Por Remington Huffaker
Durante algunos viajes recientes, algo inesperado me llamó la atención. Al pasar por delante de una iglesia en Milwaukee, vi lo que parecía una gran losa de bronce sobre un banco del parque. Me acerqué para ver qué podía ser.
Un pequeño cartel identificaba la obra como “Jesús sin techo”, una escultura que representaba a Nuestro Señor como un vagabundo durmiendo en un banco del parque. El “artista”, Timothy Schmalz, decidió crearla después de ver a un vagabundo durmiendo en un banco de un parque en Toronto. El rostro y las manos de la figura estaban ocultos bajo una manta, y solo las heridas de la crucifixión en los pies insinuaban la identidad que se pretendía dar a la escultura.
Mientras estaba allí reflexionando sobre la estatua, se acercó un hombre y se sentó casualmente al lado de ella, aparentemente sin saber lo que se suponía que era.
Este encuentro se me quedó grabado. No pude evitar comparar esta escultura de Jesús con las figuras de Cristo que se ven durante las procesiones de Semana Santa en Sevilla, España. Ambas estatuas representan el sufrimiento de Nuestro Señor. Sin embargo, solo las representaciones en España despiertan en mí compasión, devoción y amor.
Sevilla es famosa por sus grandiosas carrozas que desfilan por las calles durante la Semana Santa. Las estatuas de Cristo de tamaño real, vestidas con terciopelo escarlata o violeta oscuro y adornadas con bordados dorados y piedras preciosas, se transportan en enormes carrozas doradas que pueden pesar hasta cuatro toneladas. Estas carrozas son transportadas por equipos de hombres vestidos con túnicas penitenciales, que se abren paso lentamente por las estrechas calles entre el sonido de tambores, trompetas y cánticos solemnes.
Ahora, comparemos esta representación con la estatua del “Jesús sin techo”. Hecha de bronce frío y oscuro, presenta una imagen desprovista de nobleza y gloria. No inspira adoración ni devoción, sino mediocridad e insignificancia. Sugiere que Nuestro Señor era un vagabundo. Su divinidad no brillaba a través de su apariencia, llamando a los hombres a elevar sus almas. Esta escultura es una invitación a hacer exactamente lo contrario.
Su gloria está completamente oculta, literalmente bajo una manta.
¿Los pobres le darían a Jesús un banco en el parque o un trono?
Algunos afirman que la estatua pretende representar su humildad o provocar la “conciencia social”. Se trata más bien de una declaración política destinada a poner de relieve las desigualdades sociales que la pobreza evangélica. No percibí nada sobrenatural en esta representación “humilde”.
La humildad no es lo mismo que la humillación. A lo largo de la historia, los Santos han ayudado a los pobres elevándolos, no idealizando su difícil situación. Incluso al representar a Nuestro Señor en los peores momentos de su Pasión, los artistas sevillanos se aseguraron de que mantuviera su dignidad y grandeza. Despiertan nuestra compasión y admiración.
Para reforzar este punto, me gustaría recordar una hermosa historia de Las glorias de María, escrita por San Alfonso María de Ligorio.
Describe a una pobre pastora que visitaba regularmente una humilde capilla en la montaña para rendir homenaje a Nuestra Señora. Con sus limitados medios, recogía flores y las entrelazaba para formar una corona, que colocaba con amor sobre la cabeza de la Virgen, diciendo:
“Oh, Madre mía, ojalá pudiera colocar sobre tu cabeza una corona de oro y gemas, pero como soy pobre, recibe esta pobre corona de flores y acéptala como muestra del amor que te profeso”.
Su acto de devoción fue recompensado más tarde con una visión de Nuestra Señora, que vino a coronar a la joven en su lecho de muerte y la acompañó al Paraíso.
La pastora dio lo poco que tenía y, a pesar de su pobreza, trató de honrar a Nuestra Señora con pequeñas manifestaciones de belleza, sin destacar la miseria.
