En el abismo de sus tormentos, piensa en mí. Sufre por mí. Está reparando mis pecados”. Permanece allí, ante la Cruz, mientras la Sangre de tu Salvador cae gota a gota sobre tu alma. Pregúntate cómo has correspondido a estas pruebas de amor. Recuerda tus pecados pasados y, olvidando por un momento el Cielo y el Infierno, arrepiéntete porque tus pecados han reducido a tu Salvador a un estado tan lamentable. Prométele que no volverás a crucificarle, y luego repite lenta y fervientemente el Acto de Contrición. Mejor aún, repite esas palabras de dolor que surgirán espontáneamente en tu corazón, ahora ablandado por la gracia y lleno de una santa amargura.

Tres visitas

No está de más recordar aquí lo que San Carlos Borromeo enseñaba a sus penitentes cuando iban a confesarse. 
“¿Queréis -decía- conocer un modo fácil de excitaros a un verdadero dolor por vuestros pecados? Haced tres pequeñas visitas: la primera arriba, la segunda abajo, la tercera en medio. La visita arriba os mostrará el Paraíso, al que habéis renunciado por algún placer vacío, por algún pensamiento, palabra o acto pecaminoso. El disgusto que surgirá en vuestro corazón al pensar en esta pérdida será una buena atrición, o contrición imperfecta, y en la Confesión bastará para lavar vuestros pecados.

Vuestra visita abajo os mostrará ese espantoso lugar en el que estaríais ahora si Dios hubiera ejercido su justicia - ese lugar donde sufriríais para siempre el tormento del fuego, lejos de vuestro verdadero hogar, que es el Cielo. El dolor que surge de esta consideración es también excelente, y suficiente en la confesión.

Vuestra tercera visita os mostrará a Cristo crucificado y muriendo por vos en el Calvario entre dolores e insultos de todo tipo. El conocimiento de que el Crucificado es la Bondad Infinita misma, vuestro mayor Benefactor, a Quien, en vez de amar, habéis insultado y crucificado, despertará en vuestro corazón sentimientos de amor y dolor que enjugarán vuestros pecados aun antes de entrar en el confesionario”.
Querido lector, recuerda estas tres visitas de San Carlos, no sólo cuando vayas a confesarte, sino cada vez que quieras excitarte a la Perfecta Contrición.


III. ¿ES DIFÍCIL HACER UN ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTA?

Sin duda, es más difícil hacer un acto de Contrición Perfecta que uno Imperfecto, que basta cuando nos confesamos. Pero aun así, no hay nadie que, si lo desea sinceramente, no pueda, con la gracia de Dios, hacer un acto de Contrición Perfecta. El dolor está en la voluntad, no en los sentidos ni en los sentimientos. Basta que nos arrepintamos porque amamos a Dios sobre todas las cosas; eso es todo. Es cierto que la Contrición Perfecta tiene sus grados, pero no es menos perfecta porque no alcanza la intensidad y sublimidad del dolor de San Pedro, de Santa María Magdalena o de San Luis. Tal grado es muy deseable, pero en modo alguno necesario. Un grado menor, con tal que proceda del amor de Dios y no del temor de sus castigos, es suficiente. Y es muy consolador recordar que durante los 4000 años (o más, según muchos eruditos bíblicos) anteriores a la venida de Cristo, el único medio que tenían los pecadores para obtener el perdón era esta misma Contrición Perfecta. En aquellos tiempos no existía el Sacramento de la Penitencia. Incluso hoy, para miles -sí, para millones- de paganos, de no católicos, y también de católicos, que no tienen tiempo de llamar a un sacerdote a su cabecera, el único medio de perdón y salvación es un acto de Perfecta Contrición.

Ahora bien, si es verdad que Dios no desea la muerte de un pecador, se deduce que no quiere imponer a sus criaturas una contrición o un dolor superior a sus fuerzas, sino que esté al alcance de todos. Y así, si millones de pobres criaturas que, sin culpa alguna, viven y mueren fuera del Verdadero Redil, si éstas pueden obtener la gracia de la Perfecta Contrición, ¿imaginas, querido lector, que será difícil para ti -tú que gozas de la dicha de ser cristiano y católico, y por eso eres capaz de recibir gracias mucho mayores que ellos-, tú que estás mucho mejor instruido en las cosas divinas que los pobres infieles?


