“Quienquiera que estuviera presente en el monte Calvario” -dice san Juan Crisóstomo- “podría ver dos altares en los que se consumaron dos grandes sacrificios: uno en el cuerpo de Jesús, el otro en el corazón de María” (San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María)
La semana pasada, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó una nueva Nota Doctrinal titulada Mater Populi Fidelis, en la cual niega a Nuestra Santísima Madre sus títulos de Corredentora y Mediadora de todas las Gracias.
Los Hijos del Santísimo Redentor no aceptan esta nueva enseñanza.
El objetivo de Mater Populi Fidelis no parece ser comprender la Tradición sobre la Virgen María de manera más profunda y correcta, sino más bien promover una agenda. La carta que la acompaña afirma que su publicación se debe a “un esfuerzo ecuménico particular”. He aquí la clave: los católicos no creen que la Virgen María sea superior a Nuestro Señor. Los católicos no tienen dudas sobre quién nos redimió. ¿Quién se preocupa entonces por exaltar demasiado a la Virgen María y eclipsar a Nuestro Señor? ¿Quién tiene un problema con María como Corredentora y Mediadora? Son los protestantes y los jansenistas, los “primos hermanos del calvinismo” (Carreyre, DTC, 8/1 [1924], col. 319) .
De hecho, este documento presenta muchas de las características del pensamiento jansenista. Tiene un barniz de piedad mariana, pero ese barniz no es más que una distracción, pues socava la esencia de algunos de los misterios marianos más importantes. Los jansenistas buscan una reverencia mesurada y minimalista hacia la Virgen María para evitar cualquier insinuación de que pueda ser “exaltada en exceso”, y eso es precisamente lo que ofrece este documento. Mater Populi Fidelis afirma explícitamente que “tales nociones elevan a María a tal nivel que la centralidad de Cristo puede desaparecer o, al menos, quedar condicionada”. La mentalidad jansenista minimiza el papel activo de la Virgen María en el Calvario y enfatiza que solo Cristo es el Redentor, y considera frases como “La Virgen María corredimitió al mundo” como un exceso piadoso o un error doctrinal. San Alfonso María de Ligorio, “el azote de los jansenistas”, dedicó gran parte de su obra a combatir esta herejía en particular.
Nuestra Señora, la Nueva Eva profetizada en el Génesis, se unió a Cristo en la obra de nuestra redención como causa verdadera, aunque siempre secundaria y dependiente de Él. Así como Eva participó libremente en la caída de Adán, María participó libremente en la obra salvadora de Cristo. Su cooperación no fue solo física, sino también espiritual y moral: mediante su fe, obediencia y amoroso consentimiento a los sufrimientos de su Hijo, participó en la redención del género humano según el plan de Dios. El P. Garrigou Lagrange, OP, lo explica así en su libro La Madre del Salvador y nuestra vida interior:
Según lo que los Padres de la Iglesia nos dicen acerca de María como la Nueva Eva, a quien muchos vieron anunciada en las palabras del Génesis, es doctrina común y cierta, e incluso fidei próxima [no se define como dogma, sino que está un paso por debajo de la fe], que la Santísima Virgen, Madre del Redentor, está asociada a Él en la obra de la redención como causa secundaria y subordinada, así como Eva estuvo asociada a Adán en la obra de la perdición del hombre… No fue simplemente por haber concebido físicamente al Redentor, por haberlo dado a luz y amamantado, sino que su asociación fue moral, a través de sus actos libres, salvíficos y meritorios. Eva contribuyó moralmente a la caída al ceder a la tentación del demonio, por desobediencia y por conducir al pecado de Adán; María, por el contrario, cooperó moralmente en nuestra redención por su fe en las palabras de Gabriel y por su libre consentimiento al misterio de la Encarnación redentora y a todos los sufrimientos que esta conllevó para su Hijo y para sí misma.
Una de las preguntas clave al hablar de la Virgen María como Corredentora es cómo obtuvo méritos para nosotros. ¿Fue con el mismo tipo de mérito con el que Nuestro Señor, mediante su Pasión y muerte, redimió al mundo? Si así fuera, ¿no la colocaría eso al mismo nivel que Dios mismo?
