Por Monseñor de Segur (1868)
19. HE COMETIDO FALTAS DEMASIADO GRAVES PARA QUE DIOS PUEDA PERDONARME
¡Faltas demasiado graves para que pueda Dios perdonarlas! ¿Lo has pensado bien? Es una blasfemia. La bondad de Dios es infinita, absolutamente infinita, sin límites, sin medida. Esto es de fe. Dios lo perdona todo al arrepentimiento; pensar lo contrario es una herejía, una impiedad. Escúchale, mírale en el Evangelio.
En el templo de Jerusalén le presentan una mujer culpable del mayor de los crímenes. ¿Debemos apedrearla? Preguntan los fariseos. El de entre vosotros -contesta el Señor- que esté sin pecado, arrójele él primero su piedra. Y habiéndose retirado la multitud, la mujer adúltera confiesa su crimen con humilde arrepentimiento.
- “Mujer -le pregunta Jesús- ¿te ha condenado alguno?”
- “Nadie, Señor”.
- “Pues yo tampoco te condenaré; anda, y no peques más”.
Zaqueo, el ladrón escandaloso, recibe al Señor en su casa. Los judíos murmuran:
Zaqueo, el ladrón escandaloso, recibe al Señor en su casa. Los judíos murmuran:
“Veis -se dicen unos a otros- ¡ha entrado en casa de ese pecador!
Pero la bondad de Jesús ha conmovido el corazón del culpable Zaqueo, el cual cae a los pies del Salvador y confiesa sus faltas:
- “Señor, si he robado restituiré el cuádruplo y además daré a los pobres la mitad de mis bienes.”
- “Hoy -dice Jesús, lanzando sobre él una mirada de misericordia- hoy ha entrado la salud en tu casa, porque el Hijo de Dios ha venido para redimir lo que había perecido”.
Con la misma compasiva bondad acoge sin una palabra de reprensión el arrepentimiento de la Magdalena, la pecadora pública; se complace en verla a sus pies llorando y golpeándose el pecho, y la defiende contra Simón el Fariseo, y le perdona sus faltas, sus innumerables faltas:
Con la misma compasiva bondad acoge sin una palabra de reprensión el arrepentimiento de la Magdalena, la pecadora pública; se complace en verla a sus pies llorando y golpeándose el pecho, y la defiende contra Simón el Fariseo, y le perdona sus faltas, sus innumerables faltas:
- “Tus pecados te son perdonados; vete en paz”
Y la pecadora purificada se levanta santa y transfigurada. Magdalena se convierte en santa María Magdalena, la más santa de las mujeres del Evangelio después de la Virgen María.
Por último, puesto en la cruz Jesús perdona aun, perdona siempre. El criminal crucificado a su derecha había empezado por insultarle, como el otro ladrón, y como todos los que le rodeaban. La gracia de Dios le toca el corazón; la dulzura, la paciencia de Jesús, le desarman; concentrase en sí mismo, se arrepiente, espera, confiesa sus crímenes:
Por último, puesto en la cruz Jesús perdona aun, perdona siempre. El criminal crucificado a su derecha había empezado por insultarle, como el otro ladrón, y como todos los que le rodeaban. La gracia de Dios le toca el corazón; la dulzura, la paciencia de Jesús, le desarman; concentrase en sí mismo, se arrepiente, espera, confiesa sus crímenes:
- “Señor -exclama- ¡Acordaos de mí en vuestro Reino!”
- “Hoy mismo -le contesta el Señor- estarás conmigo en el Paraíso”.
Tal es el Dios a quien temes. Pobre hombre, no le conoces y juzgas de su corazón por el tuyo. Pídele perdón de tu desconfianza ofensiva a su amor. Corre a echarte a sus pies como el hijo pródigo; te aguarda en el confesonario oculto en el sacerdote.
No hagas como Caín, quien el primero de todos los pecadores impenitentes, profirió esta blasfemia: “¡Es demasiado grande mi pecado para que Dios me lo perdone!”
Caín, Judas, ¡hombres de la desesperación y por consiguiente de reprobación!
Pedro, Magdalena, Zaqueo, Agustín, nombres benditos y coronados de gloria, porque supieron llorar, esperar y amar. Así pues, quien quiera que seas, pobre pecador, ¡no temas, arrepiéntete, y está seguro del perdón!
Continúa...
No hagas como Caín, quien el primero de todos los pecadores impenitentes, profirió esta blasfemia: “¡Es demasiado grande mi pecado para que Dios me lo perdone!”
Caín, Judas, ¡hombres de la desesperación y por consiguiente de reprobación!
Pedro, Magdalena, Zaqueo, Agustín, nombres benditos y coronados de gloria, porque supieron llorar, esperar y amar. Así pues, quien quiera que seas, pobre pecador, ¡no temas, arrepiéntete, y está seguro del perdón!
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