Pero me atrevo a ir aún más lejos. A menudo, muy a menudo, sin ni siquiera pensar en ello, tienes Contrición Perfecta por tus pecados. Por ejemplo, cuando oyes Misa devotamente o haces bien el Vía Crucis; cuando reflexionas ante tu crucifijo o una imagen del Sagrado Corazón. Es más, cada vez que rezas el Padre Nuestro, en las tres primeras peticiones haces tres actos de caridad perfecta, cada uno de los cuales es suficiente para cancelar todo pecado de tu alma.

Muy a menudo, unas pocas palabras bastan para expresar el amor más ardiente y el dolor más profundo; por ejemplo, las pequeñas jaculatorias: “Jesús mío, misericordia”, “Dios mío y todo mío”, “Dios mío, te amo sobre todas las cosas”, “Dios mío, ten piedad de mí, pobre pecador”. Ayudado por la gracia de Dios (y Dios ha prometido darla a todos los que la pidan), no es en absoluto difícil hacer un Acto de Contrición. Tomemos el caso de David, que por una mirada curiosa cayó en el pecado de adulterio, y luego en el de asesinato. Después de haber cometido estos pecados, vivió bastante despreocupado por el estado de su alma hasta que el profeta Natán vino a reprenderle. Y este reproche indujo a David a hacer un acto de Contrición Perfecta en pocas palabras, “Peccavi Domino” (“He pecado contra el Señor” - 2 Samuel 12:13). Tan eficaz fue su contrición que el profeta, inspirado por Dios, exclamó: “El Señor te ha perdonado”.

Tomemos, de nuevo, el caso de María Magdalena - una pecadora pública. Ella ni siquiera dijo una palabra, sino que simplemente lloró a los Pies de Jesús. Jesús vio el dolor en su corazón y, volviéndose hacia ella, le dijo: “¡Mujer! porque has amado mucho tus pecados te son perdonados”. Mira, pues, qué poco se necesita: sólo amar a Dios por encima de todo. Y el amor no exige ni tiempo ni molestias; basta pensar en Jesús crucificado, pues entonces es imposible no amarle y lamentarse de los pecados por los que le hemos crucificado.

Recuerda al buen ladrón -un ladrón condenado a muerte- y, sin embargo, por aquellas pocas palabras pronunciadas desde su corazón: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en Tu Reino”, el mismo Cristo le prometió inmediatamente el Cielo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Por último, mira a San Pedro, que negó tres veces a su Maestro. Jesús le miró; Pedro no dijo ni una sola palabra, sino que, “saliendo, lloró amargamente”. Fue perdonado; fue elegido por Cristo para ser su primer sucesor en la tierra -el Príncipe de los Apóstoles- y hoy es uno de los santos más gloriosos del Cielo.

Querido lector, si alguna vez tenemos la desgracia de ofender a Dios, echemos una mirada al sagrario donde Jesús palpita de amor por nosotros, o pensemos en el Calvario. Nuestros corazones se conmoverán. Nos arrepentiremos. Seremos perdonados y salvados.


IV. LOS EFECTOS DE LA CONTRICIÓN PERFECTA

El perdón incluso antes de la confesión

Supongamos que la persona, antes de hacer un acto de Perfecta Contrición, se encuentra en estado de pecado mortal. Inmediatamente, incluso antes de confesarse -siempre que tenga la intención de hacerlo cuando se presente la ocasión-, todos sus pecados le son perdonados. No sólo se le remite la pena eterna del infierno, sino que se le restituyen todos los méritos que había perdido al pecar. Y si la persona que hace este Acto de Contrición está en estado de gracia, su alma se fortalece contra las tentaciones futuras, sus pecados veniales son perdonados, su purgatorio disminuye y el amor de Dios aumenta en su alma. He aquí los maravillosos efectos de la misericordia de Dios producidos en el alma del cristiano, e incluso en la del pagano de buena fe, por un acto de Perfecta Contrición.

