Por Fish Eaters
Definición, fuentes y tipos de hábitos
Un hábito es una cualidad que influye, para bien o para mal, en nuestra conducta en cuanto a patrones de actividad; una cualidad que afecta nuestra propensión a realizar un acto y la facilidad con que lo realizamos. Los hábitos son infundidos sobrenaturalmente por Dios (como la gracia santificante que recibimos en el Bautismo) o se adquieren, ya sea de forma natural o mediante actos repetidos y disciplina (o su ausencia). Existen dos tipos de hábitos:
Hábito entitativo: un hábito entitativo es aquel que afecta a la persona en su totalidad. La salud, la belleza, la obesidad y la gracia santificante son ejemplos de hábitos entitativos.
Hábito operativo: un hábito operativo es una cualidad difícil de cambiar que no afecta a la persona en su totalidad y facilita, para bien o para mal, la propensión a realizar una conducta. Ejemplos de hábitos operativos son cepillarse los dientes tres veces al día, el consumo moderado de tabaco, colocar siempre los zapatos junto a la puerta de entrada o aprender a tocar el violonchelo.
Los buenos hábitos se llaman “virtudes”; los malos hábitos se llaman “vicios”.
Buenos hábitos: Las virtudes
Hay tres tipos de virtud: la intelectual, la moral y la teológica.
Las virtudes intelectuales
Son buenos hábitos que perfeccionan el intelecto con respecto a la Verdad, su fin propio. Provienen de la Naturaleza y se adquieren mediante la práctica. Existen dos tipos:
Virtudes intelectuales especulativas
● La comprensión, que es el hábito de considerar como verdaderas aquellas cosas que son evidentes por sí mismas, como los primeros principios y las verdades axiomáticas (es decir, afirmaciones que son evidentes por sí mismas, por ejemplo, "A=A", "El todo es mayor que la parte", etc.).
● El conocimiento (o la ciencia), que es el hábito de ver verdades que se determinan a partir de argumentos racionales y se derivan de primeros principios.
● La sabiduría es el hábito de usar la razón para ver las cosas a la luz de las Verdades últimas. La sabiduría es la virtud intelectual suprema.
Virtudes intelectuales prácticas
● La prudencia es el hábito de usar el intelecto para discernir qué se debe hacer —o no hacer— en circunstancias específicas. La prudencia es también una virtud moral, como veremos pronto.
● El arte, que es el hábito de usar el intelecto para crear cosas útiles o bellas.
Las virtudes morales (virtudes humanas)
Las virtudes morales son hábitos que perfeccionan el apetito sensorial y la voluntad. Al igual que las virtudes intelectuales, se derivan de la naturaleza y se cultivan mediante la práctica. Se agrupan en cuatro virtudes principales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, conocidas como “virtudes cardinales” porque todas las demás virtudes morales se fundamentan en ellas.
Las virtudes cardinales, enumeradas por orden de importancia, y las demás virtudes asociadas a ellas son:
Prudencia: La virtud cardinal de regular el intelecto
La prudencia es la virtud de usar la razón para discernir lo correcto en una circunstancia dada, teniendo en cuenta aspectos como la persona o personas con las que se trata, el momento, el lugar, los posibles efectos de una acción determinada, etc. Nótese que la prudencia también se menciona anteriormente como una virtud intelectual.
Fortaleza: La virtud cardinal de regular las pasiones iracundas.
La Fortaleza se refiere a eliminar los obstáculos que impiden hacer lo correcto y lo justo. Puede entenderse como coraje, valentía, valor, determinación, etc. Las virtudes asociadas a la fortaleza son:
● Paciencia: es la virtud de afrontar el mal con serenidad.
● Munificencia: es la virtud de dar con gran generosidad, yendo más allá de la liberalidad o dando lo que se debe a los demás (véase Justicia más abajo).
● Magnanimidad: es la virtud de estar dispuesto a realizar grandes obras dignas de honor. Nótese que esto no contradice la virtud de la humildad, que consiste simplemente en reconocer la verdad sobre uno mismo. El hecho de que un hombre sepa que, en efecto, ha realizado grandes hazañas dignas de honor no significa que no sea humilde, porque lo que ha hecho es real, es cierto.
● Perseverancia: es la virtud de resistir y seguir adelante, a pesar de los obstáculos y las dificultades, para hacer lo correcto.
Templanza: La Virtud Cardinal de la Regulación de las Pasiones Concupiscibles
La templanza se refiere al dominio que el hombre hace de sus propias pasiones concupiscibles. Las virtudes asociadas a la templanza son:
● Abstinencia: es la virtud que regula el deseo de comida y bebida.
● Castidad: es la virtud que controla el deseo de hacer un uso desmedido de las facultades sexuales
● Modestia: es la virtud que controla el impulso de exhibirse externamente. Esta virtud va mucho más allá de la forma de vestir e incluye no ceder al deseo desmedido de atención, gloria, fama, etc.
