Por Chris Jackson
Durante décadas, se les dijo a los católicos que consideraran los escándalos clericales como “excesos aislados”. Un mal “obispo” por aquí, un “nuncio” corrupto por allá, un “sacerdote” depredador asignado desafortunadamente a su parroquia. Pero si la investigación del Dr. Frédéric Martel y las admisiones de denunciantes dentro de la Curia han demostrado algo, es esto: la infiltración homosexual en el Vaticano no es una anécdota, sino una obra arquitectónica.
Incluso los investigadores seculares ven la conexión obvia: la cultura del secretismo necesaria para proteger a los clérigos homosexuales se ha integrado a la perfección con la cultura del secretismo que protege a los abusadores. La omertà es el sistema operativo del Vaticano.
La mafia lavanda y el colapso de la disciplina célibe
La profesora Janet Smith y otros han señalado que, tras el Vaticano II, cuando decenas de miles de sacerdotes heterosexuales se marcharon, el vacío lo llenaron los que permanecieron, y no eran los castos guerreros de Cristo. Eran los hombres que vieron en la “nueva iglesia” de los “curas trabajadores sociales” un escondite perfecto.
El ex sacerdote Richard Sipe calculó que casi un tercio de los “obispos” en Estados Unidos eran homosexuales activos. El propio Benedicto XVI admitió que seminarios enteros en las décadas de 1960 y 1970 estuvieron dominados por camarillas homosexuales. Y Francisco, Francisco, el gran amigo del “¿quién soy yo para juzgar?”, bajó la guardia ante los obispos italianos y escupió la palabra “frociaggine” (maricones). Se disculpó por el insulto, pero no por mencionar algo real: los seminarios han sido rosa durante décadas, y su “producto” ahora ocupa el episcopado.
El resultado es un clero incapaz de indignarse. Un hombre normal ardería de furia ante la violación sexual de menores. Un padre normal libraría una guerra contra los depredadores en su casa. En cambio, nuestros “obispos” hacen papeleo, ocultan informes y se burlan de quienes exigen justicia. ¿Por qué? Porque ellos mismos viven una doble vida, y el mismo sistema que protege sus placeres debe proteger sus crímenes.
El expediente Benedicto que desapareció
Phil Lawler nos recuerda que Benedicto XVI encargó un informe secreto en 2012 sobre la corrupción en la Curia. Éste se entregó en una “gran caja blanca”, el infame expediente. Según informes, documentaba no solo la corrupción y las intrigas financieras, sino también la red de poder homosexual en las altas esferas del Vaticano.
En lugar de purificar el templo, Francisco fortaleció a la Mafia Lavanda. Los abusadores y sus protectores fueron promovidos, protegidos y celebrados. Un “pontificado” que podría haber blandido la espada de San Miguel, prefirió los estandartes arcoíris y las “bendiciones” del pecado.
Del armario a la pasarela
La revolución ya no se oculta. El proyecto a largo plazo es normalizar. Primero, cultivar el secretismo: “No preguntes, no digas nada”. Después, neutralizar la indignación: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Finalmente, canonizar el vicio bajo el lema “El amor es amor”.
En Roma ya se está esbozando una “teología queer”: Jesús como el paria arquetípico, los apóstoles como marginados elegidos, el matrimonio como símbolo fluido en lugar de sacramento. El único “pecado” que quedará será la “homofobia”, que en la práctica significa fidelidad a la enseñanza moral católica.
Por qué esto es importante
Algunos conservadores todavía se consuelan diciendo: “Bueno, mientras la doctrina escrita siga siendo válida...”. Pero el sistema garantiza que la doctrina escrita sea irrelevante. Un “obispo” ahogado en sus propios vicios no defenderá la verdad que lo condena. Preferirá el activismo horizontal: trabajo social, gestión burocrática, eslóganes “papales” empalagosos; cualquier cosa menos la llamada sobrenatural al arrepentimiento.
Los hombres que viven una doble vida no son simplemente administradores débiles. Son antipastores. Su hipocresía corrompe su predicación, vacía su autoridad y extingue su celo por las almas. Su sistema es una teocracia color lavanda disfrazada con encajes.
La respuesta del remanente
Para los fieles, la lección es clara: dejen de esperar a que la jerarquía se arregle sola. El próximo cónclave no será un cónclave de Atanasios, sino de cortesanos criados en este mismo sistema. Esperar que un “papa” expulse a los sodomitas de Roma es una fantasía.
Lo que queda es lo que siempre ha quedado: el remanente. Los fieles comunes, aferrados a los Sacramentos donde sean válidos, a la Misa donde se conserva la verdadera, al catecismo donde se recuerda. Como Galadriel advirtió a Gandalf, las sombras crecen, y no será el gran poder de los cardenales de escarlata lo que las contenga, sino las pequeñas acciones de los católicos comunes que rechazan la farsa.
La Mafia Lavanda no puede ser reformada por “obispos” Lavanda. El clóset no puede ser purificado por sus habitantes. Pero la verdad, una vez expuesta, no puede volver a ser enterrada. El arcoíris de Roma no será la última palabra.
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