Por Chris Jackson
La crisis posterior al concilio Vaticano II no es un mosaico de escándalos inconexos. Es un fresco, pintado con los llamativos colores modernistas del compromiso, la corrupción y la cobardía. Esta semana nos ofreció un tríptico perfecto: el último escándalo financiero del Vaticano, la agresiva purga de la ortodoxia en Detroit bajo el “arzobispo” Weisenburger y el espectáculo de Rorate Caeli retorciéndose para fingir que León XIV no es simplemente Francisco con un mejor temperamento.
Comenzaremos por las mesas de los cambistas, pasaremos a la cátedra profanada de Detroit y terminaremos con el juego más peligroso de todos: convencer a los fieles de que “posponer” las reformas liberales es lo mismo que defender la fe.
El libro mayor de las sombras de Roma
La corrupción financiera del Vaticano es un tema recurrente. Las últimas acusaciones del ex auditor Libero Milone, según las cuales la nómina del Vaticano podría alterar los nombres y números de las transacciones después de la transferencia, blanqueando dinero de forma invisible, parecen sacadas de una novela de Dan Brown, pero provienen del hombre que Francisco contrató “para limpiar la casa”.
Si existe o no esta “llave maestra” específica es casi irrelevante. La acusación más profunda es que León XIV heredó un aparato vaticano acostumbrado a la corrupción, protegido por el secreto y alérgico a las reformas reales. Si realmente pretendía “mejorar la reputación de la Iglesia”, sus primeros cien días habrían estado marcados por purgas públicas, no por informes de beneficios corteses. En cambio, la misma burocracia que superó a Francisco en materia de transparencia sigue en pie y sigue contando la recaudación.
La nueva Inquisición de Detroit contra la Tradición
Mientras Roma se muestra evasiva con los libros de contabilidad, el “arzobispo” Edward Weisenburger, en Detroit, ha dado un mazazo a lo que queda de la ortodoxia católica a su cargo. A las pocas semanas de llegar (fue el regalo de despedida de Francisco), prohibió la Misa Tradicional en Latín, despidió a tres respetados profesores del seminario y nombró como “defensor del pueblo” a un sacerdote vinculado a la AUSCP: una red que promueve abiertamente la ordenación de mujeres, el activismo homosexual y las “parroquias sin sacerdotes”.
Edward Weisenburger
El nuevo “defensor del pueblo”, David Buersmeyer
El copium de Rorate Caeli: el mito del “conservadurismo silencioso” de León XIV
Y luego está el gran final. La narrativa de Rorate Caeli de que León XIV está jugando al ajedrez en once dimensiones, controlando sutilmente el caos sinodal mientras el resto de nosotros aún no podemos verlo.
Su análisis de la “fase de implementación de la sinodalidad” (en inglés aquí) se lee como las actas de una reunión en la que la revolución está “en pausa”, no terminada, y se supone que debemos alegrarnos porque León abandonó la palabra de moda jesuita “conversación en el espíritu”. Sí, las directrices ahora reafirman la autoridad episcopal sobre el papel. Sí, algunos de los peores escenarios (voto igualitario para los laicos en el Sínodo de los Obispos) no se han concretado. Pero la asamblea eclesial de 2028 sigue en pie. Los “grupos de estudio” de la era Francisco sobre ética sexual, diaconisas y reforma litúrgica no se han disuelto, solo se han retrasado. Y “posponer” no significa en latín “restaurar todas las cosas en Cristo”.
El artículo elogia “la respuesta africana a la poligamia”, como si León hubiera liderado personalmente la ofensiva. En realidad, la postura de los obispos africanos se deriva de una fidelidad a la ley natural que precede en mucho a la elección de León. Atribuir su ortodoxia a la “estrategia papal” es como atribuirle al meteorólogo el amanecer.
Y la idea de que “el liberalismo está en el limbo” ignora un hecho central: la “sinodalidad” como marco de gobierno permanece intacta. Los mismos mecanismos que Francisco utilizó para introducir el motín moral de Amoris Laetitia siguen ahí, esperando a que el próximo ocupante de la Sede apriete del gatillo.
Esta es la seducción de las narrativas de “deriva conservadora”: quieren que los católicos se sientan seguros mientras las estructuras de la revolución permanecen intactas. El suave aplauso al “respeto por el episcopado” de León elude lo obvio: no ha revocado Fiducia Supplicans, no ha restaurado la Misa en latín suprimida, no ha condenado las desviaciones doctrinales ni ha desmantelado la maquinaria “sinodal”. Simplemente ha adaptado la óptica.
Conclusión: El peligro de confundir el estancamiento con la santidad
León XIV no está revirtiendo la revolución. La está “gestionando”. Si Francisco construyó la máquina, el papel de León hasta ahora ha sido engrasar los engranajes y no hacer tanto ruido. La tentación de confundir “eso” con la ortodoxia es precisamente la razón por la que la crisis posterior al concilio Vaticano II ha perdurado durante seis décadas.
El redil no necesita un lobo más silencioso. Necesita un pastor. Hasta que Roma nos dé uno, los fieles deben vigilar la puerta, no esperar el rescate precisamente del mismo hombre que se niega a cerrarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario