18 de Agosto: Santa Elena, emperatriz
(✝ 328)
Siendo Constancio Cloro gobernador en Inglaterra, se casó con Elena, hija de Coel, hermosísima doncella, muy prudente y honesta, y tuvo con ella al gran Constantino, su hijo, que después fue emperador, el cual, favorecido de Dios por la virtud de la santa cruz, vino a ser señor absoluto y monarca de todo el imperio romano.
Elena, su madre, se hizo cristiana, y después se convirtió también Constantino, su hijo, a nuestra santa Religión.
Viendo a los judíos, que aquel a quien sus padres habían crucificado era tenido por verdadero Dios y adorado por el mismísimo emperador y por los grandes de su imperio se alteraron mucho y pretendieron rebelarse; pero fueron castigados severamente.
Dejadas pues las armas, quisieron con las letras y disputas oscurecer la gloria de Jesucristo, y persuadir a Santa Elena y al emperador, su hijo, que debían cambiar de religión y tomar la de los judíos; y para sosegarlos, se dio la orden que viniesen a Roma los más insignes letrados de los judíos y que acerca de ella disputasen con San Silvestre, Vicario de Jesucristo y Santo Pontífice, en presencia del emperador y su madre, los convenció y confundió de tal manera que no supieron que responder, ni qué más decir.
Santa Elena con su hijo se halló también en un Concilio romano celebrado por San Silvestre y firmó los decretos y leyes en él establecidos.
Después que en Nicea se celebró aquel famoso y universal Concilio en el que se condenó la perversa doctrina de Arrio, tuvo Santa Elena revelación del cielo de ir a Jerusalén y visitar aquellos santos lugares consagrados con la vida y muerte de Cristo, nuestro Salvador, y buscar en ellos el precioso madero de la santa cruz.
Fue la santa emperatriz cargada de años, con grandes ansias de hallar tan precioso tesoro y manifestárselo al mundo, y el Señor cumplió sus deseos, y declaró con evidentes milagros, que era aquella la misma cruz en que murió el autor de la vida.
La santa emperatriz mandó edificar un suntuoso templo junto al Monte Calvario, donde había hallado la santa cruz, otro en la cueva de Belén y otro en el monte Olivete; los cuales dotó y enriqueció con muchos y preciosos dones.
Visitó también los monasterios de vírgenes consagradas a Dios con tan rara modestia que les daba aguamanos y les servía de rodillas; y después de haber andado por otros lugares y provincias de Palestina, y mandado edificar en ellos muchas Iglesias y oratorios, y repartido grandes limosnas y dado libertad a los presos de las cárceles en honra de Jesucristo, volvió, ya siendo de ochenta años a Roma, donde estando presente el emperador Constantino, su hijo, y sus nietos, después de haberles dado muy santos consejos y su bendición, entregó su espíritu al Creador.
Reflexión:
¿Cómo pudieron imaginar los judíos deicidas que aquella Cruz tan afrentosa en la que pusieron a Cristo, había de ser adorada por la gente y puesta como el más precioso ornamento de las coronas de los emperadores del mundo? Es un acontecimiento que ha durado ya largos siglos. Y, ¿cómo podrían creer los modernos enemigos de la cruz de Cristo y de su Iglesia que esta misma Cruz ha de triunfar finalmente en todo el mundo? Será también un acontecimiento: porque escrito está que cuando llegue la plenitud de las naciones se convertirá a Israel, y que el crucificado ha de traer a sí todas las cosas.
Oración:
Oh Señor Jesucristo, que revelaste a la bienaventurada Elena el lugar donde estaba oculta tu santa cruz, para enriquecer a tu Iglesia con este tesoro preciosísimo; concédenos por su intercesión, que por el precio inestimable de este árbol de vida, alcancemos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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