Por Cris Yozía
Esta es la triste historia de Simón Estner, un hombre alemán que, al igual que muchas personas que sufrieron abusos durante su infancia, padece un trastorno de su identidad que, en lugar de ser tratado correctamente, buscando la raíz de su sufrimiento, es anestesiado con esa fantasía que hoy la industria farmacéutica le ofrece como panacea de todos sus males. En la primera etapa, otorgándole hormonas del sexo opuesto que su cuerpo no produce; en la segunda etapa, siliconas para lograr apariencia femenina; en la tercer etapa, una aberrante mutilación que los convierte en una especie de Frankenstein y finalmente, ser esclavo de por vida de hormonas para continuar manteniendo esa apariencia del sexo opuesto.
Simón cuenta que cuando era un niño leía las revistas femeninas de su madre, además de ayudarla a cocinar y a planchar. Como muchos niños de la década de 1970, lucía un corte de pelo en forma de hongo, como el de los Beatles. Participó activamente en la iglesia, asistió a una escuela católica, fue monaguillo, cantó en el coro de la iglesia y, más tarde, dirigió servicios religiosos para jóvenes. Muchos ya percibían en él un comportamiento afeminado.
Él relata que al crecer en una familia católica, podía distinguir claramente cómo debía comportarse una mujer y como debía comportarse un hombre. Una conducta que se desviara de eso era considerada incorrecta.
Un día, su padre lo sorprendió probándose una falda de su madre y a partir de ese momento comenzaron las golpizas, dice Estner, iniciando un espiral de violencia familiar que se fue acrecentando cada vez más. Tiempo después, sufrió algo que destroza la psiquis de un niño... el abuso sexual por parte de un familiar.
Estner cuenta que, transcurrido un tiempo, se confesó con un sacerdote, pero éste le dijo que no existía la identidad transgénero. Y más tarde, abusó sexualmente de él. Comenzó a padecer síndrome de fatiga crónica.
En una entrevista comentó: “No me sentía un niño, pero físicamente tampoco era una niña. Siempre creí que podría funcionar si encontraba la terapia adecuada o si simplemente rezaba lo suficiente. De verdad, rezaba sin parar. Recibí consejería pastoral. Fui a terapia”.
Luego tomó una decisión, haría todo lo posible para asegurarse de no volver a sufrir aquella violencia. Intentó cumplir las expectativas de su padre, estudiando ingeniería eléctrica.
Pero en 1990, la ideología de género golpeó a su puerta. En la Universidad proyectaron el “documental” de un transexual que se había sometido a una cirugía de “reasignación de género”. Y Simón quedó fascinado con aquel cuento de hadas de poder “convertirse en una chica”.
Luego de la Universidad ingresó en un monasterio, lugar en el que permaneció durante catorce años. Afirma que asistió a más de 700 servicios de sanación, lo ungieron con aceite e incluso le hicieron exorcismos. Pero, según dijo, no le sirvió de nada, ya que la sensación de que siempre había sido mujer se le hacía cada vez más fuerte. “Gritaba cada vez más fuerte en mi interior, pero no me permitían hablar de ello en el convento”, dice. Finalmente abandonó el monasterio.
En la Navidad de 2017 manifestó: “Jesús, he intentado todas las terapias posibles e imposibles. Solo me quedan dos opciones: o vivo como mujer ahora o no vivo. Tú eres el camino, la verdad y la vida. Quieres que viva, así que elijo la vida. Pero eso también significa vivir como mujer”.
Tras padecer su segundo síndrome de burnout (estado de agotamiento físico, emocional y mental que resulta del estrés crónico), Estner buscó nuevamente tratamiento psicológico. También dice que reevaluó las categorías de “correcto” e “incorrecto”: “Tuve que cruzar esa línea y reconocer que lo que me habían enseñado estaba mal. Incluso las enseñanzas que se basan en la Biblia”.
Afirma que lo asaltaban dudas sobre su fe y acusaba a Dios: “¿Por qué me creaste así?”. Pero con el tiempo (seguramente influenciada por aquellas nefastas palabras de Bergoglio) aceptó su condición como “la voluntad de Dios” y llegó a la conclusión: “Dios me ama. Dios me creó así”.
Continúa con su relato: “Cuando decidí operarme para hacer el cambio de sexo, ya lo había perdido todo. Acababa de experimentar mi tercer síndrome de burnout. Mi enfermedad crónica me había dejado sin poder trabajar. Había pedido mi departamento, tuve que volver a vivir con mi madre, mi padre ya había fallecido. Lo único que no me daba miedo era la operación. Sabía que después, todo volvería a su sitio, aunque fuera doloroso. La operación fue un alivio. Y ahora estoy bien”.
Hoy es un activo militante del lobby lgbt y ya ha escrito un libro en el cual describe cómo los cristianos en particular le han decepcionado.
“Los cristianos decepcionan, pero no Cristo. Los cristianos son seres humanos y pecadores. Pero Cristo es la salvación. Sufrí abuso sexual por parte de un pastor a los 30 años. Esa fue probablemente la peor decepción. Pero también hubo muchas otras cosas. Consejos bienintencionados que me parecieron golpes: 'Tienes que rezar. Reza aún más'. O incluso ataques, la mayoría a mis espaldas. Soy católica, pero también participé en una iglesia evangélica libre durante un tiempo. Una vez escuché a algunas personas calumniándome. También he visto a gente defenderme. Pero también fui atacada verbalmente con vehemencia por dos miembros de esa iglesia. Y en un momento dado, me pidieron que dejara de asistir a los servicios, diciendo que estaba dividiendo a la congregación. Nunca quise asumir responsabilidades ni imponerme; solo quería estar allí”.
Nunca quise ser mujer. Soy una mujer en el cuerpo de un hombre. Y eso no se puede cambiar. La única manera de sobrevivir para mí fue vivir como mujer y cambiar mi apariencia, incluyendo la cirugía de reasignación de género.
Cuando se le preguntó sobre la “Ley de Autodeterminación” impuesta en Alemania, en la cual los “cambios en el registro de género” ahora son posibles a partir de los 14 años, incluso sin el consentimiento de los padres, respondió:
Los adolescentes suelen experimentar dificultades de identidad al entrar en la pubertad. Esto se debe a que sus cuerpos cambian, al igual que sus roles sociales. Ahora, más que nunca, los adolescentes deben considerar si son niño o niña. Una excepción como la identidad transgénero no puede convertirse en una regla universal. No todos necesitan, ni deben, examinar su género. Sin embargo, debemos aprender a reconocer que la identidad transgénero existe. Los educadores y docentes deben recibir la formación correspondiente.
“Yo sé quién soy a los ojos de Dios. Y eso es lo que importa. Soy su obra maestra. Soy su princesa amada, y él me ama tal como soy”.
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