Lo que revelan los discursos de finales de julio de León sobre el nuevo credo del Vaticano de bienestar emocional, salvación ecológica y sinodalidad digital
Por Chris Jackson
A estas alturas del pontificado de León XIV, la producción de discursos, homilías y catequesis del Vaticano se asemeja más a la de una consultoría de mensajes que a la de una jerarquía divinamente instituida. Tras la fragante niebla de “alegría”, “esperanza”, “encuentro” y “misión en red”, ha cristalizado algo profundamente inquietante: un catolicismo sin Cristo, o al menos uno en el que ya no se le confiesa como Señor, sino que se presenta como un motivo místico que flota sobre una plataforma humanitaria alineada con la ONU. Los discursos de los últimos días de julio de 2025 lo ilustran con una claridad inusual.
“Terapia” en lugar de teología: el evangelio sentimental de León
Comencemos donde Leo terminó el mes, con su Audiencia General del 30 de julio, el gran final de su “catequesis” sobre el ministerio público de Jesús. Cabría esperar una conmovedora llamada al arrepentimiento, o quizás una exhortación a adorar a Cristo, quien sanó cuerpos y perdonó pecados. En cambio, nos encontramos con una meditación altamente psicológica, incluso terapéutica, sobre la curación de un hombre sordo. León usa este Evangelio no para destacar el poder divino de Cristo ni la renovación espiritual del hombre, sino para crear una parábola sobre el aislamiento social en la era de Instagram. Estamos “abrumados por innumerables mensajes”, dice León, y por eso el milagro se reimagina como una metáfora para restaurar la comunicación y la apertura emocional.
Esta neutralización del Evangelio, que convierte la intervención divina en una charla TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) sobre empatía, personifica la decadencia posconciliar. El poder sanador de Cristo no es principalmente la restauración social; es la ruptura con el pecado, la derrota de la muerte y la liberación del alma del infierno. Pero en boca de León, los milagros son meras metáforas de la inclusión.
Novus Ordo Watch, con su franqueza característica, captó esta tendencia de inmediato. Su titular resumió bien la opinión general: “León XIV niega otro milagro: Afirma que Cristo invitó a los sordomudos a elegir hablar de nuevo”. Si bien el “papa” no negó rotundamente el milagro, sin duda lo reinterpretó de una manera que le resta carácter sobrenatural. Lo que una vez significó el poder divino del Verbo Encarnado ahora se convierte en una parábola de sanación emocional. No es Jesús quien sana, sino nuestra disposición a abrirnos.
El Padre que nunca juzga: El Ángelus como homilía distintiva
Este mismo tono humanista-terapéutico se manifestó plenamente en su Ángelus del 27 de julio, donde León ofrece una catequesis sobre el Padrenuestro tan sentimental que podría pasar por un panfleto unitario. Dios es retratado casi exclusivamente en términos de “simplicidad”, “conciencia filial” y “audacia humilde”, pero nunca en términos de Majestad, Juicio ni Justicia. Su paternidad significa siempre decirnos que sí, nunca darnos la espalda, siempre dispuesto a levantarse “en el corazón de la noche” para darles cosas buenas a sus hijos, una imagen más cercana a Papá Noel que al Todopoderoso.
Para sellar el cambio de lo vertical a lo horizontal, León cita a Cipriano y a Crisóstomo no para llamarnos a la santidad ni a la penitencia, sino para insistir en que no podemos llamar a Dios “Padre” si somos “duros e insensibles” con los demás. En otras palabras, la adopción divina ahora exige bondad política. La lex orandi se convierte en lex socialis.
Scouts por el Planeta: Bautizando el Credo Climático
En ningún lugar es más evidente la deriva posconciliar que en el mensaje de León a los Scouts y Guías de Francia, un “catecismo climático” con clériman. El lenguaje es indistinguible del de cualquier ONG: “salvaguardar nuestra casa común”, “cambio de hábitos y mentalidad”, “debates y reflexiones en torno a cuestiones sociales y ecológicas” y “actores del cambio”. A estos jóvenes católicos se les anima a “conquistar el mundo” no con Cristo, sino con “educación ecológica”. El Evangelio se domestica con un activismo de estilo de vida.
Es una búsqueda en vano de la Cruz, de los Sacramentos o incluso de lo sobrenatural. En cambio, León exhorta a los Scouts a “crear objetos”, a “crear juegos” y a “tratar la creación con respeto”. Cuando el cristianismo se reduce a una simple exhibición de “virtudes ecológicas”, deja de ser cristianismo.
Perú sin conversión: Una Misión reducida a sonrisas
De igual manera, en el discurso de León a la juventud peruana el 28 de julio, el Evangelio se despoja de trascendencia y se reformula como “un llamado a la participación comunitaria”. Las parábolas del grano de mostaza y la levadura, tradicionalmente entendidas como símbolos de la gracia que transforma el alma y de la Iglesia que convierte al mundo, se reinterpretan como metáforas para lograr una sociedad más “fraterna” e “inclusiva”.