La Contrición no dispensa de la Confesión

Tal vez al leer esto te sorprendas y te inclines a decir: “Puedo comprender muy bien que en el momento de la muerte pidamos la gracia de la Perfecta Contrición, y que en ese momento supremo produzca estos maravillosos efectos, pero apenas puedo creer que tenga este poder en todo tiempo, y cuando estamos bien y fuertes”. Y, sin embargo, todo esto es perfectamente cierto; es tan sólido como la Roca sobre la que está edificada la Iglesia. En resumen, es tan cierto como la Palabra de Dios. En el Concilio de Trento, la Iglesia, bajo la asistencia del Espíritu Santo, declaró que “la Contrición Perfecta -es decir, la que procede del amor de Dios- justifica al hombre y lo reconcilia con Dios incluso antes de la recepción del Sacramento de la Penitencia”. Por supuesto, se entiende que tal persona, si es católica, tiene al menos la intención implícita de confesarse. Ahora bien, el Concilio de Trento no dice nada sobre el momento de la muerte, no hace distinción de tiempo ni de circunstancias, por lo que siempre y en cualquier momento de la vida, esta llave de oro abre las puertas del Paraíso. Esta declaración de la Santa Iglesia es simplemente la explicación de aquellas palabras de Nuestro Divino Salvador, “Si alguno me ama” (y nadie puede amarle sin estar arrepentido de haberle ofendido) - “si alguno me ama, Mi Padre le amará, y vendremos y moraremos en él”. Ahora bien, puesto que Dios no puede habitar en un alma manchada de pecado mortal, se deduce que la Contrición Perfecta, o la Contrición de la Caridad, como se la llama, destierra el pecado del alma.


Tal ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia, y cuando un hereje la negaba, era condenado por Roma. Si, como ya hemos visto, la Contrición Perfecta producía estos maravillosos efectos en la Antigua Ley -la Ley del Temor y de la Justicia-, ¿con qué mayor razón no debería hacerlo en la Nueva Ley -la Ley de la Misericordia y del Amor-?

Pero, viendo cuán eficaz es la Contrición Perfecta, viendo cómo limpia el alma incluso antes de la Confesión, puedes inclinarte a decir: “Entonces, ¿para qué confesarse? ¿No fue la Confesión instituida por Jesucristo para la remisión de los pecados? Y si la Contrición Perfecta remite los pecados aun antes de la Confesión, ¿dónde está la necesidad de la Confesión?”. A esta objeción o dificultad responde el Catecismo: “Si caemos en pecado debemos hacer un Acto de Contrición y confesarnos tan pronto como podamos”. Y la razón es porque, aunque la Contrición Perfecta produce los mismos efectos que la Confesión, no lo hace independientemente de ésta. La Confesión es el medio ordinario instituido por Cristo para el perdón de los pecados, y la Contrición Perfecta supone la intención de confesar los pecados ya perdonados por este Acto de Contrición. Sin esta intención, el Acto de Contrición no remitiría ni un solo pecado mortal. Si después una persona descuidara confesarse, al menos durante el año, cometería un pecado mortal al desobedecer voluntariamente uno de los Mandamientos de la Iglesia.

Por lo tanto, tened en cuenta que para hacer un buen Acto de Contrición debemos tener la intención de confesarnos. Pero, ¿cuándo? ¿Hay que ir a la primera oportunidad? Estrictamente hablando, no; ya que sólo estamos obligados a ir una vez al año, excepto en circunstancias especiales -como, por ejemplo, cuando deseamos recibir la Sagrada Comunión-. Sin embargo, todos los teólogos nos exhortan vivamente a ir cuanto antes, y por varias razones. Entonces estamos más seguros de que nuestros pecados han sido perdonados, ya que nuestra contrición puede no haber sido perfecta. Gozamos así de mayor paz de conciencia, y enriquecemos nuestra alma con las preciosas gracias anexas al Sacramento de la Penitencia. Cuando, por ejemplo, tienes un accidente y te lastimas, digamos, la mano o el pie, ¿qué haces? Aplicas inmediatamente los remedios caseros que conoces, y luego llamas al médico a la primera oportunidad, pues sus prescripciones, como sabes, son auténticas. Lo mismo debes hacer en caso de una herida en el alma: rezar inmediatamente un acto de contrición, que es el remedio casero, y luego, lo antes posible, recurrir a tu médico espiritual, que es tu Confesor.

Otra vez, alguien podría inclinarse a decir: “Puesto que es tan fácil obtener el perdón por medio de un Acto de Perfecta Contrición, no necesito preocuparme más. Puedo pecar sin escrúpulos, y luego simplemente hacer un Acto de Contrición, y todo estará bien”. Querido lector, quien razonara así no tendría ni sombra de pena. ¿Cómo podría decir que ama a Dios por encima de todo cuando pretende ofenderle sin escrúpulos? Cuando uno está realmente arrepentido de haber hecho algo, está resuelto a no volverlo a hacer. Puede suceder, y sucede a menudo, que después de haberse arrepentido sinceramente de un pecado, uno sea tentado de nuevo y vuelva a caer en el mismo pecado. Esto es muy distinto. Su contrición fue buena, porque en ese momento su resolución era sincera; pero más tarde, bajo una nueva tentación, desgraciadamente volvió a caer. Lo único que puede hacer es arrepentirse una vez más y tomar la firme resolución de ser más vigilante en el futuro.

