lunes, 25 de agosto de 2025

CÓMO LOS FRANCMASONES EXPLOTAN A LOS PRÍNCIPES Y NOBLES

Los “pobres príncipes”, los altos personajes, los hombres acaudalados, se han dejado coger en las redes.

Por Monseñor de Segur (1878)


XVIII

CÓMO LOS FRANCMASONES DE LAS TRASLOGIAS EXPLOTAN A LOS PRÍNCIPES Y NOBLES QUE ENTRAN EN LA FRANCMASONERÍA

Dejémosles también a ellos la palabra, y convenzámonos una vez más de la unión fatal que existe entre la Francmasonería exterior y la secreta.

Una de las notas secretas que cayeron en poder de la policía romana en tiempos de León XII, se expresa del siguiente modo, hablando de los príncipes francmasones: “El ciudadano de la clase media tiene cosas buenas, pero el príncipe mucho más. La Alta-Venta desea que bajo cualquier pretexto sean introducidos en las logias masónicas el mayor número posible de príncipes y ricos. No faltan de éstos en Italia y en otras partes, que aspiren al honor modesto de los simbólicos mandil y llana. Halagad a esos ambiciosos de popularidad; ganadlos a la Francmasonería; la Alta-Venta verá más adelante lo que pueda hacer de ellos por la causa del progreso. Un príncipe sin esperanzas de reinar es para nosotros una buena fortuna. ¡Hay tantos en este caso! Convertidlos en francmasones: servirán de reclamo a los imbéciles, a los intrigantes, a los ciudadanos y a los necesitados. Esos pobres príncipes harán nuestro negocio, creyendo trabajar únicamente en el suyo. ¡Esa es una magnífica insignia!” (1).

Más que una insignia, es una protección muy eficaz. Los mismos francmasones nos lo dicen: “La entrada de los soberanos en la Orden, es de muy buen augurio, dice el H∴ Jeder (2). Aunque ellos no puedan contribuir a la construcción del Templo masónico, aunque debamos sufrir el espectáculo de las insignias brillantes colgadas en sus pechos, son muy preciosos para la Orden, sea por sus riquezas, sea por su inmensa influencia. Por libres que puedan aparecer, las asociaciones secretas están todavía sujetas a las disposiciones de la clase superior; no pueden desarrollarse sino a los rayos del sol, en un cielo sin nubes. Allí donde el príncipe frunce el ceño, es por demás querer elevarse, mientas se navega a toda vela desde que se levanta de la Corte una brisa favorable. ¡Ojalá nuestros augustos huéspedes continúen siempre mudos e inactivos como la muñeca de Martin!

Es imposible reírse de la gente más libremente

Los “pobres príncipes”, los altos personajes, los hombres acaudalados, se han dejado coger en las redes.

“Gracias al hábil mecanismo de la institución, la Francmasonería encontró en los príncipes y en los nobles menos enemigos que protectores. Plugo a soberanos como Federico el Grande tomar la llana y ceñirse el mandil. ¿Y por qué no? Ocultándoseles cuidadosamente la existencia de los altos grados, solamente sabían de la francmasonería lo que podía enseñárseles sin peligro. No se habían de ocupar de ello, retenidos como estaban en los grados inferiores, en los que no veían más que una ocasión de divertirse, alegres banquetes, principios dejados y vueltos a tomar en el umbral de las logias, fórmulas sin aplicación a la vida ordinaria; en una palabra, una comedia de igualdad. Pero en estas materias la comedia se convierte en drama, y los príncipes y nobles tuvieron al fin que cubrir con su nombre y servir ciegamente con su influencia las empresas ocultas dirigidas contra ellos mismos”. Es otro masón quien atestigua esto (3).

Además encontramos en el Ritual escocés la fórmula del juramento con el que los Maestros se comprometen a ocultar aún a sus Grandes-Orientes lo que estos no deben saber: “Juro y prometo no revelar a persona alguna lo más insignificante de nuestros misterios; ni siquiera al Maestro de toda la Orden, mientras no lo vea reconocido en una Alta-Logia”.

