viernes, 14 de noviembre de 2025

UN “CARDENAL CATOLICO” QUE NO ES CATOLICO

Compartimos un escrito de Cristóbal López Romero -un personaje designado por la iglesia conciliar como “cardenal”- quien se suma a las alabanzas de la herética Nostra Aetate.


El escrito fue originalmente publicado en L'Osservatore Romano y compartido por los okupas del Vaticano en el sitio web de la Santa Sede. Los destacados son de Diario7. A continuación, el texto completo:

"Nostra Aetate": el llamamiento de Marruecos al compromiso con la fraternidad universal

Por Cristóbal López Romero*

Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II nos legó uno de los grandes tesoros de la doctrina de la Iglesia: la declaración Nostra Aetate sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Este breve texto fue un documento absolutamente necesario y radicalmente revolucionario que transformó por completo la manera en que los cristianos veían a otros creyentes. Sembró el diálogo donde antes había conflicto y el respeto donde antes había sospecha, y fue crucial para reconocer la presencia de Dios más allá de los límites del cristianismo.

Personalmente, viví una época distinta, marcada por una mentalidad diferente. Recuerdo una anécdota sobre un sacerdote que, en la década de 1950, formó un grupo selecto de jóvenes cristianos. Les encomendó la tarea no de leer la Biblia, ayudar a los pobres o asistir a misa, sino de lanzar piedras contra una iglesia protestante de su ciudad porque, en su opinión, los protestantes eran herejes y había que combatirlos. En aquel entonces, el celo por la fe se entendía de esta manera.

Hoy, gracias a Nostra Aetate, muchas personas religiosas como yo podemos, por ejemplo, realizar nuestro trabajo en Marruecos —un país de mayoría musulmana donde el islam es la religión oficial— y asistir regularmente a un instituto ecuménico, fundado y dirigido conjuntamente por protestantes y católicos, donde cristianos y musulmanes dialogan y colaboran. ¡Cuánto hemos avanzado! Sin embargo, el camino por recorrer es más largo que el ya transitado. Por ello, es necesario compartir estas historias, no solo para aprender del pasado, sino también para comprometernos a continuar el camino común que, como creyentes, debemos recorrer.

Nostra Aetate nos encomienda responsabilidades sociales y espirituales como creyentes. Nos invita a reconsiderar nuestra imagen de Dios, a hacerla más auténtica y completa. En concreto, nos ayuda a descubrir a un Dios que es mayor que nosotros, que es el Padre de todos; un Dios que no puede ser patrimonio exclusivo de nadie. Ninguna nación ni denominación puede apropiárselo. Él es el Dios de todos, un Padre que hace que el sol salga tanto para buenos como para malos. Nosotros pertenecemos a Dios, no al revés.

También es importante aceptar a un Dios que desea la salvación de todos, que Dios es el Dios de todos y que es un Dios de amor. Como Jonás, a veces nos resistimos a un Dios que perdona a sus enemigos, que salva a los ninivitas, que muestra compasión a quienes consideramos extranjeros. Dios ama a todas las personas; su providencia es para todos. Su bondad y su deseo de salvar a la humanidad son universales. Asimismo, es esencial aceptar que el Espíritu Santo actúa donde, cuando y como quiere. Los cristianos creemos en un Dios que, a través de su Espíritu, está presente y activo en cada momento de la historia, en cada sociedad, en cada civilización, en cada cultura, en cada persona, dejando “semillas de la Palabra”, destellos de verdad, por doquier. Aunque representemos al Espíritu Santo como una paloma, él no acepta estar aprisionado en una jaula cuya llave esté en nuestras manos, permitiéndonos liberarlo cuando y donde queramos. Es nuestra responsabilidad espiritual como cristianos reconocer que no somos dueños del Espíritu Santo. Este es uno de los fundamentos, uno de los puntos de partida, para experimentar el diálogo interreligioso y construir la fraternidad universal.

“De un solo hombre hizo Dios descender a todos los pueblos”, dice el libro de los Hechos. Si tenemos un único origen y un único destino, ¿cómo es posible que haya cristianos que consideren enemigos a otros pueblos y religiones? ¿Cómo podría un cristiano vivir en pie de guerra? ¿Cómo podría un cristiano pensar que su misión consiste en luchar contra los no cristianos?

El Papa Francisco, con sus encíclicas Laudato si' sobre el cuidado de la casa común y Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social, continuó la senda trazada por Nostra Aetate y recordó que toda la humanidad es una sola familia que habita en una misma casa. La pluralidad de religiones demuestra que en el corazón humano reside un profundo anhelo que nos impulsa a buscar a Dios y el sentido de la vida. Por eso, el fenómeno religioso es universal y atemporal; existe en todas partes y siempre. Si la sociedad debe ocuparse de nutrir, cuidar y educar a las personas, también debe esforzarse por garantizar las condiciones que permitan a todos vivir en libertad religiosa y encontrar respuestas a las preguntas que surgen en las religiones. Porque los seres humanos deben proseguir su búsqueda con total libertad, como corresponde a su naturaleza y dentro de los límites de su capacidad intelectual.

Toda persona tiene derecho a buscar a Dios según su propia conciencia. Las religiones, por su parte, tienen la responsabilidad de ofrecer caminos de sentido y verdad, no de dominación. Debemos abandonar el falso paradigma de “religión verdadera, religión falsa”. Ninguna religión puede apropiarse de la verdad como si fuera suya. Ninguna religión posee la verdad; al contrario, es la verdad la que nos posee a todos, y en cada religión hay destellos de verdad.

Hans Küng escribió en 1991: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones, ni paz entre las religiones sin diálogo entre ellas”. Este sigue siendo un desafío urgente. Las religiones pueden y deben ser fuente de paz, justicia y fraternidad. Hoy en día, las religiones tienen la responsabilidad sin precedentes de promover conjuntamente un espíritu global, un consenso mínimo para la supervivencia de la humanidad.

El Papa León XIV, en su intención de oración para el mes de octubre, nos invita a asegurar que “las religiones no se utilicen como armas ni muros, sino que se vivan como puentes y profecías: haciendo posible el sueño del bien común, acompañando la vida, alimentando la esperanza y convirtiéndose en fermento de unidad en un mundo fragmentado”. Este es el espíritu de Nostra Aetate: transformar la fe en un instrumento de encuentro, no de división.

Desde Marruecos, donde la convivencia de cristianos y musulmanes es un signo de esperanza, quisiera renovar el compromiso que nos legó Nostra Aetate y proponer tareas concretas para alcanzar esa fraternidad universal y sentar las bases de la unidad y la caridad entre los hombres. Algunas de ellas son: demostrar un espíritu de apertura y diálogo en la vida cotidiana y con acciones concretas; educar a las nuevas generaciones contra el fundamentalismo y el fanatismo; reconocer y promover los valores espirituales y morales de todas las religiones. Es importante, además, conocer y difundir otros documentos que dan continuidad a Nostra Aetate, como Redemptoris MissioFratelli tutti, Evangelii Nuntiandi, Evangelii Gaudium, el Documento de Abu Dabi sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia, y la carta “Una Palabra Común Entre Nosotros y Vosotros”.

Es fundamental que trabajemos juntos por la justicia, la paz y la fraternidad humana. Porque, en definitiva, nuestro hogar es el mundo y nuestra familia es la humanidad.


(*) Cardenal arzobispo de Rabat

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