La Contrición perfecta es una gran ayuda para todos los que desean sinceramente mantenerse en gracia, para todos los que, a pesar de las buenas intenciones, por fragilidad, caen de vez en cuando en pecado mortal. Pero si alguien quisiera abusar de ella como medio para pecar más libremente, para él, en lugar de ser un remedio divino, se convertiría en un veneno infernal.

San Agustín es el modelo de la Contrición Perfecta. Habiendo pasado una juventud pecadora y una temprana edad viril, se arrepintió, y en sus Confesiones dice: “Demasiado tarde, ¡oh Eterna Bondad! he aprendido a conocerte, pero para el futuro te amaré, nunca más te ofenderé”. Mira cómo unió a su dolor la resolución de no pecar más.


V. ¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE LA CONTRICIÓN PERFECTA Y, A VECES, INCLUSO NECESARIA?

Es importante durante la vida, y especialmente en el momento de la muerte, por las siguientes razones

Amigos de Dios

¿Qué mayor felicidad podemos desear en esta vida que estar en estado de gracia santificante? Es ésta la que embellece el alma, la que la hace hija de Dios y heredera del Cielo. Convierte en méritos toda obra buena y todo sufrimiento soportado con paciencia. Es, por así decirlo, una varita mágica que convierte todo en oro celestial. En cambio, ¿qué ser más desgraciado que una persona en pecado mortal? Todos sus méritos pasados están perdidos, su alma está en peligro del infierno, todas sus buenas obras, todos sus sufrimientos, incluso sus oraciones, carecen del menor mérito para la Eternidad. Qué importante es, pues, estar en gracia. Y si una persona cae de este estado, ¿cómo puede volver a adquirirlo? Hay dos medios: la Confesión y la Contrición Perfecta. La Confesión es el medio ordinario, pero como a veces es muy difícil, e incluso imposible, confesarse, Dios Todopoderoso, en Su Bondad, nos ha dado un medio extraordinario, que es la Contrición Perfecta.


Supongamos, que Dios no lo quiera, que algún día tienes la desgracia de cometer un pecado mortal. Después de las distracciones del día, cuando estés en casa, en la tranquilidad de la noche, tu conciencia empezará a remorderte, empezarás a sentirte incómodo, y tal vez asustado, y con muy buena razón. ¿Qué debes hacer? Dios pone en tus manos la llave de oro que reabrirá para ti las Puertas del Cielo que cerraste durante el día. Haz un Acto de Contrición por amor a Dios; decídete a no pecar más, y a confesarte cuando puedas; luego acuéstate tranquilamente.

Estás en paz con Dios, y si mueres durante la noche, te salvarás.

Por el contrario, ¡qué lamentable es el estado del hombre que ignora la Contrición Perfecta! Se acuesta por la noche y se levanta por la mañana enemigo de Dios; continúa en este temible estado durante días y semanas, tal vez durante meses y años. Esta profunda oscuridad en la que está sumida su alma no se interrumpe excepto durante unos pocos días después de cada Confesión; entonces peca de nuevo, y permanece en este estado hasta su próxima Confesión. ¡Hombre i
nfeliz! Vivir prácticamente toda su vida en pecado mortal, enemigo de Dios, sin méritos para el Cielo y en constante peligro de perderse eternamente.

Antes de la Sagrada Comunión

Por supuesto, no se te ocurriría comulgar después de haber cometido un pecado mortal y antes de confesarte. San Pablo insiste: “Que el hombre se pruebe primero a sí mismo” (1 Cor 11, 28). Que se confiese y luego participe del Pan eucarístico. La Contrición perfecta es un medio eficaz, pero al mismo tiempo extraordinario, para obtener el perdón; un medio que debe usarse cuando no podemos ir convenientemente a la Confesión, y siempre tenemos la oportunidad de ir antes de la Comunión. Sin embargo, haríamos bien en hacer el Acto de Contrición inmediatamente antes de la Comunión, para purificar cada vez más nuestras almas y recibir frutos más abundantes de este santísimo Sacramento.