No cabe duda que (a excepción de Luis Felipe-Igualdad) ningún soberano, ningún personaje oficial, al hacerse francmasón, ha sido, es, ni será “reconocido por las Altas Logias”. En la lista de los Grandes-Maestros o protectores de la Orden se ve figurar al príncipe Luis de Borbón (en 1743), al marqués de Larochefoucauld (en 1777), al duque de Luxemburgo (en 1784), a José Bonaparte, rey intruso de España (en 1805), al príncipe de Cambaceres (en 1807), al duque de Choiseul (en 1827), al duque Decazes, al rey Luis Felipe, a lord Palmerston, a Leopoldo I de Bélgica, al príncipe Luciano Murat, al Conde de Cavour, etc.; y en estos últimos años el Anuario Masónico indica entre los Grandes-Maestros a Jorge V de Hannover, al Rey de Suecia, al Gran duque de Hesse-Darmstadt, al príncipe Federico de los Países Bajos, y al Gran duque de Hesse. El Rey de Prusia es el protector de toda la Francmasonería alemana.

Estos “augustos huéspedes” de la Francmasonería la conocen, pues, mucho menos que nadie. A ellos se oculta con más cuidado el verdadero objeto y espíritu de la secta. Conocen sus estatutos; pero esos estatutos solo se han hecho para engañar a los incautos que se creen iniciados, y sobre todo para adormecer a la Autoridad pública. Protegiendo la francmasonería, creen evidentemente los príncipes masones que protegen una cosa buena, y más aún, que se protegen a sí mismos. 

A veces, sin embargo, entran en recelos y sospechas, y amenazan suprimir la Orden, pero fácilmente se calman sus inquietudes. “Ha sucedido a veces -dice el H∴ Ragón- que al presentarse los delegados del gobierno un día de sesión o fiesta masónica para suprimir, en nombre del soberano, la Francmasonería en sus Estados, los Oficiales de la logia los recibían muy bien, y con toda candidez les decían: 'Venid, oíd y juzgad'. ¿Acaso los iniciaban al grado de Elegido o de Kadosch, o de Rosa-Cruz? Ya se guardaban bien... Se les recibía en el grado de Aprendiz, fraternizaban con los francmasones, y mediante su informe, se anulaba la supresión” (4).

En realidad, la suerte que la Francmasonería, la verdadera Francmasonería reserva a los príncipes y nobles el día que sea ella la más fuerte, es la siguiente: “Los príncipes, los santurrones y la nobleza, estos enemigos implacables del género humano, deben ser exterminados (nada menos), y sus bienes entregados a los que por su talento, ciencia y virtud (es decir, a nosotros, los francmasones) son los únicos que tienen el derecho y el poder de gobernar a los demás (¿y la igualdad y la libertad?). Contra esos enemigos del género humano, tenemos todos los derechos y todos los deberes. Sí; todo es permitido para acabar con ellos: la violencia y la astucia, el fuego y el hierro, el veneno y el puñal; el fin santifica los medios” (5).

La Francmasonería, pues, ama a los príncipes, los nobles y los ricos, como el lobo a los corderos; y los príncipes, nobles y ricos afiliados a la Francmasonería, lejos de ver lo que pasa en las traslogias, no ven siquiera lo que pasa en las logias. En ellas se les ve a ellos, y sobre todo se les enseña a los demás: se les pone delante como “magníficas enseñas”, para atraer parroquianos. Si escuchasen a la Iglesia, no caerían en la trampa.

Continúa...

Notas:

1) Carta a la Venta piamontesa.

2) Historia de la Francmasonería, pág. 149.

3) El H∴ Luis Blanc: Historia de la Revolución Francesa, tomo II, págs. 82 y 83.

4) Curso filosófico e interpretativo de las Iniciaciones antiguas y modernas, pág. 44.

5) El H∴ Fichte: La Masonería alemana y universal: advertencia suplementaria, pág. 45.

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