● Humildad: es la virtud que frena el deseo de engrandecer la propia importancia o grandeza, incluso ante uno mismo. Imaginemos a una persona que se presenta como humilde y buena, pero que en su interior se cree superior y hace alarde de su poder: esa persona, en realidad, no es humilde, a pesar de cómo se muestra al mundo. La humildad es, en esencia, reconocer la verdad sobre uno mismo, tanto lo malo como lo bueno.
● Mansedumbre: es la virtud que refrena el impulso de ceder al deseo de que el mal recaiga sobre quienes obran mal. No excluye la justa indignación, el anhelo de justicia ni el deseo de que el malhechor sea castigado por quienes tienen la autoridad para hacerlo.
● Clemencia: es la virtud que permite ser misericordioso (cuando tiene sentido serlo) al castigar una mala acción.
● Dedicación al estudio: es la virtud que regula cómo usamos nuestra mente para adquirir conocimiento. Su carencia conlleva negligencia en el estudio; su exceso, vicio. Tomás de Aquino se refiere a la “curiosidad”, con la que no entiende el término como lo entendemos hoy en día. Se refiere, en cambio, al estudio desordenado, por ejemplo, adquirir conocimiento por motivos inmorales, como el orgullo, centrarse demasiado en trivialidades, intentar obtener conocimientos ocultistas (como mediante la adivinación), etc.
● Eutrapelia: es la virtud que permite estar de buen humor y disfrutar, de manera ordenada, de los placeres de los juegos, los deportes, las bromas, los chistes, la diversión y el ocio.
Justicia: La virtud cardinal de regular la voluntad.
La justicia se refiere a las relaciones del hombre con los demás, incluido Dios. Las virtudes asociadas a la justicia son:
● Religión: es la virtud de dar a Dios lo que le corresponde.
● Piedad: consiste en dar a los padres, hijos, familia, compatriotas, patria, etc., lo que les corresponde, en el orden correcto (ordo amoris). La piedad se opone radicalmente al pensamiento liberal moderno que ridiculiza el patriotismo y nos impulsa hacia la globalización. Nuestra lealtad comienza con Dios a través de la virtud de la religión, y luego, mediante la piedad, se extiende a la familia, después a la ciudad, luego a la provincia, después al país, y continúa hacia afuera en círculos concéntricos, con el mundo en último lugar. El liberalismo moderno fomenta la lealtad superficial, lo que lleva a muchos “progresistas” a preocuparse más por algún grupo que vive en una tierra que nunca han visitado que por sus propias familias y su país. Peor aún, consideremos uno de los lemas de PETA (un grupo activista radical por los derechos de los animales): “Una rata es un cerdo, es un perro, es un niño”.
Estas frases son la prueba de un grupo tan falto de piedad que antepone la lealtad a los animales incluso a la lealtad a la raza humana, sin mencionar la lealtad a sus propios hijos.
● Observancia: es la virtud de respetar a quienes ostentan autoridad o dignidad. Entre sus aspectos se incluyen la dulía (honrar a las personas virtuosas), la obediencia (a quienes debemos obediencia), la afabilidad (amistad y amor fraternal hacia todos), la gratitud, la generosidad (dar de la propia riqueza lo que corresponde a los demás), la veracidad y la venganza (infligir castigo a quien ha pecado, no por odio, sino para que el pecador se enmiende, o al menos para que sea refrenado y los demás no se vean perturbados, para que se haga justicia y se honre a Dios).
● Epiqueya: es la virtud de usar la prudencia para honrar el espíritu de una ley cuando seguir la letra de la ley conduce a un mal.
Estas virtudes se complementan cuando se perfeccionan. Si falta la perfección de una, falta la perfección de todas. Consideremos a un hombre que parece tener cualidades de Fortaleza, pues está dispuesto a trabajar duro o arriesgar su vida para alcanzar una meta; pero que, al carecer de Justicia, persigue una meta impía. En realidad, no posee Fortaleza alguna, porque la conducta moral implica necesariamente fines u objetivos correctos. O pensemos en los terroristas suicidas musulmanes, a quienes a veces se describe como “valientes” por estar dispuestos a inmolarse para lograr sus malvados fines: en realidad, no poseen la virtud de la Fortaleza, ni expresan la virtud de la religión, pues con tales acciones no rinden culto a Dios, ni exhiben otras virtudes relacionadas con la Justicia al tratar a sus semejantes como les corresponde. Por lo tanto, no son verdaderamente valientes; son temerarios, por decir lo menos.
Las virtudes intelectuales y morales (no las virtudes teologales, que veremos a continuación) consisten en lo que se denomina “el justo medio”, es decir, en buscar el equilibrio entre el exceso y la carencia. Por ejemplo, a un lado de la paciencia está la apatía; al otro, la agresión. La temeridad se sitúa en un extremo de la valentía, y en el otro, la cobardía. La eutrapelia se encuentra entre la grosería y la bufonería. Saber cuál es ese justo medio en una situación, momento y circunstancias dadas es la función de la Prudencia, la “regente” de las Virtudes Cardinales. Como regla mnemotécnica (y una buena manera de enseñar las virtudes cardinales a los hijos), la Prudencia rige la mente; la Fortaleza, el corazón; la Templanza, el apetito; y la Justicia, las acciones (el trato con el mundo exterior).
