8 de Noviembre: La solemnidad de las Santas Reliquias y los cuatro Santos Mártires coronados
(✞ en el imperio de Diocleciano)
La Iglesia verdadera de Jesucristo ha honrado siempre con especial veneración las reliquias de los santos, sus sagrados cuerpos, sus huesos, su sangre, sus vestidos, sus cenizas y todas las demás cosas que usaban, o tocaban sus personas; porque son sagrados despojos o venerables recuerdos de amigos de Dios, miembros de Jesucristo y templos del Espíritu Santo, en los cuales resplandeció una excelente y heroica santidad.
Y así el mismo Dios les ha honrado de muchas maneras, obrando por ellos y por sus reliquias, innumerables portentos, para que nosotros también los honrásemos, y tuviésemos sus cuerpos y reliquias en gran estima y veneración; y aunque los herejes iconoclastas y los protestantes llamaron supersticioso el culto tributado a las sagradas reliquias, jamás ha dejado de venerarlas la Iglesia Católica; la cual conservará siempre esta santísima costumbre, usada desde los tiempos apostólicos, loada por los Santos Padres, sancionada por los Sagrados Concilios, y confirmada por infinitos milagros que ha obrado el Señor, así para gloria de sus santos, como para provecho de los fieles que veneran sus sagrados cuerpos y reliquias.
Lo que ordena la Santa Iglesia y quiere que se enseñe a todo el pueblo cristiano, es que no expongan a la pública veneración reliquias que no sean aprobadas como tales por la autoridad del Sumo Pontífice o de los Obispos; y que se guarden decorosamente y se eviten en su culto toda indecencia y sombra de profanación.
Honramos también en este día a los Santos Mártires coronados, cuyos nombres son: Severo, Severiano Corpóforo y Victorino. Ellos eran cuatro hermanos, y en el ejercicio de las armas servían a Cristo y al emperador Diocleciano; mas, como se negasen a prestar juramento a los falsos dioses, los llevaron delante del ídolo de Esculapio, amenazándoles con que, si no le adoraban morirían a puros azotes.
Ellos se burlaron de aquel demonio, y despreciaron todas las amenazas.
Entonces los sayones desnudaron a los cuatro hermanos y a todos los hirieron con plomadas, tan fuertemente, que en aquel tormento dieron sus almas a Dios.
Mandó el tirano que sus cuerpos fuesen echados a la plaza, para que los perros los comiesen; más en cinco días que allí estuvieron, no los tocaron; mostrando que los idólatras eran más crueles que las bestias.
Vinieron los cristianos y los tomaron secretamente y los sepultaron en un arenal a tres millas de Roma en la Vía Lavvicana.
El Papa Melquíades mandó que se celebrase su fiesta el día de su martirio que fue el 8 de noviembre; y porque en aquel momento no se sabían aún sus nombres se llamaron “los cuatro Santos coronados”.
Reflexión:
¡Qué agradable y sorprendente espectáculo nos presenta esta solemnidad de los santos cuyas reliquias veneramos! La Iglesia nos invita a contemplarlo y con tanta mayor confianza, cuanto que nos llama a la dicha de que gozan ellos. Es verdad que el designio de nuestra Madre es presentarnos hoy a estos bienaventurados hermanos como objeto de religioso culto, pero no trabaja menos en mostrárnoslo como modelos de digna imitación. Estos héroes nos atraen hacia sí por los encantos de la gloria que los corona; pero debemos también seguirlos, corriendo tras el aroma de las virtudes, que en tan alto grado practicaron.
Oración:
Aumentad en nosotros la fe de la resurrección, oh Señor, que obráis maravillas en las reliquias de vuestros Santos, y hacednos participantes de la inmortalidad de la gloria de la cual veneramos la prenda en sus santas cenizas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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