domingo, 10 de agosto de 2025

APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS Y LA RESTAURACIÓN

Los Apóstoles de los Últimos Tiempos, como vio el Beato Palau, obligarían a los demonios a confesar ante todos cuál fue su papel en la Revolución.

Por Margaret C. Galitzin


Como vimos en el artículo anterior, Elías vendrá, en persona o en espíritu, para poner fin a la Revolución en los Últimos Tiempos y restaurarlo todo. El tiempo de paz que seguirá será una era de unidad cuando Cristo reinará verdaderamente de nuevo en la tierra en, con y a través de su Santa Madre.

Para lograr este fin, Beato Palau profetiza que el Restaurador, o Moisés de la Ley de la Gracia, formará una Orden de Apóstoles o Misioneros:

“Para hacer esto, él [el Restaurador] hará uso de un apostolado, que tendrá la misión más extraordinaria que los siglos hayan visto jamás” (1).

Continúa: 

“Veo una Orden de Apóstoles descendiendo del Cielo. Son los últimos Apóstoles. Expulsan a Satanás del seno de la sociedad y convierten al mundo con su predicación” (2).

Llamó a este selecto grupo los Apóstoles de los Últimos Tiempos, el mismo nombre, es interesante notar, que Nuestra Señora de La Salette usó cuando mostró este selecto grupo a Melanie: 

“Mis misioneros serán los Apóstoles de los Últimos Tiempos, predicando el Evangelio de Jesucristo en toda su pureza por toda la tierra” (3).

San Luis de Montfort también habló de estas grandes almas que se destacarían por su devoción a Nuestra Señora: 

“Ellos serán los verdaderos Apóstoles de los Últimos Tiempos, a quienes el Señor de los Ejércitos dará elocuencia y fuerza para obrar maravillas y llevarse con gloria el botín de sus enemigos...

Estos son los grandes hombres que han de venir. Por voluntad de Dios, María los formará para extender su Reino sobre los impíos, los idólatras y los mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo será esto? Solo Dios lo sabe” (4).

Los Apóstoles de los Últimos Tiempos, como vio el Beato Palau, obligarían a los demonios a confesar ante todos cuál fue su papel en la Revolución. El “linaje de Judas”, que en el mayor secreto ha estado destruyendo la Iglesia desde dentro, sería sacado a la luz para su execración pública:

“¡Ay del Judas que desde dentro del Santuario entrega el Templo de Dios al Diablo, vende las ovejas y protege a los lobos para que puedan devorar el rebaño a su antojo!” (5).

Los Apóstoles de los Últimos Tiempos realizarán grandes prodigios que sellarán el fin de la Revolución: 

“En aquel día la tierra se abrirá a la voz de los profetas, y el Infierno se tragará vivos a los apóstoles de la mentira ante los ojos de todos… A su orden, descenderá fuego del Cielo y, ante los ojos de todos, los poderosos que intenten bloquear su misión serán reducidos a cenizas” (6).

La Restauración y un tiempo de paz

Después del Gran Castigo, la acción del Espíritu Santo renovará la Iglesia y las naciones, que volverán a la vida. Palau profetiza: 

“La sociedad moderna caerá, se disolverá y perecerá. Cristo, expulsado del Estado Moderno, emergerá como un león de su cueva, mostrará la omnipotencia de su brazo y aniquilará todo el poder de los poderosos.

El día en que este tirano sea encarcelado y arrojado al abismo, la liberación de las naciones será proclamada por la voz del Arcángel con la trompeta de Dios. … Ese día, la voz de los profetas abrirá la tierra, y el dragón infernal arrastrará allí a los siervos del Diablo mientras aún estén vivos a la vista de los pueblos”

En ese día, los profetas enviados por Dios para la Redención de las naciones rechazarán la fuerza bruta del hombre con fuerza divina. El Restaurador prometido vendrá a la sociedad ya disoluta y completamente anárquica, armado no con acero, sino con fe y celo espiritual, un Restaurador con la misión de Moisés (restitute omnia) al frente de una Orden de Apóstoles que la Providencia ha preparado para la hora final (7).

Todo el pueblo, incluyendo judíos y musulmanes, se convertirá durante este Castigo:

“El Espíritu Santo inundará las naciones y se levantarán como una mujer sana y vigorosa. El pecado del deicidio habrá sido expiado y el imperio musulmán aniquilado…

Palestina, con todas sus tribus, volverá a Dios. El signo de esta regeneración social será la Santa Cruz en la cima del Gólgota. Desde esta colina, el Dios-Hombre gobernará sobre las naciones y sus reyes (8).

