Por Monseñor de Segur (1868)
20. NO VALE LA PENA QUE ME CONFIESE; SOY DEMASIADO DÉBIL Y ESTOY SEGURO QUE VOLVERÉ A PECAR
Pues yo estoy seguro que acabarás por no reincidir, por ser hombre de bien.
Entregado a tus propias fuerzas nada puedes, es verdad. Pero con los auxilios de Dios y la virtud de los Sacramentos, con los consejos y las amonestaciones de un buen confesor, lo podrás todo.
Un enfermo abrumado por la fiebre no puede ni andar con paso firme, ni trabajar, ni hacer su tarea; déjale que recobre la salud, y pronto le verás marchar con paso firme; será robusto y valiente, nada le fatigará y parecerá otro hombre.
Lo mismo sucederá contigo, amigo mío, si llegas a ser un verdadero cristiano, un cristiano fiel, y puntual en tus prácticas.
En el día, abandonado a tus propias fuerzas, o por mejor decir a tu debilidad, te sientes flaquear, no puedes rezar, el bien te fastidia, no puedes ser casto, resignado, paciente, etc., confiésate, comulga, comulga a menudo, escucha al sacerdote, y al poco tiempo te admirarás tú mismo del cambio feliz que habrá obrado la religión en ti, y lo mismo que al enfermo, te parecerá que eres otro hombre.
Sin embargo, no esperes llegar a ser perfecto de repente. Se necesita tiempo; el niño no se hace hombre en un solo día. Si a pesar de tu buena voluntad volvieres a caer, no te desanimes, no lo extrañes. Vuelve a levantarte pronto, tranquilo y animosamente. A fuerza de dar en el clavo acabarás por fijarlo en la pared.
Quien quiere el fin debe querer los medios. Si quieres ser fuerte, acude a las divinas fuentes de la fuerza; ellas salen de los Sacramentos, como de un manantial de vida.
Continúa...
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