Es en esta cuestión donde entra en juego la distinción tradicional, mencionada en el nuevo documento, entre mérito de condigno y mérito de congruo. El mérito de condigno merece verdaderamente su recompensa porque Dios, en su bondad, ha prometido recompensar las obras realizadas en su gracia. Cuando alguien está en estado de gracia, sus buenas obras agradan a Dios, y Dios se ha comprometido libremente a otorgar la recompensa que ha prometido (todo esto depende de Cristo, la Cabeza, de quien procede nuestra capacidad de merecer).
Cuando decimos que tal mérito es “debido”, debemos preguntarnos qué se debe y a quién. Toda alma en gracia, y sobre todo la Virgen María, puede merecer verdaderamente para sí misma un aumento de gracia y, finalmente, la vida eterna, porque Dios ha prometido estas recompensas. Pero ninguna criatura, por santa que sea, puede merecer la salvación de otros como algo que se debe, es decir, de condigno; eso pertenece solo a Cristo, pues solo Él es Dios y hombre a la vez y Cabeza del género humano. El mérito condigno de Nuestra Señora es solo suyo, y como criatura no puede transferirlo a otra persona, como sería necesario si quisiera merecer condigno nuestra redención.
El mérito congruente (de congruo), en cambio, no se basa en la obligación, sino en el amor y la conveniencia. Dios no está obligado a recompensarlo, pero es conveniente que lo haga. En este sentido, la cooperación de la Virgen María en la Redención fue de congruo: por su amor perfecto y su unión con su Hijo, Dios quiso, de la manera más apropiada, asociarla libremente a la obra redentora de Nuestro Señor.
Entendido esto, la doctrina de la Corredentora no se basa en la necesidad. Nadie niega que Nuestro Señor, con su Pasión y Muerte, satisfizo plena y plenamente los pecados de toda la humanidad. Sus méritos, por sí solos, bastan. Pero es apropiado que Nuestra Señora se asocie con Él en esta tarea, no solo como la segunda Eva, no solo como la Virgen Madre que lo trajo al mundo, sino también como co-sufridora.
Nuestra Señora sufrió en sí misma, porque amó a su Divino Hijo más de lo que ninguna madre jamás amará a su hijo, y sus tremendos sufrimientos y muerte le causaron también sufrimiento a Ella; además, ofreció tanto su propio sufrimiento como el de su Hijo a Dios Padre por la salvación del mundo. San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia y “Martillo de los Jansenistas”, expone la doctrina de la Corredentora en su libro Las Glorias de María. Tras relatar que, desde la profecía de Simeón, María renovó continuamente su ofrenda de Jesús y vivió toda su vida en un constante martirio interior, sufriendo incesantemente por la muerte prevista de su Hijo, continúa:
“Por eso, la Divina Madre, en virtud del gran mérito que adquirió por este gran sacrificio que hizo a Dios por la salvación del mundo, fue justamente llamada por San Agustín “la reparadora del género humano”; por San Epifanio, “la redentora de los cautivos”; por San Anselmo, “la reparadora de un mundo perdido”; por San Germán, “nuestra liberadora de nuestras calamidades”; por San Ambrosio, “la Madre de todos los fieles”; por San Agustín, “la Madre de los vivientes”; y por San Andrés de Creta, “la Madre de la vida”.
Pues Arnoldo de Chartres dice: “Las voluntades de Cristo y de María estaban entonces unidas, de modo que ambos ofrecieron el mismo holocausto; ella, al hacerlo, produjo con Él un único efecto: la salvación del mundo”. En la muerte de Jesús, María unió su voluntad a la de su Hijo, de tal manera que ambos ofrecieron un mismo sacrificio; y por eso el santo abad afirma que tanto el Hijo como la Madre obraron la redención humana y obtuvieron la salvación para los hombres: Jesús al expiar nuestros pecados, María al lograr que esta satisfacción se aplicara a nosotros. De ahí que Dionisio el Cartujo también afirme “que la Divina Madre puede ser llamada la salvadora del mundo, ya que por el dolor que padeció al compadecerse de su Hijo (sacrificado voluntariamente por ella a la justicia divina) mereció que, por sus oraciones, los méritos de la Pasión del Redentor se comunicaran a los hombres”.