Dios encadenará a Satanás, quien perturba la Tierra, y lo encerrará en las profundidades del Infierno. Entonces, una vez derrotado el Anticristo, la Iglesia tendrá un tiempo de paz en el que todas las naciones y sus reyes la servirán y la reconocerán como la Reina y Madre de todos los vivientes.

Como se predijo en Fátima, Quito y La Salette, Palau ve los Últimos Tiempos, que precederán al Fin del Mundo, como un tiempo en el que la Iglesia brillará con un nuevo esplendor: 

“Se reconstruirán ermitas. Se levantarán nuevos monasterios. Y una vez más como nunca antes, la humanidad apaciguará la ira de Dios con la oración y la penitencia de los desiertos” (9).

Será una paz “que no será perturbada hasta el fin del mundo”. Esa paz será el Reino de María predicho por San Luis de Montfort y confirmado por Nuestra Señora en su promesa en Fátima: “Al final mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Ese tiempo puede ser largo o corto, conjeturó. “Pero cuando los hombres vuelvan a olvidar a Dios, serán sorprendidos por el Juez Supremo de vivos y muertos” (9), Este será, entonces, el Fin del Mundo y el Juicio Final, que cerrará definitivamente todas las edades de la tierra.

La muerte del Ermitaño

En febrero de 1872, las Hermanas que había fundado en el hospital que regenteaban en Peralta de Calasanz, en Huesca, solicitaron la ayuda del padre Palau. Después de que la crisis hubiera pasado, el Beato partió hacia Barcelona, pero enfermó en el camino.

El 10 de marzo de 1872, fue trasladado a Tarragona, la última de sus fundaciones, donde la enfermedad derivó en neumonía.

“Dios mío, has cambiado mi suerte”, exclamó al convencerse de que su enfermedad era mortal. Siempre había soñado con el martirio a manos de las turbas revolucionarias de Barcelona, pero en cambio, la muerte se acercaba pacíficamente en la amorosa quietud de uno de los muchos centros de caridad que había fundado.

Al ver los rostros llorosos y tristes de sus hijas, les dijo que no estuvieran tristes.

“Pero si nos deja, Padre, ¿quién será nuestro Director?”, preguntaron.

“Tienen a la Virgen del Carmen, que es su Madre”, respondió. “Vayan a ella. Ella será su refugio” (12).

Murió a los 60 años, besando fervientemente las imágenes de Jesús, María y José que tenía a su lado. Su agonía fue dulce, sin contorsiones ni signos de sufrimiento. Con rostro sereno, entregó su espíritu al Señor la mañana del 20 de marzo de 1872.

Fue enterrado con el hábito carmelita. La fama de su santidad se extendió rápidamente y se reportaron milagros. El proceso diocesano para su beatificación se abrió el 20 de marzo de 1951. La Santa Sede autorizó a la Orden Carmelita a celebrar su festividad litúrgica el 7 de noviembre.
 
Notas:

1) “París y Roma ¡Guerra!!” El Ermitaño, núm. 98, 22/9/1870 en Luis Dufaur, Beato Francisco Palau y Quer, OCD: Un profeta de ayer, para hoy, para mañana, y para el fin de los tiempos.

2) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, núm. 97, 15/9/1870, en ibídem.

3) Michel Corteville y René Laurentin, El descubrimiento del secreto de La Salette (The Discovery of the Secret of LaSalette, Traducción oficial al inglés de la Theotokans, Holy Water Books, edición Kindle, pág. 339).

4) San Luis María Grignion de Montfort, Verdadera devoción a María, (True Devotion to Mary) (ay Shore, NY: Montfort Publications, 1977, nos. 58, 59.

5) “Triunfo de la Cruz”, El Ermitaño, núm. 125, 30/3/1871, en Luis Dufaur, op.cit.

6) “Cataclismo social”, El Ermitaño, núm. 148, 7/9/1871, en ibídem.

7) El Ermitaño, n.º 89, 21 de julio de 2870, por el padre Tiago de San José  The Prophecies of Blessed Francisco Palau about the End of Time.

8) “El tiempo en Jerusalén, Roma, Babilonia”, El Ermitaño, núm. 62, 6/1/1870, en L. Dufour, op.cit.

9) “Las ruinas de mi ermita”, El Ermitaño, núm. 98, 22/9/1870, en ibidem.

10) “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, núm. 163, 21/12/1871, en ibídem.

11) P Crisogono, Vida del Padre Francisco Palau, Madrid, 1944, pp 97-99.

12) Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, n.º 119, 16/2/1871, L. Dufour, op.cit.
 
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