miércoles, 27 de agosto de 2025

EL PAPA, YO, Y ALGÚN QUE OTRO OBISPO

No conocemos el número de los que se salvan. Sí sabemos el camino para la salvación de cada unola puerta estrecha.

Por el padre Jorge González Guadalix


El padre José era claramente pesimista en lo que él veía una deriva hacia el abismo de toda la Iglesia Católica. Por eso, fatalmente, nos decía a sus alumnos:

- Tal y como está la Iglesia hoy, salvarnos, lo que se dice salvarnos, el papa, yo, y algún que otro obispo.

Y lo del papa, en su fuero interno, no creo que lo tuviera nada claro, porque era Pablo VI y no era precisamente de su devoción.

Frente a estas ideas del padre José, surgían otras mucho más amables y cordiales. Época en la que fue aceptada por muchos católicos, entre los que debemos colocar sesudos profesores de teología, esa teoría según la cual, al ser Dios infinitamente bueno y misericordioso, no podía admitirse la mera existencia del infierno. Estos eran los más radicales. A su lado, los que buscaban pasar por más “ortodoxos”, aceptaban la existencia del infierno, aunque vacío, por supuesto.

Ni el padre José ni los católicos setenteros, algunos siguen hoy erre que erre, podemos decir que tienen razón. En cualquier caso, el número de los que se salvan, así le preguntaban en el Evangelio al Señor, debe ser cuestión de mínima importancia cuando el Señor no ha tenido a bien revelarnos el dato.

Decía a mis feligreses que la pregunta clave no es si se salvarán muchos o pocos, si el infierno está vacío o si las almas caen en él como copos de una nevada con la excepción del padre José, el papa -con reservas- y algún que otro obispo. La pregunta clave es si me voy a salvar yo. Impresiona.

Jesús pide que entremos por la puerta estrecha. Interesante en estos tiempos en los que constantemente se pide a la Iglesia que sea “comprensiva” y “flexible” incluso con los mayores pecados. Momento histórico en el que todo es “comprensión”, quejas por ser “estrictos”, llamadas no a la conversión del pecador, sino a la justificación de cualquier quebranto a la ley de Dios por horrible que sea.

Tiempos de desprecio del sacrificio, de creernos con derecho a todo, incluido el Cielo, simplemente por nuestra cara bonita. Hemos llegado a un momento en el que pareciera que uno puede ciscarse en los Mandamientos, uno por uno, y encima hacerlo pasar como “caridad”, “sinceridad personal” y “mi modo” propio de vivir el evangelio.

No conocemos el número de los que se salvan. Ni falta que nos hace. Sí sabemos el camino para la salvación de cada uno: la puerta estrecha. Sí, esa que tiene como dintel a Cristo y como jambas los Mandamientos, la oración y la vida sacramental.

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