Esto me hizo preguntarme: ¿qué habría hecho esta misma pastora por Nuestro Señor si hubiera tenido los mismos recursos que Timothy Schmalz?
¿Habría cubierto a Nuestro Señor con una manta de bronce raída o le habría dado túnicas de seda? ¿Le habría dado un banco de parque o un trono noble? ¿Le habría envuelto la cabeza en una manta raída o le habría dado una corona de oro?
¿Quién dio permiso para presentar a Nuestro Señor de esta manera?
Me sorprendió saber que desde 2013 se han instalado más de 100 estatuas de tamaño natural de “Jesús sin techo” en todo el mundo.
¿Quién fue elegido “papa” en 2013?
Muchos las han elogiado por ser “empoderadoras” o que “invitan a la reflexión”, pero nunca devocionales.
Este tipo de representaciones no deberían quedar sin respuesta. La gente debe cuestionarse el impacto que estas estatuas tienen en sus almas.
Por desgracia, creo que esto ocurre porque la gente tiene demasiado miedo de cuestionar la narrativa oficial, que tiende a ver a Jesús como un hombre común y corriente y no como nuestro Divino Redentor y Rey. En lugar de preguntarse por qué es objetable representar a Nuestro Señor en tal estado, la mayoría de la gente lo acepta ciegamente.
Lo hacen porque afrontar el tema obliga a mantener una conversación incómoda. Significa llegar a conclusiones que ofenderán a algunos y enfadarán a otros. Peor aún, exige actuar, una acción que va en contra del “respeto humano” y que se arriesga a la censura social. Por lo tanto, se nos dice que guardemos silencio para no parecer “poco caritativos”.
Se supone que estas esculturas están hechas para atraer a jóvenes como yo. Sin embargo, no encuentro ningún atractivo en esta representación y siento la necesidad de decir la verdad, aunque provoque cierta conmoción. Si permanecemos en silencio, somos cómplices de este destronamiento de Nuestro Señor.
Si a iglesia “sinodal” puede elevar esta imagen de bronce como “su versión” de Cristo, entonces sin duda nosotros podemos alzar nuestras voces para proclamar: ¡Este no es Cristo Rey!
Recordemos siempre las gloriosas estatuas de Sevilla y la devoción de la pobre pastorcita: ellas hablan más profundamente de la majestad de Nuestro Señor, algo que el “artista” Timothy Schmalz jamás lo hará.
Este tipo de representaciones no deberían quedar sin respuesta. La gente debe cuestionarse el impacto que estas estatuas tienen en sus almas.
Por desgracia, creo que esto ocurre porque la gente tiene demasiado miedo de cuestionar la narrativa oficial, que tiende a ver a Jesús como un hombre común y corriente y no como nuestro Divino Redentor y Rey. En lugar de preguntarse por qué es objetable representar a Nuestro Señor en tal estado, la mayoría de la gente lo acepta ciegamente.
Lo hacen porque afrontar el tema obliga a mantener una conversación incómoda. Significa llegar a conclusiones que ofenderán a algunos y enfadarán a otros. Peor aún, exige actuar, una acción que va en contra del “respeto humano” y que se arriesga a la censura social. Por lo tanto, se nos dice que guardemos silencio para no parecer “poco caritativos”.
Se supone que estas esculturas están hechas para atraer a jóvenes como yo. Sin embargo, no encuentro ningún atractivo en esta representación y siento la necesidad de decir la verdad, aunque provoque cierta conmoción. Si permanecemos en silencio, somos cómplices de este destronamiento de Nuestro Señor.
Si a iglesia “sinodal” puede elevar esta imagen de bronce como “su versión” de Cristo, entonces sin duda nosotros podemos alzar nuestras voces para proclamar: ¡Este no es Cristo Rey!
Recordemos siempre las gloriosas estatuas de Sevilla y la devoción de la pobre pastorcita: ellas hablan más profundamente de la majestad de Nuestro Señor, algo que el “artista” Timothy Schmalz jamás lo hará.
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