ENCUENTRO CON EL MUNDO DEL CINE
DISCURSO DE LEÓN XIV
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Aunque el cine tiene ya más de un siglo de existencia, sigue siendo un arte joven, onírico y algo inquieto. Pronto celebrará su 130 aniversario, contado desde la primera proyección pública de los hermanos Lumière en París el 28 de diciembre de 1895. Desde sus inicios, el cine fue un juego de luces y sombras, concebido para entretener e impresionar. Sin embargo, estos efectos visuales pronto lograron transmitir realidades mucho más profundas, convirtiéndose finalmente en una expresión del deseo de contemplar y comprender la vida, de narrar su grandeza y fragilidad, y de plasmar la añoranza del infinito.
Queridos amigos, me alegra darles la bienvenida. Expreso también mi gratitud por lo que representa el cine: un arte popular en el sentido más noble, destinado a todos y accesible a todos. Es maravilloso ver cómo, cuando la luz mágica del cine ilumina la oscuridad, enciende simultáneamente los ojos del alma. En efecto, el cine combina lo que parece ser mero entretenimiento con la narrativa de la aventura espiritual del ser humano. Una de las contribuciones más valiosas del cine es ayudar al público a reflexionar sobre sus propias vidas, a observar la complejidad de sus experiencias con nuevos ojos y a examinar el mundo como si fuera la primera vez. Al hacerlo, redescubren una parte de la esperanza esencial para que la humanidad viva plenamente. Me reconforta pensar que el cine no es solo imágenes en movimiento; ¡pone la esperanza en marcha!
Entrar en una sala de cine es como cruzar un umbral. En la oscuridad y el silencio, la visión se agudiza, el corazón se abre y la mente se vuelve receptiva a lo inimaginable. En realidad, sabes que tu arte requiere concentración. A través de tus producciones, conectas con quienes buscan entretenimiento, así como con aquellos que llevan en su interior una inquietud y buscan significado, justicia y belleza. Vivimos en una era donde las pantallas digitales están siempre encendidas. Hay un flujo constante de información. Sin embargo, el cine es mucho más que una pantalla; es una confluencia de deseos, recuerdos y preguntas. Es un viaje sensorial donde la luz atraviesa la oscuridad y las palabras se encuentran con el silencio. A medida que se desarrolla la trama, nuestra mente se educa, nuestra imaginación se expande e incluso el dolor puede encontrar un nuevo significado.
Los espacios culturales, como cines y teatros, son el corazón de nuestras comunidades porque contribuyen a su humanización. Si una ciudad está viva, es en parte gracias a sus espacios culturales. Debemos frecuentar estos espacios y construir relaciones en ellos, día tras día. Sin embargo, los cines están sufriendo un preocupante declive, y muchos están desapareciendo de ciudades y barrios. Numerosas personas afirman que el arte cinematográfico y la experiencia del cine están en peligro. Insto a las instituciones a no rendirse, sino a colaborar para reafirmar el valor social y cultural de esta actividad.
La lógica de los algoritmos tiende a repetir lo que «funciona», pero el arte abre un mundo de posibilidades. No todo tiene que ser inmediato ni predecible. Defendamos la lentitud cuando tiene un propósito, el silencio cuando habla y la diferencia cuando evoca. La belleza no es solo una vía de escape; es, ante todo, una invocación. Cuando el cine es auténtico, no solo consuela, sino que interpela. Articula las preguntas que habitan en nuestro interior y, a veces, incluso provoca lágrimas que no sabíamos que necesitábamos expresar.
En este Año Jubilar, la Iglesia nos invita a emprender un camino de esperanza; vuestra presencia aquí, procedentes de tantos países diferentes, y vuestra obra artística en particular, es un ejemplo luminoso. Como tantos otros que vienen a Roma de todo el mundo, vosotros también emprendeis un viaje como peregrinos de la imaginación, buscadores de sentido, narradores de esperanza y heraldos de la humanidad. Vuestro viaje no se mide en kilómetros, sino en imágenes, palabras, emociones, recuerdos compartidos y anhelos colectivos. Navegais esta peregrinación hacia el misterio de la experiencia humana con una mirada penetrante capaz de reconocer la belleza incluso en lo más profundo del dolor, y de discernir la esperanza en la tragedia de la violencia y la guerra.
La Iglesia les estima por su trabajo con la luz y el tiempo, con los rostros y los paisajes, con las palabras y el silencio. El Papa San Pablo VI se dirigió una vez a los artistas diciendo: “Si sois amigos del arte auténtico, sois nuestros amigos”, recordando que “este mundo en que vivimos necesita belleza para no caer en la desesperación” (Discurso del Papa Pablo VI a los Artistas, 8 de diciembre de 1965). Deseo renovar esta amistad porque el cine es un taller de esperanza, un lugar donde las personas pueden reencontrarse consigo mismas y con su propósito.
Quizás podríamos recordar las palabras de David W. Griffith, uno de los grandes pioneros del séptimo arte. Él dijo: «Lo que le falta al cine moderno es belleza, la belleza del viento entre los árboles». Su referencia al viento inevitablemente nos recuerda un pasaje del Evangelio de Juan: “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu” (3:8). En este sentido, queridos cineastas, tanto experimentados como noveles, los invito a hacer del cine un arte del Espíritu.
En la era actual, se necesitan testigos de esperanza, belleza y verdad. Puedes desempeñar este papel a través de tu obra artística. El buen cine, y quienes lo crean y protagonizan, tienen el poder de recuperar la autenticidad de las imágenes para salvaguardar y promover la dignidad humana. No temas afrontar las heridas del mundo. La violencia, la pobreza, el exilio, la soledad, la adicción y las guerras olvidadas son problemas que deben reconocerse y narrarse. El buen cine no explota el dolor; lo reconoce y lo explora. Esto es lo que han hecho todos los grandes directores. Dar voz a los sentimientos complejos, contradictorios y a veces oscuros que habitan en el corazón humano es un acto de amor. El arte no debe rehuir el misterio de la fragilidad; debe enfrentarse a ella y saber cómo permanecer ante ella. Sin ser didácticas, las formas de cine auténticamente artísticas poseen la capacidad de educar la mirada del espectador.
En conclusión, el cine es un esfuerzo colectivo, una labor en la que nadie trabaja solo. Si bien todos reconocen la habilidad del director y el talento de los actores, una película sería imposible sin la silenciosa dedicación de cientos de otros profesionales, entre ellos asistentes, auxiliares de producción, utileros, electricistas, ingenieros de sonido, técnicos de equipo, maquilladores, peluqueros, diseñadores de vestuario, jefes de locaciones, directores de casting, directores de fotografía, directores musicales, guionistas, editores, técnicos de efectos especiales y productores… ¡Espero no haber omitido a nadie, pero son tantos! Cada voz, cada gesto y cada habilidad contribuyen a una obra que solo puede existir como un todo.
En una época de personalidades exageradas y conflictivas, demuestras que crear una película de calidad requiere dedicación y talento. Gracias a las cualidades y dones de quienes te acompañan, cada uno puede hacer brillar su carisma único en un ambiente colaborativo y fraterno. Que tu cine sea siempre un punto de encuentro y un hogar para quienes buscan sentido y un lenguaje de paz. Que nunca pierda su capacidad de asombrar y que siga ofreciéndonos un atisbo, por pequeño que sea, del misterio de Dios.
Que el Señor te bendiga, a ti, a tu trabajo y a tus seres queridos. Que te acompañe siempre en tu camino creativo y te ayude a ser artesanos de la esperanza. Gracias.

No hay comentarios:
Publicar un comentario