Las virtudes teologales
Todas las virtudes están orientadas a nuestra felicidad, pero por muy virtuosos que seamos, no podemos ganarnos el Cielo por nuestras propias obras; es la gracia de Dios —no la fe sola (en la que creen los protestantes), no las obras (de las que muchos protestantes sin formación acusan falsamente a los católicos)— la que nos salva. Sabemos, pues, que deben existir otras virtudes que nos conduzcan al fin al que estamos llamados: estar con Dios en el Cielo para siempre y participar de su naturaleza divina.
Las virtudes que lo permiten se denominan “virtudes teologales” porque proceden de Dios mismo y de ninguna otra fuente. A diferencia de las virtudes intelectuales y morales, que incluso los paganos pueden adquirir en la medida en que se ajustan a la ley natural (aunque imperfectamente, porque no están dirigidas al fin último del hombre), debemos confiar únicamente en Dios para las virtudes teologales, las virtudes que nos unen a Dios mismo. Existen tres virtudes teologales de este tipo:
Fe: La fe es una virtud de origen sobrenatural que ilumina el intelecto, otorgando al ser humano el conocimiento de verdades sobrenaturales y la aceptación de la revelación divina.
Esperanza: La esperanza es una virtud de origen sobrenatural que guía la voluntad, ayudando al ser humano a confiar en Dios y en sus promesas de vida eterna. Caridad: La caridad es una virtud de origen sobrenatural que guía la voluntad, permitiéndonos amar a Dios y a nuestro prójimo por amor a Dios. La Fe ve a Dios a la luz de la Verdad; la esperanza lo ve a la luz de su bondad en lo que respecta a nosotros y a nuestra salvación; la caridad ve a Dios en términos de su bondad intrínseca y nos permite amar a Dios porque Él es el Amor mismo, y amar a nuestro prójimo porque lo amamos a Él. ¡La caridad es la mayor de todas las virtudes! Y jamás perecerá, a diferencia de la fe y la esperanza, que no necesitaremos en el Cielo porque lo veremos cara a cara y lo sabremos todo. El Cielo es la plenitud de nuestra fe y nuestra esperanza. 1 Corintios 13:1-8: “Si hablo en lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un címbalo que retiñe. Si tuviera el don de profecía y entendiera todos los misterios y poseyera todo conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que pudiera trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia, no es perverso, no es jactancioso, no es egoísta, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, aunque las profecías se desvanezcan, o cesen las lenguas, o el conocimiento se vuelva inexistente.
Para recibir los dones de la Fe, la Esperanza y la Caridad, pídeselos a Dios y recibe los Sacramentos de la Iglesia cuando sea necesario. Realiza actos de Fe, Esperanza y Caridad. ¡Él no te los negará! El Apocalipsis de San Juan 3:20 nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”. ¡Dile sí al Divino Médico y serás sanado!
Complementos de las Virtudes
Los Siete Dones del Espíritu Santo.
Los siete dones del Espíritu Santo son complementos de las virtudes, al igual que las virtudes teologales: hábitos del alma infundidos en nosotros por Dios, que nos ayudan a agradarle. Son menores que las virtudes teologales porque no nos unen a Dios, sino que simplemente nos preparan para recibir su guía. Los siete dones del Espíritu Santo son:
● Comprensión: un don intelectual que nos ayuda a entender en qué debemos creer.
● Sabiduría: un don intelectual que nos ayuda a adherirnos a la Fe.
● Conocimiento: un don intelectual que nos ayuda a comprender las cosas creadas.
● Consejo: un don intelectual que nos ayuda a comprender las acciones humanas.
● Fortaleza: un don que guía nuestras pasiones irascibles y nos hace confiar en la victoria.
● Piedad: un don que guía nuestras pasiones irascibles para que amemos a Dios y a los demás.
● Temor del Señor: un don que guía las pasiones concupiscibles y nos ayuda a no ofender a Dios.
Los Doce Frutos del Espíritu Santo.
Los doce frutos del Espíritu Santo, enumerados por San Pablo en su epístola a los Gálatas 5:22-25, son acciones que brotan de la virtud y de los Dones del Espíritu Santo. Los frutos son:
● Caridad
● Alegría
● Paz
● Paciencia
● Benignidad
● Bondad
● Longanimidad
● Suavidad
● Fe
● Modestia
● Continencia
● Castidad
Las Ocho Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas provienen del Sermón de la Montaña de Cristo y se encuentran en el Evangelio según San Mateo 5:3-10. Son las siguientes:
● Pobreza de espíritu
● Mansedumbre
● Aflicción
● Sed de justicia
● Misericordia
● Limpieza de corazón
● Pacificación
● Sufrir persecución por causa de la justicia

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