Además, la práctica de hacer frecuentes actos de contrición es muy ventajosa para quien vive habitualmente en estado de gracia. Sin una revelación especial de Dios, no podemos saber con certeza si estamos o no en su amistad; pero cada acto de contrición disminuye nuestra ansiedad sobre este punto. También sucede a menudo que dudamos si hemos dado o no nuestro consentimiento a una tentación. ¿Qué debemos hacer? ¿Examinar nuestra conciencia? Esto es inútil, porque no hará más que volver a caer en la tentación, sobre todo si es contra la santa pureza; y, además, nunca decidiremos si hemos consentido o no. No; haz un Acto de Perfecta Contrición, como acostumbraba San Francisco de Sales, y no te preocupes más. E incluso si se nos revelara que estamos en estado de gracia, la Contrición Perfecta seguiría siendo muy aconsejable. Cada acto aumenta la gracia santificante en nuestras almas, un grado de la cual vale más que todas las riquezas de este mundo. Cada acto anula los pecados veniales que manchan nuestras almas, las cuales, en consecuencia, aumentan en fervor y santidad. Cada acto de amor perfecto remite algo de nuestro purgatorio. ¿Qué dijo Nuestro Divino Salvador a María Magdalena? “Porque has amado mucho, mucho te es perdonado”. Si, para disminuir nuestro purgatorio, ganamos Indulgencias, hacemos buenas obras, damos limosnas, entonces el perfecto amor a Dios, que es el rey de las virtudes, merece el primerísimo lugar entre todos los actos virtuosos que realizamos.

Por último, cada acto de contrición fortalece nuestra alma y aumenta nuestra confianza en obtener la mayor de todas las gracias: la gracia de la perseverancia final. ¡Qué cúmulo de gracias no nos obtiene esta práctica de frecuentes actos de Perfecta Contrición!

En el momento de la muerte

Pero, si esta práctica es tan importante durante la vida, alcanza el colmo de su importancia en el momento de la muerte, especialmente cuando ésta sobreviene demasiado repentinamente como para llamar al sacerdote. Tomemos el caso de cuando, hace algunos años, se produjo un incendio en una gran casa de vecindad y muchas personas quedaron aisladas por las llamas. Entre ellos había un niño de doce años que, cayendo de rodillas, recitó en voz alta un acto de contrición e invitó a todos a unirse a él. ¿Cuántas de aquellas desgraciadas víctimas deben su salvación eterna a aquel muchacho? Ahora bien, los peligros nos rodean todos los días. Tú o yo, que Dios no lo quiera, podemos ser un día víctimas de un accidente -un caballo que patea o se desboca, un automóvil fuera de control, un resbalón en una escalera, una caída de un tranvía o de un tren, la caída de un árbol-, hay mil y una maneras por las que la muerte puede llegar de repente. Una apoplejía puede llegar cuando estamos trabajando o comiendo, de repente, cuando menos lo esperamos. Alguien puede correr en busca de un sacerdote, pero éste puede no llegar a tiempo. ¿Qué hacer? Hacer inmediatamente un acto de Perfecta Contrición. No esperes a ver si el sacerdote llega a tiempo, sino arrepiéntete inmediatamente de haber ofendido y crucificado a un Dios tan bueno. Te salvarás. La Contrición Perfecta será para ti la Llave de Oro del Paraíso.


Pero no te engañes pensando que aplazarás tu arrepentimiento hasta el momento de la muerte, y que entonces harás un acto de Perfecta Contrición. La Contrición Perfecta es una gracia concedida sólo a los de buena voluntad, y si alguien se abandonara a una vida de pecado con la esperanza de un arrepentimiento en el lecho de muerte, se encontraría cara a cara con un Juez que le dirá: “Me buscaréis, pero moriréis en vuestros pecados” (Véase Juan 8:21.)

¿Tendré tiempo suficiente en caso de muerte súbita para hacer un Acto de Contrición? Con la gracia de Dios, sí. Requiere muy poco tiempo, sobre todo si durante la vida has hecho práctica de excitarte con frecuencia; no es necesario decir ni una sola palabra. Además, cuando la muerte es inminente, los instantes parecen horas. La mente está muy activa y, además, Dios Todopoderoso será muy pródigo con sus gracias en ese momento supremo.

