lunes, 18 de agosto de 2025

MUJER CON “MUERTE CEREBRAL” DA A LUZ A UN HIJO

¿Entonces no estaba realmente muerta?

Por Alfredo De Matteo


Ha causado revuelo la noticia de Adriana Smith, la enfermera de Atlanta de 30 años, embarazada de dos meses, declarada con muerte cerebral tras sufrir un malestar, y “obligada” a vivir durante cuatro meses porque la ley vigente en Georgia prohíbe el aborto si el feto tiene latido cardíaco.

Las noticias informan que el bebé nació el día 13 de junio y se llama “Chance” (es decir, oportunidad); esa oportunidad de vivir que, sin embargo, se le negará definitivamente a su madre, a la que se le retirarán los medios de soporte vital y se la dejará morir de inanición, si no se le extraen los órganos (NdE: La mujer fue desconectada el día 17 de junio y fue sepultada el 2 de junio).

El debate en los medios de comunicación se ha centró exclusivamente en la cuestión del aborto: por un lado, los proabortistas, que denunciaron el “trato inhumano” hacia la enfermera de Atlanta a la que se le habría negado la libertad de elección (¡sic!), y por otro lado, los provida, también los nuestros, que se han alegrado de que el pequeño Chance no haya sido asesinado, gracias a la restrictiva ley sobre el aborto vigente en Georgia.

¿Nada más? ¿Es normal que un cadáver pueda albergar vida en su interior, llevar adelante un embarazo y finalmente dar a luz a un niño vivo? ¿Es normal que se mantenga con vida a “una muerta”, es decir, que se retrase su fallecimiento para permitirle dar a luz a un niño? Estas y otras evidentes incongruencias no parecen suscitar ningún debate, y sin embargo son de fundamental importancia para la buena batalla.

La muerte cerebral es un concepto médico que identifica la muerte con el cese irreversible de las funciones cerebrales. La premisa pseudofilosófica en la que se basa este criterio es que el principio vital del ser humano reside en un órgano, concretamente en el cerebro. Por lo tanto, un encéfalo que deja de funcionar definitivamente decreta la muerte del individuo, que se convierte en un simple conjunto de órganos sin coordinación central, mantenido con vida únicamente por máquinas.

Con esta forma tendenciosa de expresarlo se pretende decir que el sujeto no es capaz de mantenerse con vida de forma autónoma, es decir, que no es capaz de respirar (o mejor dicho, de activar la respiración espontánea) ni de proveerse de sustento. A fin de cuentas, se trata de la misma condición en la que se encuentran, por ejemplo, las personas mayores que no son autosuficientes o las personas con discapacidades graves. El pequeño Chance, nacido del vientre de una mujer “clínicamente muerta”, no es capaz de sobrevivir sin ayuda externa. Entonces, ¿qué?

La mujer de treinta años de Atlanta pudo continuar con el embarazo porque sus funciones vitales estaban presentes, de eso no hay duda: un cadáver propiamente dicho no es capaz de activar ningún proceso metabólico, aunque esté conectado a máquinas.

De hecho, el cuerpo de la mujer debe sufrir necesariamente importantes modificaciones metabólicas para sostener el desarrollo del feto, entre ellas una mayor resistencia a la insulina, un aumento del metabolismo basal y alteraciones en el metabolismo de los lípidos y los carbohidratos.

¿Cómo es posible que en “un cuerpo muerto” estén presentes funciones tan complejas que le permiten no solo sobrevivir, sino también preservar la vida? Si el cerebro constituye el principio vital de un ser humano, ¿qué es lo que permite a un individuo cuyo encéfalo, en teoría, ha dejado de funcionar definitivamente, activar todos esos procesos vitales que requieren un alto nivel de integración?

¿Es posible que se trate solo de una cuestión de “reflejos”? ¿Es posible que llevar adelante un embarazo sea el resultado de una activación aleatoria, es decir, no coordinada, de una serie de procesos metabólicos internos? ¿Es posible que una muerta pueda mostrar un nivel tan alto de integración corporal?

La respuesta a estas preguntas solo puede ser una: no, no es posible. A menos que se renuncie al uso de la razón y se niegue la evidencia.

Los casos llamativos, como el de esta mujer de Atlanta, deberían al menos suscitar algunas preguntas más entre aquellos que deberían estar encargados de defender las razones de la vida.

No basta con combatir el mal y la mistificación ideológica partiendo solo de algunos temas y dejando de lado otros.

La cultura de la muerte no funciona en compartimentos separados.
 
Adriana Smith

RIP
 

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