León insta a los jóvenes: “Quisiera que cuando regresen a Perú inunden aquellas tierras con la alegría y la fuerza del Evangelio”, pero el Evangelio al que se refiere se define enteramente en términos de servir y sonreír, “llevando solo lo esencial” en sus mochilas. Nada se dice sobre la necesidad de que la juventud peruana rechace las religiones falsas ni combata las supersticiones que aún dominan partes de su nación. La idea de la conversión, de salvar almas de la pérdida eterna, brilla por su ausencia. En su lugar, hay un vago llamado a ser “el rostro de Cristo” siendo amables.
La Universidad del Diálogo: Cristo como nota a pie de página, no como fundamento
Incluso el mensaje de León a las universidades católicas es sorprendente por su ambigüedad. Cabría esperar una firme reafirmación de la doctrina católica como principio rector de la educación superior católica. En cambio, se nos dice que “el diálogo entre distintas cosmovisiones” es fundamental para la labor de la Iglesia y que el alma no es una luz en sí misma.
El objetivo, afirma, es que las universidades se conviertan en “itinerarios de la mente hacia Dios”. Pero ¿hacia qué Dios? León menciona a Santo Tomás y a San Agustín, pero no para proclamar la verdad de Cristo sobre el error, sino para elogiarlos por su compromiso con “otras perspectivas”. Su resumen de la interacción del Evangelio con el mundo pagano es revelador: afirma que la mente grecorromana fracasó no por idolatría ni concupiscencia, sino simplemente porque “faltaba Cristo”.
Esto es cierto, pero engañoso. Los primeros cristianos no solo complementaron la filosofía con Cristo, sino que rechazaron los ídolos, quemaron los libros de magia y murieron por negarse a llamar al César “Señor”. Hoy, León parece más interesado en la “armonía” de ideas que en la verdad exclusiva del Apocalipsis.
Misioneros digitales de la desinformación: Cuando la evangelización implica métricas de interacción
Quizás lo más escalofriante de todo es el discurso dirigido a los influencers católicos: el Jubileo de los Misioneros Digitales. En teoría, aquí es donde cabría esperar una defensa de la claridad doctrinal y la fidelidad en el apostolado en línea. En cambio, León ofrece un manifiesto recalentado para la “sinodalidad” en red. A los influencers se les dice que no se centren en el número de seguidores, sino que formen “redes de amor” y creen “encuentro entre corazones”.
En lugar de instarlos a proclamar la verdad, les pide que eviten la “polarización” y reflexionen sobre la “autenticidad de nuestro testimonio”. Habla con entusiasmo de la IA, lamenta las noticias falsas y llama a los influencers a ser “agentes de comunión” que vayan a “reparar las redes”. La red de pesca simboliza el Evangelio que atrapa almas para Cristo; ahora es una metáfora para remendar amistades en línea. No hay un llamado a resistir la herejía, confrontar la apostasía ni evangelizar un mundo hostil. El objetivo es ser un nodo en la red de Dios. Uno tiene la clara impresión de que, en la “iglesia digital” de León, Pedro sería reprendido por pescar demasiados peces sin un “diálogo adecuado”.
¿Dónde está la cruz? El corazón perdido de la fe
Pero para que nadie piense que esta crítica se limita a criticar el lenguaje blando, debemos concluir con la omisión más grave de León: la Cruz. En casi todos estos discursos, se menciona a Jesús como sanador, amigo, compañero, inspiración, pero nunca como el Cordero Crucificado que exige nuestro arrepentimiento. La palabra “pecado” aparece con poca frecuencia, y la palabra “infierno” no aparecen en absoluto. Sin embargo, si Cristo no es nuestro Salvador del pecado, entonces ¿qué es? En la teología de León, Cristo se asemeja cada vez más a un terapeuta divino, que camina con nosotros mientras nos realizamos a través del servicio ecológico y la sanación interior.
Esto no es el Evangelio. Es un simulacro cuidadosamente orquestado: una fe sintética entretejida con los lemas del Vaticano II, la jerga terapéutica del Occidente moderno y el catecismo globalista de Laudato Si. Desde los Scouts hasta los influencers de las redes sociales, la “iglesia de León” invita a todos a sentirse amados, incluidos y relevantes. Pero ya no los invita al arrepentimiento, la conversión ni el martirio. Habla de “gracia”, pero no de juicio; de “paz”, pero no de verdad.
El Evangelio según León: Un nuevo credo sin Salvador
Estamos presenciando el triunfo de una nueva religión: una que usa símbolos cristianos para promover un credo poscristiano. Y, al final, ese credo no tiene cruz, ni pecado, ni Salvador, solo jóvenes sonrientes, iniciativas verdes, campañas virales y una Iglesia que ha aprendido, por fin, a hablar el idioma del mundo.
Que el lector decida si todavía habla el idioma del Cielo.
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