San Alfonso continúa explicando que durante Su Pasión, y especialmente al pie de la Cruz, Nuestra Señora soportó en su corazón todos los dolores que Nuestro Señor padeció en Su Sagrado Cuerpo:
Todos los sufrimientos de Jesús fueron también los de María: “Cada tortura infligida al cuerpo de Jesús —dice San Jerónimo— fue una herida en el corazón de la Madre”. “Quienquiera que estuviera presente en el monte Calvario —dice San Juan Crisóstomo— podía ver dos altares en los que se consumaron dos grandes sacrificios: uno en el cuerpo de Jesús, el otro en el corazón de María”. Es más, podríamos decir con San Buenaventura: “Había un solo altar: el de la cruz del Hijo, en el que, junto con este Cordero Divino, la víctima, también se sacrificó a la Madre”. Por eso, el santo le pregunta a esta Madre: “Oh, Señora, ¿dónde estás? ¿Cerca de la cruz? No, más bien, estás en la cruz, crucificada, sacrificándote con tu Hijo”. San Agustín nos asegura lo mismo: “La cruz y los clavos del Hijo fueron también los de su Madre; con Cristo crucificado, la Madre también fue crucificada”. Sí; pues, como dice San Bernardo, “El amor infligió en el corazón de María los tormentos causados por los clavos en el cuerpo de Jesús”. Tanto es así que, como escribe San Bernardino, “Al mismo tiempo que el Hijo sacrificó su cuerpo, la Madre sacrificó su alma”.
Por estas razones en particular, la Tradición de la Iglesia es que Nuestra Santísima Señora, María Santísima, mereció de congruo ser una cooperadora tan importante en la Redención obrada por su Divino Hijo que merece el título de “Corredentora”.
La siguiente es una lista no exhaustiva de Santos, Papas y Teólogos que enseñaron, al menos implícitamente, la doctrina de Nuestra Señora como “Corredentora”. El título en sí es más moderno, como señala Mater Populi Fidelis: “El título “Corredentora” apareció por primera vez en el siglo XV como una corrección a la invocación “Redentora” ... que se había atribuido a María desde el siglo X”. Sin embargo, los principios en los que se basa este título no son modernos, especialmente la idea de que Nuestra Señora es la Nueva Eva:
San Justino
San Ireneo
Tertuliano
San Cipriano
Orígenes
San Cirilo de Jerusalén
San Efrén
San Epifanio
San Basilio
San Ambrosio
San Jerónimo
San Juan Crisóstomo
San Agustín
San Proclo
San Jerónimo
San Juan Crisóstomo
San Agustín
San Proclo
San Juan Damasceno
San Germán de Constantinopla
San Anselmo
San Bernardo de Claraval
San Alberto Magno, O.P.
Hugo de Saint-Cher, O.P.
Santo Tomás de Aquino, O.P.
San Buenaventura, O.F.M.
Ricardo de San Lorenzo
San Germán de Constantinopla
San Anselmo
San Bernardo de Claraval
San Alberto Magno, O.P.
Hugo de Saint-Cher, O.P.
Santo Tomás de Aquino, O.P.
San Buenaventura, O.F.M.
Ricardo de San Lorenzo
San Alfonso María de Ligorio, C.SS.R.
Francisco Suárez, S.J.
San Lorenzo de Brindisi, O.F.M., Capitán
San Roberto Belarmino, S.J.
Fernando Chirinos de Salazar, S.J.
Angelo Vulpes, O.F.M., Conv.
Plácido Mirto Frangipane, C.R.
Roderick de Portillo, O.F.M.
George de Rhodes, S.J.
San Juan Eudes, C.J.M.
San Luis María de Montfort, S.M.M.
P. Frederick William Faber, C.O.
San Pío X
Beato Pío IX
Papa León XIII
Papa Benedicto XV
Papa Pío XI
Papa Pío XII
San Pío de Pietrelcina, O.F.M. Cap.
Benoît-Henri Merkelbach, O.P.
Francisco Suárez, S.J.
San Lorenzo de Brindisi, O.F.M., Capitán
San Roberto Belarmino, S.J.
Fernando Chirinos de Salazar, S.J.
Angelo Vulpes, O.F.M., Conv.
Plácido Mirto Frangipane, C.R.
Roderick de Portillo, O.F.M.
George de Rhodes, S.J.
San Juan Eudes, C.J.M.
San Luis María de Montfort, S.M.M.
P. Frederick William Faber, C.O.
San Pío X
Beato Pío IX
Papa León XIII
Papa Benedicto XV
Papa Pío XI
Papa Pío XII
San Pío de Pietrelcina, O.F.M. Cap.
Benoît-Henri Merkelbach, O.P.
Viernes, 7 de noviembre de 2025

No hay comentarios:
Publicar un comentario