¡Cuántos males irreparables causa la ignorancia en el momento de un accidente! La gente se precipita de todas partes para socorrer. Algunos se echan a llorar; todos pierden la cabeza; uno se apresura a llamar a un médico, tal vez otro a un sacerdote; alguien pide agua y comienza a aplicar remedios de primeros auxilios - y todo el tiempo la desafortunada víctima se está muriendo. Excepto el que llama al sacerdote, nadie se compadece de su alma, nadie le propone un acto de contrición. Si alguna vez asistes a un accidente, corre rápido pero con calma hacia la víctima, dale a besar un crucifijo, si tienes uno, y luego pídele despacio y con claridad que repita con el corazón lo que vas a decir. A continuación, repite lenta y claramente el Acto de Contrición, aunque el moribundo parezca no oírte o no entenderte. Un alma que puedas salvar de este modo será tu corona en el Cielo.

¿Sabes, querido lector, quién hará más naturalmente un Acto de Contrición cuando surge la necesidad? Aquel, por supuesto, que estaba más acostumbrado a hacer uno todos los días, en cada peligro, después de cada pecado, sólo tal, cuando se presente la ocasión, sabrá cómo manejar rápida y ágilmente la Llave de Oro del Paraíso.


VI. ¿CUÁNDO DEBEMOS HACER UN ACTO DE CONTRICIÓN?

Todas las noches

A todos los que me han leído hasta aquí, les ruego, por amor de Dios y de sus almas inmortales, que hagan este acto todas las noches antes de acostarse. Esto se los pido, no porque estén obligados en conciencia a hacerlo, sino porque sé que es por su bien. No me digan que el examen de conciencia diario y la Contrición Perfecta son buenos sólo para los sacerdotes y religiosos; no pongan la excusa de que no tienen tiempo, o están demasiado cansados por las noches. Pues, ¿cuánto tiempo se necesita para hacer un Acto de Contrición? ¿Media hora? ¿Un cuarto de hora? No; bastan unos minutos. 

Supongo que rezas algunas oraciones antes de acostarte. Muy bien. Una vez terminadas estas oraciones, piensa un momento en los pecados que has cometido durante el día -apenas tendrás que pensar si has caído gravemente, pues tal pecado surgirá naturalmente a tu memoria- y luego recita lenta y fervorosamente un Acto de Contrición, preferiblemente ante un crucifijo o una imagen de Nuestra Señora. Acuéstate en paz, porque estás en paz con Dios. Comienza esta misma noche, y no omitas nunca esta práctica tan excelente. Si alguna vez tienes la desgracia de cometer un pecado mortal, no permanezcas ni un instante en este horrible estado: en el acto, o al menos antes de acostarte, reza un Acto de Contrición, y luego ve a confesarte cuando puedas.


Un día, querido lector, antes o después, llegará la hora de tu muerte, y si, que Dios no lo quiera, llega de repente, ya conoces la llave con la que abrir el Cielo. Si has sido fiel en hacer frecuentes Actos de Contrición durante la vida, te aseguro que tendrás tanto el tiempo como la gracia para hacer uno en ese momento supremo, y salvar así tu alma. Y si te dan tiempo suficiente para prepararte a la muerte, que tu última oración sea un acto de amor hacia Dios, tu Creador, tu Redentor y tu Salvador, un acto de contrición sincera y perfecta por todos los pecados de toda tu vida. Después, arrojate con confianza infantil en los brazos de la Divina Misericordia, porque Dios será para ti un Juez misericordioso y compasivo.

Y ahora te dejo. Lee y relee este librito. Haz que otros lo lean, y pon en práctica sus preciosas lecciones. Repite a menudo tu Acto de Contrición, medio sencillo, como has visto, de obtener el perdón, medio supremo y único en caso de necesidad, fuente de gracia tanto en vida como particularmente en la hora de la muerte; en resumen, “LA LLAVE DE ORO DEL PARAÍSO”.


VARIOS ACTOS DE CONTRICIÓN

1. Oh Dios mío, siento haber pecado contra Ti, porque Tú eres tan bueno; no volveré a pecar. Perdóname y ayúdame con Tu gracia.

2.
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí, pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido; y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado.

3. Oh Dios mío, de todo corazón me arrepiento de todos mis pecados, porque por ellos merezco Tu justo castigo en esta vida y en la otra; porque he sido ingrato Contigo, mi mayor Benefactor, y, sobre todo, porque te he ofendido a Ti, el Bien Perfectísimo y Amabilísimo, mi Salvador, que has muerto en la Cruz por mis pecados, estoy firmemente resuelto a enmendar mi vida, a no ofenderte nunca más y a evitar las ocasiones de pecado.

4. Dios mío, siento de todo corazón haberte ofendido, porque eres muy bueno, y me propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, no volver a ofenderte.

*****

No hay comentarios: